Ximena Talento

A principio de este año, con la lectura de una nota periodística como disparador, en SANGRRE mantuvimos un intercambio de ideas y opiniones sobre los cruces entre prácticas culturales y lógicas mercantiles, entre lo público, lo privado y lo común, y su relación con la lectura, los libros y las bibliotecas como instituciones de producción y circulación. En busca de continuar y ampliar esa conversación germinal, fuimos al encuentro de Ximena Talento, licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), militante cultural y actual directora provincial de Promoción de la Lectura del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires.

Emilio: En enero, con todas las novedades de este año, nos había llamado la atención una nota periodística –que habíamos leído en la sección Cultura de Página/12, firmada por Silvina Friera– sobre un emprendimiento presentado con cierta candidez: se trataba de una pareja de jóvenes cordobeses que alquilaban libros. “Alquiler de libros en tiempos de crisis”, era el título, y daba cuenta de una pareja que lo que hace es eso: alquilar libros. Todo era llamativo, porque ¿qué hicieron? Una especie de… “biblioteca ambulante”, creo que en algún lado se la nombraba así. Aparecía toda esta cosa de la “noticia” de alquilar libros… La novedad y las bondades de una idea como esta.

En ese momento nos hizo ruido, porque, pensábamos, ¿cómo puede ser que se plantee algo así como una “buena nueva”, sin ningún tipo de discusión o corolario sobre el sistema de bibliotecas, de promociones de lectura, en un contexto de crisis económica? Porque no era una nota de Perfil o de Clarín. Recordábamos algunas producciones periodísticas de la época del macrismo: hubo una nota muy curiosa, sobre una licenciada en Letras que se había “transformado” en emprendedora, donde se contaba las bondades de aprender a vivir en la incertidumbre, de cambiar. Y ese caso, claro, era un gran ejemplo, ya que era alguien que, de ser licenciada en Letras, había pasado a gestionar la empresa familiar de cría de chanchos. Muy en línea con el entonces ministro de Educación, Esteban Bullrich, reflexionando sobre el tema de la adaptabilidad y el disfrutar la incertidumbre. Ahora, este caso, de inicios de la era Milei, claro, podíamos compararlo operativamente porque era similar, ¿no? Pero bueno, aquello era en el macrismo y en Clarín, y ahora esta nota aparecía al toque de empezado el nuevo gobierno y, curiosamente, en periódicos “progresistas” –una similar también apareció en Ámbito–, en la sección de cultura, hecha por una periodista cultural.

Todo eso, en síntesis, nos movió venir a charlar con vos, sobre lo que se ve y lo que se invisibiliza en estos tiempos, sobre las cuestiones de lo público y de lo común en relación con los libros, la lectura y las bibliotecas.

Ximena: Sí, es sorprendente esa nota, más cuando en ambos medios se conoce perfectamente el sistema de bibliotecas populares. Pero es como que nos traspasa el sistema del sentido común emprendedor.

E: Eso es lo que pensábamos, justamente: cómo la idea de la cultura que sobrevuela en todos nosotros (porque, obviamente, tanto el diario como los periodistas son parte de ese “nosotros”) evidentemente es muy permeable. Sin embargo, pareciera que no podemos linkear ciertas cosas con otras, aparece todo bastante disociado. Entonces, fue como un índice, algo que dijimos “bueno, sirve para salir a conversar”. Y ahí, por supuesto, nos acordamos de vos. Y, hoy, varios meses después, ya avanzado cierto proceso social, político, quisimos encontrarnos para charlar con vos sobre esto, sobre el sistema de bibliotecas, sobre el sentido de las bibliotecas.

