Daniel Vidal es comunicador, productor audiovisual y fundador de Surajo TV, el canal comunitario de Mar de Ajó, provincia de Buenos Aires. Pero también es fanático de los Redondos y conforma junto con tres amigos ricoteros el Comando Luddista, colectivo productor de El alucinante viaje de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, documental que viene girando desde hace diez años por todo el país.

Conversamos con él sobre su experiencia en la comunicación, sobre la producción de contenidos audiovisuales en tiempos algorítmicos y, por supuesto, sobre su trabajo documental con los Redondos, de cara a la imperdible proyección en Buenos Aires de El alucinante viaje de Patricio Rey, el próximo sábado 7 de septiembre a las 20 h, en el Centro Cultural Konex.

Vos tenés una trayectoria con alto impacto en producción de contenidos, pero a la vez tenés una selección de temas o enfoques que se mantienen alejados de las marcas de producción de los contenidos de su tiempo y –sea que estés trabajando en poner al aire un canal, sea en la producción de un documental– una impronta de comunicación-socialización diferencial. ¿Percibís ese diferencial? ¿Cuáles son los ejes conducentes de esas definiciones? Porque son decisiones que pareciera que se enmarcan en una concepción de comunicación bastante específica.

Bueno, en principio nunca racionalicé todo esto que me estás diciendo. Yo creo que fue medio como un devenir, que una cosa fue ayudando a la otra. Tempranamente, mi vinculación con la comunicación se dio en el Centro de Estudiantes de mi escuela secundaria, el CESMA del Mariano Acosta. Me había acercado al Centro para participar, y recuerdo esa experiencia con mucha gratitud, porque no me volvió a pasar nunca más ese tipo de participación política. La militancia estudiantil en secundarios no tiene parangón con ninguna otra participación, por lo menos en lo que atañe a mi experiencia. Porque hay un grado de inocencia y de buen sentir respecto de las cosas y de lo que se quiere hacer que no volví a vivir después, ni en la Facultad ni en la organización política.

Yo era secretario de Prensa y Difusión en ese entonces, y sacábamos una revista que se llamaba El Pupo: una suerte de hoja oficio doblada, cuya función era difundir los aportes e ideas de los estudiantes y algunos docentes y que costaba veinticinco centavos, que volvían al CESMA para financiar otras actividades. En el recreo más largo, que era el de las diez de la mañana, cuando se publicaba El pupo y veías a todos con la revista en la mano leyéndola y que se la pasaban unos a otros, era una sensación hermosa. Creo que ese fue el germen, la marca de que me gustaba eso de juntar ideas, conceptos, y darles forma narrativa, ver qué le agregaban varios de los que estaban: los que dibujaban, los que hacían los reportajes o los que diseñaban.

Después decidí estudiar Comunicación en la UBA. Disfruté muchísimo hacer la carrera donde, en un momento, nos cruzamos con Ricardo Leguizamón, un ingeniero obsesionado con montar radios y televisoras comunitarias. El tipo había aprendido a hacer transmisores artesanales y nos invitó al barrio Don Orione para visitar una de las primeras experiencias de televisión comunitaria. En ese entonces estaba la vieja Ley de Radiodifusión, con lo cual lo que habían montado era medio clandestino. Ese canal alternativo tenía un montón de aristas de lo que a mí me gustaban: era un montón de gente trabajando colectivamente, me permitía articular con otros amigos que habían empezado a producir audiovisual en el IUNA o en la carrera de Imagen y Sonido o en el CIE; además de, claro, la irreverencia de hacer tele clandestina.

Una cosa fue confluyendo con la otra. Hicimos un largometraje, que era sobre una murga de Parque Patricios que se llama Pasión Quemera. Durante mucho tiempo los fuimos a grabar a los ensayos y a los carnavales. Un gran amigo mío –y tuyo–, Pablo Zisman, bailaba ahí y daban cursos de historia con otros amigos. Yo veía que eso que hacían estaba buenísimo y busqué la vuelta para darle un formato audiovisual. Se presentó como tesina de grado.

