Cuarta entrega de los aportes del seminario sobre peronismo y filosofía que realizamos en La Plata en 2016 y venimos compartiendo periódicamente. En este caso, traemos la intervención de otro gran amigo y compañero, el sociólogo, periodista y especialista en comunicación Daniel Rosso, quien a través del pensamiento y de las reflexiones de Nicolás Casullo –ensayista, crítico, docente y figura insoslayable del campo intelectual argentino a partir de los años 70– pone el foco en el peronismo como mito persistente, estructurante y organizador de la realidad política, social y cultural de nuestro país, de 1945 al presente.

Para avanzar sobre las preguntas que propone este encuentro, voy a tomar algunos textos de Nicolás Casullo. Nicolás, para mí, no es un tipo normal, está puesto en una excepcionalidad absoluta. En su lógica, el peronismo tiene muchas cosas raras: una de ellas es que es un lugar en donde las epistemologías cómodas enloquecen, porque no logran tener claves de lectura más o menos rápidas. Yo creo que eso es así; cito una frase de él del libro Peronismo. Militancia y crítica (1973-2008): “lo mítico peronista pasó a forjar la escena toda nacional con el relato de cuando las cosas aparecieron en el 45 de una vez y para siempre, pero sobre todo cuando se estructuró de manera política plena en nuestro caso el universo nacional de fondo maniqueo peronismo-antiperonismo (…) desde la conciencia infausta de un flagelo masivo que tergiversó el país «Originario» o las secuencias de un nación más antigua”. Casullo plantea la idea de lo mítico en el peronismo o, mejor, qué es lo que el peronismo hizo como mito, esto es, reorganizar la temporalidad. La operación consistió en poner el origen en algún lugar, más o menos arbitrario –como todo mito– y decir acá se origina todo: la nación, el pueblo. El peronismo colocó ese origen en el 45. Pero no solo lo hizo como hecho discursivo; lo pudo hacer porque había una materialidad que no es fácilmente reproducible. Cuando el otro día unos compañeros, con la mejor intención, pusieron las patas en la fuente, apareció la artificialidad de ese procedimiento, porque la historia no se puede construir a partir de un gesto mediático. Pusieron las patas en la fuente en un momento donde no estaba el mito produciendo esa escena y aparece, entonces, solo la operación mediática. Al mito no se lo puede inventar. El peronismo no fue solo una operación discursiva o del lenguaje audiovisual; es también una operación discursiva, pero hay una materialidad de fondo.

El peronismo, entonces, efectivamente se construye como mito un origen. La lógica del mito es que no tiene antecedentes ni explicaciones previas, sino que aparece y después viene un discurso que lo explica. La característica de ese mito que fija un origen en el 45 es que, a diferencia de los mitos griegos que sitúan el origen desde el vacío –hay un vacío y, a partir de ahí, aparece la historia–, el peronismo, como todo mito político, no pone el origen en el vacío sino en un lugar donde hay algo anterior. No nace en el vacío sino en el conflicto. La lógica conflictual es lo que lo explica y ese origen conflictual genera un hecho infausto para el neoliberalismo: como se origina en el conflicto, se desarrolla y se mantiene en el conflicto, es echado del Estado por el conflicto; y una vez que lo echan, como el conflicto sigue operando, ya se está regenerando. Cuando el peronismo se va ya está volviendo y eso lo vuelve inasible.

Por el contrario, ¿qué hace, por ejemplo, el macrismo? Pone el conflicto en un lugar y la comunicación en otra. Recomiendo ver el video de Álvaro García Linera “Para una izquierda de cafetín”, una charla que da en Ecuador para la izquierda latinoamericana. En la charla recupera a un tipo perdido, Nicos Poulantzas, un marxista griego a quien rescata la izquierda de Syriza. Hace una traducción de él de un modo increíble. García Linera dice que el Estado no es solo el aparato de Estado, sino que es la relación dominante donde uno se asienta. Si llegaste al aparato de Estado y no modificaste las relaciones sociales donde se asienta, llegaste a un aparato que no te responde. Para esto, retoma de Poulantzas la idea de que el Estado tiene dos movimientos: un primer movimiento que es lo común –el presupuesto, el lenguaje, la educación, lo que nos llega a todos– y un segundo movimiento, que está oculto, que es la apropiación privada de lo común. El presupuesto es de todos pero hay segunda operación que hace que ese presupuesto sea distribuido de manera desigual. El lenguaje es de todos pero hay una segunda operación que hace que haya cosas que se ocultan, cosas que se dicen más, cosas que se prohíben. Y así con todo. El macrismo lo que hace es mostrar su operación sobre lo común y ocultar su segunda operación, que es la apropiación de lo común. El fetichismo del Estado, como lo llama Poulantzas. Pone la comunicación en lo común y la política y el conflicto en el segundo movimiento; mientras que el peronismo pone la comunicación y la política y el conflicto en el mismo lugar. Ahora, este modo que tiene el macrismo de manejarse es inherentemente conflictivo, porque en algún momento eso se hace evidente.

