Ana Arias es trabajadora social, doctora en Ciencias Sociales e investigadora, y acaba de ser electa decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, en –tal como ella lo expresa– un reconocimiento a una trayectoria individual pero también colectiva, que desde hace 30 años se da una política de construcción y debate en torno a la institucionalidad popular y las formas virtuosas de aporte y diálogo con el pensamiento social. Más allá de esta coyuntura que la atraviesa, nos parece central sumar su voz y su pensamiento a esta serie de conversaciones compañeras que establecimos este año desde SANGRRE, ya que nos permite reponer una serie de ideas sobre cómo pensar nuevas –y necesarias– relaciones entre las formas políticas de cuidado e instituciones como el Estado y las organizaciones sociales, en plena crisis pospandémica.

Para empezar, queríamos consultarte por el proceso por el cual ahora llegás al Decanato de la Facultad de Sociales, y de qué manera la organización a la que pertenecés, la Cullen, arma este triunfo, tan histórico y tan virtuoso.

Gracias por el convite a conversar. Varias cosas hay en ese proceso que, además, me alzan la vara de la emoción. Nosotros –digo, la Cullen como organización, varias de las organizaciones que se presentaron también en la elección y yo en particular– somos producto, hijas de la experiencia política de la Facultad. Uno de los ritos de esta Facultad es que, para ser decana, te vota el Consejo Directivo y te tiene que presentar alguien. Entonces, tuve que escribir las cosas que hice acá adentro. Yo formé parte del Centro de Estudiantes cuando lo ganamos en la década del 90 con la Cullen; como parte de esa agrupación hicimos un trabajo junto a Madres de Plaza de Mayo y, luego, atravesamos la experiencia en la que nos conocimos dentro de la CTA: primero en la FTV y luego Soraya [Giraldez] y Javier [Bráncoli] quedan en el Instituto de Estudios y Formación y yo empecé a trabajar ahí. Creo que aprendí a escribir ahí por el tipo de productividad que implicaba estar en el Instituto de la Central. A diferencia de la práctica académica, en la que podés estar siete años escribiendo una tesis, en la CTA había que escribir para el momento, y, además, te lo hacían bolsa. Es decir, la escritura perdió el tamiz “sagrado” y se convirtió en una herramienta de trabajo, de posibilidad. Después fui consejera en la Junta, subsecretaria de Investigación, directora de la carrera de Trabajo Social, Secretaria académica. Y en el medio de eso atravesé muchos espacios por fuera de la facultad. Entonces, creo que la posibilidad de ocupar del Decanato tiene que ver con esa experiencia política que es colectiva. Y varias de las agrupaciones que forman esta alianza tienen un recorrido similar.

Después, sí hay actualmente una novedad: muchas de las agrupaciones estudiantiles y de graduados tienen muchas más terminales por fuera. Es una experiencia diferente, que tiene que ver con las transformaciones del peronismo, pero también de las instituciones. Creo que hay que pensar a futuro un desafío sobre cómo se ocupan las instituciones y cómo se establecen las relaciones entre lo interno y lo externo.

¿Podés recordar cómo está conformado el Frente?

Nosotros tenemos un frente que nuclea una diversidad de experiencias, que tienen nombre y disputan su identidad como espacios. Está la Cullen en Trabajo Social; Nexo en Comunicación; La 10 de Sociología, que es una agrupación que dirige la carrera hace un par de años; el Colectivo 39, que es un colectivo muy vinculado al Instituto Gino Germani; la experiencia de Interclaustros, que está vinculada al Instituto Latinoamericano, aunque incluye compañeros de otros espacios; y agrupaciones de graduados vinculadas a estos espacios que acabo de mencionar, pero también hay presencia de La Cámpora, de La Mella, de urbana, de Axioma, de muchas agrupaciones que tienen presencia en la Facultad, pero con una estructura organizativa que también es externa.

Es entonces todo un desafío la posibilidad de conducir un proceso institucional de este tipo. Me parece que, a diferencia de otras maneras de pensarlo, una experiencia de gestión institucional, política, tiene que despojarse de la idea de armar la “orga”, que todo el mundo se ordene a partir de eso. Primero, porque es imposible; y, además y fundamentalmente, porque le puede quitar oxígeno al proceso. Es más, creo que la Cullen tiene 30 años y puede vivir así porque no es un orga total, porque afuera de la facultad las compañeras y los compañeros tienen posibilidad de militar en distintos lados. El encuadre pleno y total no me parece posible, ni deseable. Pero el tema es todo un desafío.

También es un desafío, en la relación con el afuera de la facultad, que las formas de gestión tan colegiadas no se terminen comiendo, por su dinámica de distribución interna, la productividad que debe tener una experiencia. Que, justamente, no es solo contentar las partes, sino transformar efectivamente realidades que identificamos como prioritarias en la etapa.

En este llegar, ¿con qué institución se encuentran después de estos años?