Cuando se terminó la carrera, pensamos: “¿qué vamos a hacer?”. Y empezamos como a bosquejar un documental de Los Redondos, que todavía estaban juntos, eran los dos mil. En aquel momento la comunicación se puso en agenda. Yo creo que, en parte, también tuvo que ver con que muchas de las camadas de los que estudiamos las carreras vinculadas a Comunicación entre los noventa e inicios de los dos mil tuvimos que salir al mercado laboral y profesionalizamos la tarea. O sea, se empezaba a aclarar: “che, mirá que yo no hago prensa, soy comunicador”. Creo que hubo un cambio de paradigma en ese momento, que era tecnológico y de comprensión sobre desde qué lugar se entiende la comunicación en términos sociales. Una avanzada muy fuerte, porque los que estudiamos Comunicación entramos en muchísimas áreas que no eran específicamente las de la comunicación como se la entendía antes de los ochenta.

También el campo de saberes podía inundar varios intersticios institucionales que necesitaban “mano de obra” con una comprensión específica, tanto material como simbólica, de los nuevos procedimientos.

Si, y estaban también los procesos independientes o alternativos. Yo creo que hay una continuidad entre ese proceso y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, porque empezó a tomar más cuerpo, más fuerza, más carácter, a partir de ese proceso. En nuestro caso, por ejemplo, armamos una cooperativa para hacer producción audiovisual, porque todos laburábamos en eso y era todavía coherente pensar en términos de una industria audiovisual o de un mercado televisivo. La idea al inicio era laburar dando un servicio de producción para un tercero, pero después pensamos: “¿por qué? Hagámoslo todo junto”. Y apareció la idea del canal.

¿Por qué en Mar de Ajó?

Porque se daban muchas condiciones. En principio, teníamos el espacio. Para mí era importante tener un lugar propio. Había visto otras experiencias de televisión comunitaria en situaciones muy precarias. Entonces, pensé: “vamos a hacer algo sobre lo que nosotros podamos tener control”. Quiero decir, son tantas las variables que sostienen un canal y el esfuerzo que hay que desplegar que, si después no hay asistencia del Estado, o se te cae la publicidad, tenés que tener un musculo autónomo, para que el laburo no sea en vano.

Entonces, le pedí a mi abuelo, que en ese entonces estaba vivo y tenía un lote atrás de una casa en Mar de Ajo –la casa de mi bisabuelo, que fue uno de los pioneros de Mar de Ajó–, puse todos mis ahorros para comprar unas torres y, con amigos, básicamente, empezamos a hacerlo. No sabíamos cómo hacerlo, sabíamos que lo teníamos que hacer, sin pensar mucho más allá de las ganas de ver eso que hacíamos en una tele. Veíamos el alcance y probábamos, compramos más potencia. Hay que ubicarse en el tiempo que era: todavía Internet no tenía el alcance ni la difusión que tiene hoy, con lo cual pensar la comunicación y cómo hacer llegar el mensaje era totalmente distinto.

Siempre nos sentimos más cómodos apoyándonos en la autogestión y la independencia. Entendemos que en algún momento sí se necesita ir a hablar con distintos estamentos estatales o privados, pero siempre desde un piso, donde sabemos que hay ciertos puntos que no se van a negociar. Quiero decir, de movida dijimos: “está todo bien con los vecinos, pero nosotros no vamos a andar corriendo atrás del intendente para hacer una nota”. Eso lo supimos desde el minuto cero. Y claro, el tiempo nos dio la razón. Pero, también, tomar esa posición genera problemas, sobre todo en pueblos y en lugares muy pequeños, en los que muchas veces se sigue con un funcionamiento de la comunicación casi como en un feudo.

