En esta última entrega de las participaciones que tuvimos en el seminario sobre peronismo y pensamiento que llevamos adelante durante 2016 en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, traemos la valiosa exposición de Horacio Rovelli, economista especializado en temas fiscales y monetarios, profesor de Política Económica en la Universidad de Buenos Aires y ex Director de Políticas Macroeconómicas del Ministerio de Economía. En ella se plantea y desentraña, en términos históricos y conceptuales, la singularidad e importancia del modelo de desarrollo interno, nacional y popular que el peronismo despliega a mediados del siglo XX, en contraposición al modelo agroexportador de subordinación al mercado internacional que hasta entonces había signado en términos económicos el devenir de nuestro país.

En la Argentina, en términos económicos, podemos partir de la idea de dos modelos en disputa. Para tomar el país de la Constitución de 1853, después de la derrota de Rosas, podemos situar un modelo, el agroexportador. Ese modelo, si bien era terriblemente injusto con el interior, significó una integración –no la que uno hubiera querido, por cierto, pero sí fue una integración– de lo que era la incipiente nación argentina en el mundo. Esa integración nos marca definitivamente, porque hay una subordinación, en este caso, a Su Majestad británica, al capitalismo británico. El modelo pergeñado por Mitre y por Roca era un acuerdo con Inglaterra, por el cual nosotros le vendíamos básicamente alimentos y materias primas para que esa nación se industrializara. Era funcional a la división internacional del trabajo que había propuesto el imperio. Inclusive, la ciencia económica nace al calor de ese predominio inglés, los principales economistas son ingleses: Adam Smith –nacido en Escocia pero que siempre estuvo al servicio de Inglaterra– y David Ricardo, quienes proponen la teoría de las ventajas comparativas, por la cual cada país debía dedicarse al factor que estaba más dotado. Inglaterra venía de la revolución industrial de 1770-1815m, donde se pega un vuelco muy fuerte de la tecnología y el conocimiento industrial, James Watt inventa su máquina de vapor, los barcos a vapor permiten acortar las distancias, todo esto produce una fuerte innovación. Inglaterra tenía carbón y tenía los trabajadores, pero necesitaba que los trabajadores consumieran comida barata para poder pagar salarios baratos, la famosa “ley de bronce del salario”.

Entonces, nosotros nos integramos en ese momento funcionalmente a Inglaterra. Le vendíamos alimentos baratos. Nuestra burguesía fue desde siempre parasitaria: ni siquiera tuvieron el gesto de hacer un frigorífico o un barco, dejaron que todo lo compararan los ingleses y fijaran los precios: por supuesto que el precio de los fletes de acá a Inglaterra y de vuelta era tres o cuatro veces más caro de lo que Inglaterra les cobraba a las colonias formales. Argentina pasaba a ser una colonia informal del Imperio inglés.

Este proceso significó una gran destrucción de la industria que había en el interior. Antes de que vinieran los ingleses, en el río Paraná había embarcaciones; no eran galeones ingleses pero había embarcaciones, que era la única forma de cruzar el río. Y había habido un modelo independiente que había sido el Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia: recordemos que Paraguay fue el primer país que hizo su propia línea de ferrocarril, creó su propia locomotora, tenía industria naval, astilleros, telégrafo. Y hasta el sistema de apropiación de la tierra era original: la tierra era estatal y se les daba a las familias para que la explotasen en pequeños arrendamientos. O sea, ahí hay un modelo que enfrentaba totalmente al modelo de Mitre de subordinación a Inglaterra y al de Portugal, que después de la muerte de Pedro el Navegante pasa a ser una potencia de segundo orden, también subordinada a Inglaterra. La inteligencia de Gaspar Rodríguez de Francia era tratar de hacer un país independiente –como era el Paraguay de esa época– del Imperio de Pedro II de Portugal en Brasil, del Virreinato del Perú, del Virreinato del Río de la Plata, de España y de Inglaterra, que estaba atrás de todo eso. Y así se desarrollaron desde 1811 que se independizan hasta la Guerra de la Triple Infamia.

Por este lado, por el contrario, y de la mano de los ingleses, se financia el desarrollo de la infraestructura del ferrocarril y del puerto tomando deuda permanentemente. La primera se toma durante la gobernación de Buenos Aires de Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia como primer ministro, ese famoso empréstito de la Baring Brothers por un millón de libras esterlinas del que llegó menos de la mitad. Ese endeudamiento también sirve para comprar las armas –los Remigton y las municiones– para el ejército mitrista, que diezmó cualquier resistencia que hubo en el Interior. Tal vez la más fragante para nosotros, porque fue la última, fue la de Felipe Varela: cuando uno ve, en la historiografía, las vestimentas de los gauchos de Felipe Varela, se da cuenta de la extrema pobreza en que vivían. Felipe Varela murió en Copiapó, Chile, a la edad de 41 años, de tuberculosis y en la mayor de las miserias, sin médico ni medicamentos para calmar el dolor. Como dice el mismo Varela, cuando un amigo le pregunta cómo está: “en Chile y de a pie”, en un símbolo de la pobreza a la que nos había obligado el modelo agroexportador.