X: Claro, es que se lee como una novedad el decir “¡ay! frente al costo de los libros, esta es una gran iniciativa, porque los usuarios pagan seis mil pesos”, cuando en una biblioteca popular o pública, leer y obtener prestados libros es algo que se hace a mucho menor costo o es gratuito. Las bibliotecas populares existen desde 1870, como asociaciones civiles que se forman para su comunidad y desde su comunidad. Nacen con los anarquistas y con los socialistas, se abren a partir de las siete de la tarde, ese es el esquema inicial de las bibliotecas: es el lugar donde reunirse después del laburo en la fábrica para construir un pensamiento crítico en común. Hay que tener en cuenta que, en el siglo XIX, los libros eran un bien cultural completamente escaso, mucho más que ahora.

La Ley de Bibliotecas Populares se sanciona en 1870, impulsada por Sarmiento. Anterior incluso que la Ley 1420 de Educación, que es de 1884. Después, el sistema de acompañamiento se fue ampliando: en 1936 se sanciona la Ley de Bibliotecas de la Provincia de Buenos Aires, y después hay municipios que van haciendo lo mismo. Entonces hoy tenemos a los Estados municipales, provinciales y nacionales apoyando esa iniciativa de constituir bibliotecas, que surgen de la voluntad de personas de una comunidad. Es un modo de pensar la política pública y, por lo menos para mí, lo más interesante es la vinculación del Estado con la organización civil.

Porque lo más interesante que tienen las bibliotecas es que todas las personas pueden hacerse socias, y eso les da derecho no solo a retirar libros, sino a participar de la comisión que dirige la biblioteca. Son espacios que crean comunidad no solo a través de los libros, sino a través de resolver problemas, hacer asesoramientos, dar talleres, etc. Habilitan espacios. Incluso tener Internet, para los pibes y las pibas, gratis. En la pandemia, por ejemplo, las bibliotecas han sido muy importantes: llevaban libros a las casas de la gente, leían libros por teléfono, etc. Son espacios que pueden o no estar vinculados a otras militancias, como las partidarias, pero políticamente son muy importantes en el tejido comunitario.

En este marco, el emprendimiento de “alquilar” libros que destacan esas notas quizás da cuenta de una profunda crisis de los sentidos y de la construcción de lo común. Crisis de la que, supongo, también es producto el gobierno de Milei.  Eso sucede en una provincia como Córdoba, donde hay muchísimas bibliotecas, con un sistema nacional que se establece con unas 1.400 bibliotecas populares en todo el país; es un dato del peso del mercado, de la penetración de sus lógicas. Porque para constituir una biblioteca popular, necesitas tener la personería jurídica al día, los balances, llevar una logística diaria; cosas que llevan trámites bastante engorrosos, además de trabajo y tiempo. Ahora, frente a ese montón de laburo que se dan las bibliotecas, frente a todo ese esfuerzo comunitario, la lectura sobre lo novedoso, lo bueno o lo destacado es una iniciativa particular y comercial que alquila cada libro a seis mil pesos. Mientras que una biblioteca cobra una cuota societaria súper módica, simbólica, que hoy será de quinientos o mil pesos, y que le sirve para sostener y pintar una pared, o para comprar libros.

E: Sí, es raro, igual, ¿no? Porque es cierto que hay una situación muy particular hoy con la industria editorial y los libros, los costos, los precios disparados. Pero, también, da la sensación de que hay ciertas discusiones mal situadas.

X: Es como perder los puntos históricos que tenemos, o los recorridos…

Karina: También hay una avanzada generalizada sobre la idea de la actividad gratuita, de lo gratuito. En este caso, entonces, de la idea de prestar libros, como de realizar servicios u otras cosas sin cobrar… Esta puesta en discusión, y en otro nivel obturada, la organización con fines de gratuidad. Porque podría hacerse también sin ser una biblioteca, y ser un grupo que se organiza para que circulen libros. Pero si eso existiera, que seguramente existe, no tiene ningún interés comunicativo. Más allá de esto puntual, hay mucha naturalización de la lógica de mercado en absolutamente todas las instancias de la vida común. Y eso es lo que hace que esto agencie como un hecho comunicable. O sea, que pase a ser novedoso en términos positivos… “Ay, bueno. Mira, qué divinos los chicos”.

