Aprovechamos los 40 años de la histórica marcha del 30 de marzo de 1982 –en la que la CGT Brasil marchó bajo la consigna “Paz, pan y trabajo”– para charlar con Gustavo Bellingeri, actual secretario gremial del SATSAID e integrante en aquel momento de la Comisión de Familiares de La Plata. Conversamos con él sobre la importancia de recuperar la trascendencia histórica y política de la lucha de los trabajadores contra la dictadura y lo relevante de lo sindical cuando tiene capacidad de condensar, de reunir, de instituir en un plano concreto de lucha y resistencia una experiencia abierta para el pueblo. También dialogamos sobre la coyuntura actual, donde quizá sea el momento de volver a repensar formas y contenidos políticos de una cultura popular movimientista para que los trabajadores, las militancias, las orgánicas populares puedan ser cajas de resonancia y que la historia siga.
En principio, queríamos preguntarte sobre la jornada del 30 de marzo de 1982: ¿cómo la viviste? ¿Desde qué lugar participaste? ¿Qué significa esa jornada en la larga lucha que llevaron los trabajadores durante la última dictadura con resistencias, paros clandestinos, organizaciones gremiales, muchas veces invisibilizada en su rol para derrotar ese proceso genocida que vivimos y que fue sobre la clase trabajadora y, fuertemente, sobre las comisiones internas?
No tengo solo opinión, sino testimonio. Yo no estaba organizado gremialmente en marzo, porque entro a trabajar en Canal 2 recién en julio del 82. Más allá de lo personal, creo que el año 1982 es importantísimo para estudiar, para analizar. Es un año clave en la derrota de la dictadura; es un año que empieza a la defensiva y termina con el pueblo a la ofensiva. Es cierto, no empieza todo en el 82, y es muy importante rescatar la resistencia obrera durante todo el proceso. Desde un punto de vista histórico, la dictadura militar argentina fue la más sangrienta de América Latina, en términos del ataque que hizo sobre el pueblo, los métodos que utilizó y el volumen de víctimas. Lejos, es la más sangrienta. Sin embargo, es la que menos duró. Entonces está bien formularse la pregunta de por qué pasó eso. Y desde mi punto de vista, pasó por dos cosas. Primero, por esa capacidad de organización que tiene el pueblo argentino, que generó organización entre los familiares de las víctimas de la represión. Y segundo, por la capacidad de organización del movimiento obrero, que para mí es distintivo, y no está desvinculado la organización de los familiares: Azucena Villaflor, por ejemplo, es alguien que estaba consustanciada con la idea de juntarse entre los iguales y de la relación con lo gremial en ese sentido.
La capacidad de juntarse, entonces, de los familiares –porque los organismos preexistían: la Asamblea, la Liga–, ese protagonismo de los familiares estaba bajo una determinación, una intransigencia, que era pedir por los nuestros. Yo soy familiar de detenido-desaparecido y me encontraba en ese año 1982, al principio, en la Comisión de Familiares Detenidos Desaparecidos de La Plata, que tenía un volumen muy grande porque en La Plata estaba la Unidad 9 y la Comisión incluía también a familiares de presos políticos. El volumen que tenía la salida de las visitas de los días sábados generaba reuniones de 60, 80 personas, con mucha labor destinada a la vida de los compañeros que estaban presos, conseguirles mejores condiciones y sacar esa discusión a la calle. A tal punto no está desvinculada esa experiencia de lo sindical que, en La Plata, nosotros empezamos a funcionar en la Mutual Docente, que era un aparato que habían armado Mario Morán y Horacio Guidini, que estaban peleando en UDA pero después formaron SADOP, y con la “careta” de una mutual de beneficios habían armado un local y los familiares que funcionábamos en algunas iglesias o algunas casas empezamos a reunirnos, inclusive a la salida del penal, en ese local. Lo destaco porque fue una decisión política de esos compañeros que estaban en la CLATE, en INCASUR, con muchos otros compañeros y con una posición fuerte de cómo amparar a las víctimas de represión.