Al mismo tiempo, el macrismo maneja toda una idea en torno a la afectividad que parece montarse sobre una lógica en la que toda la política regresiva del ingreso se podría compensar con la distribución del afecto. ¿Qué pasa con nuestra comunicación y el afecto? Cuando yo recibo de cualquier grupo político una comunicación que empieza por la palabra “estimados”, ya me pone mal. No me burocratices el afecto. Nosotros decimos “queridos”, “compañeros”. No tenemos el afecto por un lado y las formas políticas por el otro, porque ahí sí nos ganan. Cuando Ernesto Laclau plantea el populismo, hace una lectura de Freud para entender cómo se genera el lazo social, el lazo político. Allí el afecto es fundamental: no hay lazo político si no está soldado por el afecto. La utopía del racionalismo político no nos corresponde. Sin embargo, hay una gran cantidad de fuerzas políticas que chocan contra eso, porque entienden que lo que suelda ese lazo social es el argumento. Ojalá así fuera, estaríamos en un mundo iluminista. El argumento puede ayudar, está bien tenerlo pero (vuelvo a Laclau) la circulación de libido entre la base y el líder y entre los integrantes de la base entre sí es fundamental. Hay amor en toda organización política. Eso que, en general, está significado como una cierta cosa grotesca es algo absolutamente constitutivo. La teoría del populismo dice eso e intenta racionalizar al extremo algo que no se racionaliza, que es la circulación de la libido y del afecto. Es profundamente contradictorio. Si uno quiere explicar el amor, no se explica. Sin embargo, para esta teoría, la política se funda sobre aquello que no puede explicarse, la circulación del afecto. Me parece que, en el caso de la comunicación del PRO, lo que se hace es construir el afecto como un elemento externo. Entonces, Macri llora y ponen en escena que llora. En el caso del movimiento peronista, el afecto está como inherente, adentro del movimiento mismo. Por eso tiene un componente de irracionalidad.

Vuelvo al conflicto. Si vos ponés, como hace el macrismo, la política en la apropiación de lo común y ponés la comunicación en lo común, en algún momento esa diferencia entre lo que decís y lo que hacés se te transforma en conflicto. Es decir, la operación del modo liberal de administración de la política –en Argentina y en el mundo, en España, Grecia, Francia– genera conflictividad. El kirchnerismo tuvo un modo muchísimo menos conflictivo de administrar el conflicto. En los 70, el conflictivo se canalizó en violencia política de modo revolucionario. En el 2001, la conflictividad volvió a aparecer en términos de treinta muertes, más todas las que hubo en el medio. El kirchnerismo lo que hizo fue meter ese conflicto y esa violencia estructural dentro de la dinámica de la violencia verbal. Fue un modo no violento de administración del conflicto, lo mantuvo dentro de lo verbal. Con sus formas exaltadas, quizá, pero lo mantuvo ahí adentro. El kirchnerismo fue el modo más civilizado de administrar el conflicto y la violencia estructural, en el contexto de un país como la Argentina. No hubo violencia en los años kirchneristas. Por supuesto que el macrismo puede tener las formas que tiene, pero pidámosle que exprese el conflicto para ver cómo lo expresa. Hay una reflexión en torno a lo que algunos denominan pospolítica, según la cual si todos los sujetos individuales son racionales, esa racionalidad lleva a una especie de diálogo perfecto donde es posible el consenso social. Entonces, eliminás el conflicto. Que es, de alguna manera, el planteo del macrismo: si sacamos a todos estos que vienen a plantear el conflicto, si nos sentamos a dialogar, esta sociedad se pone toda de acuerdo entre sí y somos la gran Argentina. Lo único, que hay que echar a los peronistas y a los dirigentes sindicales. Y somos una gran cantidad de sujetos racionales, nos ponemos del lado de la civilización y no de la barbarie.

