Durante el segundo semestre de 2016, quienes hacemos SANGRRE organizamos y llevamos adelante en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata un seminario acerca del peronismo como pensamiento filosófico, con la intención de desarrollar algunas hipótesis e intuiciones acerca de la sustancia conceptual de algunas nociones y categorías que el peronismo propuso y elaboró en su desarrollo como experiencia político-cultural desde mediados de la década de 1940. Así, sometimos a lectura y discusión un conjunto de textos clásicos y fundantes de la tradición peronista, para indagar, en términos filosóficos, el sentido y densidad de ciertos conceptos allí centrales: comunidad, organización, independencia económica, soberanía política, tercera posición, justicia social, conducción. Para ello, contamos con la ayuda de algunos muy queridos amigos y compañeros de rutas varias que, a lo largo de los encuentros, participaron y brindaron valiosos aportes a la discusión colectiva del seminario.

En el encuentro inicial, estuvo con nosotros María Pía López, socióloga, ensayista e investigadora, quien propuso una muy aguda reflexión acerca del peronismo como enigma e interrogante persistente, desde su irrupción en la historia de nuestro país hasta el presente que nos toca transitar. Aquí compartimos su intervención.

Nos proponemos hablar del peronismo, del enigma argentino, de lo que su gran adversario, Ezequiel Martínez Estrada, nombraba con una pregunta: “¿Qué es esto?”. Empiezo a propósito diciendo “el enigma argentino” porque es la expresión de Sarmiento sobre el Facundo; o, en realidad, más que sobre Facundo, sobre Rosas. Cuando Sarmiento escribe el Facundo para pensar estrictamente al rosismo, lo que está pensando es la tragedia o el enigma. ¿Qué es un enigma? Algo que nos desvela, algo de lo que no podemos dar cuenta. Ese gesto de lectura que hace Sarmiento frente a Rosas es interesante. Hay una carta, al principio de Campaña en el Ejercito Grande, donde Sarmiento cuenta: “las veces que he pensado en suicidarme, un solo pensamiento me detuvo, como a las madres las detiene pensar en sus hijos. Pensé en Rosas, en quién haría por él lo que yo hago”. O sea, Sarmiento se preocupa por quién podrá hacer por su adversario aquello que él hace: pensarlo a fondo, sin tapujos, obsesivamente, combatiéndolo. De la misma forma, Martínez Estrada quiso inaugurar ese gesto frente al peronismo y escribió ¿Qué es esto?, que, a hoy, implica preguntarse sobre qué es la fuerza política más persistente de la historia argentina, la fuerza en cuyas aguas no podemos dejar de navegar. Muchos de nosotros, con más o menos complejidades y conflictos, sabemos que hay un conjunto de hechos, de textos y experiencias que hacen al peronismo y que pueden ser recortados e interpretados en distintos sentidos.

Lo que me interesa para tratar de abordar esos textos es ver las controversias, los puntos en conflicto y, fundamentalmente, los puntos de conflicto respecto de algo que me parece central que es la pregunta sobre el peronismo como expresión de lo popular en la Argentina, como expresión mayúscula de esas clases populares y de la clase obrera de este país. Las interpretaciones son siempre controversiales y parte de las discusiones que se dieron y se siguen dando en la experiencia del peronismo tuvieron que ver con qué fecha se elegía para celebrar su fundación. Para aquellos que el peronismo nació con el golpe del GOU en 1943, la lectura del peronismo iba a ser fundamentalmente la de un nacionalismo fundado por militares, liderado por un militar, con formas conservadoras. Ese es un modo de interpretación del peronismo que implica pensar 1945 en relación a 1943. La versión opuesta de los acontecimientos también tiene su fecha y sostiene que el peronismo nace no con el golpe sino con el 17 de octubre de 1945. Nace con una manifestación callejera, plebeya, masiva que lo funda. Bien distinta es la interpretación del peronismo si lo pensamos en la clave del 43 o en clave del 17 de octubre del 45. Tengo la impresión de que el peronismo hasta hoy sigue discutiendo a su interior de qué se trata esa fundación. Porque indica qué tipo de frente se constituye, también. A qué llamamos frente –llamémosle Ciudadano, Patriótico, o cómo queramos– y cuáles son los límites y constituciones.

