Durante las últimas semanas, las “tomas de tierras”, sobre todo en el conurbano bonaerense, han ocupado gran parte de la agenda informativa y mediática, con un tratamiento del tema que penduló entre discutir la legalidad o no de la acción de la toma y las respuestas –penales, jurídicas, represivas– que en tal sentido debían aplicarse. Sobre este horizonte, el Grupo de Curas en la Opción por los Pobres emitió el viernes pasado una declaración que centra su discusión no ya en legalidad de la acción, más allá de que no la avala (“de ninguna manera” se puede avalar la toma como alternativa, dicen en el documento, sobre todo porque “expone a las familias pobres a innumerables padecimientos y al conflicto con la ley”), sino que parte de la raíz del problema: “la injusta distribución de la tierra y la concentración de la misma en pocas manos”. De allí, exponen una serie de medidas para alcanzar “respuestas de fondo que busquen resolver y no dilatar el problema” que se ha convertido en una realidad por la que transitan una enorme cantidad de argentinos. Entre las medidas que garanticen un camino para el “acceso justo al hábitat”, proponen la creación de Consejos Locales de Tierra y Hábitat en los municipios, que permitan confluir distintas miradas de “el Estado municipal, de las organizaciones sociales, de la universidad pública y, en algunos casos, de la Iglesia”.

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Padre Ignacio Blanco e integrantes del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres

Conversamos con el Padre Ignacio Blanco, de la diócesis de Quilmes, integrante del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres, sobre lo planteado en este documento en torno a las consecuencias sociales de esta injusta distribución y la enorme concentración de la tierra.

En el documento citan una frase de Francisco sobre el destino universal de los bienes –“El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada”–  y plantean que ese sería el marco desde el cual pensar y trabajar las problemáticas que abren la toma de tierras. ¿En qué sentido hay que partir desde allí para abordar este tema?

Nos parece un marco porque, primero, hay que pensar desde qué lugar miramos la realidad. Evidentemente, nosotros tenemos una mirada creyente, de fe, y, en ese sentido, nosotros creemos que Dios creó el mundo y esta casa, que es para todos y para todas. La idea de Dios, o el proyecto que nosotros decimos de Dios, que refrenda Jesús, implica que todos y todas se puedan sentar a una mesa común sin excluidos.  Entonces, la primera certeza que nosotros tenemos es que este mundo ha sido creado para que todos y todas tengamos un acceso a la mesa, a la vivienda, a la tierra. Incluso, esto no lo dice solo el cristianismo; las culturas indígenas también lo plantean. No puede haber tierra como propiedad privada porque la tierra no puede ser de alguien, es de todos. El sentido de la propiedad privada –que fue posterior– es el sentido de cuidar lo que es de todos. Yo cuido una parcela, vos cuidas otra, todos cuidamos algo. El tema actual es que algunos han acumulado la tierra que es de otros. Así como han acumulado los bienes que son de otros. La concentración de la riqueza no es solo del dinero, de bienes económicos.

Que la tierra es un bien que se acumula está claro también en nuestra historia nacional. Como dice bien la frase de Mujica en nuestro documento, se generó el Código Civil después de que doscientas familias ya habían cercado sus latifundos, luego, sobre todo, de la “Campaña al Desierto”. Se quedaron así con enormes cantidades de tierra. Alambraron y dijeron “esto es nuestro”. Pero eso es una injusticia en la base misma de la distribución de la tierra.

En el documento ustedes relatan distintas características en la formación de los barrios populares, de las villas. Una primera etapa donde los barrios se forman a partir de las migraciones internas, de la expulsión de la última dictadura de las villas de la ciudad. Y una segunda, actual, de transformación de los barrios populares, hoy cruzados por sistemas de violencia, por la problemática del narcotráfico, de las mafias. ¿Cómo afecta eso, esas problemáticas centrales que cruzan los barrios, también en lo que tiene que ver con la posesión de la tierra?

La primera palabra que me surge es violencia. La sensación que yo tengo es el grado de violencia enorme que existe ante la necesidad que tiene una familia de conseguir un lugar donde vivir. La familia está violentada, en principio, porque son muchos los intereses que se cruzan por un pedazo de tierra, que a veces es invivible, porque esa tierra está contaminada, al lado de un arroyo, debajo de un tendido eléctrico –estoy imaginando situaciones que yo vivo– y, así y todo, te la venden o te la alquilan. Y encima que ya es un lugar violento de por sí, porque tenés que saber convivir con las ratas, con el olor del canal pestilente, también tenés que convivir con la violencia de que te van a dar una tierra que no tiene un título de nada, que no hay papel que valga ahí, donde lo único que hay es la palabra y esperar que no te intrusen la vivienda. Porque también pasa en los barrios populares que la intrusión de la vivienda no es solo un grupo de pobres que intrusa una casa quinta abandonada o una casa vacía: te tiran el rancho abajo y cuando llegaste te encontrás que hay otros viviendo en donde vos estabas. De todas esas capas de violencia hablo.

