Las fechas no son casuales ni secundarias. Aparecen para mantener una tensión con el acontecer político, respirar un poco y hasta poder transitar momentos de incertidumbres. Releer a Eva, ordenar sus textualidades, es una manera de enriquecer la mirada a partir de su modo de amalgamar una estética y una ética de un andar de a pie.
Quizá el mayor acierto de los discursos de Eva haya sido originar lazos comunes y motivos de convicción para la acción colectiva. Con sus palabras, bajo sus formas, el peronismo mostró su potencia interpeladora y radicalizó su fundamento. En este momento histórico, sin grandes textos donde cobijarse, las palabras de Eva vuelven como rastro de una presencia mítica, una manera muy particular de relación entre quien enuncia y el mensaje como objeto cosificado. Son, de una vez y para siempre, la encarnación de la nación corporizada en la felicidad de un solo sujeto.
Cuando el discurso se produce desde la convicción personal, desde la verdad corporal ejerce la potencia de ser, al mismo tiempo, una producción en la trama social y colectiva y una creación íntima y sensible. Se inscribe en un plano donde asume un carácter subjetivo y, a la vez, abstracto. La virtud de esa retórica promueve una forma de volver asible el mundo y solo una manera de comprenderlo: necesitar ser conciencia corporal y sensible para constituirse mundo, historia, patria.
Vivimos hoy saturados por modos de intervención política que, por el contrario, están situados desde conexiones emotivas que obturan verdaderas relaciones políticas del cuidado del otro. Porque se trata de relaciones privadas con el mundo desde donde el orden de la responsabilidad puede ser hasta un gesto cínico. El discurso de Eva no es privado, aunque sitúe su propio orden sensible en primer plano. Es personal. Porque no hay experiencia propia sin la ajena. Y no hay experiencia de lo ajeno si no rebota sobre una percepción colmada de disputas, de rostros, de verdades, donde se exponen brutalidades y se disimulan odios. Por eso todavía –y siempre– entramos en sus palabras, porque en ellas palpamos la certeza de que siente la presencia de todos.
La oligarquía, los caudillos, las masas obreras, la democracia y las armas, lo justo y la violencia, aparecen en las palabras de Eva como una crónica condensada de datos íntimos, escenografías comunitarias, de forma tan material e inmediata que están siempre disponibles para el modo de vivir político popular.
Los lenguajes y los escenarios discursivos contemporáneos definen su circulación pública según la adecuación a una temporalidad espectacular. Los discursos de Eva también circulaban dentro del orden de la urgencia, pero estaban impulsados por una fuerza que provenía de su responsabilidad y era la causa de su necesidad de expresión, contenían todo lo que explota alrededor del lenguaje para poder decir lo diferente.
Las palabras de Eva envolvían el planteo de un problema y las formas para su resolución. El destino colectivo, las figuras alegóricas para dar sentido a la formación social del país y sus transformaciones posibles y una fuerza, nuestra fuerza, frente a un enemigo especulador y acechante. El gesto contra un mundo atravesado por la injusticia y el ingreso del pueblo en la historia. Las palabras de Eva son la narrativa peronista de los morochos en escena, la demanda política para existir de lo popular, la confrontación con los propietarios de lo simbólico para discutirles todo el universo de lo nacional, de la historia, de quién es la patria.
Las palabras de Eva estaban ligadas a una historia nacional, interpelaban una memoria colectiva alrededor de la constitución de un mito común. Era la memoria sobre la insurrección fundante que se vinculaba, a su vez, a las acciones presentes y cotidianas. Enmarcadas en lógicas de vencedores y vencidos, cabían en ellas todas las preguntas por los modos de conjunción del pueblo, como un desciframiento de mandatos originarios para situar deberes y capacidades presentes. Por eso su figuración es el amparo de toda la resistencia peronista. Eva era la postal que cargaban los obreros del Lisandro de la Torre y el corazón en la versión de la marcha de los Montoneros. Porque, frente a los despojos, cuál es el tipo de afectividad política que puede reconstituirse. Eva no era solo mera “liturgia”: era la posibilidad de enlazar cada experiencia con su potencialidad de imaginar infinidad de creaciones y transformarlas en instancia de libertad absoluta para cada acción.
En los momentos de abandono de las certezas, de tristezas tan profundas, releer las palabras de Eva es recuperar el ejercicio de pensar la historia sin esencialismos, reparar las sedimentaciones de una vida común aún en pugna, tener la capacidad de situarse sobre los silencios para democratizar las palabras hasta volverlas colectivas.