La Semana Santa que acabamos de transitar es quizás más singular que la anterior. No solo seguimos en pandemia y estamos enfrentando un aumento significativo de contagios, sino que los datos sobre pobreza en general y su impacto en la población más joven del país reafirman la tendencia estructural y global de que partes de la humanidad son sacrificables y abandonadas mientras una minoría poderosa y multimillonaria continúa obsesionada por la riqueza. Si hubo en el plano mundial de esta crisis una voz que advirtió sobre esta situación y convirtió en constante mensaje la importancia del trabajo político para oponernos a esta realidad y a la tendencia de significarla como dada sin siquiera preocuparnos, fue la del Papa Francisco. Muestra de ello fue hace unos días la celebración de los movimientos sociales por los ocho años de la asunción del sumo pontífice de la Iglesia Católica.

Para indagar sobre la figura de Francisco, pero también sobre la posibilidad que abre en la matriz cultural de nuestras expresiones populares, sobre la relectura de los fundamentos religiosos y mesiánicos en un momento de crisis económica y sanitaria, pero también sobre los alcances de su mensaje en el plano cultural, charlamos con Néstor Borri, responsable junto con Santiago Barassi de Factor Francisco, proyecto que comprende y aprehende la figura del Papa como convocante de reflexiones y dinámicas de debate intra y extrarreligiosos, y que actualmente está presentando y compartiendo en su web la muestra gráfica #FactorFancisco2021.

“Capitalismo y Casa Común”, Factor Francisco (http://www.factorfrancisco.org/muestra/)

Conversábamos recién de que adherís a esa idea de Horacio González sobre estar disponibles y dispuestos para un nuevo momento del movimiento popular en Argentina. Desde Factor Francisco ustedes vienen intentando abrir esa disposición política para un diálogo con y desde la religión y lo religioso. Una acción que tiene su origen o su significación a partir de la asunción de Mario Bergoglio como Papa de la Iglesia Católica. ¿En qué momento empezaron a producir este aporte?

Nosotros empezamos a construir Factor Francisco en 2018. Al año siguiente lo presentamos formalmente. Hubo un primer momento donde dimos cuenta del fenómeno Francisco/Bergoglio o Bergoglio/Francisco. Que fue un momento de poder hacer una relectura a varios niveles: la primera lectura es muy parecida a la que hizo Cristina en su momento: la variable de lectura política, por un lado, y la intuición humana, por el otro. Ella desde su fe, su sensibilidad, su visión política, marcó que ahí había algo novedoso. La asunción de Mario Bergoglio como Papa Francisco trajo también la resignificación de muchos gestos, de nuevas formas. Siempre vimos a partir de allí una idea de recomienzo. Una mezcla de conversión e inversión, de corte. Una idea netamente política, pero de trasfondo religioso. O una idea profundamente religiosa, espiritual, también mística y teológica con muchas implicancias políticas.

Después, el macrismo. La derrota es un tópico muy propio del cristianismo, un tópico tan central como indigerible. Dentro de la derrota está lo que en el cristianismo llamamos la cruz, “el escándalo de la cruz”, como lo dice San Pablo. La cruz es la parte más indigerible dentro del cristianismo incluso para la teología misma, los Evangelios, pero al mismo tiempo es lo que hizo que el cristianismo sea lo que fue –más allá de que sobre eso se montó todo el dolorismo, la justificación del sacrificio, etc.–, porque lo otro que aparece ahí es una herida. Bien dice Bataille: “solo se puede amar una herida, y la cruz es la herida por la cual podemos amar a Dios”. Esa frase, tan fuerte –que, por cierto, es inspiración de la canción de Charly García y Luis Alberto Spinetta, Rezo por vos–, refleja fielmente el sentimiento único de lo vencido. La derrota, en ese sentido, fue el límite de nuestra construcción, pero también nuestro aprendizaje. Hay cosas que solo se aprenden en la derrota. Ahora, para aprehenderlas, en el sentido de tomarlas y conocerlas, era y sigue siendo necesario contar con una matriz conceptual, filosófica y, en última instancia, política y espiritual. El cristianismo bien o mal ha explorado esa matriz. Ahora mismo vemos, en un momento tan arduo del mundo, del país, de los límites, qué caro es tener una ética exitista. Ese sería el segundo núcleo que nos llamó la atención abordar: Francisco como alguien que puede ser el articulador para pensar las realidades populares más profundas y las realidades políticas más trascendentes, pero también más rigurosas.

