“La ley (nomos) siempre se determina desde el lugar de algún lobo.”
Jaques Derrida, La bestia y el soberano

En un mundo fragmentado, desde tiempos inmemoriales, la (el) Ius –el derecho objetivo y, en definitiva, las acciones para exigir derechos– no escapa a una lógica de castas, y esto resulta aún más exacerbado por estos lares.

Cooptado por los poderosos, silenciado por los mismos poderes, el sistema judicial argentino navega por aguas de borrasca en la tormenta interminable del poder soberano que, alejado de su verdadero dueño, el pueblo, es comensal desde hace tiempo en la mesa de los medios de comunicación prostituidos y de los CEOs de la política, dueños del umbral de justicia hecho a medida del oferente de turno.

Obviamente, en este país pensar en una patria justa suena tan absurdo, en el marco de un canon moral donde el límite es manipulado según la conveniencia. Ejemplos sobran; solo debe recurrirse a la memoria histórica. Desde ya, la búsqueda de algún registro mediático sería un ejercicio vano; habría que derribar más bien el manto del tome y daca corporativo. Lejos de ellos, al menos por el momento, volvamos a lo nuestro, la memoria colectiva. Para muestra, falta un botón: desde 1994 en adelante, constan en los registros de denuncia en la Aduana acciones de fraude y contrabando de piezas de automóviles de origen extranjero, exportadas al Mercosur como fabricadas en Argentina y cobro de reintegro (15%) por parte del grupo Macri, y ni se asentaron en el juzgado penal económico de Comodoro Py.

Podemos reflexionar “eran otros tiempos”, pero… déjenme dudar: creo que son los mismos, solo que los servidores han cambiado, ya que no las convicciones. ¿Y entonces? Por lo pronto, esperanzarse con lo singular: es el caso que nos ocupa y de alguna manera nos baña con algunas gotas de justicia. Los tribunales de Dolores se han transformado en un oasis, en un bálsamo, en algo a qué aferrarse –no puedo imaginar el cómo– en relación a ese proceso interno de quienes de un día para otro entregaron su sangre a esta Argentina en la tragedia del submarino ARA San Juan.

Cualquier intento de objetivación de tanto dolor raya en lo absurdo, y dudo que exista algo que lo repare en alguna medida. Pero al menos hay algo que resulta imperativo: la memoria, por los que ya no están obviamente y por los que quedaron; y en este caso la memoria activa será aún más determinante, porque se conjuga el dolor y la vejación, la muestra palpable de la enajenación de la bestiada.

El expresidente Macri, citado por tercera vez a dar explicaciones en el juzgado de Dolores, viejo personaje conculcado por nuestra Justicia injusta, ha decidido –al menos mediáticamente– hacerse presente a cumplir la responsabilidad que cualquier ciudadano debe cumplir cuando es citado por la Justicia. Definitivamente lo hace no en las mismas condiciones que cualquiera de nosotros, al menos de los que no podemos darnos el lujo de alquilar quinientos micros para fletar voluntades. Y a propósito de esto, es preciso preguntarse ¿en virtud de qué ocurre? ¿Cuál es la motivación? No me refiero a la del expresidente, sino a la motivación del sector –minoritario, no importa– que seguramente se hará presente.

Se me hace arduo y esquivo aproximarme a una verdad al respecto. Seguramente habrá militantes, pero también habrá otros y ahí lo esquivo del sentido de esa “acción de apoyo” ante una indagatoria: puedo entender puntos de vista diferentes, convicciones no compartidas; de lo que no puedo dudar ni un instante es que los tripulantes del ARA San Juan que ya no están y sus familiares, que persisten en la búsqueda de verdad y Justicia, no se merecen una afrenta tal ni por un solo argentino, y es por esto que cuesta entenderlo. Sí lo entiendo de Macri, puesto que, parafraseando a Chesterton, “los ricos siempre han objetado a ser gobernados de cualquier manera”. ¿Será, como también afirmaba Chesterton, que la maldad es tan mala que no podemos evitar pensar que la bondad es un accidente?