Entonces, ese modelo agroexportador se había desarrollado integrándonos al mercado internacional pero subordinándonos. Y esto es importante, como se puede observar en el tema de los alimentos: nosotros consumimos trigo y carne porque los ingleses consumían trigo y carne. Todos los pueblos americanos comen frijoles, porotos y cerdo; la vaca se produce en la pampa húmeda, pero además porque la consumían los ingleses. Todo lo modelamos a pedido de Inglaterra. Y en esa línea se formó nuestra clase dominante: se vestía con productos ingleses, usaba carruajes ingleses, todo pasó a ser inglés. Nosotros le vendíamos alimentos, al precio que querían ellos y con el flete que fijaban ellos y encima los barcos venían llenos con productos ingleses que terminaban de diezmar y de destruir todas las industrias del Interior. El poncho por la levita inglesa. Ahí vemos claramente, entonces, lo que significa un modelo de subordinación, pero que también era un modelo de integración: mal o bien –mal para nosotros, pero sin embargo de ahí nace la nación argentina, con todos los próceres que tenemos en la escuela: Mitre, Sarmiento, Roca.

Ese modelo, sin embargo, pese a que era estratégicamente importante el alimento que vendíamos nosotros, entra en cesación de pagos en la famosa crisis de 1890. En un modelo de crisis que vamos a ver que se va a repetir sistemáticamente en Argentina. La crisis de 1890 se produce porque los productos ingleses que hay que importar eran carísimos; y la deuda que se había contraído para poder pagar la infraestructura que habían montado los ingleses acá –ferrocarriles, puerto y frigoríficos, básicamente–tenía intereses leoninos, terribles para pagar. Entonces, la ecuación de altos intereses e importaciones que superaban a las exportaciones provocó el primer default que tuvo la Argentina. Luego tuvo varios otros: el de 1976, el de 1982, el de 1989, el de 1995, el de 2001, tuvimos defaults a patadas. Pero la primera cesación de pagos, el primer default, el primer estrangulamiento financiero, se produce en 1890 por esta combinación de las importaciones que superaban a las exportaciones y el pago leonino de una deuda cada vez más grande, en la que los intereses eran tantos que había que tomar más deuda para pagar los intereses de la primera deuda contraída, sin llegar nunca a cancelarla.

Con Alfonsín se vio claramente: la crisis de la balanza de pagos y el fin de 1989 se produjo eso. En 1989 había solo 600 millones de dólares de reservas internacionales. En enero de 1989 un dólar valía 17,62 australes. El 6 de febrero de 1989, cuando José Luis Machinea, que era en ese momento Presidente del Banco Central, dijo que no podía pagar los intereses y entrábamos en cesación de pagos, el dólar se dispara. En abril había pasado los 100 australes el dólar. Cuando asumió Menem valía 650 australes el dólar, y dos años más tarde de todo esto, en febrero de 1991, el dólar había pasado a valer 10.000 australes. O sea, la hiperinflación, hija de la cesación de pagos del 6 de enero de 1989.

Pero volvamos a esta primera crisis, la de Juárez Celman de 1890. A pesar de que nuestra producción –alimentos– era importante, los sectores dominantes no pudieron romper la ley lógica y de satrapía que tiene el capitalismo internacional, ahora cebado por el capital financiero, que exige el doble cumplimiento de importar productos extranjeros y pagar los intereses de la deuda. Políticamente, la Argentina había apostado a habitar el interior del país con inmigrantes, en colonias, para aumentar la población y llenar los entonces llamados “espacios vacíos”. Pero claro, buena parte de la tierra ya estaba en manos de pocas familias: Mitre y Roca habían repartido 1.450.000 hectáreas entre un grupo de amigos y familias. Los que venían no llegaban a conseguir tierra para trabajar, entonces habían terminado en las ciudades, hacinados en conventillos. Y todo eso explota también con la crisis de cesación de pagos. Se produce una gran explosión social ligada a la crisis económica, lo que también se convierte en una crisis política, la Revolución del Parque de 1890 y el nacimiento de un movimiento, el Partido Radical, con la conducción de don Hipólito Yrigoyen. Esa crisis política se va a aplacar recién cuando Yrigoyen sea gobierno el 12 de octubre de 1916, momento a partir del cual también comienza a cambiar el modelo económico.

O sea, el modelo agroexportador tuvo sus fortalezas en el período de Mitre y Roca, y tuvo sus debilidades: el fuerte endeudamiento y las fuertes importaciones, con una casta que se vestía como los ingleses pero con el grueso de la población en la miseria, hacinada en las ciudades en conventillos o en el interior muriéndose de hambre.

