En la conversación que sigue con Graciela Iturraspe –militante en 1973 de Montoneros, organización a la que llega a partir de su primera experiencia organizativa en Descamisados– se cuelan todas las formas de un momento político signado por la urgencia, lo inminente. También las discusiones (las dadas y las silenciadas) en que se trataban de anudar los dos mitos que cruzaban a una gran parte de la organización popular: peronismo y revolución. ¿Era posible –y en qué medida– una relación entre masas, organizaciones armadas, conducción de Perón, desde todas las mediaciones en diálogo y en tensión? ¿Cómo se vincula la certeza del poder en la conciencia organizada, con las lógicas orgánicas y la incertidumbre de ser, a la vez, el contrapunto ante un fascismo que se abría? Estas son algunas de las preguntas que cruzan tanto la charla como el intenso 1973.

¿Cómo viviste, desde tu experiencia política y militante, el 73 y, especialmente, el arco de acontecimientos que llegan al 25 de mayo?

Es difícil hablar de esos primeros meses del 73 sin hablar del recorrido anterior. Llegamos a la primera vuelta de Perón con todo lo que significó, en términos de movilización, para nuestros territorios y el aumento de la organización popular que teníamos, ese episodio inenarrable de la primera vuelta de Perón y lo que fue la cantidad de gente que rotativamente recorría Gaspar Campos, mañana, tarde y noche. La primera frustración es cuando Perón anuncia que se vuelve a ir del país y no será candidato: esto, cuando nuestra aspiración era que Perón pudiera asumir la candidatura a la presidencia. De todas formas, él arma una Multisectorial importante, con la presencia de todos los partidos políticos (básicamente, el radicalismo), y logra establecer una serie de acuerdos donde todas las organizaciones de la democracia emiten una declaración en conjunto y evitan que ese final de la dictadura pudiera imponer más condiciones. Los pocos días que está en la Argentina llega a hacer eso y a proclamar a Cámpora como su candidato, rompiendo las internas dentro del PJ de los más colaboracionistas –tanto dirigentes políticos como sindicales– que habían apostado a una salida sin Perón (algunos habían acordado con los milicos hasta una eventual candidatura de Lanusse como candidato del peronismo).

Lo que sucede a partir de enero del 73 es que mayoritariamente la Juventud Peronista, de Montoneros, de la Tendencia Revolucionaria, asume la campaña de Cámpora-Solano Lima casi con exclusividad, por el desconcierto de parte del aparato del PJ o por las contrariedades que tenían internamente (lo mismo corre para la CGT) respecto a las figuras de Cámpora y de Solano Lima. Cuando digo mayoritariamente, digo casi en soledad, porque efectivamente nos la pusimos al hombro, y teníamos una estructura organizativa suficiente como para poder hacerlo a lo largo y lo ancho del país. Lo que me parece impresionante en esos meses es cómo se va radicalizando el discurso de Cámpora, cómo va tomando las banderas de esas mayorías juveniles que iban llenando los estadios e iban marcando las consignas durante las recorridas por el país.

Cuando uno mira para atrás, todos esos meses, todos esos años, fueron muy intensos, muy compactados. Pero llenos de sensaciones, emociones, actividades a diario, y de construcción en esa diversidad, con compañeros y compañeras que venía de distintas historias familiares y extracciones sociales. El laburo al interior de las fábricas, los barrios –te hablo de zona norte, que era donde militaba– fue intensísimo ese verano, y llegamos con el conjunto de los barrios superorganizados. Saber dónde votaba cada uno, por ejemplo, era todo un trabajo, era dificilísimo. Pero llegábamos con una organización muy armada. Hasta con los choferes de los colectivos que tomábamos usualmente para ir a los barrios fue una fiesta ya el día antes de la elección. El día de la votación me fui a los dos barrios (yo estaba en la Villa de Melo, que era cruzando Constituyente para el lado de Vicente López, y Loyola, San Martín, Zagala, Villa Concepción, que eran para el otro lado de Constituyentes): sacando inconvenientes menores, la gente fue masivamente a votar. No hubo mayores problemas. Y después organizamos la ida a la calle Oro, en Pacífico, en Palermo, que era donde estaba el Consejo Superior del Partido Justicialista y donde se iban a dar a conocer los resultados. Fue una suma de emociones. Eran ríos y ríos de gente en la parte más ancha de la Avenida Santa Fe, y uno se iba encontrando con compañeros y compañeras de todos lados. Exultante es la palabra más intensa que se me ocurre decir, y no alcanza para describir lo que era la alegría, el encuentro, la fiesta popular, tantos años que le llevábamos poniendo de militancia. Esos meses estábamos convencidos de tocar el cielo con las manos. Menos mal que tuvimos el 11 de marzo y el 25 de mayo, porque la fecha que le sigue a esa –el 20 de junio– es casi el comienzo del fin.

