Rita Ferreira, tía del niño de doce años asesinado por la Policía de Tucumán, evaluó el año transcurrido desde el hecho: “aprendimos que si hubiéramos tenido plata, ya habría justicia por Facundo, pero como somos pobres, no vemos todavía la justicia.”
Facundo Ferreira tiene doce años y yace con el rostro contra el pavimento. Tiene la frente rota y la sonrisa cegada por la bala que le entró por la nuca. Asesinado por policías del cuerpo motorizado 911, en San Miguel de Tucumán, su sangre escurre por la inclinación de la cuneta. La voz del amigo de Facundo, inundada de lágrimas, pide que lo atiendan mientras todavía se mueve. Las palabras más brutales salen del casco blanco del policía y perpetran el abandono. La imagen comienza a circular por las redes mientras cae el 8 de marzo de 2018.
Las luces de las motos se acercan en el monitor. Uno espera escuchar el sonido de los escapes, pero las imágenes no tienen audio. Una cámara de seguridad registra cinco motos que recorren varias cuadras de la avenida Soldati hacia el sur. Vienen de las picadas clandestinas que se hacen en Av. Gobernador del Campo. Facundo va en una de ellas. Bordean el Parque 9 de Julio y pasan frente a los lujosos hoteles a la 01:23. La moto que lleva a Facundo es de baja cilindrada. Él lleva mangas cortas y es bajito, su amigo conduce y lleva mangas largas. Todo se ve en la cámara de una estación de servicio en la que se detienen muy brevemente. Desde allí hasta el lugar de la muerte de Facundo, el recorrido describe una U y faltan tres cuadras y media. Llegan a la esquina de Soldati y Benjamín Aráoz y doblan a la derecha en contramano por la calle Aráoz. En esa esquina habría comenzado la persecución.
La siguiente cámara registra el recorrido en contramano por la calle Aráoz y la corta distancia a la que la moto policial sigue la moto de Facundo. El niño mira hacia atrás. Se adivina su desesperación. El agente Nicolás González Montes de Oca conduce la moto bajo efectos de marihuana y cocaína, según revelará la pericia toxicológica. Doblan por Avellaneda. Se calcula que, por la curva y por la mayor cilindrada, ciento cincuenta metros después la moto policial estaría sobre la moto que llevaba a Facundo. No hay imágenes de ese momento, pero, en dos cuadras y media de persecución, los agentes descargaron todas las postas de goma que llevaban y continuaron con balas de plomo. La versión policial de enfrentamiento se demostrará falsa, según la prueba de barrido electrónico realizada en dos oportunidades. Ninguno de los dos chicos disparó un arma.
Facundo recibe el disparo del arma del agente Mauro Gabriel Díaz Cáceres y cae al pavimento en Av. Avellaneda y Rio de Janeiro, antes de la 01:30. En la nuca. Un niño de doce años. Un testigo protegido declarará que uno de los dos policías le pega una patada en la cara a Facundo, diciendo que se levante, que no se haga el muerto. La marca del borceguí queda permanente en el rostro de Facundo. El charco de sangre en las imágenes hace más inhumana esa saña. Facundo está cerca de una hora sin que la policía lo asista, ni deje a testigos hacerlo. Tampoco llaman al servicio de emergencias. Durante media hora se mueve y agoniza, y luego de muerto, el cuerpo permanece descubierto hasta que llegue la ambulancia.
El ataúd de Facundo es llevado a pulso por La Bombilla. Pasa por la esquina de la casa de su abuela Mercedes, donde él se reunía con sus amigos. Lo siguen muchas personas. La multitud llena más de una cuadra. Van a pie, y muchos otros, mayormente jóvenes, sobre sus motos. Marcas de identidad, esas motos cargan los mismos estigmas que los jóvenes de los barrios populares que las usan. La multitud es tal, sobre todo, porque se siente que el asesinato de Facundo es una injusticia intolerable. De la que no se puede volver, que desvanece todos los miedos a las represalias policiales, que no deja nada más que perder.
