Si el votante mayoritario de las PASO quería tener una muestra de lo que apoyaba políticamente con su decisión, el pasado jueves tuvo una sobredosis manifiesta. El larretismo, confiado en el respaldo de primera vuelta en las urnas, salió a despedir enfermeros que trabajaron durante toda la pandemia y propuso que el Tribunal Superior de la Ciudad avance sobre los fallos de la Justicia Nacional. En estos días entre las elecciones y la próxima vuelta, parece haber operado un nuevo vigor en Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal que les permite palpar su arribo a la Rosada. Y para no defraudar al cualunquismo imperante que los admira ni a los funcionales que comparten sus miserias, no quisieron desaprovechar oportunidades: mientras en la Legislatura aprobaban los cambios en los convenios urbanísticos de la Ciudad de Buenos Aires con el objetivo final de levantar once torres, enviaban las topadoras a desalojar brutalmente a las familias que habían ocupado el basural en Villa 31. Romper e incendiar las casillas de los más débiles de esta ciudad fue la cereza del postre para que la derecha argentina no tenga ninguna duda de la calidad de banquete que pueden ofrecerles para el 2023.

Cómo empezar con este despliegue gastronómico es una decisión editorial que no merece ninguna duda. Leonela Gisel Aleman es militante de Barrios de Pie, integrante de Jóvenes de Pie en Barrio Mugica, una de las compañeras que fue desalojada el jueves de la toma en el barrio junto a cien familias. La contactamos para saber en qué situación están las personas desalojadas y cuáles fueron los grados de interlocución que mantuvieron con el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat del GCBA, organismo del cual sus representantes se cansaron de declarar en los medios larretistas que se “apeló al diálogo y que se implementaron distintas estrategias de acercamiento en busca de soluciones conjuntas sin éxito”. La situación en la que estamos las familias que fuimos desalojadas de la toma es muy angustiante”, nos introdujo Gisel. “Ahora estamos en Lugano, algunas de las familias que fuimos desalojadas, pasando el día y la noche en unos galpones donde hay solamente unas camas separadas por un metro una de otra. No tenemos nada. Estamos con lo puesto. Perdimos todo lo que teníamos. Como se vio en los videos que circulan, prendieron fuego los ranchos, rompieron todo lo que teníamos, camas, ropa, pertenencias. Cuando estábamos afuera, en la calle, que se largó a llover, vinieron unas camionetas del BAP a las que nos invitaron a subir diciéndonos que vayamos para pasar la noche y que acá nos iban a ayudar. Estos galpones son como esos lugares para refugiados, tienen solamente unas camas. La gente que está acá dijo que no están preparados para todo esto y que solo pudieron poner las camas”.

En ese mapa que planteaba la situación porteña de desigualdad durante la pandemia, Gisel también fue una de las compañeras que sostuvo una olla popular para alimentar a ciudadanos en situación de calle. Esos porteños que tampoco el larretismo quiere terminar de darles estatuto ciudadano fueron contenidos en la pandemia entre una red popular organizada, las políticas públicas nacionales de desarrollo social y un sistema de salud argentina que se robusteció rápidamente en el posmacrismo para no replicar las escenas que vimos en Estados Unidos, donde cientos de enfermos pobres morían o hacían largas colas para poder comer. Hoy Gisel, junto con las familias violentadas, es una más de esos ciudadanos, y no tiene ninguna respuesta sobre las vías de ayuda que debería ofrecerles el gobierno porteño. “No vino nadie a vernos, no tenemos interlocución con nadie. Hasta ahora solo nos trajeron las comidas, pero nadie vino a decirnos nada, a ofrecernos una solución. Yo creo que no se nos brindó ninguna solución desde el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires porque no tiene soluciones para nosotros, solo quieren que nos vayamos del barrio. Así estamos, pensando en cómo podemos hacer para empezar de cero, sin nada”.

La crisis habitacional de estas familias obviamente debe leerse en el marco de la crisis habitacional histórica de los barrios populares en la ciudad de Buenos Aires. “Venimos sufriendo un crecimiento demográfico en los sectores mas populares de la ciudad. Esa realidad en Villa 31 es muy significativa y presente, porque en estos últimos trece años de gobierno de Macri y Larreta lo que fue creciendo exponencialmente fue la cantidad de habitantes en todos los barrios pobres. El modelo de expulsión hacia las clases populares durante la gestión de Macri como presidente ha sido feroz y sumó pobreza. Lo único que contuvo y contiene a esas poblaciones de nuevos pobres son las villas, y ahora esto se agrava con la política de alquileres, ya que en esta ciudad han aumentado mucho y la gente no puede ni alquilar una pieza”, nos cuenta Franco Armando, referente del Comedor Comunidad Organizada de Villa 31.

Singularmente, mientras la Ciudad de Buenos Aires es exhibida como un ejemplo de despliegue urbano para el resto del país, lo que reditúa a la hora de su balance político, su población es privada a velocidad sostenida de matrículas escolares, planes de vivienda, salud de calidad y transportes públicos. Continúa Franco: “El proceso de urbanización que sostiene Larreta generó una gran pantalla o espejitos de colores –jardincitos, veredas, carteles luminosos–, en lugar de una planificación urbana real para los vecinos. Nosotros en el barrio Mugica hace menos de un año sufrimos más de dos semanas sin agua, por ejemplo, lo que produjo muertes y enfermedades ya que estábamos en plena pandemia. Los problemas que tenemos son de escala y estructurales. No tiene que ver con que nos pinten una casa o nos hagan una placita de cemento. Nuestros problemas reales merecen otra infraestructura, bien pensada y ejecutada. A veces vemos en nuestra cara el negocio de la obra por la obra misma, que hacen dos veces lo mismo, que vienen por cosas que no necesitamos, mientras carecemos de otras que venimos reclamando hace años”.

Mientras algunos de los invitados de lujo al banquete larretista esgrimieron marchas antivacunas, otros se atrincheraron en la puerta de las escuelas bajo las propuestas de la ministra de Educación porteña, y los más se hacen los distraídos mientras se visten para la segunda vuelta con la voz de Leuco que los anima desde la pantalla. “En definitiva, la vida del villero se vuelve cada vez mas cara en una ciudad que nos desprecia. Si uno se pone a pensar en todas las obras que rodean a la Villa 31, que nos rodean –el Distrito Joven en Costa Salguero, o las obras del Paseo del Bajo, o el Quartier Retiro–, pareciera que quieren delimitarnos y rodearnos para transformarnos en un gueto. Si ves el diseño del Paseo del Bajo respecto a nuestro barrio, te das cuenta que nos dejan aislados, sin ninguna conexión directa con lo que es la ciudad. Así nos piensan a nosotros, así entienden nuestra integración”, concluye Franco desde su comedor.

El resultado de las elecciones de medio término está abierto, el menú a la carta finamente preparado para todo el que quiera integrar una sociedad que opera a partir de la reacción atemorizada, donde manda el inconformismo de la rebelión o el fracaso personal. Los argentinos, después de la vejación seguida de ruina a la que nos sometió el macrismo, andamos muy delicados de los intestinos, como decía Federico Moura.