Sobre esta operación de comunicación y política que estamos planteando, es interesante retomar el planteo de Casullo sobre el mito peronista. Si el mito peronista es excepcional y originario, entonces, los actores del mito peronista también son excepcionales; con lo cual, se necesita de una excepcionalidad, también, para sacarlos. Ahora, se trata de un proceso que está sobre un conflicto, donde lo que se destituye es lo que expresa ese conflicto; que, a su vez, vuelve porque el conflicto no desaparece. Esto de poner la comunicación en un carril y las acciones políticas en otras, por la tanto, abrir una brecha entre lo que dicen y lo que hacen, va a generar una conflictividad más temprano que tarde. Y ahí estará el peronismo nuevamente, más allá de en qué versión aparezca. En el mismo momento en que lo sacaron, el peronismo se empezó a regenerar para volver. Hay un movimiento del conflicto al cual está atado el peronismo en su mito originario: es el conflicto el que lo hace volver al peronismo siempre. Como un movimiento de marea, se va y vuelve.

Ese mito originario tiene esa potencia, justamente, porque es el lugar donde se organiza la indisciplina en la Argentina. Se organiza una indisciplina que no es solo política sino existencial; más allá de las formas políticas que tome, puede alcanzar distintas potencias. Por eso, para sintetizarlo, el peronismo es lo originario en tanto que destituye; surge no en el vacío sino en el conflicto con lo anterior a su aparición y es esa misma relación conflictiva la que lo regenera. Entonces, es históricamente regenerada por las situaciones límites a las que periódicamente nos llevan los proyectos antinacionales. Piensen en el escenario actual: no hay otra cosa que vuelva con el conflicto que no sea el peronismo. Por eso digo que su potencia está en ser el organizador existencial de la indisciplina en Argentina. Indisciplina no solo contra los órdenes políticos, sino también contra los órdenes académicos. El peronismo siempre se nutrió de un pensamiento que, si estaba en la academia, estaba en conflicto –parcial– con ella. Horacio González, Nicolás Casullo, Jauretche, Hernández Arregui, las Cátedras Nacionales, Scalabrini Ortiz. Y es lógico que sea así, porque el peronismo no se lleva bien con la epistemología racional y académica, hay algo del peronismo que a la academia se le escapa.

El mito peronista no nace del vacío sino del conflicto, pero desde ese conflicto va hacia un vacío. Hoy lo sindical, lo social, por ejemplo, están parados sobre el conflicto pero van hacia un vacío. ¿Cuál es el problema de la epistemología académica frente a eso? Que tiene que decir “van para allá”, mientras que los actores sociales no saben hacia dónde van. Creen en algunas direcciones pero nunca hay garantías.

La otra cuestión de ir desde el conflicto hacia el vacío es la permanente convivencia con el desorden. Yo me pasé treinta años tratando de buscarle un orden a la comunicación peronista: y no lo tiene. No hay modo, siempre aparece alguien que desordena todo. Pero no se trata de un sujeto en particular: es el modo en que se da el proceso. El peronismo nace en el desorden y desarrolló saberes sofisticados sobre el desorden. No es cierto que el desorden no tenga un saber; el peronismo lo entiende y, por lo tanto, tiene una gran capacidad de funcionar en el desorden. Ahí también hay una diferencia con la epistemología tradicional, que lo que hace es construir órdenes. El tema es que parte de la gestión peronista es un saber sobre cómo desarrollar el desorden. Y uno pelea contra eso, trata de ordenarlo. No quiero concluir con que esto es todo bueno; me he pasado mis grandes momentos de angustias con eso. Porque uno ve la estrategia del otro delineada claramente, organizada, mientras en el peronismo el orden es muy difícil de desarrollar. Pero lo que quiero puntualizar es lo siguiente: no es que el orden tenga un saber y el desorden no lo tenga. ¿Qué es lo que pasa con el saber tradicional? Que separa el saber del orden y sentencia que lo otro está mal. Pero hay un saber en el desorden. Hay que saber verlo y saber cómo funciona. Si no, no se explica cómo el peronismo ganó elecciones. No se puede pensar que ahí no hay nada. Hay otra cosa. Haría bien el orden del conocimiento racional en tratar de involucrarse en eso.