Es entonces sobre esa situación que va consolidarse y a la que va a responder el radicalismo como partido y el yrigoyenismo especialmente como expresión política. Cuando Hipólito Yrigoyen asume en 1916, toma las primeras medidas del otro modelo económico al que quisiera hoy referirme, de crecimiento en base a la defensa del mercado interno y del trabajo nacional. Yrigoyen va a tratar de desarrollar y tener control de las principales palancas de todo país, que son la energía y el transporte. Por eso crea en 1918 YPF, Yacimientos Petrolíferos Fiscales; crea la Marina Mercante Nacional; no puede nacionalizar el servicio eléctrico porque las cámaras votan en contra de la ley. Cuando asume Yrigoyen, estamos en la Primera Guerra Mundial, por lo que trata de trata de no subordinarse a ninguno de los dos contendientes, aunque se le sigue vendiendo carne a Inglaterra. Por lo que, más allá de que intenta, por primera vez, un modelo que crezca en base al crecimiento del mercado interno, sigue dependiendo estratégicamente de los ingresos de los dólares de la venta de carnes al exterior.

Luego de Yrigoyen, luego de Alvear, se produce la crisis de 1930, que provoca una gran destrucción de la riqueza. Las acciones de las empresas caen estrepitosamente, se da el proceso de lo que ahora llamamos burbujas financieras pero que en realidad es una crisis de sobreproducción, porque las empresas no tienen a quién vender. Entonces, se hace el primer golpe militar desde 1853, en el que Uriburu derroca a Yrigoyen. Por supuesto a Yrigoyen en ese momento lo acusaban de corrupto, de ladrón: después cuando le van a sacar la casa, él vivía en una pieza en la calle Brasil en la que había una cama y un crucifijo, o sea, vivía en la total austeridad; sin embargo, lo acusaron de corrupto, de enriquecerse ilícitamente, etc.

Entonces ahí se hace un giro, un paso para atrás, hacia nuevamente el modelo de subordinación, cuando se firma el famoso pacto Roca-Runciman. Es el hijo del General Roca, genocida en la Campaña al Desierto, y vicepresidente de Agustín P. Justo cuando firma el pacto con Runciman que era el embajador inglés en Argentina. Ese pacto es lacayo, porque para que ellos estuvieran obligados a comprarnos nosotros estábamos obligados a venderle más barato que nadie. Tal es así que la cantidad de volumen que les vendemos es muy similar antes de la crisis de 1930 que después, y sin embargo el precio era a la cuarta parte. Bajó fuertemente el precio del trigo y la carne que le vendíamos a Inglaterra. Eso fue parte de lo que se llamó “la década infame”.

En el proceso, aun con todas las crisis que se dieron, hay grandes iniciativas obras, porque comienzan a venir trabajadores inmigrantes de distintas partes del mundo, con sus propias ideologías, que se organizan, se realizan huelgas, se constituye la CGT, la Confederación General del Trabajo, hay paro de dos días donde no funciona nada de nada. Y hay un llamado a elecciones, y en 1938 gana una formula conservadora, Ortiz-Castillo. Ortiz estaba ciego, al tiempo fallece y en 1942 le queda el gobierno a Ramón Castillo, que proviene de Catamarca. Castillo sigue teniendo la estrategia de no aliarse a ninguna de las dos partes durante la Segunda Guerra Mundial. La Argentina era neutral, entonces, le vendió alimentos a los Aliados y al Eje. Recordemos que Argentina rompe relaciones con el Eje recién el 24 de enero de 1944, y recién el 27 de marzo de 1945 se pone del lado de los Aliados y le declara la guerra al Eje, un mes antes de que se cayera el bunker de Hitler. Esto hace que haya una gran cantidad de reservas. Es cierto lo que decían los conservadores que no se podía entrar a la caja del Banco Central porque estaba repleta de oro. Inglaterra nos había pagado con papel, con letras de cambio. Así que se podía usar esa plata para comprarles productos a los ingleses. Después Perón la usó para comprar los ferrocarriles.

Pero bueno, en junio de 1943 se produce el golpe del GOU, los militares nacionalistas. Se preparaba un nuevo fraude electoral, como había pasado con Ortiz-Castillo, pero peor, ya que el candidato era Robustiano Patrón Costa, un verdadero chupasangre, explotador de obreros, ligado además a la Standard Oil, es decir la Esso, empresa que había tenido su papel en la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia entre 1932 y 1935, junto a la Shell, con la que estaba enfrentada. Robustiano Patrón Costa era empleado y accionista menor de la Standard Oil. Entonces, los militares, cansados de estos políticos corruptos, asumen el gobierno. No les costó mucho: hubo un solo disparo, una especie de toma de verano. Apareció el Ejército y nadie le hizo frente.

