“Over an ocean away
like salmon
turning back for Nayram”.
“Maryan”, Robert Wyatt

Escribir, sin margen. “A partir de la nada y con vistas a la nada”, como sugería Blanchot citando a Hegel. Escribir para tantear una disposición a la verdad. Como zona obligada donde se amasan las ansias y las desolaciones, donde se espera traducir una conversación política. Domar el tiempo, como dicen, para no hacerse el sonso en el momento exacerbado de las actuales circunstancias, incluso a riego de que nos trague la propia lengua política con la ironía del periodismo cortesano, o con la melancolía de quienes miran hace rato la línea muerta del horizonte emancipatorio.

Escribir para enmarcar o pensar un tiempo concreto desde un espacio aún real: Argentina, 2022. Tipear mientras se sale de una pandemia, con el cuerpo en desventaja. Habiendo entrado el mundo en tiempo de guerra; nuestra patria en un tiempo de deuda. Escribir con el músculo óptico atrofiado de leer cuando todo parece escrito sobre el aire, intuyendo que el ritmo del relato no termina de anclar en lo que sucede: enfermedad, muerte, guerra, pobreza, deuda, frustración. Escribir sin margen para la desmesura ni la vanidad.

Pensar el problema nacional, leer su singularidad, sin margen de error. Estableciendo, el nudo de esta tragedia en fechas concretas –noviembre 2015 o junio de 2018–, para identificar colectivamente a todos los que a partir de ahí no pararon de (o volvieron a) hacer caja a costillas de una población argentina cansada, empobrecida y en duelo; pero también para establecer los sistemas relacionales que permitieron, a partir de nuestros errores (pasados y actuales), que la derecha rica y fascista se proclamen gobierno en Argentina.

No hay margen para dejar de colocar al macrismo –expresión porteña, derechosa, reaccionaria, unitaria y fascista– en el centro de la mesa, en cuanto continuidad histórica genocida, negacionista y vorágine expansiva. Una fatalidad donde el movimiento es siempre sin centro; una usina de insatisfacción y destrucción que no solo opera en la negación del “otro”, sino en la (de)negación sistemática sobre quién es “uno”.

Sin margen para una clase política que en su totalidad parece autoabsorberse. Diagnosticamos qué motivos llevaron a esta situación de impotencia y ausencia de escala, con pocos recursos para la comunicación y corta proyección. Coincidiendo en que las expectativas de 2019 sobre nuestro gobierno eran las de una muda que nos diferenciara del gobierno anterior en todos los planos; no porque no se pudieran tejer futuros diálogos plurales, sino porque esos intercambios debían estar dados en nuestro campo de juego y no en el de ellos.

No hay margen para que la pregunta política no sea quién es cada quien en este lío. Recordemos que los modos que pusieron en peligro nuestra propia permanencia dentro de la vida pública, los que nos llevaron a la derrota en 2015, estaban cargados de enemistad –frustración, paranoia, enojos, roscas y caprichos– y arrasaron con lo que verdaderamente urgía desde abajo: reestablecer las condiciones para el vivir pleno de todos los argentinos y lograr con ese eje una centralidad política donde permanecer, que sirva de casa o espacio donde demorarnos. Peronismo, sí.

Sin margen para ser tropa. No por temer a la derrota. No para bajar los brazos y volver a la vida particular. Somos hijos de las derrotas e incluso en ellas aprendimos a reponer la idea de comunidad, pensarnos en herencia de un sentido. El tema es que, en medio de esta crisis, el sentido de las preguntas primeras y últimas de cada militante sobre su acción y sus ideas, sobre sus saberes y sus broncas, parecen ser un dato prescindible –hace ya demasiado tiempo– en las “mesas políticas” de todo el archipiélago de frustración que representa actualmente nuestra fuerza.

Sin margen para ser heredero-patrulla de un conjunto burocrático gratificante. La cuestión de Estado merece seriedad. No hay margen para la sobreactuación ni para el gesto demagógico. Mucho menos para el mutismo, ni para la supraexpresión en redes, ni para las vallas que algunos funcionarios ostentan en busca de una “escena profesional” de la política mientras van separándose de e invisibilizando a todo lo “otro”. Están aislados. La razón es una ausencia de voluntad orgánica insoportable, una carencia afectiva hacia la amistad y la calle. El hacer macrista en el Estado, seguido de pandemia, paralizó, sesgó acciones, arrancó de cuajo costumbres nuestras, borró, negó, disolvió. Romper el aislamiento significa accionar a contrapelo de toda esa gestualidad constituyente de la barbarie. Para empezar: suspender y sacar vallas, atender los teléfonos, convocar, abrir (para, de paso, medir cuántos aún llaman, cuántos aún vienen).

No hay margen para que el centro de nuestro dispositivo intelectual sea la discusión sobre “el futuro”. Estamos atravesando un presente que anuncia cambios. Cambios que se fomentan, justamente, en este momento político. Las operaciones que modifiquen gestualidades, que mejoren y renueven nuestro carácter están en las circunstancias concretas del aquí y ahora. El peronismo ha forjado siempre su capacidad de transformación en las condiciones materiales de su presente. Este 2022 sin margen requiere actuar de un modo particularmente estoico; buscando el cambio por el bien de todos y no de la manera egoísta del slogan larretista y su “transformación imparable”. Nuestra muda de piel obedece siempre a una necesidad real y colectiva, concreta y presente, y no al negocio o el acuerdo trasnochado de quien haya devenido gobernante.

En la rueda del tiempo, el cambio de un estado del ser a otro está más en relación con esa imagen tan hermosa de la canción de Wyatt, que habla “sobre un océano de distancia, como el salmón, volviendo a Nayram”. No hay alegría en la renovación, porque algo siempre queda fuera de vigencia en este nuevo nadar contra la corriente. Incluso para nosotros, no hay margen para no mantener una actitud lúcida desde nuestro modesto aporte sangrriento. Aguardar el momento oportuno para actuar no es lo mismo que fugar hacia el futuro. Aprovechemos este tiempo para encontrarnos y conversar.

No hay margen para el encierro y la pequeña valla personal que hemos también armado en nuestro mundo durante la pandemia –abstracto, mudo y particular–, a riesgo de negar y (de)negar lo realmente urgente de este presente argentino repleto de jóvenes mujeres y hombres: Paz, Pan, Trabajo. Y nadar, movernos, para no dejar ausente el centro de las nuevas significaciones de nuestra fuerza.