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Romina Ferreira tuvo a Facundo muy joven y debió buscar trabajo fuera de la provincia. Los gastos eran muchos y decidieron que Facundo viva en Tucumán con Mercedes, su abuela. Así Romina podría enviarles dinero desde Sunchales, Santa Fe. Rita, la tía de Facundo, y Mercedes son quienes lo crían. Están tomando mate en la vereda del pasaje Corso, en el barrio Juan XXIII o villa La Bombilla. En la esquina del pasaje y Thames, donde Facundo se reúne con sus amigos, no hay bocacalle. Parece un pasaje trazado después de hechos el pavimento y el cordón de Thames. Como si no fuera parte de la planificación urbana. Como si lo hubieran ignorado. Tampoco Google Maps ofrece ahí la opción Street View.
La vereda de Mercedes es un contrapiso que termina en la calle de tierra. Desde allí se ve el frente de su casa. Un cerco de material, rematado con rejas cortas a la altura de la vista. En las macetas fueron cultivadas plantas de hojas anchas y helechos, que con el calor y la humedad de Tucumán hacen pensar en la selva del pie del cerro. Facundo y Mercedes comparten habitación y una cama de dos plazas. Las paredes de ladrillo sin revocar y la vista del techo de chapa se diferencian del cielo raso y la pintura del living. Facundo sale de la habitación y va hasta la vereda. Abraza a Mercedes y dice “Mi mamá”.
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Las amenazas
El 9 de marzo, mientras terminaba el entierro de Facundo, la Policía hizo un operativo de saturación y razzia de gran envergadura en la villa, sobrevolando con un helicóptero. Una demostración de fuerza, destinada a que la familia desista de denunciar lo que la comunidad ya percibía como un crimen.
El 13 de marzo, cinco días después del asesinato de Facundo, una camioneta de la Policía se detuvo frente al domicilio de la familia Ferreira. Lo mismo sucedió el 21 y el 25 de marzo. Un agente de apellido Escobar apuntó con su Itaka a familiares, lo conocen como Cariloco (cara de loco). Rita Ferreira tenía en brazos a la hija de su hermano. El policía los insultó e hizo gestos obscenos.
El agente Augusto Díaz tuvo miedo de sus excompañeros y el 26 de junio presentó una denuncia ante la Fiscal a cargo, Adriana Giannoni. Se le acercó un móvil policial cuando estaba trabajando de guardia de seguridad privada en un comercio. Desde dentro del auto le hicieron saber que lo conocían, que conocían su situación fuera de actividad por estar procesado. Dijeron que podrían limpiar su historial y él podría volver a la Policía. A cambio le ofrecieron un arma y le propusieron que intimide a la familia Ferreira con tiros. El geolocalizador de ese móvil policial mostró que “efectivamente realizó recorridos en forma irregular por el lugar” señalado en la denuncia (fojas 1223/1234 del expediente de la causa).
Los agentes Nicolás González Montes de Oca y Mauro Díaz Cáceres, imputados por la muerte de Facundo, fueron citados a declarar los días 2 y 3 de julio. El primero de ellos tiene veinticinco años pero aparenta mayor edad. Es delgado, tiene nariz y pómulos prominentes, y largas pestañas. En la imagen que le tomaron cuando fue detenido por robo, su rostro recuerda a Paolo el Roquero, el personaje televisivo de los años ochenta, pero sin pelo largo ni comicidad. Díaz Cáceres es más fornido, tiene casi la misma edad, el perfil más afilado y la papada redondeada. La Fiscal Giannoni registró, solo en su Fiscalía, tres causas en contra de Díaz Cáceres por abuso de fuerza en apenas tres años que cuenta en la Policía. Giannoni solicitó la prisión preventiva para ambos efectivos.