Con el kirchnerismo no pasa algo tan distinto: dependiendo de qué fecha elijamos, en qué genealogía inscribamos la experiencia de la última década, vamos a estar también sosteniendo distintas hipótesis políticas. Yo creo que hay por lo menos tres modos desde donde considerar al kirchnerismo. Por un lado, puede ser considerado como un avatar más del 45, o sea, algo que se inicia en el 45 y encuentra en el 2003 un nuevo modo de realización. O sea, ser leído como parte de la historia de un movimiento político centrado en la expansión de los derechos democráticos: esa sería la línea 45/2003. Otra interpretación es pensar al kirchnerismo como heredero del 2001, es decir, como heredero de las luchas y conflictos sociales que signan el fin de siglo XX, fundamentalmente, del hiato del 2001 en tanto formula su novedad también en una manifestación plebeya y callejera. O, en tercer término, pensar el 2003 en cuanto 2003. Una hipótesis que se inscribe en la anomalía, en la lectura de que algo surge ahí plenamente distinto a lo anterior. Autónomamente de la genealogía del 2001 y de 1945. Esta última forma de pensar sostiene esta identidad diferenciada respecto a la historicidad del movimiento popular argentino. Tengo la impresión de que estas tres interpretaciones se traducen en estrategias electorales distintas. Una lleva más a la recomposición del peronismo como peronismo, si se piensa en la genealogía 2003/1945. Otra, la que sugiere al 2003 de manera autónoma, lleva a una estrategia electoral mucho más identitaria, o sea reconocernos entre los iguales, los “Patios de las Palmeras”. Y 2003/2001 lleva a la hipótesis de que podrían existir un conjunto de alianzas de izquierda o centro izquierda de movimientos sociales en un nuevo frente. Cuando vemos las discusiones de coyuntura, cuando vemos la relación con la gobernabilidad, se ven claramente estas posiciones, se ve la discusión sobre las estrategias interpretativas del peronismo.

Más allá de esas interpretaciones, yo quería decir un par de cosas que participan del orden de lo no demasiado sujeto a discusión. El peronismo como fuerza contradictoria, ambigua y ambivalente, también es –retomando una idea de Alejandro Kaufman–, el modo de la política argentina menos criminal. Si bien esto no suena muy optimista en una historia que está signada por la guerra, la tragedia, la crueldad sobre el otro, la explotación sin límite, la existencia de zonas de no derechos, el peronismo aparece, decía Alejandro Kaufman, como la suspensión del orden criminal. El peronismo es en Argentina la forma de suspender la violencia máxima. Esto no significa que no tenga por momentos, elementos represivos, ni que no ampare economías de la ilegalidad y del crimen –como todo movimiento político–, sino que es menos eso que el resto de las políticas argentinas. A mí esa idea me parece interesante, porque que no nos lleva a ninguna épica; más bien nos lleva a pensar que, si la realidad se tramita de tantos modos espantosos, en el peronismo nosotros tenemos el humanismo que nos corresponde o el humanismo posible.