Ahora, en búsqueda de explicaciones de los saberes sofisticados del peronismo sobre el desorden, nos aparecen las dos versiones: la versión Bonavena y la versión Soda Stereo. Para la primera, el peronismo son los ravioles de la vieja los domingos, lo vivencial. La versión Soda Stereo es como dice Cerati en Persiana americana: “yo te prefiero fuera de foco, inalcanzable, irreversible, casi intocable”. Es decir, siempre hay algo que queda por fuera, algo que no es asible. Cuando pensás que es por un lado, aparece Menem. Y, entonces, el peronismo se murió. Pero aparece Kirchner y entonces revive de otra manera. Fuera de foco, algo que se escapa.

En una entrevista que un periodista español, Ramón Lobo, le hace a Juan Carlos Monedero de Podemos hace dos años, plantea una discusión interesante sobre el individuo. Monedero dice que tenemos una mala lectura de Marx, que no es cierto que en él lo colectivo esté por encima del individuo; Marx es hijo de la Revolución Francesa, ¿cómo va a pensar por fuera del individuo? Hay una lectura marxista de Marx que se pasó de revoluciones. No hay posibilidad de construir lo colectivo sin lo individual, dice Monedero. Si hacés eso, regalás la libertad al otro bloque. Porque no es cierto que la libertad sea algo menor en relación a la igualdad. En la idea de lo comunitario extremo queda eliminada la posibilidad de individuo y, por lo tanto, la de libertad. Si uno lo mira desde Laclau, cuando plantea la construcción de lo colectivo desde cadenas equivalenciales –es decir, el equivalente que cada uno de los grupos construye y que puesto en el significante vacío produce el significante hegemónico–, lo que plantea es que no hay solo equivalencias. Hay equivalencias y diferencias. Una parte va a la equivalencia, pero otra queda latente como diferencia. Y esto se puede ver en las bases del kirchnerismo: por ejemplo, algunos dirigentes sindicales no necesariamente coinciden con el ala más radical de Ni una menos. Por lo cual, hay cadenas equivalenciales, se ponen de acuerdo en ese significante vacío pero siempre hay diferencias. Yo creo que si hay algo que pensar mejor para una nueva etapa sobre la política de comunicación es eso: que hay diferencias. Y cuanto más deliberativa sea esa cadena horizontal, más potente es el proceso. Si vos neutralizás esa lógica de las diferencias por abajo, te queda solo unidad y eso asfixia.

Yo siempre recuerdo la revista del PT en sus mejores momentos Era una revista que no tenía síntesis. Porque ellos creían que en su movimiento la síntesis era imposible. Basta de hegelianismo, acá no hay síntesis. El Movimiento Sin Tierra piensa una cosa, el movimiento gay piensa otra. Nos ponemos de acuerdo en una equivalencia, que es la oposición al modelo neoliberal; ahora, después hay un montón de diferencias y esas diferencias deben ser parte de la deliberación interna. En la revista del PT te encontrabas discusiones de posturas completamente distintas. Efectivamente hay algo de la deliberación liberal-democrática, digamos, que quizá tenga que ser repensada por nosotros.