El 25 de mayo fue otra fiesta, tal vez más exultante, más importante, más intensa. La ocupación de la calle era la máxima alegría. Mi suegro de aquel momento –Jorge Alberto Taiana– juraba como ministro de Educación. Yo podría haber estado adentro de la Casa Rosada, tenía invitación para entrar, pero no quería, no fui adentro porque la fiesta era estar en la calle con mis compañeros. Todos los que estaban allí eran mis compañeros y compañeras. Era tal la felicidad de volver a ocupar, sin miedo a la represión, el espacio público que esa era la celebración que no te podías perder. Estaban Allende, Osvaldo Dorticós de Cuba dentro de la Casa Rosada, era una fiesta ahí también. Pero no lo digo como algo individual. Yo no quise entrar porque la fiesta, el poder, estaba en toda esa gente movilizada para celebrar ese día, el advenimiento de la democracia. Y, por otro lado, también para presionar que se hiciera realidad la liberación de los presos ese mismo día. Era una disputa si la amnistía tenía que pasar por el Congreso o si la daba el Presidente de la Nación. Si uno lo piensa desde hoy, hubiera sido más prolijo que se reuniera el Congreso ese mismo día o al día siguiente, pero nosotros no podíamos esperar ni una noche a que, con el advenimiento del peronismo, los presos políticos no fueran liberados. Fue casi una organización indispensable partir desde la Plaza de Mayo encolumnados hasta Devoto.  Mientras tanto, adentro de la Casa de Gobierno estaban los compañeros de lo que después llamamos la Secretaría de Gobierno, que presionaban para que Cámpora firmara él el indulto y que no esperara la sesión del Congreso. Fue una pulseada hasta último momento, y creo que lo que define eso, finalmente, es la cantidad de gente que había afuera de Devoto, donde estaba claro que, si no abrían las puertas, íbamos a entrar igual. Llorábamos, nos reíamos; ni nosotros ni los que salieron la podíamos creer. Ser arrancados de la cárcel de la mano de la movilización popular. Ser abrazados por ese pueblo en su conjunto.

Tanto en ustedes los militantes como en los compañeros de los barrios, de las fábricas, ¿está esta noción de alcanzar la democracia como recuperación de derechos, ese marco institucional frente a lo que era estar en dictadura? ¿O, en realidad, lo que se ponía en valor es la recuperación del gobierno popular y el hecho de romper con la proscripción?

Creo que estaba muy asociado todo: la idea era que volvía Perón y volvía la democracia. No la democracia como valor en sí mismo, sino el tema de que se rompía la proscripción y volvía Perón y, por lo tanto, volvían los derechos. Ya existía la Cámara Federal en Capital, había habido juicios, presos políticos, la tortura estaba instaurada. Había mucho sufrimiento. Entonces, la posibilidad de volver a establecer derechos en todos los sentidos estaba atada a la vuelta de Perón y/o del peronismo como tal. Por eso, en ese período, entre el 11 de marzo y el 25 de mayo de 1973, hay tal alza de masas, de participación, las tomas de los ministerios, esto de apropiarse de los instrumentos del Estado como instrumentos del pueblo. Que, quizá, para el conjunto de la sociedad civil fue muy fuerte y hasta fue contraproducente. Como una idea de que vuelve la marea imparable de la muchachada que se apropia de todo, que no respeta límites. Y nosotros no medimos eso, en ese momento. Hay que poner en contexto siempre que éramos realmente muy jóvenes.

Se tomaban los edificios junto a los trabajadores y los militantes porque, a partir de ese momento, iban a estar al servicio del pueblo. Entonces, las tomas eran para “garantizar” que eso que decíamos ocurriera. Cuando no sabíamos ni quiénes iban a ser los ministros, nos metíamos y nos quedábamos durmiendo ahí. Fue un descontrol. El primero que se tomó fue Bienestar Social, después el Ministerio de Salud, el de Educación. Las áreas más sensibles que tenían que prestar servicios al pueblo y que durante las décadas de dictadura no lo habían hecho.

