En esta sociedad, la miseria es también la condición de la ganancia y el poder.
Herbert Marcuse

Reminiscencias de los griegos, en el medioevo el acercamiento al conocimiento de los siglos XVI y XVII fue definitivamente a través del signo. Las cosas, los objetos y los entes estaban imbuidos de una marca, Dios mediante; y esa marca llevaba directamente a la esencia de la cosa. Era cuestión de intuición, razonamiento y mística detectar aquel signo que resultaba la llave de la apropiación del conocer, el encuentro esperado con la identidad. Solo tiempo después las igualdades y las diferencias en las representaciones reprodujeron otro concepto.

Ahora bien, individuo primero, representación después y analogías y funciones más tarde evolucionarían hasta nuestros tiempos sin dejar de perder en el imaginario la cuestión de la marca, de lo subyacente. Credo o paganismo, nadie ha escapado a la duda de esa parte que se escapa a la racionalidad y solo es aprehendida desde un psiquismo no dilucidado.

Han pasado las segundas elecciones y los resultados están a la vista. Por un lado, un mito que rejuvenece, el peronismo; por el otro, otro mito sin raíz ni radical que, como un camarote a la deriva, va juntando todos los sobrantes de un cauce que tiene como único destino perderse en el mar de lo indiferente. No por eso es menos aleccionador: la miseria y las miserias, económicas y humanas, dejan en la superficie que pueden ser, si no fin, al menos medio para arribar a “la ganancia” o “el poder”, todo ello disfrazado de liberalismo, neo-paganismo, pragmatismo o todos los “ismos” que se les ocurran y que han resultado validos en estos tiempos de alógica política.

“¿Qué ha pasado?”, nos hemos preguntado día a día y recurrentemente en estos meses. Cuestiones que creíamos saldadas vuelven a la palestra, cuestionadas: educación pública y gratuita, salud pública y gratuita, derechos humanos, terrorismo de Estado, entre otras temáticas. Aunque parezca trágico, y hasta tal vez delirante, sabido es que la historia marca a las claras que las conciencias colectivas tienen su deriva y seguramente la seguirán teniendo: Emile Durkheim lo ha tratado hasta el detalle en su obra La división del trabajo social, y obviamente con mayor sabiduría que la mía; no obstante, esa deriva debe ser también nuestra referencia para analizar el decurso social para, si no evitar, al menos sí vislumbrar resultados que nos paralizan.

Todos quienes abrazamos las banderas del peronismo somos herederos de un legado. Pero, precisamente, solo herederos: no hay privilegiados, no existen los iluminados, menos los “propietarios” o apropiadores de legados colectivos. Y no basta ser herederos, hay una condición “sine qua non” al respecto. ¿Para qué somos herederos? Para desplegar una crítica y una síntesis y después empezar otra vez y otra vez, como frasea el Polaco Goyeneche; puesto que el “esto” intelectual necesita aquello que es “acción”. Esto, por supuesto, es de manual, no estoy descubriendo nada: solo estoy sondeando ligeramente la arqueología de un movimiento como el peronismo, que vive de una dinámica que hoy está en nuestras manos hoy y mañana estará en la de otros.

Mito, liturgia, ideal, religión, identidad, conciencia, pasión: cualquiera de estos nombres es adecuado para acercarnos al “ser peronista”, ese ser que no tiene nombres propios, solo el nombre-síntesis de lo popular. Aun cuando casi todo está perdido, cuando estamos con un pie en el abismo de la nada, o cuando la hoz de la muerte parece que nos cercenará la cabeza, una y otra y otra vez, el peronismo es esa piedra mágica que con solo tocarla nos descubrirá que nuestro signo vital es más poderoso que la muerte anunciada. Recuperar su acervo y liturgia, movilizar nuestra sangre y desvelar nuestro imaginario como peronistas todavía nos da una ventaja: la de despertar en el pueblo esa vieja llama que nunca se apaga y que es el signo de la esperanza de un país que nos merecemos.

¡Vivos! Sí lo estamos, pero ¡ojo!: la muerte siempre viene enancada en la vida; solo la trascendencia es lo que nos llevará al imaginario colectivo o al olvido. El peronismo se deja amar, sentir y hasta muchas veces usar, pero espera un beso y no es precisamente el beso del archivo. Compañeras y compañeros ignotos lo saben, lo han internalizado durante años en el territorio, ignotos la mayoría; espero con esperanza que aquellos compañeros y compañeras que aspiren a conducir tengan la grandeza de los que miran hacia lo lejos habiendo mirado hacia lo profundo.