En poco tiempo, los que habían organizado el golpe se pelan entre ellos hasta que llega Farrell, quien nombra a Juan Domingo Perón Secretario de Trabajo y Previsión. Tanto el sector nacionalista del golpe del GOU, el grupo de militares que estaba contra Castillo, como el propio Perón tenían en claro que había que volver al modelo yrigoyenista de defensa del mercado interno y no querían seguir subordinándose. Porque, como los países centrales estaban en guerra, el precio de los alimentos había subido muchísimo y Argentina tenía recursos propios para abastecerse a sí misma. Porque era un país que tenía superávit comercial, podía cancelar su deuda y plantearse ser un país industrial. Ahí se consolida, entonces, la idea de un proyecto nacional y popular con Perón. Yo acá quisiera puntualizar algo: la oligarquía nunca tuvo un proyecto “para todos”; solo tuvo un proyecto para ellos. Estratégicamente se subordinaba al capitalismo inglés. El otro proyecto es en base al trabajo y al mercado interno. Ese es el proyecto que va a llevar adelante el peronismo en su esplendor. ¿Por qué? Porque tenía grandes reservas desde la Guerra Mundial y porque Perón se dio cuenta de que podía aprovechar la tecnología y el conocimiento disponible en ese momento, en buena medida de los vencidos de la guerra –Alemania, Italia, el Eje–, porque los que habían perdido tenían el mismo grado de conocimiento tecnológico que los que habían ganado. Cuenta la leyenda que Perón se reúne con Roque Vassalli, que venía huyendo de Italia, y le dice: “¿Qué hacías antes de hacer tanques para el Duce?”. “Hacía cosechadoras, maquinaria agrícola”. “¿Y qué necesitás para hacer acá cosechadoras?”. “Y, necesito un tinglado, necesito que el Estado me pague ocho meses sueldos para trabajadores, máquinas y equipos y largos plazos para pagarlos”. Perón le dio todo.

¿Y de dónde sacó Perón los fondos para financiar eso? Los ricos en nuestro país ahorraban en pesos, no ahorraban en dólares. Hoy somos el único país del mundo que tenemos fugado, afuera, en manos de ricos que viven acá, casi el equivalente al producto bruto por año. Pero en ese momento ahorraban en pesos. El Banco Central se había creado en 1933. Los ricos eran todas familias de esa oligarquía con olor a bosta: Braun Menéndez, Anchorena, todas las familias patricias. Perón, entonces, puso de presidente del Banco Central a don Manuel Miranda: un gallego –nacido en Galicia–, chatarrero de fundición (es decir, compraba desechos industriales, los fundía y los vendía como chatarra de nuevo). Miranda triplicó la base industrial del país. Y ahí crecimos industrialmente. Se hace una base industrial en serio, un tejido industrial en serio, se hace una alianza de hecho entre los trabajadores y los empresarios que estaban vinculados al mercado interno. Porque ahí lo estratégico pasaba a ser el desarrollo del mercado interno. Las empresas ganaban más plata cuando le vendían al mercado interno que exportando. Perón había logrado reconvertir el modelo económico existente, repitiendo y continuando muchas cosas del yrigoyenismo: estatizó los ferrocarriles, estatizó el agua, la luz. O sea, el Estado hizo una gran cantidad de adquisiciones con los recursos que tenía y, fundamentalmente, creo el IAPI, el Instituto de Argentino de Promoción del Intercambio, que cumplió un rol estratégico. ¿Por qué? Recordemos que el mundo salía de la Segunda Guerra Mundial, que había costado 50 millones de almas. En Europa estaban los campos estaban o diezmados o minados, no podían producir alimentos y los precisaban imperiosamente. Perón entonces les obligó a los productores a venderle al Estado a un precio, para que este a su vez los exportara y obtuviera los mejores precios posibles en el exterior al negociar grandes cantidades; con esa diferencia el Estado no solo pudo dar créditos y facilidades a la producción, sino que también pudo salir a comprar y estatizar servicios estratégicos de energía y transporte.

Tenemos un claro ejemplo de la defensa de un proyecto, nacional y popular y que aún, con todas las crisis y vaivenes a lo largo de las décadas, aún subsiste. A partir de peronismo, la Argentina crece solo cuando crece el consumo del mercado interno. Cualquier estudio refleja que el país crece cuando crece el consumo interno. Porque en el año 2015, por ejemplo, el 75 por ciento de lo que producimos fue al mercado interno; solo el 25 por ciento está relacionado con exportaciones. Y el que genera más trabajo es el mercado interno. ¿Cuánta mano de obra puede tener la producción de soja? Nada. Nosotros, en estos momentos, tenemos 32 millones de hectáreas cultivadas y superamos los 100 millones de toneladas de granos, entre cereales y oleaginosas. De las 32 millones de hectáreas de siembra, 20 millones producen soja. El rinde de la soja en Argentina es el más alto del mundo: en promedio es de tres toneladas por hectárea. En el norte de la provincia de Buenos Aires, el sur de Santa Fe y sur de Córdoba, hay rinde de 4,5 o 4,6 hasta cinco toneladas por hectárea. Si tomamos la participación total de la Argentina en el comercio internacional, el año pasado fue del 0,49 por ciento del consumo del mundo. O sea, si desaparecemos, nadie se va a dar cuenta; por lo único que sí se van a dar cuenta es por la soja, porque somos el tercer exportador y el tercer productor mundial de soja. Nosotros prácticamente el 95 por ciento de la soja que producimos la vendemos al exterior, básicamente desde el puerto de Rosario.

