Si hiciéramos una valoración netamente mercantil para decidir a qué fuerza política con aspiraciones reales de poder le daremos nuestro apoyo en las elecciones de medio término en Argentina, nos encontraremos ante la siguiente dicotomía: Opción A; una fuerza política que destruye nuestro poder adquisitivo. Opción B; una fuerza política que lo destruye a ritmo menos acelerado.

Por supuesto se trata de un planteo editorial un tanto antojadizo y malintencionado –casi como si fuera de Clarín–, por eso lo mejor será seguir leyendo.

En todo el espectro que va desde el gorilismo al progresismo existe consenso en ubicar en torno al 20 por ciento la pérdida de poder adquisitivo durante la era del mandatario que se reunía todos los días a partir de las 19 con Netflix. Aunque desde la  Jefatura de Gabinete de la actual administración se asegura que a los trabajadores estatales les fue mucho peor y perdieron el doble, 40 por ciento.

El tema es estratégico porque también hay consenso en todo el arco político acerca de que por esos números desastrosos el exalumno del Newman no pudo gozar de su reelección.

Entonces la pregunta de cajón es: ¿Cómo nos va con Alberto?

Fernández llega a la presidencia sabiendo que el mayor desafío de su mandato es reeditar algo que vio muy de cerca a partir del 25 de mayo de 2003. Crecer, dar trabajo y recomponer el poder adquisitivo de las grandes mayorías.

Resultaría una obviedad mencionar que no lo está logrando, pero, por supuesto: a nada de andar se le apareció la pandemia.

Durante 2020 lxs trabajadorxs argentinos vieron mermado su poder adquisitivo en torno a un 3 por ciento según los datos del Indec. Es un dato anual que mejora significativamente el índice  registrado durante el mandato de Macri y resulta bastante alentador para cualquier analista en la materia si entendemos que en el medio apareció la pandemia, pero en el supermercado de todas maneras el carrito se llena menos.

Adicionalmente, la economía se contrajo un 9,9 por ciento durante 2020 y, como resultado, la desocupación pasó de 8,9 por ciento al finalizar la gestión macrista a un 11 por ciento tras el primer año de Alberto; más de 1 millón de personas se quedaron sin trabajo en 2020. Son pésimas noticias, aunque de nuevo no se pueda obviar la pandemia que, lógicamente, impulsó procesos similares en todo el planeta.

Paritarias

Argentina es uno de los pocos países en donde la recesión no atenta contra la inflación, y es en este maremágnum, entonces, donde gremios y patronales deben acordar los aumentos salariales con la aspiración de los primeros en ganarle a los precios.

Aquí sí podemos observar una diferencia sustancial entre las opciones A y B mencionadas al comienzo. La opción A es la patronal y busca deliberadamente flexibilizar el mercado laboral y disminuir el poder adquisitivo de la población. Mejor no olvidarlo.

La opción B presenta evidentes síntomas de tensiones internas, pero puede identificarse en su cosmovisión histórica y en su actual composición una vocación por recomponer la escala salarial y el mercado laboral.

Ahora, la diferencia entre ambas opciones que al inicio de este escrito parecía antojadiza se transforma en profunda y estructural: no es un dato menor, ya que ha quedado claramente demostrado que sectores importantes de la clase trabajadora pueden ser derrotados por las permanentes campañas de desinformación e inoculación de odio lideradas por los grandes medios de comunicación.

Los gremios han negociado aumentos diversos que giran en torno al 35 por ciento, pero el índice inflacionario presenta un escenario muy inestable que hasta el cierre de mayo no da tregua, por lo que nadie duda que habrá que barajar de nuevo durante el segundo semestre.

Alberto “Pepe” Robles, director del Instituto del Mundo del Trabajo “Julio Godio” de la Universidad Nacional de Tres de febrero (UNTREF), nos ayuda a entender más estas tensiones.

