Todo recorte es un problema. La constelación de los años 1973-2003-2023 que nos proponemos en SANGRRE como hoja de ruta para este año aparece en este caso no tanto como capricho –aunque sí, también–, sino como respuesta. Como itinerario de salmón o voluntad de contrapelo ante lo apaciguado. ¿Será imprecisa? Obviamente. ¿Tejerá aspectos comunes? Quizás. Ninguna de las dos cuestiones nos desvela.
Lo que sí nos mueve, en medio de esta tensa calma de apática burocratización y sostenido desánimo de las fuerzas propias que arriesga a teñir este 2023, es convocar la memoria de militancia, crítica y gestión de aquellas lejanías –1973 y 2003: 50 y 20 años de distancia respectivamente– para pensar el presente en su espesor real. Esto es, a distancia prudente del eterno presente mediático y en confrontación absoluta con la que se constituye como la principal operación política a desactivar: la que tiene en la naturalización de la crueldad su motor, en la inermidad y la impotencia colectiva su apuesta fundamental y en la voluntad de desaparición de lo popular su programa de gobierno.
Como escribiera Nicolás Casullo: “El pasado necesita hablar, testimoniar, dar fe de que el presente no es solo bruma, llovizna cultural, festejo o nostalgia, sino algo poblado de un sentido abarcador, comunitario. Reanudar el pasado de la historia es a veces preguntarse por la historia que viene”. Pensar 2023 a la luz de 1973 y de 2003 implica situar los problemas de este año electoral en una tradición y en una historia particular: nacional, popular, peronista. También tiene que ver con forzar la gestualidad de la memoria ante la suspensión, el abandono o el retiro de las variables que componían nuestro proyecto: justicia social, movilidad ascendente, autovalorización trabajadora y autonomía popular, democracia asentada en la comunidad organizada. Por otra parte –y no es menor–, es una manera de enfocar y ponderar diversas maneras en que esa tradición y esa historia persiste, a contramano de todas las veces en que se dio por muerta su potencia.
El peronismo tiene en su propia atemporalidad mítica el problema de estructurarse políticamente con el tiempo histórico: acontecer. No acontece sin el pueblo en escena, y la escena no se revitaliza sin un diálogo corpóreo, gestante de organización. Podríamos arriesgar y colocar algunos puntos que delineen la constelación: del 25 de mayo de 1973 y el acontecer en los cuerpos liberados de la cárcel, al 25 de mayo de 2003 y la voz de Néstor Kirchner insistiendo sobre la historia “setentera” mientras volvía a poner en el centro (de la discusión conceptual, de la acción política y de la puesta en movimiento operativa de la gestión gubernamental) la verdadera escala de la Argentina soñada por Perón. Pero también es necesario volver sobre las críticas a las “desobediencias” –tanto las vanguardistas, anhelo y potencia gestante del 73, como las más cercanas y propias, a partir de los años 90 e incluso durante la década del 2000–, sobre la discusión siempre presente entre los “leales a todo”, y medir lo despolitizador de ciertas posiciones en su afán de “peronizar” todo. O, por otro lado, insistir en las siempre complejas relaciones entre los aconteceres y sus genealogías: el decantado de la resistencia peronista, el sindicalismo combativo y las juventudes sesentistas en el caso de la “primavera camporista”; el cúmulo de experiencia sindical-social-territorial-cultural resistente al neoliberalismo en el caso del proceso abierto en 2003 y cristalizado en la “década ganada”.
Hoy 2023, muchos de los elementos que arroja la constelación que proponemos pensar están sobre la mesa: potencia, mito, narrativas, acción reparadora, organización, por un lado; fascismo, imposición, impunidad, crueldad, por otro. Hacernos cargo de esos elementos supone no barrer debajo de la alfombra las dificultades con el pretexto de evitar que la propia fuerza pierda valor. Por el contrario, es necesario discutir hasta qué punto la sangría del capital político que tuvimos en 2019 radica, más allá de la pandemia, en no habernos atrevido a pensar la época, la organización, lo que nos queda grande, lo que nos queda chico, las operetas y las mezquindades, las eficacias e ineficacias y las escalas de lo político como quehacer popular. No se puede sostener lo constituido a como dé lugar; además de ser algo injusto con nosotros mismos, es descuido del latido mito con el que comenzamos nuestra historia.
Finalmente, esta también es una apuesta por reflexionar sobre la democracia. A condición de no hacerlo desde el sepia de una efeméride unánime –1983–, sino a partir de los aconteceres de la fuerza propia: complejos, sinuosos y hasta contradictorios, pero a la vez abiertos, pese a las cerrazones del devenir histórico y la vocación destructiva de los reaccionarismos de turno. Desapaciguarnos es la tarea, para precisamente, con la ayuda de la perspectiva histórica, volver a estar en capacidad de distinguir apuestas de hechos consumados, evitar ingerir tanto amagues como batracios y poder enfrentar lo que nos afrenta con nuestras mejores armas, es decir, con la organización que vence al tiempo.
De esta fibra queremos tramar el hilo 1973-2003-2023.