“El que va hacia sí mismo corre el riesgo de encontrarse con su sí mismo”.
Carl Jung

Cuenta Platón que Sócrates, en cierta ocasión, caminando hacia el Ágora, se cruzó con uno de sus discípulos, quien lo ignoró ensimismado. Al preguntarle el maestro por la razón de su estado de ánimo, el discípulo le contestó: “Venía hablando conmigo mismo”. Tras reflexionar, Sócrates le aconsejó: “Ten cuidado, puedes estar hablando con una mala persona”.

Todos, efectivamente, hemos hablado y hablamos con nosotros mismos: con nuestro consciente, pero también de algún modo con lo que reprimimos y reside en nuestro inconsciente. Muchos lo hacemos cotidianamente, en la búsqueda de elevar nuestra personalidad, nuestra individuación, nuestro “sí mismo”. Ahora bien, estoy seguro de que no es una prerrogativa de las buenas personas: sin duda los malvados, los vergonzantes e incluso los monstruos practican este tipo de diálogo, solo que quizás no para reprimir su costado amoral, sino para enterrar su inmoralidad.

En un funesto juego de palabras, el Morales que nos atañe, actual gobernador de Jujuy, no solo ha venido construyendo su inmoralidad, sino que, mal que nos pese, ha llegado a una cumbre: es un amoral, un ser que desconoce –prácticas aberrantes de por medio– qué es ser un ser moral. Su indiferencia, descaro, inhumanidad y despropósito frente al pueblo al cual representa me eximen de todo mayor análisis. En todo su perverso accionar subyace un único interés: la avidez personal y de su entorno por el subsuelo y sus riquezas. Rémora absurda de un Tío Sam del subdesarrollo, su connivencia fue ayer con los ingenios azucareros de los personeros de la muerte de la última dictadura, hace muy poco tiempo con el negocio del cannabis en manos de uno de sus hijos y hoy con el oro blanco, el litio.

Siendo parte del gobierno de Néstor, decidimos conocer la realidad de los hermanos wichis. Para ello, viajamos a Bermejo, previo estudio teórico de su situación, con la única motivación de aportar desde nuestro puesto de lucha, el de las comunicaciones. Encontrarnos con esas comunidades no solo fue el encuentro con pueblos despojados, sino con pueblos a los cuales, además de habérseles robado la identidad, se les había esquilmado su esencia, su tierra, sus mitos y su destino. Con la consigna, por parte del gobierno de Salta de entonces, de darles “nuevas tierras productivas” se los había desterrado definitivamente, y aquellos hombres y mujeres que desde lo ancestral convivían con el monte hoy lo tenían que reinventar junto a un río al cual no podían entender. Todo justificado con el mismo cuento: apropiarse por parte de los amigos del poder de sus tierras productivas, símbolos de la marea “sojera”.

La reforma constitucional de Jujuy votada entre gallos y medianoche, apoyada por Rivarola del PJ –dueño del diario El Tribuno, proveedor del Estado y socio de Morales– tiene un único motivo (o dos, depende de la perspectiva): darle “tierras productivas” a los pueblos originarios y apropiarse de las tierras con litio y agua para hacer el negocio de los esbirros del pronto exgobernador y ahora candidato a vicepresidente –un calco de lo acontecido en Salta, tierra de uno de los socios de Rivarola, el “peronista” Romero–. Sintetizando, es una reforma constitucional que tranquilamente podría haber constado de un solo artículo que justificara la usurpación.

Para que pueda concretarse semejante despojo hay condiciones que son necesarias: en general, para todas las cosas, pero en particular para aquellas donde subyace un despropósito más aún, deben ocurrir la connivencia de la política, el silencio de los medios y la indiferencia de la sociedad. Connivencia la hubo y ni el mismísimo Rivarola pudo ocultarla. El silencio de los medios fue más sencillo: El Tribuno de Jujuy y de Salta, socios fundadores de esta nueva expoliación, Clarín y La Nación como guardia pretoriana de los Blaquier, canales de televisión sometidos, una “papa”. Con lo que no contaban es con una sociedad mansa, tranquila y silenciosa que tiene desde su historia el germen de la rebelión: pueblos originarios, docentes, mineros, y pueblo son pacientes, pero no indiferentes, y además son fuertemente conscientes de hay batallas que no se deben perder, porque son esas batallas donde se va la vida propia y la de los descendientes, los sueños y anhelos históricos, presentes y futuros. Y lo que parecía una quimera se transformó en vertientes de convencimiento, convicciones y certezas. Ni los palos, ni las balas, ni la sangre, ni la violencia institucionalizada fueron suficiente para acallar tanta voluntad de ser y de trascender; y no habrá fuerza represora que pueda, como no la hubo en la historia de la humanidad, con ese mandato innato del hombre de la tierra y de su tierra.

El mundo nos está mirando y está observando; pero nuestra gente lo está viviendo, lo experimenta, lo sufre, lo padece. Del horror se pusieron de pie pueblos, no será una excepción el de Jujuy. Lo contingente no va a dejar de serlo: si es contingente un hombre, también lo son sus conductas, sus costumbres, sus virtudes y sus vicios. Hoy podrán “lavar” sus negociados, pero también contingentes son sus secuaces y sus protectores. Lo definitivo es el acervo, las raíces, la identidad y el destino de ese pueblo y su ligazón a la tierra. Morales no fue el primero, y lamentablemente no será el último; de lo que estoy seguro es que, de tanto ir hacia su “sí mismo”, Morales se perderá como tantos otros en su impunidad hasta que las huellas sean tan insignificantes que no habrá necesidad más que de un simple soplo para que caiga tanta decadencia.