Durante la pandemia, en Sangrre buscamos sostener cierta conversación (alimentada por diferentes aportes, como los de Franco “Bifo” Berardi y los de Alejandro Kaufman, entre otros), con el intento de encontrar formas prudentes del decir sobre ese nuevo paradigma en el que nos colocaba el COVID: los controles institucionales de los Estados sobre lo que sucedía globalmente, los protocolos de vacunación ante eventos de salud inesperados, los cambios profundos que la antecedían, como el cambio climático o el meteórico desarrollo tecnológico, que incidían sobre los modos de habitar y por ende de vivir.
Con el antecedente de aquel desborde editorial de tiempos del COVID, recibimos La Peste, posta. Pandemias, sociedades y política, el nuevo libro de nuestro compañero Eric Calcagno. Leímos, comentamos y nos atrevimos a reponer, en conversación con Eric, el flujo de algunas ideas-fuerza que su trabajo sintetiza magistralmente.
¿Por qué la pandemia? A ese tema sobrenegado por la sociedad contemporánea, que sigue siendo para nosotros un enigma de corte sociopsicotraumático –aquella herida, la angustia generada y las formas del enojo y el silencio en las que se transitó–, parece que le quedan ideas e imágenes, a las que tu pluma decidió atreverse. ¿Cuáles fueron/son los móviles que te llevaron a ella?
El punto de partida es una reflexión de Stefan Zweig, al comentar la sorpresa que tuvo cuando escribía la biografía de Fouché, y descubrir que el 14 de julio de 1789 había parisinos pescando en el Sena mientras el pueblo de París tomaba por asalto la Bastilla, a poca distancia de allí. El asunto es saber si uno puede entender los acontecimientos históricos mientras suceden. Allí encontramos dos posiciones contrapuestas: la clásica y más conocida, más cartesiana en la perspectiva de una razón deductiva, significa contar con un arsenal de categorías a priori que deberán analizar los sucesos según las etiquetas preestablecidas. En alguna parte, esta posición está resumida por Hegel, acerca de la necesidad de contar con el paso del tiempo para comprender los hechos. Vico, por su parte, adopta un posicionamiento diferente, más articulado con la razón inductiva, aquella que postula que la “verdad está en los hechos”, de modo tal que solo es posible comprender aquello en lo que se participa. Los conceptos que puedan explicar el objeto son consustanciales a la situación, sin posibilidad metodológica y rigurosa en el intento de analizar una realidad por afuera de la realidad. Eso sí, hay que saberlo y tomar, en el momento, la distancia de la reflexión crítica. No es fácil, pero recordemos a Scalabrini Ortiz, que participó en el 17 de octubre de 1945 –no siendo peronista, ni obrero–, cuando dijo “la historia nos acariciaba como una brisa fresca”. Estar, sentir, saber.
Vivir una pandemia a nivel mundial era un acontecimiento a nivel planetario; por lo tanto, fue una ocasión para ver si un fenómeno podía ser analizado mientras lo transitábamos. Además, en estricto respeto de las medidas sanitarias, había tiempo para escribir.
Según el planteo del libro, citando a Mauss, también vos reponés que los elementos que mantienen la cohesión social desaparecen durante las pandemias. ¿Qué elementos centrales se ven trastocados en el funcionamiento de la sociedad actual?
La cohesión social está dada por diferentes instituciones y dispositivos que crean costumbres y son portadores de sentido, y que ya tienen varios siglos. Es un poco lo que dice Foucault en Vigilar y castigar: instancias de dominación de una élite sobre el resto de la sociedad. En el caso de la pandemia, que es un fenómeno en esencia biológico, deviene en peste, que es un hecho en esencia social; desde cierto punto de vista, el castigo divino es porque fallaron las instancias de vigilar y castigar, con lo cual la peste cunde en la ciudad. Fijate, por ejemplo, lo sucedido con el caso de incesto entre Edipo y Yocasta, que trajeron la Peste a Tebas. En la visión de la Grecia clásica, la enfermedad personal era el castigo por no cuidar el propio cuerpo, y la peste era el castigo por no cuidar el cuerpo social. Era un crimen contra los dioses, es decir, un delito político. Llevemos esa metáfora a la actualidad…
Una de las hipótesis en el libro es que todas las pandemias conducen a una misma peste, en cuanto hecho esencialmente social, y que esta emerge inexorablemente como resultado de una combinación de cambios científicos, técnicos, institucionales que promueven una nueva estructuración de la vida. ¿Cuáles serían esa serie de cambios y qué atisbos de esta nueva vida social podemos marcar?