Y, siguiendo con esas etapas que constituyen la génesis de Factor Francisco, decía, hay un tercer momento, que uno podría resumir en pandemia, “volver mejores”, pospandemias, crisis globales, la tercera guerra mundial en cuotas: un momento único de crisis del cual, como dice Francisco, no saldremos igual: o saldremos mejores o saldremos peores. Ahí hay una línea del Papa que la refleja claramente en la encíclica Fratelli tutti, publicada durante la pandemia en la festividad de San Francisco de Asís. Fratelli tutti, o “hermanos todos”, es su segunda encíclica luego de Laudato si, una encíclica sobre el cuidado de la casa común, la ecología y la pobreza. Fratelli tutti, en ese sentido, va por otro carril, es mucho más política. Mientras Laudato si es una operación que estaba dentro del esquema discursivo vaticano, propia de la respuesta que la Iglesia se debía en un tema tan caro a nivel mundial combinándolo con las preocupaciones sociales de nuestro tiempo, Fratelli tutti, en cambio, para mí es programa puro de Francisco. Se nota mucho la impronta y el concepto del Papa: en el punto donde es más espiritual, es más política; en el punto donde es más eclesial, es más secular; en el punto donde es más mística, es más maquiavélica. Fratelli tutti no es una admonición moral, si bien la cita viene de unos escritos de San Francisco de Asís que se llaman las Admoniciones; creo que es una advertencia y apuesta, creo que lo que plantea es “hermanos todos” o “allá en el horno nos vamos a encontrar”. Fratelli tutti es muy potente.

Una de las palabras centrales de Francisco es discernimiento: palabra muy jesuita, si la hay; y, para mí, muy psicoanalítica también a su modo. Discernir es ver la cuestión en situación, es la diferencia entre ideología y política, pero también entre doctrina y acción o intervención. Eso transforma a Francisco en un Papa mucho más de discernimiento y gesto que un Papa de dogma, el Papa de la presencia performática. Esa opción es para mí algo muy fuerte, que tiene una traducción política y personal inmediata para aquel que quiera verla. El planteo de Francisco es presencia y performática y, para mí, es también una respuesta que incluso dentro del peronismo deberíamos aplicar a quienes, para eludir la crítica o las crisis en términos políticos, responden ser doctrinarios; porque Francisco dice que dentro de la doctrina hay algunas verdades más importantes que otras, y a la vez plantea que lo más importante es el gesto y el discernimiento. Eso genera un punto de salida, de destrabe; implica salir del imaginario y actuar, sin más.

Si uno tuviera que reflexionar sobre las referencias actuales de la Iglesia trabajando el tema de la pobreza en territorio y la articulación concreta con los movimientos sociales, la construcción peronista, ¿qué destacarías, qué dificultad pondrías en relieve en ese desarrollo?

Hay dos líneas organizadas de sacerdotes, la de la Opción por los Pobres (OPP), cuyos referentes son Eduardo de La Serna, Paco Olveira, Alejandro Llorente, entre otros; y, por otro lado, los Curas Villeros, que se agrupan en la Pastoral de Villas de Buenos Aires, el espacio que retoma el trabajo de Bergoglio desde el Arzobispado de Buenos Aires. Ambos se reconocen en el Padre Mugica: los villeros con mucho trabajo territorial y fuerte impronta religiosa, los de la OPP quizás más ideológicos; pero ambas expresiones dan cuenta de un hacer sostenido durante años junto a los pobres en zonas y barrios populares. Lo interesante de ver, en esa fuerza, en ese impulso, es una forma de construcción, una manera de sociabilizar, de armar los territorios, que está fuertemente enganchada con la religión y que tiene un diferencial muy grande o superador incluso respecto a nuestras mejores lógicas políticas. Eso a mí me llama la atención, más aún cuando observo que son prácticas muchas veces negadas por nuestra construcción política.

