Ilustración: Cima / Texto: Sreo
Así como el panteísmo plantea una correspondencia entre la naturaleza, el universo y lo divino, el pancualunquequismo supone que la esencia del mundo se cifra en el contorsionismo y la voluntad acomodaticia de todos los entes. Es por esto que los estudiosos discuten si los pancualunqueques son una especie con todas las de la ley genética o meros seguidores fervorosos de una secta prima hermana de irracionalidades como la cienciología, el terraplanismo y el brandonismo radical tan de moda en los últimos tiempos entre V-Zinos y Dipuffskeins pasados a disponibilidad electoral.
Lo cierto es que los pancualunqueques comparten ciertas características morfológicas macroscópicas: piel lisa, tirante y de un amarillo tenuemente amarronado; cuerpo redondeado y tendiente a las dos dimensiones; pares variables de brazos y piernas; y, por supuesto, la existencia de múltiples caras que vuelven imposible distinguir entre anverso y reverso, entre frente y espalda. Esto ha dado lugar a elucubraciones –en gran medida autodifundidas– sobre el carácter angélico de estas llamativas bestias, aunque también acerca de su proverbial egoísmo (ya que, literalmente, todo pancualunqueque pelea espalda contra espalda únicamente junto a sí mismo).
En cuanto a su comportamiento en sociedad, el pancualunqueque a primera vista parece derrochar afabilidad, comedimiento y preocupación constante por el prójimo; muestra un carácter pacífico y le rehuye a los conflictos; suele plegarse al sentido común y mayoritario; gusta de mentar frases del estilo de “la naturaleza es sabia y bueno es seguir su orden” y “no hay que meterse donde a uno no lo llaman”. Sin embargo, con el tiempo estas características comienzan a matizarse, a partir de la representación que cada especímen va formándose de quienes lo rodean: a quien suponga en una posición (de rango, función o poder) superior a la suya, el pancualunqueque le brindará pleitesía hasta el lamebotismo más rutilante; a quien considere en una situación de semejanza o de paridad le mostrará indiferencia y, a veces, una velada agresividad; finalmente, ejercerá el ninguneo, el desprecio, la denostación y hasta la estigmatización sobre quien se encuentre en una posición inferior a la suya o una condición desfavorecida respecto de la media.
De cualquier modo, tal esquema básico de comportamiento está recubierto por el histrionismo y la flexibilidad, facultades en este caso tan innatas como exacerbadas. “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros” es un axioma existencial que los pancualunqueques demuestran con el cuerpo: es un espectáculo digno de observar cómo, ante la zozobra de una modificación de las correlaciones de fuerza existentes (sociales, polìticas, culturales, o sencillamente microcotidianas), estos seres pegan el salto, dan una, dos y hasta tres vueltas en el aire y caen, parados cual felinos y con un flamante rostro sonriente, ayunos de toda displicencia y dispuestos a (volver a) estar categóricamente a favor y en contra de quien y lo que el nuevo estado de cosas dicte. Esta capacidad al mismo tiempo fìsica y mental les permite a los pancualunqueques descollar en disciplinas como la danza, el teatro, las artes circenses, el pedorrismo servicial y de opinión, el vigilantismo y la burocracia menor.
Sencillistas, pater y materfamilieros, amantes de la autoridad y de las dos semanas anuales de vacaciones en el exterior, nacionalistas deportivos, moralistas entusiastas, fans de las cerraduras electrónicas, las videocámaras y el doble vidrio, enemigos acérrimos del sindicalismo, cultores secretos del terror a la caída, los pancualunqueques marchan a salto firme hacia un futuro preñado de cambio que siempre los tendrá del lado del bien (propio). Que Natura se apiade de sus almas.