Entonces, digo, la primera palabra que me surge es violencia. Cuando el Estado no está presente en esto, que es primordial, se suscitan todas estas situaciones. Por eso nosotros decimos que la solución tiene que ver con una decisión política y con un tratamiento político del tema, convocando a la mesa a los distintos actores. Empezando por los pobres. Es fácil decirle a alguien que tiene que esperar y volvés a tu casa donde tenés estufa y podés cocina con gas natural, mientras los otros tienen que esperar en condiciones extremas, en invierno, en verano, sin agua, sin luz. Es difícil esperar ahí.

Su parroquia está en la diócesis de Quilmes. La situación económica de los barrios populares del conurbano, con seis meses ya de pandemia, es complicada; la toma de tierras es un síntoma de ese deterioro. ¿Cómo están los barrios hoy en ese sentido?

Yo trabajo en la diócesis de Quilmes, que abarca tres distritos: Quilmes (que es la cabecera), Florencio Varela y Berazategui. Mi parroquia está en Hudson-Plátanos, distrito de Berazategui. De los tres distritos, Berazategui debe ser el que está más ordenado, por una cuestión de una política que viene de años en el distrito y además porque acá no hay la complejidad de otros barrios. Si bien hay amenazas de tomas en la zona de El Pato, o acá –estos días ha sido bastante conocido un intento de toma en Plátanos, aparecieron audios en televisión–, estos hechos son mínimos frente a la complejidad que tiene, por ejemplo, Quilmes, que es un distrito muy complicado, con muchos asentamientos. Y Florencio Varela, también, sobre todo en la zona rural.

Ahora, lo que estamos percibiendo, en el diálogo que tenemos con curas amigos, incluso con lo de ayer a la noche –y esto ya es algo quizá para el análisis sociopolítico–, es lo llamativo de cómo se ha juntado esta temática de tomas de tierras con otras, por qué ha salido en este momento y así como salió, el modo en que ha ocupado la agenda de radios, de diarios, de televisión. Cuando un tema se instala así, junto con otros temas como, por ejemplo, el pedido de la Policía del aumento salarial, a nosotros, por una cuestión de análisis continuo que hacemos de la realidad, nos parece que, no sé si caracterizarlos con esta palabra, porque es delicada, pero digamos que desestabilizan. Tienden a crear como un clima enrarecido. Encima de la pandemia, del intento de la reforma judicial, son muchos temas que se van sumando con mucho ruido. Este “cóctel” nos preocupa. La amenaza de una toma de tierras genera en el barrio una situación de alerta. Y esas situaciones de alertas me hacen recordar a otras: yo era párroco en la zona de Bosques en el 2000 y recuerdo cuando nos alertaban que venían de un barrio a otro, hordas que iban a invadir, y eso fue una operación de las fuerzas de seguridad. Cuando hay ese “agite social” –por decirlo de alguna manera– creo que lo que necesitamos es estar más serenos para analizar qué en verdad está pasando. El tema de las tomas de tierras nos parece un tema que agita, que convulsiona socialmente.

Y en esas situaciones en los barrios, ¿cómo se contiene a la gente? ¿Cuál es el trabajo específico que, junto a organizaciones sociales, intendencias, se hace frente a eso?

Nosotros en el documento planteamos que un instrumento que está sirviendo en nuestros distritos –por ejemplo, en Florencio Varela ya lleva unos años de trabajo– es generar un Consejo de Tierra y Hábitat, donde se sienten el Municipio, los movimientos sociales, la Universidad, la Pastoral Social. Es decir, donde los distintos actores puedan confluir en esa mesa. En Quilmes se está constituyendo. Acá, en Berazategui, por la pandemia, se constituyó un Consejo de Emergencia. Cuando nos sentamos a la mesa las múltiples miradas, me parece que le da una fuerza a la reflexión y a la acción. Porque solos no tenemos impacto. Yo puedo decirle a la gente que esté tranquila, me pueden escuchar dos, tres. Y es mucho lo que hay que hacer, sobre todo en el conurbano, donde la trama de problemas es muy compleja.