1973 encuentra a Ricardo Grassi al frente del semanario El descamisado. Junto con Enrique “Jarito” Walker y Juan José “Yaya” Ascone editaban 80 mil ejemplares semanales, con picos de 220 mil, que se esfumaban de los kioscos. En el efervescente 1973, se calculaba que cada copia la leían al menos diez personas, un promedio de dos millones de lectores semanales. Tal como cuenta en su libro Periodismo sin aliento, fue un ejercicio de periodismo popular y militante que intentó saltar el corsé de las publicaciones de izquierda más tradicional, innovar en el concepto gráfico y tener un estilo fotográfico diferente, junto a historietas, titulares y grandes reportajes, más allá de estar encuadrados en la organización que, en ese momento, estaba ya fusionada con Montoneros.

En esta charla con Grassi conversamos un poco sobre su recorrido militante por la revista, las orgánicas y las discusiones que atravesaban a esa experiencia de periodismo popular y a una época de protagonismo palpable.

¿Cómo llegás a marzo del 73, en qué colectivo, bajo qué discusiones, suponemos, atravesadas por una lectura del peronismo en clave revolucionaria para esas juventudes dentro de la orgánica peronista?

Yo llego militando. Bajo un tipo de militancia en donde uno seguía trabajando. Yo era periodista. A fines del 72 empecé a trabajar en un diario que se llamaba Mayoría. Un ratito, pero lo suficiente como para entrevistarlo a Perón en enero del 73. Después que él había estado acá, fue la primera entrevista que se le hizo. Eso tuvo mucho éxito y pasé a ser un “nombre”. Pero yo seguía siendo un militante. Tenía veintidós, veintitrés años.

Entonces volví a la Argentina a fines de febrero de 1973 y supuestamente iba a retomar mi actividad militante, que era en Villa Martelli, en zona norte. Pero me dieron una cita para decirme que habían decidido hacer un semanario y que yo tenía que organizarlo y dirigirlo. Si bien mi organización era Descamisados, en esa misma reunión me informan que se habían fusionado con Montoneros, cosa de la que yo no tenía idea por haber estado esos dos meses afuera. Me sorprendí, y pregunté por qué, si nosotros estábamos en contra del foquismo. Me contestaron que eso ya no importaba, que eran las elecciones, íbamos a ganar y había que hacer otra cosa. Puse algunas condiciones para hacer la revista, porque yo tenía mis ideas sobre cómo ejercer el periodismo: centralmente, quería que fuera un periodismo de verdad y no un ladrillo de izquierda más verborrágico que otra cosa. Y esas condiciones fueron aceptadas. Y ese fue el elemento determinante de mi 73 y de aquellos con quienes hicimos una revista que fue la de mayor difusión en el país, muy exitosa. Si bien hubo un desembolso primero de la organización, se autofinanció enseguida.

¿Para esa época tu ámbito de discusión específico es Descamisados o tenés otro ámbito orgánico por fuera, de análisis político, de coyuntura?

Siempre tuve un ámbito orgánico por fuera, pero esa época, que se llamó del “engorde”, yo tenía a mi cargo el sindicato del Cine, de Publicidad y otra célula que eran los periodistas. Más la revista, que implicaba mucho trabajo porque era semanal. En la revista había militantes, pero la mayoría no militantes encuadrados. La revista era lo central, aunque después había una discusión política y organizativa constante que se desarrollaba a través de la organización celular que se mantenía. Es evidente que, en el caso de la revista Descamisados, esto estaban influido por la organización Descamisados; es decir, más políticos que militares en cuanto al modo de pensar y razonar. Después las cosas empezaron a complicarse a partir de Ezeiza. Si al principio yo me las arreglaba solo, después del discurso de Perón en Ezeiza era difícil que resolviese las cosas a nivel de cómo titular, las tapas. Empezó a venir alguien de la conducción una vez por semana para la ubicación política y la línea. Pero no había otro tipo de interferencia en la producción de la revista.