Si sostenemos que el peronismo es en Argentina el humanismo posible, o que es el modo menos criminal de la política argentina, también estaríamos pensando al peronismo como lo contrario a la barbarie. Es decir, invertiríamos los modos en que el liberalismo supo construir con eficacia la analogía entre peronismo y barbarie. Quizás la eficacia más enorme que tuvo un político fracasado en más de un sentido, pero muy exitoso en construir un slogan, como lo fue Américo Ghioldi. Recordemos que la expresión “Alpargatas sí, libros no” de Américo Ghioldi no es una expresión que surja al interior de las filas del peronismo. Sin embargo, de ese bautismo todavía el peronismo recibe las sanciones. Recibe la advertencia de que no supo construir una política en relación al pensamiento, a los libros, a la reflexión o al saber y que, por lo tanto, sus estilos de construcción política los alojaba dentro del campo de la barbarie en un maniqueísmo fundacional de la Argentina. Ahí me parece que también tenemos el tema de hasta qué punto gran parte de la vida social argentina se sigue reinterpretando permanentemente bajo ese maniqueísmo original que fue civilización o barbarie. Muchos intentaron invertirlo, en el sentido que todo lo que el liberalismo consideró bárbaro fue lo que expresaba el mundo de la civilización, dirá el revisionismo histórico. Y a la inversa, aquellos que se arrojaban el título de “civilizados” eran los que cometían hechos de barbarie. Eso es lo que sostiene Alberdi respecto a Sarmiento, cuando se pregunta quién actúa como un bárbaro en el terreno del periodismo. Lo dice también José Hernández sobre Sarmiento. Cuando asesinan al Chacho Peñaloza –Sarmiento da la orden de asesinarlo–, Hernández lo acusa de actuar de un modo criminal y asesino que solo se puede apelar con el término de barbarie. Esa inversión que persigue Hernández de allí en adelante tendrá muchas expresiones, y justamente el que más intenta desarmarla y problematizarla es Martínez Estrada. Sobre la dicotomía dice algo interesante para pensar a la luz de esto que veníamos diciendo del peronismo. Escribe, en un libro de 1948, Muerte y transfiguración del Martín Fierro –un libro descomunal y absurdo, que tiene 1200 páginas para analizar un poema que es bastante corto–, que, para arrebatarle la razón del pueblo a Perón, tenemos que entender qué es lo popular; y entender qué es lo popular implica volver a leer su literatura y buscar allí. Y dice: Sarmiento entiende y ve algo muy relevante cuando plantea civilización o barbarie pero se equivoca profundamente cuando le asigna una u otra categoría a sujetos sociales. Es decir, cuando cree que los criollos blancos u hombres de las ciudades son civilizados y los indios, gauchos y morenos son bárbaros. Ahí radica el problema, va a decir Martínez Estrada, porque lo que hay son prácticas bárbaras o prácticas civilizadas; hay instituciones de la barbarie e instituciones de la civilización. Entonces, si el malón indio es bárbaro –y todos coincidíamos que lo es en tanto salir a matar gente, secuestrar mujeres y saquear es un acto de barbarie–, también la expedición militar es un malón blanco que ataca a las tolderías, mata a los hombres, roba a las mujeres y destroza poblaciones. Es decir, las prácticas de la barbarie son las mismas en el malón blanco y en el malón indio. Si pienso que unos son bárbaros y otros civilizados, me pierdo de entender qué es la barbarie. La idea de Martínez Estrada es poderosísima porque permite entender –y su pensamiento por momentos lo roza– que el peronismo es una fuerza civilizatoria. En el sentido de que puede encarnar y llevar adelante prácticas e instituciones del orden no bárbaro de la Argentina, fundando comunidad. Al mismo tiempo, Martínez Estrada tiene un libro muy equívoco sobre el peronismo –el Qué es esto– donde va cambiando hipótesis permanentemente, contradictorias, cada tres líneas. Oscila, siempre desde una vocación antiperonista.

1948 es un momento clave para ver algunas de estas discusiones. Este libro de Martínez Estrada es contemporáneo a El mito gaucho de Carlos Astrada. Lo que está en cuestión, en los dos casos – si bien también es el Martín Fierro– es, en realidad, el peronismo. Se piensa el Martín Fierro solo para eso. En el caso de Carlos Astrada, él piensa una idea que ratificaría esto que venimos sosteniendo. Piensa al peronismo como la forma del humanismo en Argentina, capaz de producir una filosofía propia que es la que aparece en La Comunidad Organizada. El peronismo es allí un tipo de filosofía que sostiene no al individuo como separado, no al orden de la competencia pero tampoco a la disolución del individuo en el Estado por sobre todas las cosas, sino a lo que Perón llama, en el texto del Congreso, “la Comunidad Organizada”. Se discutió mucho si Astrada había sido el autor de esa intervención, en la que Perón menciona a Sartre –críticamente– y menciona a Spinoza, el filósofo de la ilustración racional en serio, el que lleva a fondo la cuestión de la ilustración pensada como emancipación. Si bien no es Astrada quien escribe ese texto, sí coincide mucho con lo que él plantea en El mito gaucho. Astrada entiende que el mito gaucho sintetiza un modo de comprensión, una filosofía que es escitamente comunitaria. El peronismo en 48 sería la expresión política de la existencia de la comunidad.

