“Yo no tengo elocuencia, pero tengo corazón; un corazón peronista y descamisado que sufrió desde abajo con el pueblo y que no lo olvidará jamás, por arriba que suba. Yo no tengo elocuencia, pero no se necesita elocuencia para decirle al general Perón que los Trabajadores, la Confederación General del Trabajo, las mujeres, los ancianos, los humildes y los niños de la Patria no lo olvidarán jamás, porque nos hizo felices, porque nos hizo dignos, porque nos hizo buenos, porque nos hizo querernos los unos a los otros, porque nos hizo levantar la cabeza para mirar al cielo, porque nos quitó de la sangre el odio, la amargura y nos infundió el ardor de la esperanza, del amor y de la vida.” (Eva Perón, Discurso en Plaza de Mayo, 1º de mayo de 1951).
Las fechas no son casuales ni secundarias. Aparecen para mantener una tensión con el acontecer político, respirar un poco y hasta poder transitar momentos de incertidumbres. Releer a Eva, ordenar sus textualidades, es una manera de enriquecer la mirada a partir de su modo de amalgamar una estética y una ética de un andar de a pie.
Quizá el mayor acierto de los discursos de Eva haya sido originar lazos comunes y motivos de convicción para la acción colectiva. Con sus palabras, bajo sus formas, el peronismo mostró su potencia interpeladora y radicalizó su fundamento. En este momento histórico, sin grandes textos donde cobijarse, las palabras de Eva vuelven como rastro de una presencia mítica, una manera muy particular de relación entre quien enuncia y el mensaje como objeto cosificado. Son, de una vez y para siempre, la encarnación de la nación corporizada en la felicidad de un solo sujeto.
Cuando el discurso se produce desde la convicción personal, desde la verdad corporal ejerce la potencia de ser, al mismo tiempo, una producción en la trama social y colectiva y una creación íntima y sensible. Se inscribe en un plano donde asume un carácter subjetivo y, a la vez, abstracto. La virtud de esa retórica promueve una forma de volver asible el mundo y solo una manera de comprenderlo: necesitar ser conciencia corporal y sensible para constituirse mundo, historia, patria.
Vivimos hoy saturados por modos de intervención política que, por el contrario, están situados desde conexiones emotivas que obturan verdaderas relaciones políticas del cuidado del otro. Porque se trata de relaciones privadas con el mundo desde donde el orden de la responsabilidad puede ser hasta un gesto cínico. El discurso de Eva no es privado, aunque sitúe su propio orden sensible en primer plano. Es personal. Porque no hay experiencia propia sin la ajena. Y no hay experiencia de lo ajeno si no rebota sobre una percepción colmada de disputas, de rostros, de verdades, donde se exponen brutalidades y se disimulan odios. Por eso todavía –y siempre– entramos en sus palabras, porque en ellas palpamos la certeza de que siente la presencia de todos.
“Saben también que la oligarquía, que los mediocres, que los vendepatrias no están derrotados y que, desde sus guaridas, atentan contra el pueblo y contra la nacionalidad. Pero nuestra oligarquía, que siempre se vendió por cuatro monedas, no cuenta en esta época con que el pueblo está de pie y que el pueblo argentino está formado por hombres y mujeres dignos capaces de morir y terminar de una vez por todas con los vendepatrias y con los entreguistas. Ellos no perdonarán jamás al general Perón haber levantado todo lo que desprecian: los trabajadores, que ellos olvidaron; los niños, los ancianos y las mujeres, que ellos relegaron a segundo plano. Ellos que mantuvieron el país en una noche eterna, no perdonarán jamás al general Perón haber levantado las tres banderas que debieron haber levantado ellos hace un siglo: la justicia social, la independencia económica y la soberanía de la patria.” (Eva Perón. Discurso del Renunciamiento, 22 de agosto de 1951).
La oligarquía, los caudillos, las masas obreras, la democracia y las armas, lo justo y la violencia, aparecen en las palabras de Eva como una crónica condensada de datos íntimos, escenografías comunitarias, de forma tan material e inmediata que están siempre disponibles para el modo de vivir político popular.