Y sigue siendo así en los canales nacionales, incluso… Nuestro país quedó muy relegado respecto a la autonomía de sus señales televisivas, con lo cual qué se podría esperar de las señales de alcance provincial o municipal…

Bueno es que la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual estuvo buena, pero hubo un montón de discusiones –que quizás algún día habría que hacerlas para saldarlas– sobre los usos que le dimos en concreto. Yo creo que, de todo lo que la Ley contemplaba, solamente se usaron los artículos para ponerle un freno a Clarín, sin ponerle atención a la base de la legislación, que era garantizar la pluralidad de voces y ampliar todo el sistema de medios de la comunicación popular/comunitaria/alternativa. Fueron contados con los dedos en la mano los casos de desarrollo de medios comunitarios, y por ley teníamos el 33% del espectro. El resultado de esa ecuación es que ganó Macri y terminó Clarín con un ministerio, fusionado con Telecom. Me parece que sobre eso hay que hablar y pensar, porque, si no, estamos en un problema y vamos a seguir estando en problemas siempre.

Totalmente: la disputa con Clarín desgastó y sesgó incluso la negociación posterior a diciembre de 2015 sobre un sistema de medios –teniendo en cuenta los plazos del proceso de desinversión que se planteaba–. Y, por otro lado, todos los que éramos parte o agentes de esa Ley desde la comunicación quedamos, en cierto punto, también entrampados en la discusión legislativa más que en la discusión sobre las acciones. Pese a que, más allá de la normativa o de las disposiciones, el terreno para que se desarrolle una industria audiovisual y un sistema de medios con algún grado de solvencia tuvo un plan de Televisión Digital Abierta, un tendido de fibra en tiempo record, un plan de fomento de producción de contenidos; todas acciones que, si bien fueron inacabadas, propiciaban un horizonte. Y, por cierto, tampoco es un problema de profesionalización, porque hay una capacidad instalada de agentes para que los medios locales o los medios comunitarios tengan competitividad. Ahora, sucede algo con el proceso de inversión local y lo nulo de la competitividad para que el decreto de Macri prospere.

El mejor ejemplo es el del canal nuestro. En diciembre de 2015 se firma el llamado a concurso para la zona de Mar de Ajó. Estaba firmado, lo que hicieron fue no publicarlo en el Boletín Oficial. Y después, con el decreto que saca Macri, lo suspenden, lo voltean. Voltean con un decreto una de las leyes más apoyadas de la democracia de 1983 a esta parte.

Nosotros estuvimos durante cuatro años diciendo: “ok, listo, vamos a bancar, porque ahora terminan estos cuatro años y esto se va a reencaminar”, en este proceso que vos describís. Cuando en el 2019 se gana, no pasa nada de eso. No se dio ninguna de esas batallas. A nosotros finalmente nos dan la licencia solo porque Enacom azarosamente quiso terminar de resolver nuestro caso, porque era obvio que lo tenían que hacer. Pero, ¿ustedes creen que se abrieron nuevos concursos, inversiones en fomento a escala o rediscusión del espectro para replantear un sistema? Y yo creo que, en un punto, hay algo de la comunicación popular, alternativa, que a las conducciones políticas no les cierra. Cuando entienden que esos medios pueden llegar a tener otra voz, que no es exactamente lo que ellos están pensando o lo que ellos quieren, no les dan bola. Pero, ¿qué pasa? Entre 2015 y 2019 no había sistema con espacios para hablar. No había radios ni canales. Como está pasando hoy.

Yo creo que no hay mucha diferencia entre lo que pueda llegar a pensar una organización de base territorial de origen marxista y un club de barrio de origen peronista. Los dos están siendo afectados casi como nunca en la historia por una fuerza política en el Estado y ninguno de los dos tiene lugar para hablar. La lucha se hace muy clara, y no hay comunicación comunitaria plantada para esas voces. Yo creo que eso las conducciones políticas no lo vieron. No lo vieron o no lo quisieron ver o fueron funcionales; no lo sé, la verdad…

La merma, en realidad, operó también sobre las pantallas comerciales. En el último tiempo, las señales en su conjunto sufrieron una involución de contenidos. Después de casi una total renovación técnica hacia la alta definición –el HD–, los canales de aire y de cable no producen contenidos ni de ficción ni periodísticos. Estamos hablando de un país que tuvo sus canales, su radio, su televisión y su cine, casi o en vías siempre industriales.