O sea, hay una suerte de lucha cuerpo a cuerpo. Hay una lucha cuerpo a cuerpo entre estos dos modelos. Nosotros crecemos en base al mercado interno; y, a su vez, los sectores que quieren subordinarnos al mercado internacional necesitan que nosotros cedamos lo que destinamos para el mercado interno. ¿Para qué voy a decir yo esto, si Macri lo dice mejor que nadie? Macri tiene cinco minutos para hablar en el G20, ¿cuáles son las dos cosas fundamentales que dijo del país? Primero: se les pagó a los holdouts. O sea, dice: estamos dispuestos a subordinarnos a lo que el capital extranjero quiera y nos diga. Y segundo: estamos produciendo alimentos para 400 millones de personas –en realidad producimos forraje, porque la soja se utiliza para alimentar a gallinas, cerdos y demás, que sirven a su vez para dar de comer a los países del sudeste asiático, pero bueno–, y podemos producir alimentos para 800 millones de personas. Esa es la concepción oligárquica de manera neta, eso es lo que Macri lleva en su sangre. Esto es la oligarquía: “podemos producir alimentos para 800 millones de personas”, no le importa que el mismo INDEC oficial, con Jorge Todesca a la cabeza, le diga que hay 32,6 por ciento de pobres, casi 14 millones de personas que no cubren la canasta básica total. Y, de ellos, 6,7 por ciento de indigentes, es decir, personas que no llegan siquiera a cubrir la canasta básica alimentaria. Cuando yo era joven, nos dolía mucho una canción de Armando Tejada Gómez, que cantaba Mercedes Sosa, que decía “a esta hora exactamente hay un niño en la calle”. Y en este sentido, hay que reconocer que hay una batalla cultural que nos han ganado. Porque hoy hay cientos de chicos en la calle, hay familias en la calle y un enorme grado de egoísmo por parte de los sectores medios, que no se conduelen de esto.

Eso no era el peronismo. El peronismo era la defensa de la producción, del mercado interno, del trabajo y una alianza de hecho entre los empresarios nacionales vinculados al mercado interno –aunque fueran extranjeros, pero que ganaban plata por la venta de sus productos en el mercado interno– y los trabajadores, defendiendo el salario, la paritaria. Eso se sustentaba con todo un conjunto de ideas: la tercera posición, la doctrina justicialista, etc. Todo esto le daba un sentido nacional al proyecto. Es decir, a la par de un proyecto económico nacional y popular, se construyó un discurso, un fundamento teórico, que se desarrollaba en los planes quinquenales, en los actos simbólicos –como el de la independencia económica del 9 de julio de 1947–, en los tres ejes de justicia social, independencia económica y soberanía política. Para la población eran claros cuáles eran los valores que nos unían, que nos sustentaban como sociedad y como nación. Perón tiene una frase ejemplar en este sentido: “por la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación”. O sea, el sentido histórico estaba unido a nuestra propia felicidad. Además de una clara distribución de ingreso a favor de los trabajadores, había también todo un trabajo cultural –Perón decía “doctrinario”– para constituirnos como Nación, como ser nacional.

Obviamente, la oligarquía no tenía ningún interés en que esto siguiera adelante. Y encima la pelea constante con Estados Unidos. Nosotros tenemos una economía competitiva con Estados Unidos: son el principal productor y exportador de soja del mundo. La embajada yanqui desde inicio, primero, lo combatió a Perón. Primero, lo trató de fascista. Habían hecho un Libro azul donde lo condenaban por su alianza con el “je. Y la Unión Democrática reivindicaba el libro hecho por los servicios de inteligencia yanquis contra Perón. Tanto la oligarquía como el imperialismo yanqui buscaban que ese modelo se terminara, que no sirviera como ejemplo. Antes, habían logrado que se matara Getulio Vargas en Brasil. Y mucho antes, habían logrado la destrucción del modelo paraguayo, que era un “ejemplo insano” porque no se subordinaba a los intereses del imperialismo inglés.

Y ahí viene la restricción al modelo. Estamos diciendo: Argentina crece solamente si crece el mercado interno. Pero tenemos un cuello de botella. Por cada punto que crece el Producto Bruto argentino, crecen tres puntos las importaciones. En la época de Néstor Kirchner, cuando crecíamos a tasas chinas al 8, 9 por ciento anual, las importaciones crecían al 24 o al 27 por ciento anual. Las exportaciones crecen, las importaciones están abajo y, en un momento, las superan y se produce el estrangulamiento del sector externo. Porque, por ejemplo: cualquier industria de dulce necesita soda Solvay para la limpieza, que no producimos ni en cantidad ni en calidad suficiente y tenemos que importarla. Si agarramos un celular, el 90 por ciento del componente del aparato es importado. En un automóvil el 50, 60 por ciento es importado. Cualquier producto electrónico, cualquier producto de cierta complejidad técnica, tiene un alto componente de elementos importados. Además, los ricos de este país tienen gusto por los productos importados: apenas pueden, compran latas de choclo de Francia, latas de durazno al natural de Grecia, naranjas de Israel, frutillas de Polonia, whisky inglés, champagne chileno, etc. Entonces: vos crecés si crece el mercado interno, pero al hacer crecer el mercado interno crecen las importaciones. Nunca tuvimos la capacidad suficiente para sustituir las importaciones y para darle mayor valor a las exportaciones.

