—Gracias —le dije y le tendí la mano. No me hizo caso y se señaló los dientes que le faltaban.
—¿Ve? —me dijo—. Esto fue un gol de Sívori en orsai. Ahora fíjese dónde está él y dónde estoy yo.

Este es un extracto del final del cuento “Gallardo Pérez, referí”, del enorme Gordo Soriano, y el mito del equipo de Barda del Medio, al cual “no” había que ganarle.

En el fútbol, en mi profesión, en el amor o en mi vida tengo una máxima: no he ganado ni he perdido, solo he tenido resultados esperados y otros no. Obviamente, no pretendo universalizarlo y menos desestimar visiones distintas, solo es un imperativo personal. Desde esa perspectiva vivo en estos tiempos el Mundial de Fútbol donde participa nuestro equipo y el primero donde no está presente físicamente el Diego.

No soy un fanático del fútbol: aunque pasional para casi todo, deduzco que quizás la raíz será mi falta de “don” para los deportes y tal vez para todo lo demás, pero en el resto pongo mucho empeño, convicción y sueños. Aun así, al fútbol lo vivo con efusión, con expectativa y con emoción, y hasta me atrevo a ensayar equipo, a desplegar estrategias o a dar “opiniones” fundamentadas frente a miradas atónitas que desconocen cuánto desconozco de este juego.

Y repito juego, como el que jugué hasta mi adolescencia en mi pueblo Ingeniero Jacobacci, con pantalones y camisetas de la Primera, fulbo de cuero y tiento y los inolvidables “sacachispas”. Desde ahí y hasta la fecha, y seguramente hasta quién sabe, lejos estará de resultar solo “un juego”, al menos en el ámbito profesional, en el micromundo de la AFA y de la FIFA, donde lo que más se derrama no es precisamente prestigio sino sombras, desde Havelange y sus adláteres en adelante.

Si había algo que faltaba para desnaturalizar este deporte maravilloso, esta expresión social y cultural, este ingrediente mágico de integración transversal, era un mundial en un país como Qatar –con el mayor respeto por sus ciudadanos–, donde reyes, príncipes y familias poderosas se mezclan con Infantino, Macri, dirigentes de distinta calaña y jeques con nombres difíciles de pronunciar. Todo con tufo a operación, dinero, arreglo y corrupción: Roa escribiendo su nota en Clarín “jugando” una carta más para desprestigiar al gobierno, desestimando algo que solo cabe en su imaginario, “la ganancia” del gobierno frente a cada triunfo de nuestro equipo; la política vernácula repartiendo miserias; periodistas que te suben si estás subiendo y que te baja si estás bajando; opinólogos de todo tipo tirando certezas que rápidamente son cambiadas por otras certezas, la Biblia y el calefón.

Más allá, los verdaderos protagonistas, los jugadores y la afición: y ahí todo cambia, desde esa perspectiva es como un bálsamo a regalarse, es imaginar el espíritu de tantos y tantos jugadores que rondan esos campos impecables, esos espíritus que cuando estuvieron entre nosotros dignificaron el potrero y los domingos con quebradas, gambetas y picardía la rebelión de los iguales. Porque esto ha sido el fútbol: el peldaño para “salir” de la pobreza, de la marginalidad, del olvido, sin salir del barrio y del barro que los identificó, irreverentes, rebeldes y desafiantes. Es casi una regla, una norma y una moral, y su mayor exponente el Diego, el pie de Fiorito que se hizo grande por su don y más grande por ese “otro don”, el del desparpajo, el de decir lo inconveniente, el de desafiar a los poderosos, el que hizo realidad la épica para los hombres de carne y hueso, el que inspira a todos los precursores de esta gesta deportiva y cultural, que trasciende una batalla.

Sin perjuicio de mi desconfianza en el concepto “ganar”, creo profundamente que ya “ganamos”. En días sabremos si es el resultado esperado o no, pero develar incomodidades de quienes tienen “todo arreglado”, desestructurar lo que tienen atado, desenmascarar los intereses espurios y los rostros de los especuladores es un éxito tan vital en estos tiempos aciagos con el cual no cuentan los impunes. Más de ocho selecciones desafiando a la FIFA con la diversidad de pensamiento, sexualidad o raza, Dinamarca amenazando con desafiliarse, países sin tradición futbolera dando batacazos, Messi desafiando al tiempo, C5N cubriendo el Mundial después de salvar el desguace por pensar distinto, todo ello es demasiado para esa máquina instituida para el negocio obvio, y para quienes somos simples mortales es el hálito de esperanza en que no está todo perdido.

Quiero que gane nuestra selección, quiero que juegue bien, pero más quiero que quienes la integran dejen su impronta, que privilegien lo colectivo, que sean felices como lo seré yo y seguramente ustedes. Y si hay que llorar lloraremos; lo único que no me permito es transar, lo que menos me permito aún es caer en las miserias que abundan, en el estigma de los falsos morales, en el mito de las razas superiores. Desde que tengo uso de razón la pendiente cada vez es mayor, la conjura cada vez más perfeccionada: medios poderosos, periodistas cooptados, árbitros arreglados, instituciones pervertidas y corruptas. Pero persiste un fin que todavía no ha quedado sin significación, el de competir por un reconocimiento atemporal, el de aspirar a ser mejor entre los mejores, simplemente un juego.