Mientras se les tomaba declaración a los policías, el 2 de julio, en el Palacio de Justicia, el agente Bautista González Montes de Oca, hermano del imputado, amenazó a Rita Ferreira: “a tu hijo le va a pasar lo mismo que a Facundo, esa mierda que tenés ahí, así va a morir, igual que el otro”. Se refería a Mauro, de ocho años, que estaba allí presente. También insultó y amenazó por redes sociales a Malvina Ferreira, tía y madrina de Facundo.
El 7 de agosto, efectivos de la división Motoristas 911 hicieron varios disparos sobre la casa de la familia Ferreira, que causaron algunos daños. También dispararon balas de goma a una de las tías de Facundo que impactaron en su hombro. Por último, dispararon al perro de Facundo y, ya muerto, pasaron sobre él con las motocicletas. La Fiscal ordenó una pericia que comprobó que los disparos que mataron al perro fueron hechos por la Policía.
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La reunión fue una emboscada. Habían invitado a la familia a la Casa de Gobierno para hablar de una de las múltiples amenazas de la policía. La familia no quería hablar con Claudio Maley, pero el Ministro de Seguridad de Tucumán salió de atrás de una puerta, y más tarde aparecieron los fotógrafos. El asesinato de Facundo sacudía a la provincia y al país. La situación de los policías imputados se complicaba y la familia responsabilizaba públicamente al funcionario y al Gobierno de protegerlos. El Ministro había declarado “¿qué hacía la madre, que el chico estaba en la calle?”. Pero ahora se publicaría la foto en que conversan calmadamente, sentados en sillones de pana gris. Eso no impidió que Rita pusiera las cosas en claro: “yo le dije (a Maley) que estaba muy enojada con él por lo que había dicho. Le dije, es verdad, se escapó como a cualquiera se le escapa, pero la familia de él (si un chico se escapara) está custodiada, ustedes nunca van a tener el dolor que tenemos nosotros.”
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El aniversario
Malvina Ferreira es la más corpulenta de las tías de Facundo, tiene el cabello oscuro y la frente amplia. Su voz es cálida y habla con tranquilidad. Hace pocos meses que se mudó desde Santa Fe otra vez a Tucumán. La cocina tiene paredes revocadas, sin pintar y con varias fotos de Facundo. Hay un mueble con otras tantas, todas de él. Malvina se apoya en la mesada y escribe en su celular. A través de su cuenta de Facebook invita a las organizaciones que acompañan los distintos reclamos “de justicia por cada pibe”, para organizar una marcha por el aniversario del asesinato de Facundo y “por todos los pibes asesinados por la cana”. La convocatoria es para el jueves 21 de febrero, después del merendero en la casa de Karina Ferreira. Los reclamos son dos: la prisión del agente Díaz Cáceres, que todavía está en funciones, y la elevación de la causa a juicio.
Ese jueves hizo mucho calor. La casa de Karina está en el límite de La Bombilla. Es de color turquesa aguado hasta el primer piso y tiene un portón de dos hojas de chapa, que da justo a la esquina. La vereda es más ancha allí, hay suficiente espacio para hacer la reunión afuera. A cada lado del portón había banderas. Una dice “Merendero El Negrito Facundo” y, como firma o adhesión, “La Poderosa”. La otra dice “Justicia por Facundo”. Los chicos que fueron a merendar ya se habían retirado. Había sillas dispuestas en círculo. La reunión todavía no había comenzado, solo Rita Ferreira estaba sentada. Rita tiene veinticuatro años, su piel es cobriza, usa el cabello rubio y recogido sobre la cabeza. Es impulsiva y decidida. Tiene una pluma tatuada en cada muñeca, una por Tiago, su hijo que murió a los cinco meses de vida. La otra por Facundo.
Fuera de la ronda, los chicos de La Poderosa le hacían fotos a Mercedes para un audiovisual sobre el aniversario. Más allá, conversa un grupo de gente. Algunos son músicos, hicieron “Barriletito sangrado”, una canción sobre Facundo para ser estrenada en El Destape el mismo viernes 8 de marzo (con letra y música de Victor Martinez, voz de Daniela Bravo y percusión de Juanjo Bravo). Una mujer de ese grupo se sentó junto a una mesa que estaba a un lado del portón. Sobre la mesa había una caja coplera. Una niña que estaba de pie tomó la caja de la mesa y le dijo algo a la mujer. Después de un intercambio entre ellas en voz muy baja, la mujer comenzó a cantar solo para la niña, que tocó un preciso ritmo de copla.