¿Esas discusiones de las editoriales de la revista iban a la par de las conversaciones más de ámbito de la militancia? Es decir, ¿cómo se fue dando en ese 1973 en las organizaciones más de base –sindicales, barriales– la relación con las discusiones de la organización o los cuadros más importantes? ¿Fue a la par o en algún momento se terminan separando?

En las discusiones internas no se discutía nunca de la revista. Con respecto al análisis, sí, porque era el que se iba desarrollando a partir de los hechos de la coyuntura. Sobre todo, cuando se empieza a complicar todo desde que lo mataron a Rucci. En la revista estábamos todos convencidos que era la CIA o López Rega, pero en todo caso, no había ninguna duda de que era una provocación. Y entonces, como lo he contado, a la tarde apareció Firmenich y dijo: “Fuimos nosotros”. Eso fue un desastre. De hecho, se dividió la organización, nació La Lealtad. Si yo no me voy a otro lado es porque juegan otros factores que no tienen que ver con la línea política, y es la dificultad para separarte de un grupo. Y seguimos.

Pero la lógica que determinaba la revista y sus contenidos era difundir cuestiones sociales. Evidentemente, estaba vinculada a la JTP (Juventud Trabajadora Peronista), a la Juventud Peronista, y esa era la línea. Pero el criterio era periodístico para la selección de las notas que se cubrían y todo el proceso posterior, que tenía que ver con la fotografía, los títulos, los epígrafes. Ahí no intervenía nadie. Pusieron en un momento una persona, Jorge Lewinsky, que era para que no viniera siempre alguien de la conducción. Él era el referente político vinculado directamente a la conducción para discutir algunas cosas. Al principio, la decisión había sido que la revista no tuviese editoriales; pero, como las cosas se complicaron rápidamente, entonces, los editoriales pasaron a ser necesarios y eso venía a ser la línea de la organización.

Uno de las preguntas nuestras con respecto a ese año es algo que plantea Nicolás Casullo en una carta a, justamente, Jarito Walker, que pertenecía a la revista, donde entre otras cosas aparece la cuestión de la separación con Perón, la discusión con ese líder y cómo, siendo una organización de vanguardia que entiende al peronismo como ámbito necesario para contener ese carácter revolucionario, se puede sostener una contradicción con el líder. Y, en ese sentido, nuestra inquietud es: ¿cómo eso conversaba con otras organizaciones más de base del mismo peronismo?

Yo era el jefe de ámbito en el que estaba Nicolás. También estaban Miguel Bonasso, Jorge Bernetti, Jarito, Yaya Ascone, Pepe Eliaschev. Era un ámbito de discusión imposible. Quedábamos insatisfechos siempre con las discusiones, porque llegaba un punto en que la práctica se imponía al racionalismo. En la actividad nuestra que tenía que ver con lo editorial había que resolver cuestiones puntuales: hay que hacer un título, poner un epígrafe. Y la discusión de ese tipo requiere otros mecanismos, se procesa de otros modos y con otros tiempos. Jarito y Nicolás, además, se conocían de antes, de Nuevo hombre, supongo (N. de las A.: Nuevo hombre fue una revista editada entre 1971 y 1976 e ideada por Jarito Walker como órgano periodístico de izquierda, plural, instrumento de expresión de las corrientes revolucionarias, vehículo de información y reflexión para enriquecer las luchas populares). Jarito era un tipo muy querido, pero también muy disciplinado. Y esas contradicciones que aparecían tenían que ver con que de repente dejó de haber tiempo para procesarlas, porque la actitud política de la organización pasó a ignorar la política. Cuando hacés eso y volvés a prácticas más extremas, entonces, el tiempo pasa a ser otro, porque te matan o quieren matarte. Y eso es el disparate de lo que ocurrió en el 73 y se evidencia con Rucci. Había que hacer política y bancártela, pero ¿cómo lo hacías en esos tiempos?

Hace unos días, Eduardo Jozami publicaba una nota sobre la valorización del retorno democrático tal como, entendía, se comprendía en ese momento. Hoy, que tenemos todo un relato alrededor de los cuarenta años de democracia, nos preguntamos qué valoración había en ese momento sobre el retorno al Estado. ¿Era algo importante? Y, si así fuera, ¿en qué sentido?

