El tiempo ha transcurrido y, tal como preveía la esquela dirigida hace un año a nosotros mismos, la lectura situacional está intacta. Con intenciones de exterminio social como contenido-objetivo y guerrilla espectacular como formas-acción, continúa el sentido destituyente de la cultura político-soberana en Argentina. El ethos de la comunidad en su carácter democrático, popular, solidario y antipolicial se disputa a puro relato. Diarias fantasías negadoras, caprichos y provocaciones corren de la Rosada a los medios y de los medios a las redes.  El esfuerzo enunciativo por levantar las pasiones tristes es feroz y quizás el único elemento activo respecto de los resultados políticos concretos para la parte de la población que, mientras espera las mentadas epístolas del cielo libertario, todavía no sabe bien como bajar de su propia resaca de odio.

Decíamos: “los que creen que han ganado –en poder, en racionalidad, en consumo– apagan el televisor y no saben cómo desembarazarse de ese llamado diario a la violencia como fundamento del lazo social”, sin siquiera ver el saldo del destrozo y la impericia –desempleo juvenil, pauperización de los jubilados, desguace del Estado, imposibilidad crediticia, perdida de garantías constitucionales, quiebras del sector industrial, recesión económica, paralización del campo, venta de soberanía territorial, ausencia de relaciones internacionales a excepción de la devoción presidencial por Trump, traiciones pagas para anular el accionar federal, congelamiento de salarios, represiones múltiples, proliferación de argentinos en situación de calle, abandono multidimensional–.

Este presente signado por Milei no hubiera sido posible sin la continua vocación augural respecto de una “derecha democrática” y su hacer síntesis con el cualunquismo siempre al orden del día en esta tierra, ¿acaso una nueva o renovada mentalidad? Esa plataforma infantilizada que, temerosa de verse manchada del barro “popular”, sostiene con pluma racional y con apoyo “social” este desastre, al mismo tiempo que se fundamentan técnicamente y se repiten los lugares comunes del “sacrificio” de las condiciones de vida de los argentinos por “la fiesta” de la política anterior.

Tampoco, es verdad, el presente sería posible sin gobernantes que pertenecen a una clase política sin reflejos democráticos, cívicos y federales, incapaz de recrear resortes institucionales para los avances de este tipo de esquema de gobierno del capital en su aceleración de acumulación. O, peor, en la mayoría de los casos cómplice de este desguace, precoz en usar las herramientas “republicanas” y “democráticas” exclusivamente contra el peronismo o para amendrentar fuerzas populares e inmóvil ante una deriva extrema totalitaria del capital.

Ese núcleo, que surgió con el macrismo y operó para expropiar a la sociedad de su capacidad de intervención política e incluso su propia vida, no es novedoso. Sin que el paso del tiempo le haga mella, la subjetividad de derecha en Argentina saca a relucir sus mismos húmedos y dudosos pergaminos: su probadamente nula concepción histórica; su esterilidad imaginaria más allá de la invención de enemigos imaginarios a los que exterminar; su traumática idealización de conceptos como la “libertad” (de circulación), el “bien” (familiar), la “igualdad” (para negar asimetrías), la “objetividad” (para obturar capacidad de discernir entre el bien y el mal). Más que para el testimonio, la caracterización de la derecha vernácula daría para un cuadro, a lo sumo de doble entrada. Pero si bien testimoniar(los) no nos daña, tampoco nos alimenta ni nos agrega, ni siquiera interesa o entretiene.

El cumulo de contradicciones que esta nueva/vieja transfiguración reaccionaria ha propuesto en este corto tiempo, el tipo de acumulación, la motosierra en su plenitud, no ha dado un solo buen resultado económico para los argentinos. La verticalidad acelerada también avizora derrumbe: solo ver la retaguardia de la casta más rancia de este sistema político –como la ministra de seguridad y su jefe de gabinete– para encarar la defensa del segundo año de búsqueda del “poder absoluto” muestra el grado de debilidad de esta gestión. A su vez, da pena –por lo que implica acerca del estado de la discursividad pública– ver como todo un séquito de “comunicadores” y “periodistas subrayan las supuestas creatividades políticas oficiales y sus epítetos de llamativa brutalidad atávica, relativizando todo argumento vital, todo sufrimiento y toda desolación, mientras otros, con aparentemente más “distancia crítica” pero con un cálculo igual de patético, buscan escudarse en los “por ahora” –por ahora no hay un muerto, por ahora no es fascismo, por ahora la imagen es positiva– para no comerse un offside palaciego en sus “teléfonos calientes.

Todo invita, nuevamente, a bajar del cielo. A alejarse del mundo bebe, de la pulsión reno. Allí habíamos quedado, ¿no? ¿Te acordás, hace justo un año? Hacerse responsable socialmente. Salir de la resaca, de la carga negativa al palo, del zarpe odioso que pasó de la verba a la represión explícita, contante y sonante. Dejar el somnífero de las lecturas blancas y mediocres, de los análisis que, “democráticamente” asombrados o sobrados, dejaron de ser ya herramientas para vivir este tiempo.

Hace un año el mercado ha llegado a gobernarnos. Necesita de poderes absolutos para esclavizar grandes cantidades de poblaciones. No le importa si debe acudir a cualquier fuerza para destruir el viejo orden social, al punto de operar en clave de guerra. No hay derecha “democrática” por fuera de esa lógica de acumulación. No hay organización y distribución de fuerzas potenciales por fuera de esa receta totalitaria, excepto la de quienes la resisten, y es lo que vivimos estos días. La única novedad en este campo de batalla fue, es y será esa resistencia. En esta coyuntura, el cuerpo y la sangre –que hierve y se congela, fluye, merma– son un milagro tan independiente como vanguardia de los aparatos. En el año del desierto, los que bajaron del cielo y comprendieron de manera particular el pulso social, resisten. Se juntan, trabajan, colaboran. Piensan, no repiten. No esperan el llamado de nada ni nadie, son y están. Para ellos, escribimos y pensamos. Crecemos y encaramos nuestro noveno año editorial.

Toda resistencia es poner en cuestión una obediencia. Negarse a ser un sujeto odiante, a conformar un núcleo de desprecio. SANGRRE es parte de esa resistencia. Vivir y aportar a este tiempo es para nosotros recrear lugares para la vida ante sus bramidos de muerte, formas fraternas contra la gestualidad del mutismo, espacios y condiciones para la amistad ante la miserabilidad afectiva. Todo presente editorial es a condición de resistirnos a permanecer inermes o cómplices ante situaciones traumáticas. Entendemos que no hay futuro sin resistencia en el presente y que no hay espacio para la humanidad sin derecho a resistir. ¡Ahí vamos!