Para tratar de contestar voy a utilizar unas categorías elaboradas por Giambattista Vico, un filósofo napolitano de la primera mitad del siglo XVIII. En una de las primeras explicaciones dialécticas de la evolución histórica, Vico propone tres instancias distintas, que corresponden a la edad de los dioses, la edad de los héroes y la edad de los hombres. En el caso de las pandemias-siendo-peste, la edad de los dioses corresponde a la gestión religiosa de la pandemia, entendida como un castigo divino destinado a expiar los pecados. La edad de los héroes es la gestión política, en la que instituciones establecidas toman a cargo la situación desesperada. Por un lado, el establecimiento de cuarentenas a cargo del Estado, reforzadas por las fuerzas armadas si es necesario: lo vemos en la Peste de Marsella, por ejemplo, donde la ciudad fue sitiada. Por otro lado, entre los encerrados intramuros con la dolencia, aparecen liderazgos que ordenan el caos: pequeños nobles que organizan los socorros e inclusive la Iglesia, que con la modernidad es cada vez más un auxiliar de la ciencia y de los médicos, que ayuda a los infectados. Los héroes también son los investigadores que deciden atacar las causas antes que tener que lidiar con las consecuencias. Es el tiempo de los Jenner, Snow, Pasteur, que decidían donar a la humanidad los descubrimientos en materia de vacunas en vez de patentarlas. Finalmente, el tiempo de los hombres es cuando el mercado asume la investigación científica a través de multinacionales farmacéuticas. La pandemia es una oportunidad de negocio, y mala suerte para la peste. Incluso si el trabajo científico depende por mucho de las universidades públicas, la comercialización queda en manos privadas, al menos en el “occidente colectivo”. Otra apropiación de lo público por parte del lo privado: así es como funciona el capitalismo realmente existente en nuestros días. Quizás la “novedad” que aportó el COVID-19 es que convivimos con las tres edades al mismo tiempo: afloran los prejuicios, como en el tiempo de los dioses; existen los héroes, en particular en las universidades e institutos públicos especializados; y estos conviven también con los hombres. La lucha por los respiradores, por ejemplo, al principio de la pandemia, cuando algunas naciones mandaban a recomprar lo adquirido por otras, en una muestra de desesperación. O los acuerdos de las farmacéuticas con los Estados, en los que solicitaban –y obtenían– condiciones inaceptables para protección corporativa. La propia Ursula von der Leyen sabe algo de eso de las negociaciones personales para la compra de vacunas. Así, los “héroes” son reducidos a “hombres” y los “hombres” –el mercado– pasan a ser “los dioses”. La confusión es completa. Lo que puede decirnos, en términos de cambios, es que es un fin de ciclo: caracterizado por el caos lucrativo, es la configuración de un nuevo orden social, que la peste apenas ha develado. Después de todo, Apocalipsis quiere decir “revelación”.
Si bien no había durante la pandemia idea sobre el futuro, creo que como forma de mitigar la total inseguridad que provocaba aquel momento, se escuchaban proposiciones del tipo “El coronavirus pasa, la comunidad organizada queda” o “Saldremos mejores”. ¿Por qué considerás que el resultado fue completa y socialmente inverso –al menos en el colectivo argentino–, con variables de atomización, polarización, crueldad y abandono en los territorios pandémicos que supimos construir?
