El peronismo es una lealtad que funciona también a la inversa. En una conjugación particular entre memoria y práctica política popular, inaugura un universo de sentidos habitables cada vez que se propagan derechos, afectividades, orgánicas de resguardos. Esa memoria funciona como nuestra percepción de la infancia. La memoria de etapas anteriores de nuestra vida no nos llegan como un recuerdo o una serie de recuerdos, sino como formas de percibir el mundo distintas a la actual. No es un recordatorio, es una inmersión en el pasado. Donde la expresión, como es mucho más lenta que el sentido, a veces se nos desvanece: sentimos que el recuerdo, la imagen, la escena se evapora, pero siempre queda el sentido profundo. Por eso, en nuestra experiencia actual coexisten todas las anteriores en simultáneo, aunque no nos demos cuenta. Son como estructuras que permanecen intactas hasta que ciertas huellas las ponen en acción y se manifiestan vestigios de comprensiones pasadas. Eso es lo que nos posibilita tener una historia, una voz propia completa y continua.

Hay un contenido, en el portal del canal Encuentro, que se llama Inoxidables y que se detiene sobre el desarrollo de la industria en Córdoba durante el primer peronismo. Lo más interesante de la serie es que permite ver el grado de permeabilidad del peronismo sobre la vida cotidiana de miles de obreros. Un Estado que se hizo presente para estallar cada una de sus situaciones vitales en forma tan concreta, tan radical, tan palpable en términos personales y, a la vez, explícitamente atadas al desarrollo estratégico de la nación. La Argentina de Perón fue la posibilidad de una década de protagonismo trabajador en la trama de un país cuya grandeza se materializaba popular, plebeya, fabril, como ellos.

Hace unos días, uno de los periodistas progres al que escuchamos todos hizo una editorial sobre la práctica gremial y la diferencia entre algunas conducciones y sus responsabilidades sobre la realidad material de sus representados. Hay algo sobre el fondo de estas discusiones que se cuestiona sin darnos cuenta y que es contraproducente porque carcome la política popular. Es que circunscribir lo que significa la organización de los trabajadores en este país a su desarrollo específico (sus formas orgánicas, acciones, concepciones gremiales, discusiones, asambleas, dirigentes, delegados) incluso a aquellos con los que estaríamos de acuerdo, es desconocer cierto orden fundante de la experiencia que se desarrolla más allá de la expresión a la que llega. La invención política del peronismo es establecer lo organizativo como respuesta colectiva al dolor, como un tipo de relación entre clase y política, como comprensión sensible que se asienta sobre trazos de justicia, igualdad, comunidad. Porque los derechos que adquieren los trabajadores no dependen de sus condiciones materiales, dependen de los grados de libertad para comprenderlos. En este sentido, fue tan intenso ese proceso peronista, tan arrasadora esa operación, de una disputa teórica tan profunda, que le dio vida a todo un movimiento popular de resistencia, de políticas contra el desamparo, de nuevos derechos, incluso más allá del desencanto, las renuncias, las divergencias, las declinaciones revolucionarias y las neoliberales, las reconstrucciones y las traiciones, de todo lo políticamente mutable que se albergó durante casi 75 años detrás del peronismo.

Entender la capacidad de lo gremial como lo que puede contener o hacer una organización es como limitar el 17 de octubre a su iconografía. La memoria sobre el peronismo funciona no por sus símbolos, sino porque sigue siendo una idea. Una idea del bien, acompañada de afectividad. Es este contenido afectivo en un estado del pensamiento lo que posibilita la ética del compromiso por el otro. Esas dos reducciones, a la organización y a la iconografía, desconocen que la relación entre política y organización siempre es fallida y la potencia del peronismo está en que lo sea, porque el peronismo está en los dos momentos: cuando su presencia se ata con los nuevos victimizados de la realidad popular y en su intento por expresarlos. Esa imposibilidad es lo que lo vuelve al peronismo tan persistente. Es lo que permite que pueda ser el peronismo el que resitúe realmente la memoria sobre significados democratizadores, más soberanos y más justos, que no renuncie a la historia. Es lo que hace todavía del peronismo un contrapeso vital frente a las formas muertas que solo buscan reiterar esquemas de dominación y que, en su declinación, generan una distancia tan grande entre realidad y lenguaje que hoy solo llegan a balbuceos de odio.

Yo no tengo muchos recuerdos de mi infancia. Pero estoy segura de que así como en el asma de mi mamá habitaba la humedad de la cárcel en la que encerraban a su abuelo para que no pudiera votar a Yrigoyen, en mi confianza en la espontaneidad creativa del pueblo para construir derechos sobre necesidades sobrevive la dignidad que el peronismo les dio a mis abuelos para poder sostenerse bajo su nombre. Persistencias que nos recuerdan que todo lo que sucede también es anterior a este momento aunque las olas parezcan siempre borrar las huellas en la arena. Que hay un sentido profundo de la memoria al que la expresión nunca alcanza pero sigue estando para nosotros. Por él venimos, otra vez, este 17.