Dije varias veces “en el 48” porque diez años después Astrada reedita ese libro y lo cambia todo. En el 48, el peronismo era la fuerza de la comunidad; tiene allí una nota al pie preciosa, donde va a decir “un luminoso día de octubre volvieron los hijos de Fierro a tomar las calles del país”. Cuando lo reedita, Astrada es antiperonista; entonces, va cambiando todas las referencias y piensa a Perón no ya como a Fierro, como al padre de esos hijos que van a volver –y que para Solanas vuelven en los 70–, sino que Perón es ahora como el Viejo Vizcacha: el astuto que brinda consejos tales como “hacete amigo del juez”, “estate bien con los poderosos”; el viejo tramposo que enseña un pragmatismo inmoral, que no tiene bases éticas. Ese vaivén de Astrada es sumamente interesante. En ese momento, 1958, Astrada está indignado con Perón porque entiende como una cobardía su renuncia antes del golpe y, al mismo tiempo, tiene un gran acercamiento al marxismo.

Otro texto, también de ese año, es para mi gusto uno de los más extraordinarios cuentos de Borges: “Emma Zunz”. Ese texto es la reflexión más peronista que Borges se permitió. Es su “versión peronista”, o el modo en que él logra comprender con mucha fuerza, con gran interés, al peronismo. Borges tiene varios textos explícitos sobre el peronismo; muchos posteriores a 1955, como “La ilusión cómica”, escrita en la revista Sur en 1956. El mismo año –1956– en que se escribió el Qué es esto de Martínez Estrada; el año de El otro rostro del peronismo de Ernesto Sabato; de Ayer, hoy, mañana de Mario Amadeo. Es decir, es el año después del golpe, de los balances respecto sobre qué fue el peronismo desde la intelectualidad liberal que se pone a pensar qué pasó para, en muchos casos, darlo más o menos por muerto rápidamente.

La revista Sur, por ejemplo, tiende a considerar que lo que ocurrió fue una ilusión cómica. Allí Borges plantea que el peronismo fue, en parte, una historia real criminal y una farsa espectacular; pero lo declara inexistente, por eso la consideración de ilusión cómica. Un texto aún más enfático en ese sentido es el cuento “El simulacro” también de 1956 y que podemos comparar luego con “Emma Zunz”. Leo El simulacro de Borges:

“En uno de los días de julio de 1952, el enlutado apareció en aquel pueblito del Chaco. Era alto, flaco, aindiado, con una cara inexpresiva de opa o de máscara; la gente lo trataba con deferencia, no por él sino por el que representaba o ya era. Eligió un rancho cerca del río; con la ayuda de unas vecinas, armó una tabla sobre dos caballetes y encima una caja de cartón con una muñeca de pelo rubio. Además, encendieron cuatro velas en candeleros altos y pusieron flores alrededor. La gente no tardó en acudir. Viejas desesperadas, chicos atónitos, peones que se quitaban con respeto el casco de corcho, desfilaban ante la caja y repetían: Mi sentido pésame, General. Este, muy compungido, los recibía junto a la cabecera, las manos cruzadas sobre el vientre, como mujer encinta. Alargaba la derecha para estrechar la mano que le tendían y contestaba con entereza y resignación: Era el destino. Se ha hecho todo lo humanamente posible. Una alcancía de lata recibía la cuota de dos pesos y a muchos no les bastó venir una sola vez. ¿Qué suerte de hombre (me pregunto) ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico? ¿Creía ser Perón al representar su doliente papel de viudo macabro? La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez sino muchas, con distintos actores y con diferencias locales. En ella está la cifra perfecta de una época irreal y es como el reflejo de un sueño o como aquel drama en el drama, que se ve en Hamlet. El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología.”

Es tremendo. Es un gran cuento, muy breve y, a la vez, terrible: el peronismo no existió. Fue una fúnebre farsa, solo hubo “algo” donde se depositó el crédulo amor de los arrabales que se despertó por esta suerte de impostores. La tesis de la impostura, que tanto escuchamos durante la última década, no desciende sino de este texto. Nadie es lo que parece ser; por eso, esa muñeca rubia finalmente es equivalente a Eva y Eva es equivalente a cualquier ser anónimo, porque lo que circula es el orden de la creencia. Son, además, regímenes extractivos que van expoliando a la población –“el crédulo amor de los arrabales”– para sacarles dinero. El esquema de funcionamiento de la denuncia está forjado –y funciona– como un modo de interpretar al peronismo al que no pueden parar de declararlo no solo muerto sino inexistente. La impostura es el relato, el discurso épico, los enunciados como igualdad. Por eso el énfasis hoy de señalar todo el tiempo al kirchnerismo como puesta en escena.