El reclamo de los familiares tenía ya importancia: nosotros nos manifestábamos en la plaza San Martín los miércoles y los jueves girábamos la Plaza de Mayo, desde el 79 veníamos haciendo eso. En ese año, también en esa mutual, se juntaban las agrupaciones sindicales, gremiales: vinieron varios compañeros, Víctor [De Gennaro] y Germán [Abdala], [Juan José] Minichillo, previo al paro del 27 de abril a reunirse con dirigentes sindicales y yo participé de ese encuentro. Por supuesto, reuniones clandestinas para instalar el paro, que fue importante. Después, ese proceso de los 25 devino en la CGT Brasil: para mí este es un salto cualitativo, porque incluye otros gremios, otro volumen. Está al final de 1981 la marcha a San Cayetano, que le da una expresión de masas diferente: empieza a pasar algo ahí. Insisto con lo del volumen porque nuestras marchas, la de los familiares, eran importantes pero no eran masivas; ni en el 79, ni en el 80, si bien nos metíamos con nuestros carteles en la marcha a Luján y recibíamos mucho apoyo, no había masividad en marchas nuestras. Y otra cosa: marchábamos cada uno por su lado. Las Madres iban por su lado, con sus consignas, que no eran las de Familiares. La postura de las Madres era la más intransigente, y muchas veces adoptábamos esa postura: no queremos ningún esclarecimiento, queremos aparición con vida. Cada uno marchábamos por su lado y no había confluencia, como no la había tampoco con el movimiento obrero. Había contactos, pero no una confluencia. La aparición de la CGT Brasil empieza a generar distintas condiciones.
Desde adentro del penal también se empiezan a generar otras discusiones. Muchos de los presos políticos que se identificaron como presos políticos peronistas querían –nos pidieron a nosotros– que fuéramos como Comisión de Familiares a ver a Saúl Ubaldini. Adentro del penal estaban tipos como [Jorge] Taiana, como [Carlos] Kunkel, como Jorge Giles que, de alguna manera, trataban de “corregir”, digamos, esa pretensión de correrse de Familiares, conducida por una muy buena compañera, muy capaz, pero del Partido Obrero, que practicaba casi un antiperonismo. Entonces, hay todo un acercamiento a la CGT. Nosotros fuimos a la CGT antes del 30 de marzo y participamos como Familiares de la marcha. Ahí una figura muy importante es la de Ricardo Pérez de Camioneros, que va como secretario de Derechos Humanos de la CGT Brasil, algo inédito. Arma un espacio de derechos humanos dentro de la CGT, y la CGT Brasil empieza a pedir por los presos gremiales políticos y por la situación de los compañeros detenidos-desaparecidos. Recordemos que, en 1979, los representantes gremiales, [Ramón] Baldassini y [Jorge] Triaca habían dicho que no había desaparecidos. Para mí ahí cambia todo, y es muy importante que esto se entienda, porque hoy hay un relato según el cual lo que cambió la dictadura fueron los derechos humanos y los soldados de Malvinas. Lo que hizo caer la dictadura fue el plan de lucha de la CGT. Al año 1982 se entra con un plan de lucha. El 30 de marzo fue el primer paso, después de muchas asambleas, de muchas experiencias, de movilización, que lo que empieza a tener es volumen, masividad y esas convocatorias empiezan a ser banderas en las que el pueblo se ve identificado. Ahí viene la jornada del 30 de marzo, que para mí es clave.
¿Cómo fue esa jornada? ¿Cómo la viviste?