“Las paritarias se cerraron en el primer semestre sobre la base de una inflación que iba a ser del 33, 35 por ciento con un leve aumento del salario real, 2, 3 por ciento en el mejor de los casos. Está claro que la inflación no va a ser ni del 35 ni del 33 y va a estar más cerca del 47 por ciento; eso significa un desfasaje salarial que es de aproximadamente un 12 o 13 por ciento; 13 por ciento para quedar a mano con la inflación. Pero el proyecto del gobierno, y ni que hablar de la intención de los sindicatos, era superar la inflación, tener un aumento pequeño pero aumento al fin del salario real, que sea del 2 o del 3 por ciento. Quiere decir que, para que esto suceda, se necesitaría un aumento adicional del 15 o 16 por ciento. Para eso, hay que reabrir las paritarias. Todos los convenios firmados en el primer semestre contemplan la posibilidad y la obligación de abrir de nuevo las paritarias si la inflación no se correspondía con el 35 por ciento pautado”.

Me inquieta conocer en qué experiencia histórica podemos reflejarnos para promover un círculo virtuoso que nos permita recomponer nuestro poder adquisitivo. Al respecto, Robles acepta que “es tentador pensar en antecedentes en Argentina o en el mundo de alta recomposición del salario en un lapso breve”, pero señala una cuestión fundamental a tener en cuenta. “La coyuntura actual no es comparable a otras anteriores, ya que esta es una catástrofe económica y sanitaria de nivel global que, además, ha pegado más grave en Europa y en América. Es decir, estamos en una situación absolutamente inédita: no se sabe, no hay ninguna experiencia en la historia mundial de cómo se comportan las variables económicas y salariales en una crisis biológica. Lo que hay son experiencias de crisis financieras o de crisis de demanda que son las típicas crisis del capitalismo; pero aplicar leyes o experiencias de crisis financieras o de crisis de demanda a una crisis biológica es como aplicar un remedio contra la tuberculosis a un enfermo de cáncer”.

Es cierto que existen algunas cifras alentadoras para el gobierno, como la previsión de poder recuperar este año en 6 puntos porcentuales la caída del 9 por ciento del PBI registrada en 2020. Pero si bien es una noticia muy estimulante para cualquier funcionario del área económica, no es más que una “curita” para una nación en la que más del 40 por ciento de su población vive en la pobreza.

Acerca de lo inédito de nuestro presente, el especialista de la UNTREF agrega: “otro elemento fundamental es que para que haya una rápida recuperación de salarios se necesita un alto crecimiento; por ejemplo, cuando hubo una rápida recomposición de salarios en la época de Néstor Kirchner, el mundo creció a niveles altísimos hasta la crisis del 2008 y la Argentina creció a tasas chinas, al 10 por ciento aproximadamente. En un contexto de esas características es altamente probable que haya una buena oportunidad de recomponer salarios; ahora, esto es todo lo contrario, nosotros estamos viviendo una recesión, local y mundial, causada por una pandemia. Por eso, la economía no tiene condiciones para un alto crecimiento del salario”.

Robles estima que, en el mejor de los escenarios, serán necesarios cuatro o cinco años para consolidar una recomposición salarial; pero está claro que, mientras tanto, no sabemos qué noticias pueda traernos la pandemia, por lo que cualquier previsión económica se arriesga a caminar sobre la cuerda floja.

Finalizamos esta entrega dándole la más cordial bienvenida al recién nacido Sindicato de Base de Trabajadores de Reparto por Aplicaciones (SITRAREPA), mientras informamos oficialmente que el premio al gremio del mes se lo lleva sin duda el Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU), que acordó con las empresas navieras y del área de remolque una paritaria anual que excederá en 13 por ciento a la inflación del año establecida por el Índice de Precios del Consumidor.

Tocará intercambiar con ellxs para aprender de su experiencia. Como ya lo dijera el gaucho Martín Fierro: los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera.

Sindicato de Base de Trabajadores de Reparto por Aplicaciones (SITRAREPA)