Quería contraponer esto al Borges del 48, al cuento “Emma Zunz”, editado en Sur. Es el cuento de una joven, obrera de una fábrica, que se entera que el padre se suicidó por una estafa realizada por el dueño de la fábrica donde ella trabaja. La historia transcurre en el contexto de una huelga de las obreras de la fábrica. Emma Zunz decide una venganza. Jovencita, va al puerto, se levanta a un marinero, sufre la humillación de tener sexo sin ganas. Le pide una entrevista al dueño de la fábrica para denunciar a las huelguistas, saca un arma del cajón de él y lo mata. Entonces, llama a la policía. Les leo:

“Tomó el teléfono y repitió lo que tantas veces repetiría, con esas y con otras palabras: Ha ocurrido una cosa que es increíble… El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga… Abusó de mí, lo maté… La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.”

Es genial, porque está construyendo la idea de ficción y realidad de un modo más complejo que en el simulacro. No es que sea todo simulación sino que, aun siendo ficcionales uno o dos nombres o algún detalle, hay algo que es verdadero. Este cuento abre una hipótesis para pensar al peronismo sobre una idea de humillación, de odio y de redención de los sectores populares. Que dejaría a Borges en las puertas de la misma hipótesis de Martínez Estrada: hay una verdad en juego en el peronismo y esa verdad tiene que ver con la experiencia misma de las clases populares. Que vienen de una suerte de expropiaciones y vidas dañadas previamente y encuentran en el peronismo una redención a eso. Está mal que lo encuentren ahí, sería su resolución ficcional. Son dos cuentos, 1948 y 1956, que tienen hipótesis distintas sobre el peronismo. Una abre a un tipo de comprensión más interesante; la otra es tan eficaz como “Alpargatas sí, libros no” pero, al mismo tiempo, no alcanza un grado de verdad. Aparece, entonces, el problema de relación entre la eficacia y la verdad.

Quiero volver ahora al carácter humanista del peronismo, el grado de verdad que le corresponde; su punto casi indiscutible. El primer y segundo peronismo se articula sobre un proceso de ampliación de derechos. Hay que pensarlo como un humanismo, como un modo no criminal, no bárbaro de gestión de la vida social argentina, en el sentido que implica ampliación de derechos, incorporación de más personas a la vida pública, políticas reparatorias y de distribución del ingreso. Y, para sostener todo eso, una lógica industrialista y de desarrollo.

Sin embargo, lo interesante del peronismo es siempre la ambivalencia. Su relación con los enunciados del campo de las izquierdas, por ejemplo: la relación entre las izquierdas del peronismo es vieja pero no siempre advertida o tan pensada. Cuando se piensa en el primer peronismo se piensan los vínculos entre el primer peronismo y los intelectuales nacionalistas, a lo sumo Carlos Astrada, que venía de la reforma universitaria. Pero no aparece muy reconocida la fuerza de una intelectualidad de izquierda. Una discusión equivalente a cómo pensamos la clase obrera: qué clase construye al peronismo. Con respecto a los intelectuales, Guillermo Korn –que escribió su tesis sobre la relación entre intelectuales de izquierda y peronismo– rastrea algo previo a lo que conocemos como “izquierda nacional” –Rodolfo Puiggrós, Jorge Abelardo Ramos– o como “izquierda peronista” posterior, porque encuentra que ya en el 45 son parte central del peronismo figuras como Elías Castelnuovo, César Tiempo, José Gabriel, Jorge Newton, Luis Horacio Velázquez, que vienen del partido comunista o del trotskismo y que tienen puestos de conducción en la CONABIP, en el diario La Prensa expropiado y bajo control de la CGT. Las publicaciones, los discursos y la posición cultural del peronismo vienen de personas que hacen su trayectoria en la izquierda. Por ejemplo, en el caso de Velázquez, platense, era alguien que había sido militante comunista, se había proletarizado, tenía folletos y textos sobre el mundo de los frigoríficos y, desde esa experiencia, se convierte en un intelectual del peronismo.