Hace unos días, por ejemplo, posteamos una entrevista que le hicimos a Jorge Alemán durante 2019 en Factor Francisco. Aparecía en ese diálogo la cuestión religiosa, un contrapunto que tenemos con él sobre la resurrección, y un amigo nuestro de Carta Abierta a su vez la reposteó y Jorge volvió a subirla también con muchos likes. Hoy, justamente, Jorge Alemán escribe un poema, llamado Viernes Santo, donde remite al hijo abandonado por el padre y confirma, “nadie conoce la realidad del hijo”. ¿Por qué traigo esto para hablar de las formas en que se niega la religión o las prácticas religiosas como las de los curas villeros o de la OPP? Porque si ves los comentarios de ese posteo de Alemán casi todos salen a recrear la relación entre religión y alienación, la crueldad del padre; o sea, “nadie sabe la verdad del hijo”, pero, sin embargo, todos esos comentarios parecen tenerla muy en claro: allí la religión es opresión, el padre es el superyó, y una serie de confirmaciones pequeñoburguesas sobre la religión que intuyo vienen de compañeros nuestros bien formados en subjetividad o cercanos de alguna manera al psicoanálisis. Confirmaciones que, al dar de plano contra lo religioso, dejan al descubierto una serie de prejuicios más dignos de una elite antipopular que de reflexiones movimientistas como las que pensamos construir. Fijate que algunos comentarios levantaban la obra de Saramago El Evangelio según Jesucristo, y yo con mucha humildad les recomendaría leer los Evangelios verdaderos que son, incluso literariamente, mucho más potentes que el texto de Saramago, un autor decepcionado por el comunismo, con cierta amargura… Ahí hay algo de lo religioso en general, pero especialmente del cristianismo en su versión católica, que en el campo popular, en el peronismo, en nuestra construcción concreta debemos animarnos a conversar, dejar de negarlo, romper con los prejuicios; porque excluirlo nos transforma en algo distante y distinto de lo que queremos ser como movimiento político.

“El mundo es un misterio gozoso”, Factor Francisco (http://www.factorfrancisco.org/muestra/)

Si estuviéramos en un momento de la historia donde lo religioso todo sufriera un declive total, quizás sería más comprensible. Pero lo llamativo respecto a esto que planteás es que existen expresiones concretas de los sectores populares articulados políticamente a partir de la religiosidad –la celebración de los ocho años de Francisco como Papa lo demuestra–, sus formas de adherencia, su práctica corpórea en las experiencias, lo vincular de la fe, que parecen no poder ser reconocidas fácilmente por un sector de la militancia.

El tópico de la religión aparece de maneras raras en nuestra construcción. Si aparece bajo el tema del mesianismo, nuestra inteligencia lo digiere solamente si es una cita de Benjamin, pero más allá de eso cuesta que se avance, incluso que se tengan lecturas no empobrecedoras de ese respetado autor. O sea, son razonamientos que invitan al mesianismo, sí; pero Jesús de Nazaret, no. Ni hablar del catolicismo. Esto habla de cierta limitación de interpretación de lo mesiánico. Si no, aparece ese otro disfrute para hablar del tema religioso que se traduce en Bolsonaro y los pentecostales y la derecha de los evangélicos y entonces se empieza a machacar contra la alienación de los evangelistas, el imperio, las sectas; lo cual, por supuesto, tiene mucho de cierto, pero deja afuera el núcleo de esa adhesión concreta que es una promesa religiosa de la cual podemos decir un montón de cosas pero funciona, contiene, resuelve elementos de la vida concreta de millones de personas. Hay algo ahí que nuestras llamadas izquierdas no han sabido procesar y que en todo caso las del Brasil las han procesado mucho mejor.

Después tenemos algunas disposiciones particulares que son fronterizas a ese centro de la cuestión católica, como por ejemplo el disfrute sobre la figura del Gauchito Gil, que, en cierta medida, es una forma de disolver lo religioso, lo cristiano, en una especie de etnografía, de antropología folclórica; pero es como se presenta hoy, como aparece y así debemos trabajarlo. El otro modo en que aparece, mucho más cercano a nosotros, es bajo la figura de asociar el tema Tierra, Techo y Trabajo, el Papa Francisco y los movimientos populares. Y hasta ahí se llega. Se arma entonces ahí como un cuadrángulo, una figura bien delimitada, con un núcleo que a mi entender queda aún no conversado, respecto de qué significancias y proyecciones tiene ese espacio. Comentábamos recién la entrevista a Horacio González que le hacían en televisión, donde decía que en Argentina hace falta una conversación. Yo no digo que sea está la conversación que falta, pero sí que en ese núcleo no conversado lo religioso es un componente, forma parte, de una conversación nacional que nuestra construcción política debe dar a todos los niveles: interpretar qué somos como sociedad, saber por dónde pasan las inquietudes de los argentinos, en lo real de la vida, en la historia y en la política y lo político. Ahí hay un núcleo que hay que interrogar otra vez, porque no se resuelve tampoco diciendo “Francisco es un Papa peronista”. Creo que quedarse solo con eso es un desperdicio.