Quiero citar, para volver a Casullo, dos cosas antes de concluir. Dice Nicolás en un artículo del 2002: “La Argentina, un país con abuso jurídico de los de dentro de la Ley y los de fuera de la Ley, en el que se implantó socialmente la condición de condenados de la historia. Hay en la Argentina una operatoria jurídica destitutiva que operó con eficacia ideológica y con fuerza mítica en cuanto a singularizar no solo a una Argentina liberal, sino también a una Argentina sin indios, sin montoneras, sin caudillaje pendenciero, ni masas campesinas, ni anarquistas ácratas, ni comunistas. Lo subalterno, la noción de pueblo, se estructura así desde el vamos a fines del siglo XIX como objeto de ley penal, como colectivo vigilado”. La operación simbólica desde la ley aparece hoy en el mayor discurso del multimedia y el sicarismo simbólico –me refiero a esos que van a matar tipos que ya están en el piso– para organizar un mundo de los que están adentro de la ley y afuera de la ley. Yo llevo visto, para un trabajo, dieciséis horas de Mirtha Legrand. La pregunta que nos hacemos en este trabajo es cómo está en movimiento la ideología dominante estos tipos, cuál es la operatoria de Fantino, cuál la de Mirtha, cuál es la de Intratables. Lo de Mirtha Legrand, en línea con lo que dice Casullo, es una operatoria simbólica desde la ley: es una clasificadora de los que están dentro y afuera. Como una especie de gran maquinaria de nombrar penalmente, un registro civil de la política. Obviamente, con un grado de arbitrariedad absoluta. La ley actúa como una especie de gran matriz ideológica. En el lugar de la ideología está la ley penal con una operatoria mucho más estructural. El macrismo ha tomado todo el mundo de la denuncia jurídica progresista y son ellos los que usan eso con todo un sistema de medios y un conjunto de políticos que hacen su trabajo mucho mejor que ellos, como Margarita Stolbizer. Ella es la que traslada esa tradición de la denuncia penal del mundo progresista al mundo del macrismo. Una infantería simbólica que administra la ley penal desde los medios. Con un agravante: que dejan a la indisciplina peronista junto con el afuera de la ley y dejan el adentro de la ley con el lado de la disciplina laboral. Porque, ¿qué es el macrismo sino el intento por disciplinar la fuerza laboral en nuestro país? Y todos los que colaboren en ese mecanismo están colaborando a ese disciplinamiento laboral.

Lo segundo que quería retomar de Casullo es su concepto sobre lo peronístico. Siempre las epistemologías tradicionales enloquecen con el peronismo, en parte porque no le tienen paciencia. Cuando Borges dice el peronismo es incorregible, está diciendo que es indisciplinado. Cuando Casullo piensa “lo peronístico” quiere decir que, a diferencia de que ese objeto y su carácter indescifrable sea el que determina el campo de conocimiento, hay un campo de conocimiento –lo peronístico– que termina definiendo el objeto que es el peronismo. Como el peronismo siempre se va como escapando, dejemos definido un campo, lo peronístico, que se puede ir corriendo; pero lo podemos pensar desde un conjunto de lecturas de toda la tradición ensayística argentina. Que es una tradición sin legitimidad, que no está en los sistemas autorizados: Jauretche, Hernández Arregui.