Luego la mujer guardó la caja coplera en un bolso de aguayo. Algunos se fueron, otros se sentaron y comenzó la reunión. Había cerca de quince personas. La mitad del grupo estaba formado por las mujeres de la familia y alguna vecina. El resto eran representantes del Movimiento Evita, el Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional, el colectivo de asambleas villeras La Poderosa, la Asamblea por los Derechos Humanos, la abogada de ANDHES (Abogados del Noroeste Argentino en Derechos Humanos y Estudios Sociales) y una maestra del barrio que formaba parte del grupo Docentes Tucumanos en Lucha –dos o tres personas pasaron y la saludaron: “hola Seño”. Varias de estas organizaciones participan de la Mesa contra la Baja de la edad de punibilidad. Se recordaron las consignas del reclamo, se propusieron formas de difusión y nuevas organizaciones que podrían sumarse. Se puso fecha para reunirse a hacer los carteles y se discutieron las ventajas de llevar o no a los niños a la marcha, porque se alteran y desbordan cuando ven policías.
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Es 8 de marzo de 2019. Mercedes está de pie en medio de la calle, en el borde de La Bombilla, esperando.
Usa el cabello recogido. Lleva falda, zapatillas y una campera sobre la remera. Sostiene una gigantografía de Facundo, que levanta hasta los hombros. Tomó todas las pastillas, esperando no descomponerse. Se siente muy triste. La lluvia le moja el cabello entrecano. Alguien dice “una sombrilla para la abuela” y se la alcanzan. Parece que Mercedes sale un segundo del dolor para tratar de sostener el paraguas y el cartel a la vez.
Delante de ella están sus hijas con la bandera que encabezará la marcha. Dice “Elevación a Juicio Ya. Justicia por Facu”. Malvina sostiene el extremo izquierdo, junto al cordón de la vereda. Allí el agua corre y se hace ancha. No le importa mojarse el pie, hoy la marcha atravesará varios badenes cargados de agua.
Ya en marcha, hay cantos, charlas, miradas curiosas o condenatorias de vecinos y comerciantes. Un conductor cree que unos minutos de su tiempo merecen más respeto que el dolor por el asesinato de un hijo.
En el camino se suman organizaciones con sus banderas y se duplica la convocatoria.
Al llegar a los Tribunales, se ordenan las agrupaciones y se libera una mano de la avenida Sarmiento. Es un escenario acostumbrado para manifestaciones, esta vez con paraguas. Primero, la bandera de Facundo y detrás todas las demás forman un semicírculo que genera tensión y se orienta a la escalinata de Tribunales.
El megáfono canta las consignas. Se interrumpe solo para intercalar la lectura del comunicado de la familia y la palabra de familiares de otras víctimas. Luego de las palabras, se rinde homenaje: “Facundo presente”. A Rita se le hace un nudo en la garganta. Como en cada marcha, se conmueve por el apoyo de tanta gente. El grito compartido hace parecer más definida la sonrisa de Facundo en la memoria.
Dos policías, un varón y una mujer, bajan la escalinata y salen del frente de la manifestación por la vereda. Mercedes, casi sin cambiar de expresión, grita desgarrando la lluviosa atmósfera: “¡Policía asesina!”. Los policías parecen respetar el dolor y no responden.
Suenan los estampidos de pirotecnia. Es el momento en que suelen salir los fiscales a recibir a los familiares. Las mujeres, familiares de Facundo y de algunas otras víctimas, sostienen sus carteles con fotos un tiempo más. Luego ingresan Rita, Mercedes y algún acompañante. Rita deja su cartel con la foto del policía González Montes de Oca, cuando fue detenido por robo. La lluvia deterioró la imagen y el cartón que la soportaba.