La jornada del 30 de marzo la convoca la CGT como parte de un plan de lucha, con un documento en el que se pedían no solo las cuestiones del movimiento obrero, sino una serie de demandas con respecto al plan económico, elecciones y libertad a los presos. No había sucedido una jornada igual durante la dictadura, masiva, pública, donde los gremios van un poco organizados, pero de manera mimetizada: se organizan sobre la 9 de julio. No eran columnas; iban, se organizaban en una esquina y aparecían. La dictadura había vallado toda la 9 de julio y no nos deja pasar a la Plaza de Mayo, no nos permitía llegar al objetivo, que era entrar en la Plaza. Y en esa pelea está dispuesta a todo. Hay 4 mil presos ese día: los camiones celulares no alcanzaban, usaban micros de línea para llevar gente presa. Para mí fue una batalla, fue un combate. Llegué para encontrarme con familiares, no me encontré nunca con ninguno. Fue una batalla campal donde se prendió la gente de la calle, se paralizó todo. Mucha bandera argentina. Poca organización en términos de columnas: mucha organización en términos de llegar, horario, pero no había columnas. Mucha voluntad del pueblo, que se sentía interpelado por esa convocatoria. Fue una batalla que duró siete horas: nos reprimían en una esquina y nos juntábamos en la otra. No lo podían controlar. Fue un clima casi de insurrección. Desde los edificios, la gente le tiraba con todo a la Policía: bolsas de basuras, ladrillos, macetas. Los patrulleros recibían fuego de arriba, manifestaciones de abajo. Ellos fueron llevando presos, por supuesto, pusieron presa a la conducción de la CGT. En ese marco, y con un plan de lucha anunciado que iba a continuar, dan el paso de la toma de las Malvinas. Que era una hipótesis de guerra que ya estaba, pero, yo creo, se acelera.
Quiero explicar esto, porque creo que es muy importante lo que significó ese 1982. Galtieri había dicho “las urnas están bien guardadas”. Había renovado recién a fin del 81 a Viola, que había “abierto” de alguna manera un diálogo político, y él lo cierra con esa frase sobre las urnas. Y Liendo –ministro del Interior– refuerza esto diciendo que podrá haber elecciones en el 86, en el 90 o en el 94. Es decir, no había un plan de elecciones cercanas. Ellos, decían, tenían objetivos, no fechas. Una vez que se fueran cumpliendo los objetivos, iban a ir viendo la posibilidad de dar elecciones. Primero, con el tiempo, en los municipios, en alguna provincia, en el interior. Un poco era el programa de Chile o de otras dictaduras de duración larga. Ese era el plan. Por eso nos vallaron y nos reprimieron. Tuvieron esa fuerza. Con Malvinas, creo, tratan de ir con una discusión hacia adelante.
¿Cuál es la discusión que desata Malvinas en esa resistencia en ese momento?
Malvinas pone una discusión en el campo nuestro. Porque la discusión que hay ese día es que la bandera de la descolonización es nuestra, la dictadura toma una bandera que es nuestra. El colonialismo es el enemigo principal, eso lo teníamos claro, los que están equivocados son ellos. El plan de la CGT queda en suspenso: dicen que la recuperación de las Malvinas es correcta, pero que eso no nos hace bajar nuestras reivindicaciones, aunque deciden poner en suspenso el plan de acción. Yo creo que los militares apostaron a que Estados Unidos intermediara con Inglaterra y pudieran llegar a cerrar un punto nacional. Creo que fue un error de la dictadura en términos de lo que ellos se proponían. Pero lo vieron como una fuga hacia adelante porque fueron empujados por el pueblo, y eso es lo que me parece que hay que destacar. El día que caen las Malvinas, en junio, hay una convocatoria que hace la televisión para sacar una movilización. Esa movilización, que no fue orgánica, termina con represión.