¿O sea, había una idea de que era importante la gestión desde el Estado?

Sí, absolutamente. Esa recuperación de derechos tenía que ver con que, sin dudas, desde el advenimiento del peronismo, esos establecimientos y esas políticas iban a volver a estar al servicio del pueblo. Lo que yo señalo es que, también con ingenuidad, pensábamos que eso mecánicamente iba a ser así, como pensando que no iba a haber disputa por esos espacios. Apenas pasa el 11 de marzo, viajan compañeros nuestros de Montoneros a entrevistarse con Perón y le llevan un listado de compañeros nuestros para los diferentes ministerios. Eran para todos los ministerios, o sea, teníamos todos los cargos cubiertos. Pero Perón ni siquiera nos marcaba nada, lo tomaba y listo.

En este mismo sentido, ¿cuán importante fue –o se vuelve– después del 25 de mayo la gestión? ¿Cuánto depositaba la militancia en esa posibilidad de ser parte de la gestión de Estado? Y al mismo tiempo, ¿cómo se empieza a generar una discusión con la máxima conducción del gobierno –y del movimiento, por supuesto– como era Perón sobre esta gestión y estos espacios dentro del Estado? Sobre todo, pensando no en la conducción de la organización en la que estabas, sino en cómo permea en los barrios, en las instancias de militancia más cotidianas, concretas, organizativas.

Es un proceso, por supuesto, como todo. Pero no lleva demasiado tiempo. Había mucha expectativa, pero no solo de los militantes o de las juventudes, sino también en los barrios más humildes, en los sectores más postergados, de que hubiera un vuelco inmediato en políticas de Estado proactivas que empezaran a resolver algo en el cotidiano. Y esto no solo no sucede, sino que, además, algunos ministerios emblemáticos como el de Bienestar Social quedan en manos de López Rega, que instaura adentro del Ministerio –mientras son arrojados algunos compañeros nuestros de ahí– una Secretaría de la Juventud Peronista de la República Argentina (la JPR le decíamos nosotros) que comandaba Julio Yessi y que defendían la patria peronista en contraposición a la tendencia que era la patria socialista. Eran la derecha del peronismo. Y rápidamente, en muy pocos días –porque fue un proceso muy vertiginoso–, desde ese ministerio salían los Falcon verdes con los tipos con las armas largas asomando sin saber bien con qué destino. Se transforma en un centro de organización desde donde la derecha salía a operar militarmente, la Triple A. Pero no solo eso, sino que las políticas públicas no estaban al servicio de la gente. Por ejemplo, desde el Instituto Municipal de la Vivienda o la Secretaria de Vivienda de la provincia de Buenos Aires se esperaba que hubiera planes de vivienda que satisficieran las necesidades de la gente de poder tener, aunque sea en el tiempo, una casa propia. Todo se transformó en terrenos de disputa. Entonces, la desilusión empieza a ser muy rápida, nuestra y de nuestros compañeros en los barrios. Y en los sindicatos, también. Por ejemplo, no había una convocatoria a paritarias inmediatas general, ni un bono, ni un aumento de emergencia.

Pero había idas y venidas, de todas formas, avances en algunos campos. En el Ministerio de Educación se lanza un plan de alfabetización, que conducía Flora Castro, en todo el país. Y empieza a haber en cada villa centros de alfabetización, gente participando y la posibilidad de acceder al título primario y secundario.

¿Eso se monta sobre lo que ya existía de militancia? ¿Se institucionaliza lo que se trabajaba en los barrios?

Sí, se amplía, por supuesto, pero se monta sobre el trabajo de la militancia. En Salud también, empieza a haber una serie de mejoras en las salitas, en los lugares de vacunación, con políticas proactivas para mejorar la salud. Hay un reparto claro entre lo que se les da a unos y lo que se les da a otros. Y está claro que en unos casos había una política que no estaba al servicio de la gente y que empezaban a organizarse para algo peor. Pero en ese período del camporismo todavía está disputado. Hay áreas en las que se avanza, otras en las que se retrocede, y no estaba claro cómo jugaba Perón en todo eso. Algunos empezamos a desconfiar antes que otros, pero era muy difícil después de todo lo que habíamos peleado para que Perón volviera tener una opinión negativa de lo que iba a hacer el viejo.