Al salir, Rita y Mercedes no traen novedades. La fiscal Giannoni ya había hablado de elevación a juicio dentro de dos meses. Lo que consiguieron fue su compromiso.
¿Qué hará el Juez Facundo Maggio? La evidencia es contundente para condenar a los agentes, pero sus antecedentes como defensor de genocidas abren incertidumbre.
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La última sonrisa de Facundo
El 7 de marzo previo a su muerte, Facundo le dice a su abuela:
–Pachona, ¿tenés treinta pesos?
–¿Para qué querés, Facundo? No tengo.
–Quiero hablarle a mi mamá.
–¿Para qué querés hablarle, si cuando te llama no la querés atender?
–No, Pachona, eso es cuando ella me quiere tirar las orejas.
–Decile a Rita que te dé.
Facundo tiene los treinta pesos y la sorpresa de Rita y Mercedes. Compra tarjeta de celular prepago a la vuelta de la casa. A la sorpresa de la abuela y de la tía, se suma la de Romina, la madre, cuando atiende su llamado en Santa Fe.
–Mamá, ¿cuándo vas a venir? No has venido al cumpleaños de la abuela.
Mercedes cumple años el 3 de marzo. En 2018, a diferencia de lo acostumbrado, no vinieron Romina ni Malvina, tenían pensado viajar el viernes 10 o el sábado 11.
Facundo sale contento a decirle al vecino:
–Julio, Julio, el viernes, ¡así! un asadito vamos a hacer, que vienen mi mamá y mi madrina– enfatizando con la mano izquierda.
Ya está anocheciendo. El día nublado y fresco fue un respiro en el verano tucumano. Las sillas de caño y asiento tapizado siguen afuera. Facundo le habla a Rita:
–Poné la música. ¿Qué, me has comprado el CD de Los Ángeles Azules?
–Sí, ahí está en la bolsa.
Facundo saca el CD y pone la música a todo volumen.
–No pongás tan fuerte que el Momo te va a reventar–. Rita se refiere al primo mayor de Facundo. Pero Momo, esta vez, como nunca, no le dice nada. Facundo baila.
La abuela Mercedes, salió a comprar. Rita se va a la casa y le dice:
–Espero que no salgas a ningún lado, que la esperes a la abuela.
Mercedes no lo vio más. El 9 de marzo, Romina y Malvina Ferreira viajaron de urgencia en un remís desde Santa Fe, por la muerte de Facundo.
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La opinión pública tucumana tomó posturas divididas. Por un lado, quienes se sintieron abrumados por la intención de los policías –según sostiene la fiscalía- de matar a un niño de doce años por la espalda. Por otro, quienes justificaban el asesinato por el origen social de Facundo, y por el antecedente penal de su amigo, que creyeron la versión policial del enfrentamiento. Con la comprobación de que los chicos no habían disparado, de que uno de los agentes tenía cocaína y marihuana en la sangre, y con la detención por robo del mismo agente, esta postura debió remitir, aunque no desapareció. Esta última postura parece sostenida también por el Ministerio de Seguridad y el Juez Maggio, quienes, respectivamente, apartan de funciones y dictan la prisión preventiva de un agente por el robo de una cartera pero no por el asesinato de Facundo.
Como sea, el caso de Facundo Ferreira muestra procesos sistemáticos por los que una sociedad y su estructura jurídica busca disciplinar a las personas –en especial a los jóvenes y niños– de villas y barrios populares para que acepten con resignación que la propiedad privada es un valor superior a su propia vida. Las Policías en toda América Latina tienen tradición de ser el brazo armado que consuma a fuego esa deshumanización. Y, al hacerlo, deshumaniza a toda la sociedad.
Pero esto no puede hacerse sin resistencia, como la de la familia Ferreira. Argentina ha visto cómo la memoria de una sonrisa cegada puede alumbrar el horizonte de una sociedad justa y democrática, aún en momentos más oscuros que el actual.