La primera canción:

Mayo del 73, cancha de Racing. Estaba por, o bien acababa de, asumir Héctor Jota Cámpora, y los presidentes de Chile y de Cuba, que habían venido para el evento, ahora lo acompañaban en el palco oficial, ese domingo de futbol. No viene en realidad a cuento, pero les diré que ganó Boca dos a cero, con dos goles de Chupete Guerini, un muy buen delantero cordobés que, sin embargo, estuvo poco tiempo en el club.

Catorce años, yo. Tiempos de te sigo a todas partes, veinte años antes de sacar el abono de platea en la Bombonera, ya padre y además algo cansado de hacer estrategias para esquivar a la yuta, domingo de por medio, a la salida de la cancha.

Catorce años, también, para los comienzos de la militancia política, convencido de esa frase del Che que lucía estampada en una de las paredes de mosaico verde del colegio: “Todo estudiante honesto debe ser un revolucionario”.

Volviendo: ahí estaban, uno a cada lado de Cámpora, Osvaldo Dorticós y Salvador Allende, los presidentes que les digo, y las dos hinchadas, la de Boca y la de Racing, en una circunstancia extraordinaria que, si no han ido muchas pero muchas veces a la cancha, no puedan quizá captar en toda su singularidad, unidas en una sola canción, o más bien en dos:

Chile, Cuba, el pueblo te saluda
y
Perón, Evita, la Patria socialista

Catorce años, les digo, y no tenía problemas auditivos y no había consumido ninguna sustancia de circulación prohibida por las autoridades sanitarias y no me falla la memoria, no en este recuerdo por lo menos, de modo que créanme que era eso lo que se cantaba. Miles y miles de personas, el estadio repleto. Catorce años, una vez más, y cómo no creer entonces que la revolución era solo cuestión de tiempo, que estaba a la vuelta de la esquina.

No duró mucho la vigencia de esa canción, ya lo saben. A los pocos meses, había cambiado bastante el panorama en la Argentina. Se había enmarañado y se había ensombrecido. Y, en Chile, Salvador Allende estaba muerto y remplazado por Pinochet.

La segunda canción:

Diez años después, terminando la dictadura, en otro momento de felicidad popular de los que no abundan, se cantaba otra canción. En todas las marchas y movilizaciones, y se siguió cantando varios años en democracia y, una vez que se dejó de cantar, porque el momento histórico había pasado, su significado permaneció vigente y nos permitió reconocernos mutuamente como orgullosos integrantes de la misma sociedad que había logrado salir del horror y que entendía, sin necesidad de mayores explicaciones ni recordatorios, todo lo que quiso decir el fiscal Strassera cuando terminó su alegato en el juicio a las juntas militares con esas famosas cuatro palabras: “Señores Jueces, nunca más”.

Pero algo, quizá mucho, ojalá no todo, del significado de esa canción y de ese orgullo que les digo, entiendo que se desvaneció cuando la mayoría de la sociedad decidió votar, en 2023, a una fórmula presidencial que no tenía ningún reparo en contra de Margaret Thatcher, ni de Jorge Rafael Videla, ni del Fondo Monetario Internacional, todo lo contario, digamos.

Seguramente recuerdan la letra de la canción, espero no la hayan olvidado, qué pena que lo hubieran hecho.

Milicos, muy mal paridos,
¿qué es lo que han hecho con los desaparecidos?
¿La deuda externa, la corrupción?
Son la peor mierda que ha tenido la Nación.

¿Qué pasó con las Malvinas?
Esos chicos ya no están.
No tenemos que olvidarlos,
y por eso hay que luchar.

Perdón, Led Zeppelin.