Además, para no sacarlo de contexto, en enero del 73 Ricardo Grassi le hace un reportaje a Perón para el diario Mayoría en el cual dice que, si tuviera veinte años menos, estaría poniendo bombas como los muchachos. De ese Perón, pasamos al que nos cuestionaba todo, al que, de todo lo que nos iba a dar, no nos terminó dando nada. Antes del 20 de junio lo destituye a Galimberti como su delegado para la juventud porque, frente a los avances de la derecha en algunos ministerios, Galimberti dice que tendremos que constituir las milicias populares para defender al gobierno popular. Y después la orga lo destituye a Galimberti y lo manda clandestino a Rosario para que lave sus culpas por decir eso.

¿Eso se repite en el gobierno de la Provincia de Buenos Aires?

Sí. Y la disputa de la derecha era mayor ahí, porque la cabeza estaba en manos nuestras. Hubo gobernadores que fueron empujados por la Tendencia: Córdoba, Santa Cruz, Provincia de Buenos Aires, Salta. Algunos cercanos, aunque no fueran parte de las organizaciones. Taiana, por ejemplo, no era nuestro, pero propendía políticas que tenían un sesgo progresista y había aceptado en su seno a varios compañeros nuestros, Adriana Puiggrós, Flora Castro.

¿Esa impaciencia era de la militancia o también de la gente?

Después de tanto tempo de dictadura había una sensación de impaciencia general. Un decir, “bueno, ahora nosotros”. Nos tuvieron tantos años con la pata encima desde que lo voltearon al gobierno peronista, hemos resistido de tantas formas, que ahora nos toca a nosotros. Todavía el termómetro nuestro era el de la gente. Yo diría que la cosa se corta a partir del 20 de junio. Durante esos meses, desde el 11 de marzo hasta el 20 de junio, hay una disputa claramente por el sentido de ese gobierno, con avances y retrocesos de acuerdo a las áreas y de acuerdo a quién habían nombrado en cada lugar. Ya con la preparación del 20 de junio se desbalancea, porque Perón inventa una comisión para organizar la vuelta de la que nosotros no formamos parte. Pero no solo no estamos nosotros, hay muchos otros que no están, y todos los que nombra eran de la peor derecha peronista: el teniente coronel Osinde, Norma Kennedy. El mismo día que llega, a la noche, habla por cadena nacional y nos culpa por lo que había pasado, cuando fuimos los masacrados ese día. Porque, además, éramos tan ingenuos que los que responsables de columnas y combatientes teníamos un brazalete que decía “Juventud Peronista”, pero en rojo, cuando los demás eran celestes. O sea, era sólo mirar y decir “este, este, este”.

La primera mitad de ese día, nosotros estábamos con lo que era la fiesta popular. No podíamos creerlo, creo que fueron dos millones de personas. Los trenes que venían del interior gratis escupían gente en cantidad que venían. Yo en mi vida había visto tanta gente que no eran militantes. Eran gente del pueblo, con banderas hechas en sus casas, con una sábana vieja, con una funda que decían “Bienvenido General”. Era conmovedor. La primera mitad del día fue esa fiesta popular espectacular. Después, fue empujar para llegar lo más cercano al palco posible. Llegamos más o menos cerca, no justo abajo. Y ahí empezamos a ver movimientos extraños desde el palco, que no sabíamos qué señalaban, hasta que en un momento se empiezan a escuchar tiros. Y alguien me dice: “Sacate el brazalete, nos están disparando a nosotros”. Estaban disparando a la columna sur, que son los primeros contra quienes van, los que venían de La Plata y de la zona sur. Pero era desde arriba del palco que disparaban, entonces no podíamos creer. Eso no nos lo esperábamos. Nosotros estábamos con el esquema de la fiesta popular, no con un esquema defensivo. Por eso digo, hay mucho de ingenuidad. Ni lo imaginábamos, no estaba dentro de nuestra cosmovisión que podía armarse una masacre con la llegada de Perón. Ese día fue terrible. Me acuerdo la vuelta, con toda esa masa de gente volviendo, con las banderas enrolladas, gente que veías que eran del norte, con las caras curtidas, llorando, porque no habían visto a Perón bajar, se había armado una masacre, no entendían nada. Nosotros llegamos con Jorge a nuestra casa como a las diez de la noche, caminando, no había luz y vivíamos en un piso 16. Vuelve la luz, prendemos la tele y estaba hablando Perón diciendo que había sido culpa nuestra y reivindicando la labor de la comisión organizadora de su regreso. Jorge estaba muy triste y a mí me había agarrado una bronca terrible. Empecé a pensar que ya el proceso no tenía que ver con lo que queríamos hacer. Ese es el debate que atraviesa a partir de ahí a todas las organizaciones populares en los próximos meses.