Termino con la voz de Casullo. Hay un artículo de él que se llama “Néstor Kirchner” y que una de las cosas más importantes que tiene es que lo escribió en mayo del 2002. Nicolás era un gran escritor; por lo tanto, su escritura tiene la frescura de alguien que escribe muy bien. Tiene una primera novela que se llama Para hacer el amor en los parques –que es del año 1974, que la decomisaron y es casi imposible de encontrar– y luego otras tres: El frutero de los ojos radiantes, La Cátedra y Las Cuestiones. Leo lo que decía Casullo en este artículo de mayo de 2002: “Néstor Kirchner representa la nueva versión de un espacio tan legendario y trágico como equívoco en la Argentina: la izquierda peronista. En su rostro anguloso, en su aire desorientado como si hubiese olvidado algo en la mesa del bar, Kirchner busca resucitar esa izquierda sobre la castigada piel de un peronismo casi concluido después del saqueo ideológico, cultural y ético menemista. Convocatoria kirchneriana por lo tanto a los espíritus errantes de una vieja ala progresista que hace mucho tiempo atrás pensaba hazañas nacionales y populares de corte mayor. Revolotean escuálidos los fantasmas de antiguas Evitas, CGT framinista, caños de la resistencia, Ongaro, la gloriosa JP, la tendencia, los comandos de la liberación, ahora solo eso, voces en la casa vacía. Por eso un Néstor Kirchner patagónico, atildado en su impermeable, con algo de abogado bacán casado con la más linda del pueblo, debe lidiar con la peor (que no es ella, inteligente, dura, a veces simpática) sino recomponer, actualizar y modernizar el recuerdo de un protagonismo de la izquierda peronista que en los 70 se llenó de calles, revoluciones, fe en el general, pero también de violencia, sangre, pólvora, desatinos y muertes a raudales, y de la cual el propio justicialismo en todas sus instancias hegemónicas desde el 76 en adelante, renegó, olvidó y dijo no conocer en los careos historiográficos. De ahí que en las nuevas generaciones jóvenes de los últimos 20 años, las crecidas entre Luder y Menem, aquel «peronismo de izquierda» no dejó datos ni rastros: las nuevas generaciones medias no alcanzan a descifrar ese rótulo como algo digno de ser pensado. Por eso, como espacio histórico dramático y fallido, lo de Kirchner tiene el signo de la nobleza, del respeto a una generación vilipendiada con el mote de puro guerrillerismo. Es fiel a una memoria fuerte del país que ningún peronista «referente» se animó a aludir en la nueva democracia, y también signo de aquellos fatalismos. Larga es la lista de enemigos internos y externos de esa izquierda nacional en el movimiento desde 1953 hasta hoy: los «cobardes, entreguistas, traidores, claudicantes, negociadores, burócratas, mariscales de la derrota, antipueblo» y finalmente esa extraña y exitosa ecuación de modernización y renovación justicialista que desembocó en el menemismo-liberal que enamoró a todos los poderes reales en la Argentina. Lista de defecciones tan eterna y concreta que casi terminó siendo, desde 1955, la historia real del peronismo. La de sus defecciones. En esa temeraria pelea está inscripto hoy el de Santa Cruz. Según muchos Kirchner asume la responsabilidad de una pieza semiarqueológica: los militantes peronistas «setenteros», ahora cincuentones, quienes viven la biografía del movimiento del 45 como sentados en una estación abandonada y ventosa muy al sur del país por donde volver a pasar, aunque todavía no se note, ni se crea, ni se oiga, aquel verdadero tren de la historia que algún día podrá llenar de humo purificador la patria. Sentados en el andén vacío y destartalado, como a una hora señalada, los del grupo toman mate, hacen muñequitos de madera con las navajas, parrillan corderitos en la estación sin nadie, miran de soslayo por si se acerca alguien, y achican los ojos cada tanto con las manos de visera en pos de un imaginario punto negro, lejano, que se vaya agrandando sobre las vías con su silbato anunciador. La cuestión es no dar demasiados datos de esa espera. Por eso Kirchner habla rápido, a veces medio desprolijo, o deambula confusamente entre cámaras de noticiero tratando de coincidir con la memoria de los mártires, con el subsuelo del tercer cordón ex industrial, o con una histérica cacerolera de Belgrano R. Porque en realidad está diciendo algo difícil, complejo, discutible, pero a lo mejor por eso profundamente cierto en cuanto a por cuál sendero se sale realmente de este entuerto, donde el país se desbarranca por la ladera, perdida toda idea de sí mismo, toda imagen nacional. Es posible que no sea candidato, o mejor dicho que no le alcance el envión entre los sueños solapados del presidente Duhalde, las encuestas optimistas de De la Sota, la coincidencia de los poderes con Reutemann, las infinitas «re-elecciones» de Menem, el caradurismo simpático de Rodríguez Saá. Desgarbado, lungo, de palabra directa, está último en esa lista, cuando cada tanto viene del sur para exigir elecciones ya. Para decir que va por adentro o va por afuera pero no va a entrar en ninguna trenza. Lo converso con mis amigos y el 80 por ciento no lo ubica, lo semitienen en algún rincón de las imágenes del consciente pero no del todo. Les digo que es el fantasma de la tendencia que vuelve volando sobre los techos y sonríen como si les hablase de una película que no se va a estrenar nunca porque falta pagar el master. Si rompe con el peronismo corre el eterno peligro de quedarse solo, ser simple izquierda, ser no «negocio». Si se queda adentro, ya nadie sabe en qué paraje en realidad se queda: corre el peligro de no darse cuenta un día que él tampoco existe. En ese maltrecho peronismo que vendió todas las almas por depósitos bancarios, Kirchner es otra cosa: insiste en dar cuenta de que esta no fue toda la historia. Que hay una última narración escondida en los mares del sur.”