El valor que se le da ahora es que hace cuarenta años que no hay golpes de Estado. En aquel momento, el valor de la democracia era que te daba un espacio mejor para trabajar sobre las cosas que queríamos y no hacerlo clandestinamente o corriendo. En ese sentido, la democracia era una situación favorable. Pero, en un punto, se hizo lo posible para que fuese lo contrario. Tal vez me gustaría discutirlo más con otros, porque yo hay cosas que pienso, pero las he procesado solo.

¿En el exilio no hubo tiempo de hacerlo?

Debe haber habido. Pero yo definí otras prioridades. Yo me había abierto de la organización antes de irme, porque no estaba de acuerdo. Lo que pasa es que era muy difícil abrirte de una organización que era toda tu vida –mucho más si estabas clandestino– solo porque estabas en desacuerdo. Yo pude hacerlo porque a mi grupo los agarraron a todos y quedé desconectado. Entonces, tuve que ver cómo alimentaba a mis hijos y me puse a fabricar juguetes de madera. Y, cuando reaparecieron, yo ya había logrado separarme emocionalmente.

En relación con esto que te planteábamos recién sobre el valor de la democracia, una pregunta que también nos ronda de aquel año es cómo se plantea la relación con la institucionalidad estatal, tanto en el gobierno nacional como en distintas provincias donde se ocuparon cargos. ¿Cuál era la lectura de esa institucionalidad en relación con este “engorde” del que hablabas de generar poder popular organizado? ¿Qué implicaba para una organización que tiene una línea, como decías, más de combate, una clara lectura revolucionaria, una posición sobre la limitación de la democracia liberal, de ocupar esa institucionalidad?

Implicaba ocupar espacios para organizarte y para organizar. Claro que hay una reacción sobre el poder, porque es lo que hay que ocupar. Pero, para eso, entonces, te movés en consecuencia de eso. No para posicionar mejor a la organización con su nombre. El trabajo político era organizar para poder tener la posibilidad de llevar adelante una idea. Ahora, no creo que la discusión fuese en torno a la democracia liberal, porque el peronismo nunca se planteó la democracia liberal. A mi juicio eso se maneja en ciertos términos que, en un momento, se hacen incompatibles. Y con alguien como Perón no era joda, por algo era Perón: no podés estar haciéndote el vivo o tratando de apretarlo. Esto fue un error dramático. Había que hacer política y eso pasaba por las cosas más pequeñas. En las épocas anteriores, con los militares, hacíamos las coordinadoras con orgas como Guardia de Hierro, como los Demetrios, eso formaba parte de nuestra práctica política. Al menos desde Descamisados íbamos a todas las coordinadoras a disputar espacios barriales. Porque tenés que ganar espacios si estás construyendo algo.

Pero bueno, después vino todo esto, de vuelta a la clandestinidad y la contraofensiva para terminar de rematar todo. Ahí yo ya no estaba. Cuando llegué a Madrid, me vinieron a ver para hablarme de la contraofensiva, para ver si me reincorporaba al trabajo de discusión. Yo les dije: “pero yo hace una semana que llegué de la Argentina, no podemos ni reunirnos, tenemos que estar caminando, pararnos en una esquina ¿y me estás hablando de una contraofensiva?”.

Vuelvo un poco para atrás… ¿Cómo fue entrevistar a Perón?

Fue bárbaro. Imaginate, estar ahí con Perón. La primera entrevista fue muy impresionante. Tengo sensaciones que no se olvidan, pero, sobre todo, una percepción de Perón que yo no había pensado. Era como esos tipos que te da la sensación de que no le gustan que los toques: te daba la mano, pero te alejaba, como diciendo “Yo soy Perón”. Después, era muy cálido. Fuimos a la cocina y él mismo te servía el café. Para mí fue fácil, porque era alguien que decías “ah…” y ya empezaba a hablar. A la primera entrevista el diario la modificó, la suavizó. La segunda entrevista fue distinta, porque se me ocurrió hacerle una entrevista más ideológica, en torno a la discusión del socialismo nacional, y fue totalmente distinto. Además, por historia personal, familiar, yo no vengo de una familia donde la figura de Perón era lo que fue para otras familias peronistas, que tenían la foto del General. Lo mío hacia el peronismo había sido una elección racional, por entender que había que ir por ese lado.