Hay otra marcha importante, la del 5 de octubre, que es la “Marcha por la Vida [y la vigencia integral de los derechos humanos]”, que es la primera movilización unitaria de todos los organismos de derechos humanos. En esta movilización tampoco nos dejan entrar a la Plaza, pero fue muy grande, participan sindicatos, en esta política de unir puntos, de reconstituir la trama que estaba rota: eso fue, precisamente el año 1982. Y del lado de la dictadura ya no tienen la fuerza de la detención masiva. Después hay un nuevo paro, en el mes de diciembre, de la CGT Brasil, que va poniendo ya en jaque a la dictadura. Y hay una última movilización, la de los partidos políticos, esa Multipartidaria que convoca a leer un documento en la Pirámide de Mayo. Ahí participa mucha más gente que la que se esperaba y en ese momento sí hay columnas organizadas. La columna sur de la CGT, con el Cholo García, entra por Hipólito Yrigoyen y rompe las primeras vallas. Yo ahí me movilizo con una columna de la Juventud Peronista, que entra por el medio, en donde movilizamos como 8 micros de La Plata, pero cuando nos pusimos en la fila del camino venían gremios, otras organizaciones. Era emocionante. Ahí llegamos a la Plaza de Mayo: la determinación de ese pueblo por exigir el fin de la dictadura ese 16 de diciembre es manifiesta. La dictadura ya estaba en un callejón sin salida. Tenía que hacer una matanza, que tampoco le iba a garantizar nada porque había un estado de insurrección popular. Nosotros avanzamos con una bandera que habíamos pintado como Juventud Peronista que decía “Patria o Muerte”. Entramos por el medio, tiramos las vallas y la Infantería, que estaba cuidando las arcadas de la Casa de Gobierno, entró, se guardó. Ahí pensé si no estábamos haciendo la revolución. Me parecía demasiado sencillo, pensé en mi papá, en todo. Y no, no estábamos haciendo la revolución, pero estábamos tirando a la dictadura.
Yo creo que esa movilización fue la culminación de ese año 82, que empezó de una manera, con la dictadura a la ofensiva –ya con un desequilibrio pero todavía a la ofensiva– y terminó reculando en chancletas. Todavía va a querer imponer condiciones de retirada, logra en aspectos económicos algunas cuestiones, pero no logra protegerse y retirarse como quería. Creo que esa es una de las grandes diferencias con otros países de América Latina, de cómo Argentina parió la democracia. Y lo que quiero subrayar es que todo eso no hubiera sucedido sin el movimiento obrero, injusta y –sobre todo– desacertadamente ninguneado en el proceso de recuperación de la democracia. No hubiera habido proceso de recuperación si estábamos solo los organismos, solo la multipartidaria; hubiera sido un proceso similar al de Chile. Lo que cambió es la presencia del movimiento obrero organizado, que le dio masividad, que plantó banderas con capacidad de movilizar al pueblo, que tenía poder de parar el país y hacer una marcha como la del 30 de marzo que inició un proceso imparable.
Con esta perspectiva, a 40 años, con toda esa experiencia y con la lectura tan fina que tenés de los diferentes sectores, de ese archipiélago de fuerzas que había y que pudo conformarse o aunarse en un objetivo común, concreto, como lo estás contando, ¿cómo leés y analizás este 2022, con este otro archipiélago de fuerzas nuestras al que se suma el tema deuda, desde tu conocimiento y tu rol hoy dentro del sindicalismo? ¿Qué margen tiene el sindicalismo en este tiempo, en este año, que es tan importante?
Con mucha preocupación. En principio, este gobierno nuestro tiene las trampas que nos deja el poder. Los gobiernos democráticos tienen que resolver –y según cómo resuelvan es cómo les va– las trampas que le deja el poder real, el poder económico. A esto le tenemos que agregar que nosotros, nuestro gobierno, tiene una crisis política no resuelta. Que no es de ahora, ya que tiene raíces en la forma de construcción política, pero que ahora se manifiesta de una manera implacable y pone en riesgo hasta la propia unidad del Frente.
En este sentido, lo primero que tengo que decir es que, más allá de cualquier cosa que se quiera pensar, es importante que el Frente de Todos se mantenga unido, ya que solo así tenemos chances en el 2023 de gobernar y de dar la pelea. Sobre la cuestión del acuerdo con el FMI, lógicamente, nosotros tenemos todas las precauciones que tienen que ver con que ese acuerdo no se traslade a las espaldas de los trabajadores. Ese sería el primer objetivo a lograr. En principio, pareciera que algunas de las cuestiones que siempre piden –flexibilización laboral, reformulación de las jubilaciones– no estarían como condicionantes. En principio, repito. Lo que me gustaría reflexionar en relación a este acuerdo es algo que se plantea en una nota de Economía del diario Página/12 que muestra que las mismas críticas que está recibiendo Alberto Fernández las recibió Néstor Kirchner. Pone el textual de Luis Zamora de esas críticas y parecen textuales de las que hoy hacen otros compañeros del Frente. Néstor firma 19 condiciones, con sus revisiones trimestrales. El peronismo siempre tiene una posición de liberarse de esas deudas. Las condiciones históricas y económicas son distintas, pero siempre, como tuvo Néstor, hay terror frente a la declaración del default. Lo que hay que hacer es negociar con habilidad, sin que esto recaiga sobre los sectores populares. Néstor ganó tiempo y puso un proyecto político con fortaleza, pudo encolumnar atrás de un proyecto político a muchos con un nivel de acuerdo. Ese es el desafío que tenemos ahora.