A mí me parece que, respecto de lo de los canales, hay algo que está íntimamente relacionado con la pauta. La aparición de las redes sociales y el advenimiento de Internet, con un montón de plataformas que permiten diferenciar los consumos y, sobre todo, los públicos, provocó que la publicidad deje de pensarse en forma masiva. Las empresas dijeron: “¿por qué vamos a pautar en este programa que le está hablando a todo el mundo, si yo puedo poner la plata en un punto específico?”. Ahí la aguja hipodérmica está funcionando mucho mejor. Tanto Facebook como todo Meta, Whatsapp, Instagram, Google, YouTube, son los que absorben una torta publicitaria que se achicó muchísimo.

Y, en cuanto se achicó esa torta publicitaria, lo primero que se cayó en la televisión masiva fue la ficción. Hace diez años atrás, sabías que tal día a tal hora tenías una buena ficción televisiva en Canal 13 o en Canal 11. Incluso la TV Pública intentaba hacer algún tipo de ficción. Eso es lo primero que se cayó. Y lo segundo que se cae es el periodismo de investigación. Porque una investigación requiere mucho tiempo y mucho costo para los cambios globales de la construcción de información.

Sin embargo, hay países de la región que parecen seguir teniendo señales fuertes y mucha producción de contenido audiovisual. Brasil, por ejemplo.

Brasil sí, pero la torta publicitaria acá no es la misma que la de Brasil, ni el mercado que tiene Brasil es el mismo que tiene Argentina. Argentina siempre está en el medio, en esos términos, porque tiene una gran capacidad técnica, sobre todo de profesionales hechos, pero con un mercado muy pequeño, que además sufre el proceso de que las nuevas generaciones no ven televisión.

Muy de nicho, en la comunicación alternativa hay producción de contenidos casi artesanales. Quiero decir, siempre también existen los que hacen comunicación sin tener en cuenta la audiencia o la guita, y sin caer en el streaming, que es una nueva versión de la vieja televisión barata del potus y el escritorio. ¿Tenés una opinión sobre el avance de estos nuevos formatos? ¿Sobre el tratamiento que se les da por el corte de redes? ¿Cómo pensás que impacta eso en la cultura y en la comunicación?

Cuando nosotros ingresamos en la carrera, éramos trece mil, más o menos, por camada; hoy hay un tercio. Pero fíjate lo que pasa. Cuando ingresamos eran los noventa, el neoliberalismo en su máxima expresión, y para nosotros los medios ocupaban un lugar en el cual veíamos una chance de disputar sentido. Ahora, la oleada está bajando, porque quizás todo eso que hacíamos antes para en un momento tener un programita de una hora en una radio no tiene sentido. En comparación con todo lo que necesitabas antes para hacer una hora de televisión, ahora no necesitás nada, necesitas este celular. Y con este celular haces un destrozo: cámara, editor de audio y de video, filtro, posproducción y subtitulado. Desde ese punto de vista, hay una democratización respecto del acceso a los medios para producir. El tema es, como siempre, qué se produce con eso, si vos no formas comunicadores y si no tenés algún tipo de marco ideológico sobre dónde colocas tu hacer y te encontrás con cosas como el streaming.

Por ejemplo, hace muy poco, fui a una entrevista en la Metro. Claro, la Metro tiene un edificio que es una estructura gigante y está superdesaprovechada, porque tiene un montón de estudios pero reduce todo su despliegue productivo a un cuadradito con un croma atrás. Eso que hacen no es radio, o sea, es televisión berreta. En realidad, no termina de ser una cosa ni la otra, porque lo que terminas viendo no es ni radio ni televisión. Porque ves todos los flecos. Desde el punto de vista de la radio, si estoy en la entrevista y le hago una seña a otro, “che, acércate al micrófono”, eso se trasmite. A la vez, no es televisión, porque lo que estás viendo atrás es una es una suerte de pantalla que se mueve y los tipos sentados. Entonces es un híbrido que creo va a tener que decantar, no creo que con el tiempo se pueda seguir sosteniendo en estas condiciones, sobre todo como un medio que se piensa como mainstream. Porque te la entiendo si son tres pibes de segundo año que quieren hacer su programa de radio, rompan todo y es la que va. Ahora, que vos tengas una superestructura como la que está ahí… Y, qué sé yo, tirá una pared abajo y hace buena televisión. O volvé a la radio; hacé una buena entrevista de radio. Porque hay una mística en eso de que no se vea, hay un tiempo, un espacio, una reflexión. No te sentís intimidado por una cámara.