Esta es una facultad que tiene muy deteriorados sus vínculos. Igual, quiero decirlo, es una institución con una enorme productividad. Porque también es muy propio de esta época que todos identificamos todos los problemas que tenemos –que son muchos–, porque construir lo público es remar en dulce de leche. Así y todo, esta es una máquina productora de espacios que le modifican mucho la vida a quienes transitan por acá, tanto en las posibilidades de llevar adelante una experiencia social desde las agrupaciones, hasta en las posibilidades de formación. Tenemos muy buenos docentes y muy buenos estudiantes. Es un lugar abierto a que otros espacios por afuera de la facultad lo habiten, lo usen. A la vez, las experiencias de gestión son difíciles, costosas. Como es la gestión de lo público en general. Hoy nos encontramos con una facultad que, como decía, tiene muy dañados sus vínculos, con mucho deterioro de sus procedimientos en cuanto a las formas con las que gestiona su propia conflictividad. La ocupación del espacio público, el control del territorio del edificio, por ejemplo.

Y esta es una etapa donde, esta es una Facultad de Ciencias Sociales, hay que reconocer que hemos fallado. No solo nosotros, sino la UBA, en cuanto a las propuestas para pensar la sociedad, las políticas públicas. Hace rato que nosotros como institución no producimos algo con efecto de impacto, y el problema no es que no nos escuchan, es que no lo producimos. Yo creo que, por ejemplo, en materia de políticas sociales, desde la Asignación Universal por Hijo (AUH) que no tenemos un consenso importante sobre alguna línea que habría que trabajar. Me parece que ese es un desafío enorme. Porque, además, nosotros somos una facultad inmersa en una universidad que es la más tradicional de la Argentina, con una línea política que no es a la que nosotros tributamos.

Mi pregunta iba también hacia lo estrictamente de gestión. ¿Cómo asumen ustedes pensando desde la agilidad del Departamento de alumnos hasta los cambios académicos?

Lo que está cada vez más claro es que la diferencia entre el adentro y la afuera cada vez se hace menos tangible. nosotros tenemos una deuda enorme para relacionarnos con las estudiantes y los estudiantes que tienen mayores dificultades para transitar por acá. Y creo que en eso le tenemos que poner mucha transformación a la pedagogía de los primeros años, a los programas de sostén de las experiencias. Cuando yo era estudiante, no entrábamos en las aulas y todo el mundo te decía “no importa, total, después del primer parcial, queda la mitad”, y se naturalizaba esto de que se pierden estudiantes como parte del proceso lógico. Eso hoy ya debería hacernos ruido. Si bien la mayor parte de la deserción nuestra es en el CBC, que es la máquina más expulsora, nosotros tenemos deserción. Creo que hay que jerarquizar la experiencia del aula. Porque antes parecía con que saber mucho de un tema, bastaba. Yo sé mucho de Hegel: entonces me siento en el aula y aprenden Hegel. Y parece que no. Hay una cuestión a pensar en esos vínculos que es central: una institución que no cuide a sus más débiles difícilmente pueda pensar hacia afuera otra discusión. Nosotros hacemos buenos diagnósticos de todo lo malo que hace el Estado, salvo en relación con nosotros.

Creo que hay allí una línea para, por ejemplo, pensar la experiencia de Extensión y construir mayor institucionalidad de ella. Porque la “lógica del proyecto” es un desastre en muchos órdenes, pero para pensar la acumulación de la experiencia es total: porque empiezan y terminan los proyectos. La investigación también está pensada a partir de proyectos, pero acumula en términos de los equipos de trabajo, de los institutos: termina el proyecto, pero seguís con la misma línea. En cambio, en Extensión, empieza y termina, no deja nada acumulado. Me parece que nuestro desafío es pensar cómo nos vinculamos con los territorios, con los espacios sectoriales, aportando a la mayor institucionalidad de esas experiencias. El proyecto termina siendo funcional para los investigadores, para los extensionistas, pero no para lo que creo que tenemos que construir, que es ayudar a la experiencia en los territorios.

Con la cuestión de la investigación, siempre tenemos la lógica del “carrerismo” universitario, que te lleva cada vez más a centrarte sobre proyectos más chicos, en lugares más cerrados. Me parece que hay una discusión sobre cómo se apuesta a otras formas de circulación y de debate. Tenemos muy buenas investigadoras e investigadores, que tienen una cabeza gigantesca, pero a veces no sé si hacemos honor en la posibilidad de hacer jugar en los otros campos aquello que aquí se produce y se discute y ponerlo en discusión con otros. Creo que es un problema institucional, no de vocación. Porque, como en todos lados, hay algunos que quieren hacer carrera personal, pero, en líneas generales, hay vocación de esto y el propio sistema te lleva a encerrarte. Y entonces cómo la Facultad potencie esas aperturas es un gran aporte.

En este sentido, ¿creés que el hecho de que, por primera vez, la carrera de Trabajo Social ocupe el Decanato contribuya a construir esta otra relación con el afuera académico? Sobre todo, pensando en la trayectoria de la que hablabas al principio.

