Gas Light fue el título de una obra teatral escrita por Patrick Hamilton, cuya versión cinematográfica más difundida es la de George Cukor en 1944, protagonizada por Charles Boyer e Ingrid Bergman. El argumento giraba en torno de un sujeto que buscaba un supuesto tesoro escondido en la casa que habitaba con su mujer, a la que sedujo con ese único propósito. Ella lo descubrió al ver la luz de una lámpara de gas cada vez que él subía al altillo. Pero él no solo negaba todo: también buscaba convencer a su esposa de que estaba loca, y para eso movía objetos de su entorno, construía su “verdad” y le decía a ella que lo suyo eran solo delirios.

De ahí en más se llamó gaslighting a una forma de abuso psicológico que consiste en dar por hecho lo que no ocurrió, y en manipular los datos para que las víctimas pongan en duda su propia percepción de las cosas.

En los años setenta, la dictadura uruguaya detuvo al cantautor Eduardo Darnauchans, a quien acusaba, entre otras cosas, de haber viajado a Alemania Oriental para hacer entrenamiento guerrillero. Un delirio. Pero los represores llegaron a confundirlo de tal manera que en algún momento Darnauchans pensó que tal vez era cierto, y que él había estado en Alemania Oriental.

El cine anticipó a la política: en algún momento el gaslighting fue adoptado a gran escala por las potencias centrales y el gran capital transnacional. Y el caso es que millones de dólares se gastan a diario para consumar un gaslighting masivo sobre naciones enteras, en las que se culpabiliza a la propia población por los efectos de políticas dañinas.

En nuestro país, las fuerzas del mercado fueron puestas en libertad por el gobierno macrista, y no dejaron campo sin depredar. Esto sucedió sobre la economía, la cultura y las relaciones sociales e interpersonales. Hubo quien se vio favorecido, hubo víctimas y hubo –y hay– quienes no fueron favorecidos pero soñaron y sueñan con jugar para el otro equipo, asumiendo  como propias las culpas del poderoso.

“Y bueno, hay que pagar la fiesta”, se escuchó decir a un empleado gastronómico.

Se sabe que la política económica del macrismo vació los bolsillos de la gente, cuando no directamente la dejó sin empleo. Esto golpeó al comercio de un modo obvio e inevitable. Miles de negocios debieron cerrar en todo el país.

Pero hay comerciantes que prefieren culpar de todo a los senegaleses y la venta ambulante.

Mientras tanto, Pagni dice por el canal de La Nación que la deuda que Macri tomó –y fugó– es culpa del gobierno de Cristina.

Las inmobiliarias dicen que el aumento en los alquileres es culpa de la nueva ley, y de la obligación de registrar los contratos en la AFIP.

Los empresarios se niegan a aumentar salarios, diciendo que eso genera inflación. Y cada vez que el Estado intenta ponerles un límite, patalean con que eso aleja las inversiones.

La patronal despide a un delegado. Oficialmente es “reestructuración”. Por lo bajo, “él se la buscó”.

¿Sos pobre? No te esforzaste lo suficiente.

El violador se defiende: “Ella me provocó”.

El asesino: “Fue en defensa propia”.

El represor: “Fue una guerra”, “no fueron treinta mil”.

En todos los rubros de la vida, las líneas de sentido apuntan a victimizar al fuerte, el dueño del poder económico, mediático y judicial, con la capacidad operativa suficiente como para construir una “verdad” a su medida e instalarla como “verdad de todos”. Cuestión que objetiva y subjetivamente se ve favorecida si la gestión del Estado “libera” las fuerzas del mercado,  ciegas y depredadoras.

Todo tipo de abuso, de la naturaleza que sea, encontró refugio en el neoliberalismo, que dio carta blanca a la crueldad.

Y es así como el “vos te la buscaste” está en todos las secciones del diario y en la primera mañana de casi todas las radios y el prime time de casi todos los canales de TV.

Hasta que logran, por simple repetición, instalarlo en la mente de muchos. Tal como hicieron con la idea de “crisis” cuando no había tal crisis en el 2015. Solo había un país desendeudado. Había que endeudarlo de nuevo. La crisis vino después, bien jodida, y generada por los mismos que venían a “salvarnos” de la crisis.

Por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa.