“Lo que se presenta como progreso puede revelarse enseguida
como una perpetuación de lo supuestamente superado”.
Jurgen Habermas

Hacer un viaje histórico y experiencial a lo que significó el peronismo como fuerza transformadora y revolucionaria hasta la llegada de Néstor sería más que un viaje hacia los momentos felices que nadie desconoce –y que sería abundar teniendo en cuenta la memoria histórica de nuestro pueblo–. En todo caso, sí encuentro hoy necesario volver, con una mirada somera y fundamentadora, a un análisis del proceso emancipador que todavía está latente en nuestra memoria y nuestros corazones, es decir, el encarnado por Néstor y Cristina.

Es notorio que se resignificó y concretó entre 2003 y 2015 el acceso a nuevos derechos para todos los rangos etarios a través de innumerables acciones. Vale recordar: los nuevos jubilados; jóvenes accediendo a viviendas con el plan Procrear; hijos de laburantes becados para acceder por primera vez a un título terciario o universitario en las viejas y nuevas universidades creadas; niños contenidos en nuevas escuelas, y en el ámbito familiar, bajo nuevos paradigmas del “ser humano” como capital transformador de nuestra patria; diversidad y género visibilizados desde una mirada integradora e inclusiva; investigadores atraídos por la impronta de un país integrado a un mundo global desde su inteligencia; una concepción estratégica de matriz productiva, con internalización del valor intangible de las energías no renovables; la integración regional en un mundo multipolar; definiciones hemisféricas inéditas en cuanto a estándares mundiales, como lo fue la televisión digital. Todo estos son algunos de los hitos más trascendentes; hay muchos más, que seguramente vendrán a sus memorias. Pero no quiero dejar de mencionar uno de esos “vértices” de la decisión política: la concreción de una plataforma tecnológica nacional, encarnada por ARSAT, que sorprendió al mundo, que fue una referencia tanto en ámbitos regionales como en mundiales –a modo de ejemplo, la UIT–, un modelo replicado por otros países y he allí quizás el nacimiento de uno de los más encarnizados ejes de la crítica corporativa.

Argentina Conectada no fue un slogan; significó esencia y praxis al mismo tiempo, fue decisión política y decisión estratégica; fue un cambio sustancial en la política de estos últimos decenios; fue el reconocimiento de que hay que “llegar” adonde los argentinos y las argentinas decidieron elegir para vivir, para producir y para trascender; fue extender la mirada política hacia toda la geografía del país; fue la planificación del acceso y el primer encuentro con la tecnología de aquellos que para “el mercado” no son ni un número; fue, en definitiva, reconocer el derecho de materializar el potencial transformador de cada uno de nuestros compatriotas. “Había una necesidad y había un derecho”: solo la política entendida como la entendemos desde el campo popular puede hacerlo efectivo.

El despliegue de una red federal y redes provinciales de fibra óptica con una concepción descentralizada se constituirían en el mapa arterial tecnológico, el resultado de 34.000 kilómetros de tendido solo en la red federal, la capilaridad como un emergente con pequeños operadores privados y públicos y/o cooperativas enmarcados en objetivos políticos y económicos de apoyo para asegurar el acceso. Y, para que esto abarcara “lo universal”, el plan de la puesta en órbita de tres satélites de comunicación, que además aseguraron la mirada soberana sobre nuestras posiciones orbitales en ese entonces en riesgo y la catalización  de una nueva industria basada en inteligencia –la industria satelital– a través de INVAP, para transformarnos en uno de los seis países en el concierto mundial con capacidad de desarrollo, implementación y fabricación de satélites. La planificación y concreción de centros de almacenaje y administración de datos aseguraría la producción de contenidos, tanto para su distribución a través de Internet como para alimentar la plataforma de Televisión Digital Argentina que se impulsó y consolidó como acceso tanto para quienes no podían pagar un servicio de cable como para aquellos que elegían una nueva forma de informarse.

¿Quedaron cosas pendientes? No, puesto que, si se piensa en el plan primigenio, no quedó nada afuera. Sí quedó como materia pendiente la integración de las redes a nivel regional, con el cambio del mapa político que todavía debemos lamentar. Recuerdo haber participado de un encuentro en Chile junto con el exministro De Vido, que dio como resultado un preacuerdo ABC –Argentina, Brasil y Chile–, donde se sentaron las bases para una integración que, de haberse concretado, hubiese representado quizás el mayor acuerdo tecnológico y geopolítico de esta Latinoamérica. Obviamente, con el advenimiento de un gobierno de empresarios para “ciertos” empresarios, lo que no se pudo destruir fue al menos abortado: solo como ejemplos, pueden citarse la desfinanciación de ARSAT, la tentativa de un acuerdo vejatorio con la empresa americana Hughes en el ámbito satelital, el vaciamiento de la plataforma de Televisión Digital Argentina, entre otras medidas que marcan palmariamente de qué estamos hablando en cuanto a qué intereses representa cada fuerza política.

Hoy, con dos años y medio de gestión, tras cuatro años de experimento reaccionario y a siete y medio de distancia de aquel proyecto revolucionario, se visualiza una nueva impronta, más cercana a la mirada de Néstor y Cristina, pero aun así con signos que todavía marcan una debilidad en los hechos que, al menos para quien escribe, supone un “alerta”: todavía no tenemos el tercer satélite en órbita, la readecuación de la red de fibra óptica no ha sido concretada y, teniendo en cuenta la evolución tecnológica y la demanda de acceso que ha puesto en crisis la provisión mayorista de ARSAT y la Televisión Digital que espera, no hacen más que reflejar que, si bien desde lo discursivo se sustenta un mensaje de progreso dialéctico, desde la práctica se practica una ralentización que en el caso de las comunicaciones es perpetuar algo supuestamente superado.

La crisis que desató la pandemia dejó en claro algo indiscutible: sin tecnología hoy es imposible el acceso universal al conocimiento, no es posible el acceso universal a la educación, se complejiza el acceso a la salud, se abortan las posibilidades del acceso laboral remoto y se pierde la referencia del sujeto político al cual se dirige la política de Estado. Hay un horizonte temporal de año y medio de la gestión que valida la posibilidad de profundizar el umbral de inclusión tecnológico; pero también es cierto que ese horizonte temporal puede significar el “ser o no ser” sujeto de derecho. Dilapidar ese tiempo es dilapidar potencial transformador para nuestra patria y, además, fortalecer la desigualdad del “mercado”.