¿Y ese debate, orgánicamente, cómo se da?

Con mucha dificultad, porque la conducción decía que había un solo proyecto y empiezan a esbozar la “teoría del cerco”: Perón no puede expresarse más en esta discusión porque está cercado, porque Isabelita, porque López Rega… Hasta llegamos a armar una movilización un tiempo después alrededor de la quinta de Olivos para romper el cerco que tenía Perón. Empieza a circular esa discusión: si había un solo proyecto o si Perón tenía un proyecto y nosotros otro. O si era el mismo, con distintas características de implementación.

¿Y qué pasaba con esa discusión de la organización, cuando la llevabas al barrio o a tu ámbito de laburo o militancia? ¿Qué pasaba con la gente con esa discusión?

Yo creo que ahí nos empezamos a distanciar. Los que estaban más cerca del debate político pensaban lo mismo o parecido, pero el común de la gente no estaba en ese debate. Yo en eso hago un poco de cargo a nuestra conducción, pero es algo que a lo largo de la vida he visto que se repite en todas las organizaciones. Si hubiéramos discutido francamente al interior de la organización lo que estaba pasando, a lo mejor encontrábamos otra vuelta de qué hacíamos frente a eso. A partir de ahí, en todos los ámbitos, incluso en los que compartíamos con las organizaciones de base, se discute si había dos proyectos, y, en función de eso, cómo nos parábamos. En noviembre, en zona norte, baja un compañero de la conducción nacional que estaban teniendo reuniones con todas las conducciones de columnas. Viene Quieto a la nuestra. Discutimos todo el primer día, no nos poníamos de acuerdo. Y el domingo, el segundo día, me dice: “¿Sabés qué? Tenés razón, pero esto no se puede decir”. Entonces, mi discusión, mi reclamo era que, si nosotros éramos compañeros para salir a matar o morir por este proyecto, para poner el cuerpo, ¿por qué no lo éramos para discutir con sinceridad cuál era nuestro análisis? Después podemos discutir qué hacemos frente a eso, qué política nos damos, cómo llevamos esa discusión para afuera, pero lo que no podíamos hacer era mentirnos entre nosotros mismos.

Esa es la discusión para arriba, con la conducción. ¿Y para abajo, con los delegados o los compañeros en los barrios, cómo se da?

Nosotros con los compañeros íbamos a sostener sus reclamos al Ministerio de Bienestar Social y armábamos quilombo hasta que nos atendieran para intentar solucionar tal problemática de tal barrio. Íbamos al Ministerio de Trabajo y exigíamos paritarias sectoriales, aunque después nos cagara el ministro o la CGT, a pesar de que habíamos logrado un buen desarrollo de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), disputábamos juntas de delegados y en muchos casos ganábamos. Todavía había una representación. Y en ese camino de separación, digamos, del termómetro social, creo que el otro hito es la muerte de Perón. Porque después de la muerte de Perón, viene Rucci. Y viene el pase a la clandestinidad, que es más grave aún. Primero, te digo, nosotros no sabíamos que se iba a hacer lo de Rucci. Yo estaba en un bar en Scalabrini Ortiz y Córdoba, donde me encuentro con unos compañeros, y uno dice “yo creo que lo matamos nosotros”. Yo digo que de ninguna manera y le explico por qué no. Para nosotros había sido la CIA. Al día siguiente, cuando tengo una reunión de ámbito y me dicen que habíamos sido nosotros, me quería contar las venas con una gillette. No estábamos de acuerdo. Ese es el comienzo del fin en cuanto a la guerra declarada dentro del gobierno peronista.

Ya no se correspondía con ese “termómetro”…

No, claro. No era esa la discusión, y menos llegar a una guerra con parte del sindicalismo. Una cosa es ir organizándonos para ganar las comisiones directivas, las comisiones de base en las fábricas, y otra cosa es matarlo a Rucci. Que, además, había sido el adlátere de Perón hasta hacía cinco minutos que Perón se había muerto. Todavía tenía un prestigio al interior del sindicalismo argentino. Yo entiendo que no podías discutir en asamblea qué se iba a hacer y qué no; el tema es con qué termómetro llegás a esa decisión. Eran cinco adentro de un ropero, pero un ropero que no tenía un termómetro con la realidad de lo que pensaban nuestras propias bases, cuáles eran los vasos comunicantes entre una cosa y la otra.