Me da un pánico terrible contestarte esto y siento una responsabilidad enorme. Pero lo decía el día de la votación: Trabajo Social siempre estuvo “desjerarquizada”: una carrera “de mujeres”, vinculada a los cuidados. Cómo eso se puede traducir o no –esperemos que sí– en una gestión que priorice los cuidados, que trabaje sobre estos problemas es todo un desafío. Ojalá, en este sentido, que podamos traer lo acumulado de nuestro colectivo. Por un lado, que somos buenos planificadores. Que le damos importancia a lo institucional, que entendemos que un procedimiento no es “¡Ay, la burocracia…!”, sino que un procedimiento te habilita o no el acceso a un derecho. Porque muy lindo el tallercito sobre los derechos, pero después te tiene que andar en la App, el formulario tiene que funcionar. Los trabajadores sociales sabemos sobre eso, sobre las instituciones. Espero poder traer algo de la síntesis del colectivo del que formo parte para poder pensar estas cuestiones.

Pero, también, las instituciones están antes y después que uno. No tengo ambiciones fundacionales. Esa idea de que llega alguien o algunos y refundan todo no la creo. Sí tengo ambiciones: quiero formar parte de procesos que produzcan transformaciones que sean importantes. Quiero que haya más espacios para los estudiantes, más apertura. Quiero disminuir el maltrato que hay entre nosotres y en las formas prácticas institucionales, porque me parece que no es algo menor. Todas nuestras investigaciones con jóvenes que tenemos hace años nos dicen que los jóvenes politizan el trato, que nuestra generación se bancó muchos más maltratos y se la bancaba bajo un supuesto de que la vida es así. Los jóvenes se bancan mucho menos los maltratos y eso implica que hay mayores conflictividades con las cátedras, con los profesores, entre los estudiantes. Pero también es un elemento interesante. Yo querría tener que ver con esas transformaciones, con procesos que tiendan a eso. Por supuesto que entiendo que uno forma parte de una institución que es bastante más compleja que la voluntad de quienes transitoriamente ocupamos su conducción.

Me interesa esto de lo no fundacional por sí mismo, lejos de la idea de “transformación” tan en boga y tan ajena a nosotros.  Lo que yo le deposito a la Cullen es esta dedicación de ustedes sobre lo echado a perder. Porque no es lo mismo trabajar sobre lo que se echó a perder en una institución, que creer que por cambiar todo de lugar las cosas van a ser diferentes. Creo que la actitud de ustedes es hacerse cargo de una tradición y de los problemas. En este sentido, mirando hacia afuera, el momento en que les toca asumir, un momento en que como institución les toca dar una respuesta a una sociedad pospandémica, irascible, enojada, difícil de diagnosticar incluso con las herramientas de las diferentes ciencias sociales, ¿qué estás pensando en términos críticos, en términos de construcción?

Primero, me parece que todos, previo a esto, sabíamos que este iba a ser un gobierno de transición. Sabíamos que teníamos el problema de la deuda, lo que dejo el macrismo, que era complicado. Después, todos nos creímos que no y creo que ese es un gran problema por la vara con la que juzgamos las propias cuestiones. También, porque encuentra al peronismo en una etapa complicada de su historia. Desde mi lugar, estoy preocupada por las formas en que el peronismo está ocupando el Estado. Estoy muy indignada con la lógica de las formas extractivistas con que tratamos al Estado. Se ocupa el Estado para extraer recursos para sostener tu organización, tu proyecto, tu maravillosidad –que puede ser muy loable; no lo digo en términos de “corrupción”–. Me parece grave la forma de pensar al Estado como una financiera que sustenta proyectos. Me parece que tenemos que pensar políticas e instituciones. En este esquema, además, los trabajadores estatales perdemos un protagonismo enorme. Porque te convertís en el burócrata o en alguien descartado. Me parece que hay un maltrato a los trabajadores del Estado, en el macrismo y ahora también, porque no está claro qué tiene que hacer el Estado. Como si el peronismo dudara de la capacidad del Estado en producir sociedad.

Creo que la ocupación del Estado por los cupos de las organizaciones, los espacios, los sectores, y la forma en que actualmente está funcionando el peronismo le hace mucho daño a la sociedad y al Estado. Porque se olvida esto de que el Estado tiene como principal función el problema de construir los universales. Pero, por supuesto, esto nos pasa en la gran gestión y nos pasa en la gestión chiquita; por eso digo, no es un problema de un sector o de un funcionario. Nosotros tenemos, en este momento histórico, un gran desafío de producción de lo público. Les puede parecer ingenuo, pero Sociales tiene que recuperar la cuestión de Sociales. Somos una facultad pública, enorme, que tiene que ser el orgullo, por lo menos, de la zona sur de la Ciudad. Y eso no es un institucionalismo bobo, es jerarquizar el Estado, la producción de Estado y su lugar. Creo que eso está siendo hoy un problema, porque la lógica de lo sectorial se está comiendo el proyecto. Y es un problema, también, de la universidad: qué está proponiendo hoy la universidad para lo público en esta discusión. En ese sentido, creo que tenemos que dar esa discusión de que el Estado produce a partir de políticas e instituciones y no a partir de proyectos.