Los lenguajes y los escenarios discursivos contemporáneos definen su circulación pública según la adecuación a una temporalidad espectacular. Los discursos de Eva también circulaban dentro del orden de la urgencia, pero estaban impulsados por una fuerza que provenía de su responsabilidad y era la causa de su necesidad de expresión, contenían todo lo que explota alrededor del lenguaje para poder decir lo diferente.
Las palabras de Eva envolvían el planteo de un problema y las formas para su resolución. El destino colectivo, las figuras alegóricas para dar sentido a la formación social del país y sus transformaciones posibles y una fuerza, nuestra fuerza, frente a un enemigo especulador y acechante. El gesto contra un mundo atravesado por la injusticia y el ingreso del pueblo en la historia. Las palabras de Eva son la narrativa peronista de los morochos en escena, la demanda política para existir de lo popular, la confrontación con los propietarios de lo simbólico para discutirles todo el universo de lo nacional, de la historia, de quién es la patria.
“Creo y sostengo que los descamisados de hoy son los mismos que escribieron en la historia de nuestra actualidad las páginas sin ejemplo del glorioso 17 de octubre, jornada imperecedera que salvó la Revolución al rescatar de su prisión al Líder. Son los mismos que derrotaron y expulsaron el intervencionismo y la penalidad coaligadas, los mismo que, poco después, el 24 de febrero proclamaron su mayoría de edad en los comicios más limpios y de más auténtico cuño democrático que recuerdan los argentinos. Estoy segura de que la obra de gobierno del general Perón, suprema demostración de su amor al pueblo, ha traído a las filas de los descamisados a más argentinos ansiosos de porvenir y orgullosos de su tierra liberada. Ha ensanchado hasta el infinito la fila de los que consolidan su fe en el líder al calor de su obra y de la ventura inmensa de sentir la convicción de que la Revolución popular y descamisada, triunfó definitivamente y se consolidó para siempre gracias a la justicia social que se ha impuesto pese a la resistencia de una oligarquía que va siendo derrotada hasta en sus más recónditos reductos.” (Eva Perón, Discurso por el cierre de campaña electoral, 5 de marzo de 1948).
Las palabras de Eva estaban ligadas a una historia nacional, interpelaban una memoria colectiva alrededor de la constitución de un mito común. Era la memoria sobre la insurrección fundante que se vinculaba, a su vez, a las acciones presentes y cotidianas. Enmarcadas en lógicas de vencedores y vencidos, cabían en ellas todas las preguntas por los modos de conjunción del pueblo, como un desciframiento de mandatos originarios para situar deberes y capacidades presentes. Por eso su figuración es el amparo de toda la resistencia peronista. Eva era la postal que cargaban los obreros del Lisandro de la Torre y el corazón en la versión de la marcha de los Montoneros. Porque, frente a los despojos, cuál es el tipo de afectividad política que puede reconstituirse. Eva no era solo mera “liturgia”: era la posibilidad de enlazar cada experiencia con su potencialidad de imaginar infinidad de creaciones y transformarlas en instancia de libertad absoluta para cada acción.
En los momentos de abandono de las certezas, de tristezas tan profundas, releer las palabras de Eva es recuperar el ejercicio de pensar la historia sin esencialismos, reparar las sedimentaciones de una vida común aún en pugna, tener la capacidad de situarse sobre los silencios para democratizar las palabras hasta volverlas colectivas.
“Estas obras que dejé en marcha ya no se detendrán y cada vez que ponga remedio a una injusticia no me importará que cada etapa haya significado fatiga para mi cuerpo e indecible dolor para mi alma. Dejé mis sueños en el camino para velar el sueño ajeno, agoté mis fuerzas físicas para reanimar las fuerzas de un hermano caído. Vi, a lo largo de los años centenares, millares de rostros infantiles. Y si en este momento recordara que alguno de ellos no adivinó en mis ojos un amor profundo, una íntima comprensión, un anhelo ilimitado de ofrecerles todo para que fueran felices, vería empañada, les aseguro la dicha que experimento (…) Quiero pedirles que lleven al interior el cariño de una humilde mujer que no tiene más mérito que el amar y querer entrañablemente a todos los humildes de su patria y que ha preferido ser Evita, si esa Evita es dicho para mitigar un solo dolor en algún hogar de mi patria.” (Eva Perón, discurso pronunciado el 31 de diciembre de 1948).