La noción de territorio pandémico es interesante. La idea de “salir mejores” quizás estaba bien como declaración de intenciones al principio, como un objetivo a cumplir. Para eso, es indispensable construir política, no es algo que vaya a hacerse solo. De hecho, la gestión correcta de la pandemia en la Argentina, con un porcentaje de sobremortalidad del orden del 14 por ciento –que es el modo de medir el impacto del COVID-19 en los diferentes países–, nos pone a la altura de los países desarrollados, muy lejos del 60 por ciento de Ecuador –un país dolarizado–, lo que habla bien de lo que queda de la salud pública nacional, de la negociación por las vacunas, de la investigación local y de la respuesta de la sociedad civil. Deberíamos recordar que, si la Argentina no tuvo las escenas que vimos en Italia o en Estados Unidos por falta de respiradores, es porque nosotros fabricamos los propios en Tierra del Fuego, una provincia que el régimen de Milei intenta ahora disolver, como al resto de la Argentina.
Como poderoso revelador, por otro lado, la peste mostró que, en ausencia de una acción política movilizadora por parte del peronismo, aun en términos virtuales propios de la era de las pantallas, ese vacío siempre será ocupado por el gorilaje. El activo reaccionario al peronismo, que predicaba la libertad de salir a correr o a manifestarse en medio de una pandemia, es la casta de gobierno actual. Algo que los obispos de Marsella o de Milán de principios del siglo XVII jamás hubiesen permitido.
Esa “nevada mortal” es mala, “no salgamos”, diríamos en términos del Eternauta. Desde el punto de vista político, fallamos en la creación de sentido para sobrellevar la peste cuando tuvimos un buen comportamiento durante la pandemia. Dejamos ese “territorio pandémico” en manos del oscurantismo, que asimiló las medidas de salud pública al “colectivismo” –se nota que no saben quién fue Stalin–, a la “maldad” de las vacunas o a las dudas sobre la naturaleza esférica de la Tierra. Las relaciones sociales ocupadas por el terraplanismo manejaron las redes, que por momentos parecieron la única manera de comunicarse.
Toda pandemia, claro, reinaugura en términos culturales una retórica del terror, de la catástrofe, del miedo. ¿Creés que, en nuestra sociedad, estas reaperturas dialógicas con las lógicas del cuidado o al menos reconstruidas desde el miedo han sido subsidiarias de la aparición del fenómeno Milei?
En esta situación, hurgamos en las áreas más oscuras del alma; de hecho, el discurso del miedo aparece consustancial a la peste. La muerte aleatoria y segura, propia de la percepción de la pandemia, en la faz social es un fenómeno difícil de transitar, desde la comprensión hasta la explicación. Ese brote de irracionalismo llama al miedo, y la manera de asir lo inasible es la construcción del odio y la persecución hacia quien es designado como culpable de los males que se sufren. Los culpables son siempre los parias del momento: pueden ser cristianos, judíos, inmigrantes, pobres, según las épocas.
La designación de chivo-emisarios es fundamental en la gestión social de la peste, habida cuenta de que a lo largo de la historia no es posible para el colectivo sobrellevar un absurdo sin explicación. A veces, esas persecuciones son avaladas por el poder político, pero a veces no, y vale la pena interesarse en los momentos en que el poder de Estado diverge del fenómeno persecutorio. Fue el Rey Pere, en Catalunya, el que defendió las juderías de Barcelona contra los ataques; así como el Papa Clemente VII, culto y libertino, emitió una bula en contra de las persecuciones antisemitas en plena Peste Negra. En el mismo contexto, Casimiro III, Rey de Polonia, recibió a todos los perseguidos judíos de territorio germano. La evolución de la Iglesia también es interesante: de participar en las condenas hubo prelados que se hicieron cargo de las ciudades azotadas por la peste, como Borromeo en Milán o Belsunce en Marsella, en ausencia de las autoridades políticas que huyeron de las ciudades. En ambos casos, los eclesiásticos actuaron acorde a las opiniones médicas de su época; Belsunce hasta acusó a la avaricia de los mercaderes de ser el motivo de los estragos sucedidos en Marsella a principios del siglo XVIII, pues estos prefirieron ingresar ropa contaminada antes que perder el lucro.
