Este año, Argentina va a las urnas atravesada por la pregunta sobre la situación de sus fuerzas políticas y sus desgastes. Las elecciones de medio término se irán desplegando a partir de abril por diversas provincias hasta llegar a la elección nacional de octubre, y una de las cuestiones a sistematizar será la relación entre las configuraciones institucionales y las fuerzas sociales en cada una de sus tramas.

Después de un año marcado por una derecha en ejercicio capturando el centro de la escena, frente a la cual la reacción fue mayormente de estupor e impotencia –sensaciones de las que tratamos de salir hilvanando intentos de comprensión y resistencia–, 2025 se presenta como una oportunidad importante para lograr una derrota electoral de la agenda oficialista. Saber si la sociedad reaccionará con un límite a esta forma económico-céntrica de ejercicio del poder implica supuestos y preguntas anteriores y vitales para entender no solo el alcance, la forma y los condicionamientos en los que se llegará a esa instancia, sino los modos en que podría comenzar a plantearse un combate en términos sociales.

Cómo se enfrenta a este gobierno que, aún en crisis, sostiene un orden de representación según el cual toda relación social se establece desde la lógica del mercado como valor, será el telón de fondo de la contienda. Una parte de la sociedad irreductible a esos determinismos deberá definir cómo componer su imaginación política contra esta captura reaccionaria. ¿Se puede recuperar una primera capacidad de lectura de la representación a partir de la producción de lo común como lugar de valor en cuanto tarea primera? ¿En qué medida las zonas más vitales de la sociedad pueden habitar el diálogo con ese plano más institucional, no de manera lineal, por supuesto, sino en sus formas, sus preocupaciones y las fortalezas de sus novedades? Siempre hay una tensión irreductible entre las formas políticas populares y las estructuras representativas. Hoy, la multiplicidad y la focalización en que se desenvuelven las resistencias es un desafío aún mayor para una manifestación colectiva que permee en ellas. Pero, a la vez, es una oportunidad. La política popular en Argentina –y también su correlato representativo institucional– no se presenta sin conflicto, sin historia, sin narrativas sobre la desigualdad. Por lo tanto, el avance que se trata de lograr, además de ser electoral, deberá ser también algo más cercano a encontrar imágenes, tonos de una sociedad capaz de resistir al brutalismo, bajo la pregunta sobre cómo puede retornar lo irreverente, lo antirrepresivo, las narrativas de justicia.

En específico, en varias provincias hay elecciones intermedias (legisladores provinciales, intendentes, concejales) cuyos gobiernos locales han decidido desdoblarlas de las nacionales de octubre, para acumular peso en armados propio de sus territorios, por fuera (o, al menos, sin tensión) de la lógica nacional. Salta, San Luis, Jujuy, Chaco y Ciudad de Buenos Aires irán a las urnas en mayo (el 11 las cuatro primeras, el 18 la Ciudad); Misiones hará lo propio en junio, y Santa Fe tendrá elecciones el 13 de abril (PASO) y en junio (generales), con el agregado de que elegirá también convencionales constituyentes para la renovación de su Constitución provincial. Por su parte, Corrientes y Santiago del Estero, además de renovar parte de sus autoridades legislativas, elegirán gobernador. Falta definir el calendario de la provincia de Buenos Aires, que se espera que también desdoble su elección, y de Mendoza (PASO y generales), mientras La Rioja y Formosa parecen sumarse a Catamarca y se espera que unifiquen. En una narrativa cada vez más polarizada a nivel nacional, la mayoría de los gobiernos provinciales más o menos cercanos al gobierno libertario –en términos discursivos y también con votos de sus representaciones parlamentarias en el Congreso Nacional– apuestan a que esa lógica de enfrentamiento o de cercanía pueda separarse de las “cuestiones propias”.

En el resto del país, solo se elegirán diputados y senadores nacionales en octubre, y allí la situación será diferente. La polarización emerge casi necesaria entre un discurso sobre la inevitabilidad de un ajuste descomunal y sus resistencias. Del lado de las fuerzas populares, aquellos que aún en acción disputan por dar visibilidad y encontrar palabras para las víctimas del presente. Desde la derecha, el gobierno y sus aliados, con el intento por capitalizar el monopolio de la comunicación, de las fuerzas, de la institucionalidad y la legalidad del Estado, decidiendo sobre todos sus poderes sin distinción de margen de maniobra para su actuar, como forma de acumulación política. La despolitización de la sociedad a la que apuesta la lógica del gobierno horada, desgasta y desacredita toda forma de comunidad y, a la vez, se plasma en nuevas y viejas reacciones de una parte de la sociedad que los acompañará en las urnas. Para que esta dinámica se quiebre, la resistencia y el hartazgo deberán encontrar ecos que convoquen a sumar sus votos. Será un debate si se tratará de un frente “republicano”, de una ampliación de fortalezas desde un repliegue sobre las propias fuerzas o de una reconfiguración de alianzas. En cada provincia, en cada municipio, en cada espacio, habrá que anotar la correlación entre la política institucional y las formas colectivas a la espera, bajo la pregunta sobre dónde cada gesto de dignidad podría depositar la esperanza, para propagarse y hallar resonancias mutuas.

Por todo ello, y como hicimos en otras ocasiones, este año nos proponemos en SANGRRE hacer un acercamiento a cada territorio en cada momento electoral. A la vez, contaremos con los aportes de Hilario Moreno del Campo y de Manuel Calvagno, quienes nos brindarán herramientas para pensar, analizar y desentrañar las lógicas de las dinámicas y los resultados electorales.