E: Incluso hay toda una línea para pensar en ese sentido, también, en términos de la producción editorial independiente, porque también se las trata muchas veces de esa manera. Quizás hay desplazamientos que son más largos, evidentemente, que tienen que ver con el crecimiento del valor que se le otorga al emprendedorismo. Digo, en el fondo está la discusión sobre la cultura, y sobre la cultura como empresa, pero en el mal sentido. Digo “en el mal sentido”, porque tampoco es una empresa, alquilar libros; claramente, nada de eso tiene una verdadera lógica económica. En muchos casos la “empresa cultural” no tiene carácter “empresario”: no se sostiene en tanto tal, los que “emprenden” no pueden vivir de las cosas que producen. Sin embargo, hay como un valor muy positivo puesto en esa clave seudoeconómica, y no tanto en clave de lo social, de lo político, aunque siempre se habla de lo social y lo político.

X: Es cierto, y esto sucede en este país, que tiene una historia muy comunitaria… Horacio [González] sostenía que, en alguna medida, la cultura perdió pie cuando aceptó el lenguaje del mercado; por ejemplo, lo que en términos de política pública se tradujo en el MICA [Mercado de Industrias Culturales Argentino]. No sé si efectivamente es así, pero el lenguaje preformativo de lo industrial, de lo empresarial, configura una trama en la que el carácter comunitario, expresivo y voluntario en algún sentido no agencia. Un lenguaje que no está justamente asociado a poder mercantilizar o a poder otorgar su valor material. Cuando nos preguntamos cuál es el producto bruto interno que produce la cultura, en algún punto perdemos la discusión. ¿Qué se podría decir en términos de costo y de distribución con relación, por ejemplo, a Zamba? No lo sé, pero ese contenido modificó las subjetividades de las infancias entre 2011 y 2015, y eso es indiscutible. A la vez, la tensión es interesante, porque las acciones culturales que generan valor simbólico en términos comunitarios debieran percibir renta por la creación de tal valor mucho más acá de constituirse en industria o mercado. Que es otra de las discusiones que se están dando más ahora, en términos del trabajo cultural y de la defensa del trabajo de la cultura. ¿Quiénes encarnan el trabajo cultural? ¿A que llamamos trabajo cultural? ¿Los carnavales, las murgas, los centros culturales autogestivos, todas esas actividades completamente comunitarias que se hacen sin guita, no son trabajo? Las bibliotecas populares son un movimiento de al menos cuarenta mil voluntarios a nivel país. ¿Se puede decir que eso no es trabajo?

En algún punto coincido con Horacio: perdimos cuando la cultura aceptó poner en números su valor, tratar de mostrar la utilidad a partir de índices económicos. Porque yo creo que la cultura, como dice González, es la estructura secreta de todo lo que somos. Y, si es así, es imposible poder cuantificarla, medirla en términos de producto o de productividad.

K: Sí, también es verdad que, al dejarlo completamente en una visión no economicista, como Estado te quita perspectiva para regular, para intervenir, para promover.

X: Pero ¿por qué en Salud o en Educación no se preguntan por el PBI que generan? El valor de la educación no está dado por cuánto produce en el PBI, está dado en la calidad, está dado por las discusiones alrededor de la educación, pero no son discusiones meramente económicas, ¿o sí?

K: Quizás haya una diferencia, que tiene que ver con el objeto y su relación con el Estado, al menos aún en el país que teníamos hasta hoy. Hay, efectivamente, una mercantilización en la cultura: más allá del Estado, la cultura produce objetos-mercancía de altísima calidad y complejidad. Hay un mercado. En la educación y la salud también existe mercado, obviamente. Ahora, lo que planteas vos es que la decisión en cuanto Estado no radica en el mismo tipo de intervención.