Con la llegada del Estado moderno en el capitalismo, el asunto de las vacunas, de la prevención, del “higienismo”, tomó mayor impulso en una gestión pública de la peste. Los prejuicios no cesaron –se difundieron contra los chinos en Estados Unidos o los gitanos en Italia a fines del siglo XIX–, pero quedaba admitido que la investigación científica era esencial, que las autoridades médicas debían ser escuchadas y que las poblaciones debían ser cuidadas. Esa modernidad culminó en 1980, cuando las Naciones Unidas lograron erradicar la viruela del planeta. Desde entonces, el advenimiento de la posmodernidad y la proclamada “caída de los grandes relatos” –lo cual también es un relato– reabrieron la puesta a las versiones más oscurantistas del origen de las pandemias y de la gestión de la peste. Esto es lo que pudimos constatar en la vivencia del COVID-19.
Como supongo que la peste acelera, revela y devela lo que ya existe, las sociedades donde existe una comunidad organizada, como China, saldrán reforzadas, mientras que enlas sociedades donde priman los valores individualistas que tanto pondera el Capital quedará establecido que toda salvación es solitaria y “que se mueran los que se tienen que morir”, como se supo decir. Esta muerte ya no será por designo divino, sino por las fuerzas del mercado o bien las “del cielo”: en ausencia de política comunitaria, la cuarentena, sumada al uso del celular y los dispositivos informáticos, pudo canalizar las manifestaciones frustrantes de la peste y permitir el crecimiento de opciones extremistas ya existentes.
En La Peste, posta nos invitás a emprender un viaje, con una metodología según la cual las lecturas apuntan al análisis de procesos históricos –largos, difíciles, caóticos– a partir de los cuales hacer conscientes ciertos cambios de estructuras y mentalidades. En ese sentido, retomando ese arduo trabajo que nos propones, ¿por qué crees que la pandemia nos sigue marcando?
Creo que la pandemia aún nos marca porque los fenómenos políticos nacidos a la sombra de la peste son los que gobiernan hoy. Trato de demostrar que la peste acelera los comportamientos dominantes en un determinado tiempo y espacio. Así, la peste en Marsella a principios del siglo XVIII encuentra a un poder francés en transición hacia la modernidad. En aquella coyuntura, en efecto, el canciller D’Augesseau –algo así como el primer ministro– ordena una de las primeras políticas contra la pandemia y sobre todo contra la peste. ¿Qué hizo? En primer lugar, mandó a cercar con el Ejército las zonas infectadas, mientras afirmaba en público que había que tratar la pandemia como si no fuera una amenaza. O sea, realizó un manejo de la información sobre la peste con una política para no provocar el pánico generalizado mientras que sus órdenes políticas de defensa la identificaban como el peor peligro para el Reino. Por otro lado, abrió institutos de investigación para tener la versión científica de lo que significaba la pandemia. Pero, sobre todo, D’Augesseau estableció que el bien común estaba por encima del afán de lucro. Recordemos que esa pandemia se desencadena por la llega de un barco con mercancías que pese a estar infectadas fueron vendidas en los mercados del sur de Francia. La decisión tomada por D’Augesseau contrasta con el azote del cólera en Nápoles a fin del siglo XIX, donde una vez pasada la pandemia se decidió que la prevención y el saneamiento de la ciudad debía quedar en manos privadas –algo así como “que se muera el que se tiene que morir”, que es cuando la búsqueda de beneficios prima sobre los intereses colectivos.
Estos diferentes casos –este “viaje”, como bien decías– muestran a las claras que el estudio de la pandemia-como-peste puede dejarnos apreciar las marcas de fortaleza en sociedades orgánicas al bien común y las marcas predatorias en sociedades organizadas en torno a la obtención del dinero. Pero el recorrido también sirve, pienso, para poner de relieve y evaluar la sistemática aparición del síntoma pandémico entre las parcelas grandes del tiempo histórico: tanto en el pasaje de la modernidad a la posmodernidad, como en el paso de la posmodernidad a la antimodernidad que sufrimos hoy.