Salgo un poco de la historia para hablar de la escena actual. Es un poco lo que pasó con el conflicto con el campo. El manual de economía te habla de la ley de defensa del salario: necesitás alimento barato para que los salarios no sean tan altos. Por lo tanto, desde la teoría económica, pensábamos que los industriales no se iban a plegar al sector del campo. Pero nos equivocamos. ¿Por qué? Porque existe una interrelación: los Bulgheroni, los Rocca de Techint, los Blaquier de Ledesma, los Pagani de Arcor, formaban parte de los pools de siembra. O sea, los capitales asociados a los pools de siembra eran de los mismos industriales. No invertían, no aumentaban su capacidad productiva, porque tiene un mercado cautivo; pero, cuando no fugaban plata, sí diversificaban la inversión, poniéndola en los pools de siembra, comprando campos para producir soja. Hoy eso está claro eso, pero en aquel momento era más confuso. Cuando uno ve que Aranda, uno de los principales accionistas de Clarín, tiene inversiones en campos de arroz en Corrientes; que Britos, el dueño del banco Macro, tiene grandes campos sojeros en Salta; ahí empezamos a darnos cuenta de que nuestra burguesía se fue diversificando y que parece una hidra de siete cabezas. Por eso la complejidad del conflicto del campo. Paradójicamente, lo que resolvía el conflicto eran las cadenas globales de valor. En el comercio internacional actual, el 80 por ciento de lo que se vende se hace a través de grandes cadenas globales de valor. No es que uno puede comprar un celular, un auto, un equipo de aire acondicionado sin estar formando parte de esas cadenas globales de valor. Estas empresas han tomado tal dimensión que se han asociado entre sí y han fijado los precios internacionales. Nuestro comercio participa, en el 30 por ciento de ese 80 por ciento de las cadenas de valor, con cinco productos primarios: primero, la soja. Nuestra participación en la cadena de valor global de la soja fue lo que terminó con el conflicto del campo. Los grandes puertos argentinos son UTEs (Unión Transitorias de Empresas). Por ejemplo, los puertos de Quequén en Necochea y de Bahía Blanca son regenteados por un acuerdo entre Cargill y Nidera. Entonces, esas grandes cadenas globales de valor –Cargill, Nidera, Bunge, A.D.M., Dreyfus, Toepfer, Noble, etc.– les dijeron a los grandes productores nacionales de soja: si no nos venden los granos hoy, no les compramos más. Porque lo que ellos compran acá ya lo habían vendido afuera, y no se iban a perder el negocio por un país que casi ni conocen como Argentina. Se vieron obligados, entonces, a vender. Apenas entraron los dólares de afuera, se destrabó el conflicto.

Lo único que nos queda a nosotros, entonces, es lo que nos enseñó Perón: hacernos fuertes hacia el mercado interno. Pero para que no se produzca este estrangulamiento del mercado interno, debemos darnos una política de sustitución de importaciones que cada vez es más difícil; darle mayor valor a lo que exportamos, para poder obtener más dólares y generar más trabajo y tratar de no aumentar las importaciones. Todo país que crece, tiene que hacer eso. Corea del Sur, por ejemplo. Cuando el general Park tomó el mando, tras un golpe militar y la guerra de las dos Coreas, lo primero que hizo fue cerrar las fronteras y tratar de acordar con los empresarios que estaban en el país, metas de producción y metas de exportación; el Estado estaba dispuesto a apoyarlo, darle tarifas de transporte y electricidad bajas, créditos blandos, pero tenían que cumplir las metas que acordaban. Y ahí empieza el despegue de Corea del Sur. No muy distinto de lo que hizo el peronismo, con toda la oligarquía en contra porque había logrado fortalecer el mercado interno.