E: Es que, claramente, hay un mercado, hay mercancía. El tema es la legitimación: hay un problema ahí con esa legitimación. Sobre todo, porque dejas por fuera un montón de cosas sin valorar. Quedan por fuera en términos de valorización, y luego, quedan por fuera porque no terminás de estructurarlas, pareciera. Porque, por supuesto, los procesos políticos son más grandes; pero, en el fondo, la sensación es que, por más que se siga en ese camino, bajo esas coordenadas nunca se termina de estructurar –por lo menos en las condiciones de una sociedad como la nuestra– un mercado real.

K: Ahora, Xime, vos estás en Provincia de Buenos Aires, haciendo una coordinación de las bibliotecas populares. ¿En qué estado de situación está ese trabajo? ¿Qué problemáticas ves?

X: Nosotros estamos laburando con la red de bibliotecas populares de la Provincia. Como todo en la Provincia, es gigante. Si el sistema nacional tiene 1400 bibliotecas, la Provincia de Buenos Aires tiene 450 de ese total. Es decir, nuestro universo es bastante grande. Y lo que encontramos es un problema: cuando se habla de bibliotecas populares, la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) es algo que se reconoce fuertemente como un ámbito del Estado que las acompaña. Ahora, la Provincia de Buenos Aires no tiene algo así. En este momento, la inversión que hace la Provincia es de más o menos 150 millones de pesos en subsidios mensuales. O sea, más o menos 350 mil pesos por biblioteca. Es un montón en el global, pero eso no tiene una ponderación. Es más, desde que llegamos, lo que aparece es la puteada porque el subsidio no llega en tiempo y forma, y porque se malentiende que el subsidio es un salario. Hay una confusión respecto de qué significa ese subsidio. Es decir, hay una ley, hay una formulación acerca de cómo el subsidio equivale a dos salarios; y hay, a partir de esa cuestión, que es formal, una mala lectura, que podría resumirse así: como el subsidio equivale a dos salarios, entonces la Provincia te paga el bibliotecario. Si la Provincia te paga el bibliotecario, obviamente se entiende que ese subsidio es un salario, cosa que no es así. La Provincia otorga este subsidio, al igual que el de Nación, para gastos corrientes, es decir, para el sostenimiento de la biblioteca: pueden ser compra de libros, o pago de servicios, como luz o internet, o lo que decida la comisión directiva en cada caso.

Ahora bien, en este corto tiempo, hicimos dos encuentros provinciales en Chapadmalal, y por primera vez se compraron libros el año pasado para bibliotecas populares. Los dos encuentros tuvieron feria del libro, con un subsidio especial para quienes participaban para comprar en esa feria, que es exclusivamente de editoriales de la Provincia. Esta decisión tuvo la intención de producir un conocimiento sobre la producción bonaerense. Para nosotros es muy importante que haya esa comunicación, que se conozcan los catálogos de las editoriales de la Provincia en las bibliotecas de la Provincia. Y fue bastante interesante: promovimos un conocimiento mayor y, además, una experiencia enriquecedora para los asistentes, en Chapadmalal, frente al mar. De los Encuentros participaron además artistas y escritores, como Liliana Herrero, Diana Bellessi, Claudia Masin, Marie Gouiric, Leo Oyola, Carlos Ríos, Sergio Raimondi, Las Opera Queer, Cesar González, María Pia López, entre otrxs. Se armaron talleres para pensar los modos de la gestión de una biblioteca, se dieron discusiones y, principalmente, se propició un espacio para poner en común y conocer las diferentes experiencias que las bibliotecas populares producen.

Porque otra cuestión importante es que las bibliotecas populares son todas distintas. Tiene que ver con quiénes participan, con quiénes las conducen, con qué redes construyen y con qué sentido se crearon. Las hay centenarias, hay otras que están cumpliendo ciento cincuenta años en la Provincia y hay otras que tienen veinte o treinta años.