Inconscientemente, el formato tiene un defecto. Esa cámara sigue estando ahí, por más que no haya nadie que la maneje físicamente al lado tuyo; entonces, el tipo que está conduciendo está más pendiente de cómo salen en la cámara. Por otro lado, están entrando los mensajes, los que antes el community manager les pasaba por cucaracha a los conductores como Fantino. Eso entra, atravesando toda la comunicación, las redes sociales directamente atravesando a todos.

Y lo que termina pasando, entonces, es que al contenido se lo termina deglutiendo el propio formato del streaming, donde cada vez gana más espacio el ego del tipo que está contando algo y su juego retórico en busca del clic… Es triste, casi, la retórica de hacer reír, porque se lleva puesta enunciativamente cualquier narrativa, sea poética, histórica, social, política, incluso deportiva. Todo el que entra allí cae inexorablemente en la trampa.

Esto empezó como una producción de bajo costo, para que se distribuya el fenómeno argentino de que en cualquier plaza los pibes podían hacer freestyle y hip hop, lo que obviamente está buenísimo. Pero, más allá de ese fenómeno, en términos estrictamente narrativos audiovisuales, si lo aplicamos a todas las producciones estamos en un problema. Al no ser ni radio ni televisión, puede pasar otra cosa, que es que quede supeditado a la lógica del megatest total. Que haya una persona encargada de mirar lo que dice el chat de YouTube con un micrófono debería comprenderse desde el punto de vista de la inmediatez, pero también de un modo de narrar contenidos fuertemente impregnado por la lógica del Whatsapp y de la selfi. Y también de una supuesta idea de que todo merece ser comunicado: cuando eso cristaliza, nada merece estar comunicado. Ese vivo segundo a segundo es como ser un payaso haciendo girar cinco pelotas en el aire. No se puede estar todo el tiempo así, te aburre. Podes cambiar las pelotas por unas clavas, pero el entretenimiento constante termina aburriendo.

Al menos en alguna instancia, creo, algunos todavía buscarán un contenido, una reflexión, no el pedacito cortado para redes de una entrevista de dos horas. Estamos en un tiempo en que la gente cree efectivamente que vio contenidos por haber pasado cuatro fotones o un minuto del contenido en una red social. Yo estoy seguro que la mayoría no consumen, no ven, los contenidos que hacemos, nosotros en el canal o ustedes en Sangrre, por ejemplo. Inconscientemente, se cree que se vieron, que se sabe; pero eso pasa en una superficie, o sea, la atención termina teniendo la profundidad de una pelopincho.

Contanos un poco sobre el documental de los Redondos. ¿La producción está a cargo del autodenominado Comando Luddista?

Sí, somos cuatro los que integramos el Comando Luddista. Es un proyecto independiente autogestivo de cuatro amigos que tienen en común una devoción total por la obra de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Nosotros decimos que tenemos ricotitis aguda.

Tanto en el Comando Luddista como en el canal no hay división de roles: no es que hay uno que es el director, otro es el productor, otro es el director de fotografía, otro es el contenidista. El trabajo de producir el documental nos llevó ocho años: lo terminamos en marzo de 2014 y al año siguiente, octubre de 2015, lo pusimos al aire en el canal Surajo TV. Y así como juntos produjimos todo, organizamos las presentaciones del documental. Desde el inicio pensamos una presentación a contrapelo, sin distribución. Porque la circulación de los bienes culturales en la Argentina –que surgen fundamentalmente en la Capital Federal, con cierta cobertura en los medios y con algunas productoras bancándolos– es escasa: salen algunas compañías teatrales, pero a pocos lugares; ni hablar que circule una producción audiovisual y con un documental de los Redondos. Además, el modo en que queríamos abordar el mostrarlo ameritaba que lo hiciéramos al revés: desde las provincias hacia la Capital.