“Techo”, Factor Francisco (http://www.factorfrancisco.org/muestra/)

Hay una parte de Fratelli tutti dedicada a diagnosticar el paradigma de la comunicación actual, que por extensión completa el escenario de profunda crisis cultural en que nos encontramos. Llevando esa conversación un poco al plano local, con las condiciones reales del dispositivo cultural argentino –en medio de una crisis económica sin precedentes, datos de pobreza desoladores, segundo brote del virus mundial–, ¿qué desafíos creés que tenemos en cuanto a la recreación crítica de fundamentos, acción política y producción de sentido?

Sí, Francisco sugiere que están demasiado sobrevalorados los sentidos de la vista y el oído, y que debemos retomar los sentidos del gusto, el olfato y el tacto. Creo que ahí se plantea una mirada crítica sobre los formatos comunicacionales, una estrategia clínica compuesta entre ese estar presente, inclinarse sobre la situación y tocar al otro. Creo que es un planteo muy consciente de que la cultura tiene como una armadura de viscosidad, o sea, tiene todo lo que debe tener para defenderse y a la vez todo resbala. Nada toca realmente, nada mella.

Por un lado, creo que lo hay que recrear son conversaciones, tópicos, formas y pragmáticas que, por suerte, tenemos en nuestra historia. Tenemos en nuestra historia expresiones significativas de emancipación popular, de humanismo, de derechos humanos; ya están, no hay que inventarlas, solo hay que reconocerlas. Lo que pasa es que el esfuerzo de reconocerlas equivale al de inventarlas. Además, luego de ese reconocimiento, hay que experimentar, lo cual supone también poder equivocarse. Ese es un punto, luego tenemos grandes referentes, tanto históricos como actuales, cercanos y lejanos. Desde todos los enunciadores y pensadores del peronismo y más ampliamente del campo popular, incluyendo a Francisco. En tercer lugar, contamos con una tradición y una práctica política que está distribuida en miles de hombres y mujeres concretas, que ya están sosteniendo esta conversación que necesitamos. El problema es que no estamos siendo capaces, por los motivos que fueran, de poner esta conversación, como orientadora, en el centro de nuestra política. La tenemos periferizada, otros la toman como vergonzante.

Además, tenemos un problema: en el centro de nuestro dispositivo cultural no alcanza con que esté representado solamente el progresismo urbano, una exacerbación –como dice Jorge Alemán– de los narcisismos de la diferencia. No es que sean malos ni que haya que prescindir de ellos; digo simplemente que no alcanzan. Son indispensables, pero también son insuficientes. En ese sentido hay algo que reponer, hay algo que hay que reconocer. A veces pareciera que para quienes organizamos (no me pongo afuera) el dispositivo cultural de nuestra sociedad resulta vergonzante reponer elementos históricos, algunas experiencias o realidades concretas de lo popular, que solo las incluimos bajo un cierto manto de ironía. Tenemos, por ejemplo, divulgadores culturales en el centro de nuestro dispositivo que perfectamente hablan de Nietzsche pero ninguno que conozca la parábola del buen samaritano. Repito, me alegra que ese compañero filósofo esté de nuestro lado, pero también me preocupa que toda nuestra política cultural –no refiriéndome a la política del Ministerio de Cultura sino a la tónica de nuestra mirada– tenga al nihilismo progresista como única matriz y figura. Del mismo modo que me parece insuficiente que la figura del militante aguerrido, setentista aggiornado, sea la única metáfora militante que nos pueda sostener. Creo que hay que tratar de perder la vergüenza, perder el miedo, desafiar lo que haya que desafiar y entender que una parte de los bloqueos no tienen que ver ni con la impronta neoliberal de Cambiemos ni con el plano inclinado de la cultura contemporánea que va en contra de nuestras enunciaciones, sino que somos nosotros mismos los que la estamos reproduciendo. Yo veo cada vez con más claridad que un montón de compañeros y compañeras comprometidos en distintos espacios, políticos, sociales, culturales, académicos comparten esta sensación de que el invierno se acerca, de que el desierto crece. Para atravesar ese tiempo que viene deberemos atravesar momentos de no éxito, ser mucho más humildes y abandonar las ironías, quizás para confirmar que las figuras de la victoria y el triunfo del exitismo progresista no pueden ser nuestro norte político porque es otra la matriz que reclama nuestra construcción.