Yo decía al comienzo de la charla que había dos proyectos. El proyecto agroexportador –para pocos– y el proyecto de defensa del mercado interno nacional y popular. Puede haber matices, pero no hay otras alternativas. Pero en 2016 ya no: Macri no tiene un proyecto para el país. Yo podía decir que la oligarquía tenía un proyecto. Los CEOs de Macri, ninguno trabajó en la producción de ningún orden. Con Macri está todo el capital financiero. Tiene a la gran oligarquía agropecuaria –pero a los grupos más concentrados, por eso les sacó las retenciones y le liberó el tipo de cambio– y al capital financiero. No hay negocios productivos. Por lo tanto, tienen mucha más fragilidad de la que Clarín dice. Le está dando muchísima ganancia a una minoría, pero está castigando al sector industrial. Entonces, acompañan, pero ninguno le pone un peso. Keynes decía que los empresarios votan cuando invierten. No necesitás que te aplaudan, necesitás que inviertan. No van a invertir, porque no venden sin mercado interno; y tampoco pueden exportar, porque el costo de producción nuestro es bajo hacia adentro pero altísimo hacia afuera. Lo que aplauden de Macri es la posibilidad de sostener sus márgenes de ganancias en un mercado interno cautivo donde son marcadores de precio. Por ejemplo, entre Sancor y La Serenísima tienen el 90 por ciento del mercado de la leche en Argentina. ¿Cuánto le pagan al tambero? A lo sumo cinco pesos por litro de leche, y lo venden al 400 por ciento más. Cuando hablan de competitividad, hablan de los precios, no de los costos. A cuatro pesos el litro –30 centavos de dólar– nosotros somos competitivos, pero no a un dólar con veinte. Lo que no quieren es que Macri trate de meterse a hacer un seguimiento de los costos y los precios, que es lo que debería hacer el Estado. Que es lo que hacía Guillermo Moreno, bien o mal, pero lo hacía: actuaba sobre la idea de prohibir las importaciones y de tratar de controlar los precios. En cambio, el Secretario de Comercio de Macri es Miguel Braun, cuya familia es dueña de La Anónima, la cadena de supermercados más importante del sur del país. Entonces, no impone ningún freno a las importaciones que compite, obviamente, con la producción nacional. Nosotros durante el kirchnerismo llegamos a importar cerdo porque estaba bajo el costo del maíz y del gasoil, que son los dos componentes del cerdo. Hoy están cerrando los frigoríficos de chacinados y de a poco, se van a ir apagando los productores de cerdo, porque es más fácil importar jamón de España que producirlo acá.

Entonces, no puede haber un proyecto en ese esquema económico. Yo puedo estar en contra de la oligarquía agropecuaria de 1880, pero había un proyecto de país. Veamos en el presupuesto 2016, 2017 y las proyecciones: vamos a tener déficit comercial de acá a varios años, producto de las importaciones: unos 12 mil millones acumulados en cuatro años, de 2016 a 2019. Como si eso fuera poco, tenemos endeudamiento externo, déficit fiscal. En el gobierno de Cristina Kirchner, en el 2015, tuvimos el peor déficit fiscal de los doce años por continuar con el atraso en el tipo de cambio: 240 mil millones de pesos, o sea, 25 mil millones de dólares. El Producto Bruto fue de 550 mil millones de dólares, el gasto público de 220 mil millones de dólares –35 por ciento– y un déficit del 4,5 por ciento del producto, estos 25 mil millones de dólares. Todo ese déficit fueron los subsidios a la energía y al transporte. Si el kirchnerismo no hubiese subsidiado la energía o el transporte, el Estado no hubiera tenido déficit fiscal. En 2016, el gobierno de Macri tuvo un reconocimiento de déficit de 26 mil millones de dólares y en el año 2017, 27 mil millones de dólares. Y aumentaron las tarifas de los servicios, porque quitaron subsidios. ¿Por qué aumenta el déficit? Porque aumentan los intereses de la deuda. La Argentina, por la deuda que tiene, está condenada a tener siempre superávit comercial. Ahora, en vez de tener mayores ingresos, tenés menores ingresos, porque las importaciones superan a las exportaciones; y encima la deuda es cada vez más grande (y va a ser cada vez mayor). Esto termina como terminó la crisis de 1890: con cesación de pagos. No hay modelo. Es un esquema a muy corto plazo, rentístico, generador de grandes ganancias a los intereses financieros. No hay una definición productiva: el ministro de Producción era gerente de una AFJP. Eso hace que los que tienen industria, esos que Macri llama “el círculo rojo”, no vayan a respaldarlo cuando caiga en desgracia. Lo aplauden porque quieren seguir ganando a las tasas que ganan, quieren seguir importando desde Brasil, quieren que no les fiscalicen las cuentas, porque ninguno de estos empresarios resiste un balance, una inspección fiscal. Pero ninguno va a poner un peso, y, cuando haya problemas, todos se van a cubrir pasándose a dólares, el deporte que más conocen y practican, y en tres meses se llevan todo puesto.

Entonces, para resumir: el único proyecto de crecimiento que queda, entonces, es el nacional y popular. Con la base económica del consumo interno y con el empleo de mano de obra local como algo fundamental: en el pasado, el negro que trabajaba en el campo al cuidado de las vacas de los ricos pasaba a ser obrero industrial y generaba su propia riqueza. La gran apropiación que hizo el peronismo del negocio agropecuario, aprovechando los altos precios del mercado internacional, con la creación del IAPI que controlaba la salida del grueso de la producción desde los puertos de Rosario, Bahía Blanca, Buenos Aires, para invertirla en la industria y la infraestructura. La nacionalización de los principales resortes de un país: los ferrocarriles, el gas, las comunicaciones, porque gracias a la guerra habíamos pasado de ser un país deudor a ser un país acreedor.