A la vez, vos que venías de una tradición no afectivamente peronista, digamos, pero no estabas de acuerdo con esa discusión sobre la figura de Perón.

Porque eso creo que políticamente fue un disparate. Y tuvo consecuencias graves. Objetivamente, hay muchos que pasaron a estar en desacuerdo, pero se siguió la línea disciplinadamente. Y pagando las consecuencias que pagamos todos. Yo, en un punto, creo que elegí seguir viviendo, con todo lo pesado que pueda ser. Porque es muy pesado alejarte de tus muertos.

En esa clave, ¿cuánto tiempo sostuviste esos ámbitos de discusión con las orgánicas sindicales?

Fue gran parte del 73. Salvo con los periodistas, los otros eran núcleos centralmente organizativos: qué hacíamos en cada sindicato. En ese año, creció la organización, porque todo creció en el 73. Por eso yo tenía tres, cuatro grupos que atender, aparte de la revista, porque no se daba abasto. Los que éramos orgánicos orgánicos no éramos tantos. Jarito, por ejemplo, no era un orgánico. Yaya sí había sido en el grupo original de Descamisados, pero después cuando lo contrataron para trabajar en el lanzamiento de La Opinión se fue. Era gente que estaba comprometida, por supuesto; pero no ocupaba los mismos lugares en la orgánica. Las discusiones, entonces, en esos ámbitos eran de organización sindical en cada gremio.

Después, en mi militancia previa, con Descamisados en barrios, era otro tipo de realidad obrera. Sobre todo, en un período donde milité en La Matanza, o en Munro, donde era la resistencia, reactivarla. La particularidad de la organización Descamisados era que se hacía trabajo político, relacionarte con el puntero, discutir. Teníamos compañeros muy buenos que venían de la democracia cristiana, que hacían un gran trabajo político en los barrios. Ahí era construir poder, construir un espacio. Era muy lindo el trabajo barrial, porque empezabas a ver cómo se ponían en movimiento diferentes cosas, cómo se organizaban.

¿El 25 de mayo dónde estabas?

El 25 de mayo estaba cruzando la Diagonal vacía, sintiendo que la calle era nuestra. La revista había salido el 23. La convocatoria a Devoto, que sale en la revista, venía, por supuesto, de la organización, junto a JP seguramente. Pero yo estaba por el centro, porque la oficina de la revista estaba por Cerrito. Mientras buscábamos un lugar adecuado nos fuimos mudando: primero en Santa Fe y Oro, después en Cerrito. Finalmente, conseguimos una casa en Jujuy cerca de Once y la alquilamos –la alquiló Alcira Argumedo–, hasta que las cosas empezaron a ponerse pesadas y hubo que poner puerta brindada, rejas para que no nos tiraran una molotov adentro. Todo fue muy rápido.

Y así, como ahora, nosotros también éramos un puntito en algo que estaba pasando nacional y mundialmente. Uno en la acción no lo tiene suficientemente en cuenta, ver cuánto esto influye en tus posibilidades. Nosotros tenemos hoy una crisis de un sistema epocal que también está llegando a su fin, un paradigma que está llegando a su fin; y modificarlo, inevitablemente, lo percibimos como un concierto que no confiere solo a nuestros países. No se trata, hoy como ayer, de hacer una revolución en un lugarcito, sino que es un trabajo complejo y largo, porque este sistema en el que vivimos tiene su literatura, su filosofía, su pensamiento religioso construido a lo largo de siglos. Mi generación es binaria: capitalismo o comunismo. O un imperio u otro imperio. Hoy los paradigmas pueden ser varios, pero lo cierto es que hay que cambiar el modo de producir, el modo de consumir y el modo de vivir juntos.