En muchas localidades, en muchos municipios, la biblioteca popular es la biblioteca emblemática. Por ejemplo, en Chascomús se fundó antes la biblioteca que el propio municipio, es una de las que tiene más de ciento cincuenta años. Son centros de comunidad. Es algo que siempre ha dicho Horacio: lo primero que trae la revolución de este país es la fundación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Es una marca de inicio de esta nación. Y se ve luego a lo largo de lo que hace Sarmiento, y me parece que da cuenta de que, en nuestra sociedad, las bibliotecas son lugares de discusión y de legitimidad social. En un montón de lugares, ser parte de una biblioteca no es menor. La gente que forma parte de la biblioteca está también disputando sentidos culturales en su comunidad. Como todo, esto también se va modificando; quizás ha perdido con el tiempo un poco de peso, pero era muy común que seas presidente de la biblioteca y termines siendo intendente. En mi propia historia familiar, mi abuelo en Navarro fue presidente de la biblioteca y después fue intendente. Donde hay gente que más o menos milita, en la biblioteca pasa algo muy piola, porque se arman red y sentidos. Las bibliotecas disputan mucho los sentidos. En muchos casos, estamos hablando de lugares donde no hay ni librerías, ni otros centros culturales.

K: Me parecía interesante, Xime, lo que decías sobre la particularidad de la biblioteca, sobre la particularidad, también, que implica una organización comunitaria alrededor del objeto libro. Me parece interesante eso que se arma desde una selección de libros, de autores, editoriales, de lecturas. ¿Qué sucede particularmente en las bibliotecas con los catálogos, los editores independientes de la Provincia de Buenos Aires? O sea, ¿cuáles son las demandas? ¿Cuáles son las ofertas de esas editoriales? ¿Qué hay de nuevo, de novedoso en eso?

X: Está pasando, en principio, que se habilitan muchas narrativas o muchas discusiones. El mero hecho de que los escritores y las escritoras bonaerenses no tengan obligadamente que llegar a Random House o a Planeta y que ya en su provincia exista quien te pueda editar es una novedad. Hay ciento cincuenta editoriales en la provincia, no incluyendo a las universitarias, que son muy buenas, con catálogos muy trabajados. No quiero ser injusta en nombrar alguna sí y otra no, son un montón, con variedad de ensayo, poesía, narrativa, y todas habilitan otras circulaciones. Eso, en principio, ya me parece más que festejable.

Por otra parte, el gobierno provincial está comprando libros a las editoriales. En 2023 entre Educación y Cultura se compraron más de trece millones de libros. Desde esos espacios se definen también qué narrativas queremos que circulen. En el caso del Instituto Cultural, por ejemplo, el programa Más Libros Para Más fue una convocatoria para la compra pensada para las Bibliotecas Populares; en el caso de Educación, la articulación significó que las colecciones que se compraron para bibliotecas escolares, CIES y otros ámbitos de ese ministerio pudiesen ampliar el espectro y también llegar a bibliotecas populares. Esto profundiza una demanda que recogimos de las bibliotecas populares, que es el fortalecimiento del vínculo entre escuela y biblioteca.

Otro tema es evitar caer en nuestra propia trampa como estructura de Estado: la dispersión, en lugar de la organización. En el Instituto Cultural, desde el inicio estamos trabajando en los cuatro ámbitos: las editoriales, los autores, las bibliotecas y las librerías.

Por lo menos a mí, que me toca pensar la promoción de la lectura, tener la visión integral de las cuatro patas, que son centrales para poder pensar, significa organizar una estructura territorial del tema. Incluso en los encuentros regionales que armamos desde el Instituto Cultural hacemos una mesa de trabajo con editoriales, bibliotecas, autorxs y librerías. Así, a partir de esos encuentros regionales, más los encuentros en Chapadmalal, logramos empezar a construir un mapa que da cuenta de la diversidad que hay en el universo de las bibliotecas populares.

Por suerte, en las bibliotecas cada organización es un mundo. Es decir, como les comentaba antes, cada biblioteca se organiza según la comunidad que está ahí decidiendo. Al definir desde esa autonomía sus sentidos y su modo organizativo, las bibliotecas piensan al Estado como un aporte, como una parte acompañante de un proceso. Este modelo de alianza tiene más de ciento cincuenta años y funciona.