Este modelo que crea el peronismo, técnicamente se llama ISI: Industria Sustitutiva de Importaciones. Lo había intentado primero Pinedo, el abuelo del actual senador del PRO, cuando sacan a Uriburu, pero el que lo desarrolla es el peronismo. Tiene como características: ampliar el mercado interno, porque si vos producías, tenías que vendérselo a alguien: por eso la alianza entre trabajadores e industriales nacionales; la nacionalización de los grandes resortes de la economía neutralizó la incidencia del capital extranjero en la industria; la traslación de ingresos del sector agrícola al industrial: Perón lo hizo a través del IAPI, como Kirchner a través de las retenciones. Gracias a esas retenciones, se pudo subsidiar la energía –gas y electricidad– a la industria, por ejemplo. En el 2005, había 7 mil millones de dólares de retenciones y no llegaba a 5 mil millones las transferencias de subsidios. Lo que pasó es que luego las exportaciones siguieron siendo las mismas, 7 mil quinientos millones en el 2015, pero el subsidio pasó a ser de 25 mil millones. A eso se llama inconsistencia macro económica. La consistencia está en que la transferencia de recursos del campo a la industria debe ser equilibrada. El modelo peronista implica, también, la redistribución del ingreso hacia los sectores obreros y populares. No lo decimos nosotros, lo dice Raúl Presbisch en su crítica al modelo peronista, donde afirma que la distribución del ingreso a favor de estos sectores fue del 33 por ciento. Por este aumento de la participación salarial en este porcentaje, afirmaba, no éramos competitivos. Perón hablaba del 50/50: 50 por ciento para los trabajadores, 50 por ciento para los empresarios: y puede decirse que lo logró.

La razón estructural que explica al modelo nacional y popular, el centro del modelo, es la elasticidad empleo-producto. Nosotros decimos que cada vez que crece el producto, crecen las importaciones: eso se llama elasticidad producto-importaciones; pero la elasticidad empleo-producto es aún más importante. Perón tenía mano de obra incipiente que venía de la guerra, con el conocimiento y la disciplina para trabajar. El período 1946-1952 fueron los años de la crisis agraria. Por cada punto que crecía el producto, el empleo crecía el 0,47 por ciento. El PIB en promedio creció, durante esos años, un 6,5% y por cada punto, el empleo crecía ese porcentaje. La PEA (población económicamente activa) durante esos años fue, en promedio, de 6.360.000 personas, con un crecimiento de la población de un 1 por ciento anual. Por ende se generaron 195.000 puestos por año (6,5 x 0,47 = 3,06%), mientras que la PEA crecía en 65.000 personas por año. Eso provocó una fuerte suba de los salarios: se hacen grandes concentraciones de trabajadores, los talleres se van convirtiendo en industrias. Este es el corazón del modelo nacional y popular. El crecimiento del mercado interno continuó después de 1955: el país creció sistemáticamente desde 1955 hasta 1973. Son treinta años gloriosos de la economía argentina. También son treinta años gloriosos de la economía mundial. En 1974, nosotros teníamos el país más integrado de América Latina, donde menos diferencias había entre pobres y ricos. Había una gran movilidad social, sin grandes diferencias entre los sectores más favorecidos y los trabajadores.

El modelo peronista implicó una administración de la deuda externa. Gracias a la gran existencia de divisas en el país al finalizar la Guerra Mundial en 1945 y el superávit de la balanza comercial entre 1946-48 (reiterado en 1953-54), estas se aplican a la repatriación de la deuda externa, de modo tal que se cancelaron deudas por $ 12.500 millones y se pasa a ser acreedor por $ 5.000 millones. Perón hace el Congreso de la Independencia Económica del 9 de julio de 1947 en función de que termina de pagar el último crédito que venía de la Baring Brothers.

El otro proyecto, el proyecto oligárquico, termina con el peronismo, que logra revertir un modelo de crecimiento subordinado al mercado internacional, básicamente de producción primaria, a otro de expansión del mercado interno y del gasto público, con fuerte intervención estatal que aún hoy subsiste y es la única garantía que tenemos como nación y como pueblo. Ni siquiera el macrismo puede cerrar este esquema. Necesita, si casi el 75 por ciento por producto va al mercado interno, sostener, aunque sin paritarias, aunque sea a la baja, no profundizar completamente los despidos. Esa lógica, esa importancia gravitante del mercado interno, es lo que dejó el peronismo.

Como último punto, retomando la frase de Perón que comentaba antes, el modelo tiene como horizonte “la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación”. Nunca es, como dicen los liberales, que hay que ajustarse, que aún el que está desocupado acepta que lo hacemos por el bien del país. La única forma que nosotros tenemos de crecer es generando consumo. Los problemas planteados de profundizar la sustitución de las importaciones y mejorar y agregar valor a las exportaciones solo se logran con un Estado que planifique, que oriente la economía, colocando al capital al servicio de la economía.