Alberto no es alguien que yo hubiera puesto de candidato, pero entiendo que es quien está, con quien se logró una síntesis. Y creo que lo que hay que hacer es trabajar en una síntesis del Frente que incluya al movimiento. Creo que ese es el problema que estamos teniendo: no hay nadie que no mire su sector. Adolecemos de una conducción que conduzca al conjunto, al movimiento, a todas las partes. Ese es el riesgo y nuestro enemigo lo sabe. No me parece tan terrible lo que se firmó. El tema es que nosotros ganamos tiempo y ganamos posibilidad de energía para desplegar bienestar entre nuestra gente y capacidad de organización para un programa político, pero tenemos que tener una unidad política y avanzar en ese sentido. Hoy no la tenemos y ese es nuestro mayor problema.
El movimiento obrero tiene que hacer una contribución ahí en lo que pueda. Me parece interesante que nos metamos, que busquemos nuestro lugar. Así como deberíamos tener reconocidamente nuestro lugar en la historia por ese 30 de marzo en el proceso de recuperación de la democracia, lo tenemos que tener en este momento de la democracia en la Argentina. Lo que no podemos hacer es pegarnos tiros en los pies. No sé si todos lo ven igual. Algunos creen que el mayor problema es cómo no pagar costos políticos. Néstor, con valentía, estuvo decidido a pagar precio por lo que firmó y sacar el país adelante. Creo que nosotros tenemos que contribuir a que eso esté. Por citar alguna posición, el documento de la Corriente Federal y también la posición de abstención de algunos compañeros diputados sindicales van en ese sentido. Esto no es lo que queremos, pero no es tan importante esto como lo que empecemos a hacer después.
No creo que esté todo perdido, como piensan algunos. Creo que está bien que haya tensiones adentro del Frente, que están diverso, pero que no están bien las actitudes rupturistas. Por el contrario, hay que tener actitudes fraternales. Cuando decimos que “la patria es el otro”, es el otro que es distinto a mí, porque con el que es igual a mí es fácil. La patria es el otro que es distinto a mí; si no, no funciona.
Y en ese camino, ¿la Corriente tiene acciones para este año?
Se está trabajando mucho en los plenarios regionales de la CGT. Se hizo uno en Entre Ríos, se acaba de hacer otro importante en Córdoba. Tratando de alguna manera de llevar una agenda federal, una forma federal de ir planteando los problemas. Intentando ser cadenas de transmisión hacia el Consejo Directivo Nacional y hacia el gobierno. Esa es, un poco, una de las tareas que tiene que hacer la Corriente. El momento es complicado, pero si se logra desdramatizar de alguna manera, encontrar banderas que nos unan, este tema de que encontremos un mecanismo por el cual quienes se fugaron la guita paguen, por ejemplo, nos puede unificar. Todo lo que nos sirva para unificar y para darle bienestar al pueblo es bienvenido. Todas las acciones rupturistas no son bienvenidas. Sobre ellas, debemos tener advertencias y cuidados. Lo que no quiere decir tener tensiones y discusiones en el seno de la CGT, en el seno del Frente. Es fundamental tratar de tener una conducción estratégica que contenga al todo, que trate de mirar el todo. Hay una mirada a veces de sector y de vanguardia que me preocupa. No me preocupa que sea una línea que se expresa, que me parece que es lo que corresponde, pero sí me preocupa que se termine en una fractura.