Entonces, agarramos un motorhome, proyector, pantalla, y nos fuimos a recorrer toda la Argentina. Lo presentamos en Córdoba, en el Cosquín Rock, en Santa Fe, pero también en los pueblos más insólitos que se te puedan ocurrir. Llegábamos, una banda de delirantes, empezábamos a hablar con la gente del lugar, ver los espacios, ahí venía el intendente casi siempre y, bueno, se armaba la presentación. Lo hicimos así durante dos años, por Argentina y por Uruguay. Nos pasaron infinidad de cosas muy bonitas, mil anécdotas. Es primordial que en los proyectos la pasemos bien nosotros, todo lo demás se da por añadidura.

Una prerrogativa que tienen es que es que no han subido el documental a plataformas. O sea que solo se puede y tiene que verse de manera presencial. ¿Por qué ese romanticismo comunicacional? ¿Hay una fe particular en el encuentro aurático que se da en las presentaciones? ¿Confían en cierto estertor de las misas ricoteras?

En principio, nosotros consideramos que la película se termina cuando se exhibe en una sala, en un patio, en un aula, donde sea. Y siguiendo algunos de los patrones de Los Redondos: solos y de noche. Hay algo ahí que es ir al cine, pero es un poco más. Hay algo de la experiencia que no se puede transmitir y, en realidad, en tiempo de plataformas, de consumo inmediato, de tener todo tan a la mano, en el caso de nuestra peli, si querés saber algo de esta banda que te gusta tanto, si querés saber una parte de la historia de Los Redondos que nunca viste, con un archivo zarpadísimo… Y bueno, vas a tener que salir de tu casa, te vas a tener que cambiar y vas a tener que compartir esas dos horas con otro montón de personas que están viviendo la misma situación. Hay que moverse. Nuestra intención es que se viva algo ahí, como decías, del aura. Las experiencias no se venden, se viven. Y la nuestra también. Por eso queremos producir cada presentación, queremos ver en qué lugar, cómo, de qué manera se proyecta. Es como ir a contrapelo de todo, así como Los Redondos también fueron a contrapelo de todo en un montón de cosas. El éxito, para Los Redondos –y en la peli se ve claramente–, nunca fue la masividad. El éxito pasaba por defender el estado de ánimo, defender tu día a día, poder compartirlo con el otro y generar algo.

Creemos que es una muy buena peli, que nos costó muchísimo, que le pusimos muchísimo laburo y mucha investigación: está hecha con testimonios de primera mano de todas las personas que participaron y estuvieron ahí, lo vieron y lo contaron. Eso también tiene que ver con cómo presentamos la peli: no hay alguien que te esté narrando con una voz en off, son tipos que te hablan de algo que vivieron. Una forma polifónica de contar la historia.

Hoy me fui a pegar los afiches de la presentación en el Konex: me encanta, me ensucio y tengo un contacto con la calle. Eso yo lo aprendí siguiendo a los Redondos. En los recitales capaz nos pasábamos dos días o tres en algún lugar, un pueblito o lo que fuere, donde nos quedábamos compartiendo algo con alguien que no hubieras conocido de otra forma. Quedaba suspendida la diferencia social, la clase: estábamos ahí porque nos gustan Los Redondos. Íbamos a compartir bebida y comida y a reírnos y hacer canciones, probablemente a tener problemas con la Policía que nos venía a molestar. Muchas cosas de la cultura rock, que tenían que ver con una experiencia y un modo de estar en el mundo. intentan cimentar lo que hicimos en el documental. Porque los Redondos son el resultado de cosas pasaron a fines de los sesenta y se plantaron en un lugar único respecto de la cultura y de la política argentina.