Pero igual –o más grave que eso– es que también nos enteramos por la radio o por los medios que pasábamos a la clandestinidad a todas nuestras organizaciones de base. A mí no me afectaba en nada –yo ya era clandestina–, pero anunciar por la radio, en una conferencia de prensa de la conducción del Movimiento Peronista Auténtico, que pasábamos a la clandestinidad los Montoneros y todas nuestras organizaciones de base, la JTP, la JP, el Movimiento Villero, el Movimiento Evita, sin decir nada antes… Mandábamos a la clandestinidad al conjunto de nuestros compañeros de base, que eran conducciones en los barrios y en los territorios de cada una de esas organizaciones, sin haber programado cómo protegerlos. Eso fue desolador. Yo me acuerdo de haber escuchado eso en la radio del auto y salir corriendo para el barrio a ver cómo sacábamos a los compañeros más representativos.  Porque los iban a venir a buscar, que fue lo que pasó.

Antes está el primero de mayo.

Yo el primero de mayo no estoy en la plaza, porque estaba por parir, así que me quedo en un centro de operaciones donde estaba la conducción, donde teníamos radioescuchas y nos comunicábamos con los que estaban en la plaza. La conducción les decía que no se fueran y nuestros compañeros a cargo de cada columna contestaban que no podían contener a la gente. Fue una reacción muy espontánea el darse vuelta y empezar a irse. Con toda una columna de seguridad entre nosotros y la derecha, porque si no nos íbamos a terminar masacrando.

En el medio, igual, queda Lealtad y otros que no eran la derecha.

No, claro. Lo que se movilizaba con nosotros era sustancialmente Montoneros, y son los se sintieron agraviados por las palabras de Perón. Quedan los que les podía más su peronismo que lo que nos había dicho el Viejo: idiotas, imberbes y que era nuestra responsabilidad lo que pasaba. Yo venía de otro recorrido. Entro en el 70 a Descamisados. Y milito dentro de una organización político militar desde el 77. Fueron los años más intensos de mi vida, también los más felices. Hubo una cosa de complitud en esos años que no volví a vivir nunca más. Creo que la daba la heterogeneidad de los grupos tan distintos que uno iba transitando, te enriquecían las miradas tan diversas y tan diferentes. Yo creo que hay una parte de esas vivencias tan fuertes, siendo tan jóvenes todos –porque yo era de las más jóvenes, pero todos éramos muy jóvenes–, que nos distorsionaba la mirada. Cuando pienso en las consignas de las organizaciones armadas: “Venceremos en uno, venceremos en diez, pero venceremos”… diez años era una vida para nosotros. Nosotros decíamos eso, pero no pensábamos que íbamos a tener que esperar tanto. “Libres o muertos, pero jamás esclavos”. Todo era pensado en el ya. Muy típico de la juventud. Por ende, no había mucha capacidad de pensar en procesos muy extendidos en el tiempo. Nosotros empezamos en el año 70 siendo una experiencia casi de aparato, muy pequeñita, para estar en el año 73 conduciendo parte de una movilización de dos millones de personas. ¿Cómo no se nos iba a estropear la cabeza con eso?

Entonces, la sensación era que podíamos todo. Modificar la realidad, la Argentina y el mundo. Por ende, el porrazo también fue muy grande. Tan jóvenes, tener experiencias tan transformadoras, tan masivas en poco tiempo. Haber dado ese salto del aparato a las masas y también, con la misma rapidez, exactamente al revés, volver al aparato y perder la representación de las más amplias masas. El 73 fue la enorme alegría y la enorme desilusión. La convicción de que podíamos ser capaces de cambiar el mundo, de cambiar la Argentina, las relaciones de fuerza, en ese salto cualitativo del aparato a las más amplias masas. Siempre era con el peronismo, y nosotros, en un punto, no pudimos entender que, sin el peronismo, nosotros tampoco existíamos. Me quedo con la alegría, me quedo con la construcción, con el encuentro, con la ternura, con lo que pudimos convocar en ese momento, con esa paridad con los compañeros de los barrios y de los sindicatos.