Esa relación entre izquierda y peronismo funcionará como cruce problemático durante toda su historia. Por ejemplo, en una discusión en torno al peronismo en la revista La rosa blindada entre John William Cooke y León Rozitchner, los dos tienen hipótesis contradictorias pero se complementan en relación a qué aspectos centrarse para pensar al peronismo. La duplicidad del peronismo es definida muy bien por el historiador Daniel James en dos palabras: resistencia e integración. Cuando Cooke y Rozitchner discuten, el primero afirma uno de los polos de esa interpretación, la resistencia; el segundo afirma la integración. Para uno, el peronismo expresa la resistencia de las clases populares; para el otro, la sumisión al orden de esas clases populares. Es decir, lo que está en discusión es qué significa el peronismo para la clase obrera. Y, al mismo tiempo, qué experiencia pueden tener las izquierdas en la Argentina existiendo el peronismo. Los dos tienen el mismo problema, porque para Cooke también era un problema la izquierda; o piensa el peronismo desde la pregunta sobre por qué era nuestra izquierda y nuestra derecha al mismo tiempo. Para Cooke, el peronismo es un momento de experiencia de la clase obrera en su propia autoconciencia como tal, es decir, en el proceso de su propia autonomía. Es el momento en que la clase desarrolla su experiencia fundamental pero, al mismo tiempo, esa experiencia no se detiene en el peronismo. Para él, esa tendencia de la clase es, crecientemente, hacia la experiencia del socialismo. Por eso la tensión en su correspondencia con Perón aparece con el nombre Cuba, burocracia sindical y partidaria, con la idea de afirmar el carácter democrático del movimiento. Cuando uno lee la correspondencia de Cooke y Perón, pero fundamentalmente la de Cooke cuando Perón ya no le contesta, las cosas que plantea son terribles. Le escribe a Perón: “Mire mi general, si usted no ha hecho un pacto con el diablo, y creo que no lo ha hecho, usted se va a morir. Y los peronistas le vamos a hacer misas de homenaje. Pero, a la salida de esas misas, nos vamos a degollar como caballeros medievales.” Es la expresión de la guerra interna del peronismo, donde Cooke intenta decirle que lo que necesita de ese líder es que constituya un movimiento que lo exceda y lo herede, que no se convierta en obstáculo, porque la clase obrera necesita seguir desarrollando su camino. La posición de Rozitchner es mucho menos favorable a Perón. Para León, lo que expresa el peronismo es una clase obrera sometida al mando de un jefe enemigo, de un militar que sólo expresa las razones de la burguesía, que está allí para limitar el desarrollo de la propia experiencia de la clase. Pero, al mismo tiempo, hay algo central: la izquierda está peor aún que el peronismo porque es una izquierda sin sujeto, en todos sentidos. No puede pensar la subjetividad de la clase; por lo tanto, no puede interpelarla. Por otro lado, no tiene clase porque los obreros están en otro lado. “Pancho” Aricó decía que hay un desencuentro histórico en América Latina en general –salvo en el caso cubano– entre la teoría de la revolución y el movimiento social. En toda América Latina, el movimiento social no es marxista. Sobre estos problemas se escriben estos textos que trabajan un dilema en el que nos pone el peronismo: el peronismo es un modo de expresión del antagonismo de clase en Argentina porque, al expresar un sujeto popular definido en el orden de las clases, ampliar derechos, generar mecanismos distributivos, genera un tipo de conflictividad mucho más profunda que la anterior. Esto aparece en los propios postulados de Perón: cuando da, por ejemplo, el discurso en la Bolsa de Comercio, afirma que lo hace para evitar mayor conflictividad. Lo que está en juego es siempre lo mismo: una confrontación entre las elites y las mayorías, que nombramos como expresión de un antagonismo social que las formas partidarias, sindicales, del peronismo expresan y retienen, trabajan siempre en relación a él.

Otro modo de entender este antagonismo presente en el peronismo es volver sobre la caracterización de la clase que está presente en su origen. Gino Germani, fundador de la sociología argentina, postuló una hipótesis sobre esto en relación a la sociedad argentina y el camino a la modernización. Pensaba que el peronismo había surgido a propósito de las migraciones internas del campo a la ciudad en los años 30. En ese proceso migratorio, las personas que venían de zonas rurales llegaban a la ciudad a trabajar en las fábricas, carentes de tradiciones sindicales, de capacidad organizativa propia, sin los valores de la modernidad, y se encontraron con un caudillo manipulador que las convenció rápido. Una clase obrera demasiado nueva para ser consciente. Una clase obrera que se puede convencer con un plato de lenteja. En los años siguientes, fueron apareciendo otro tipo de investigaciones que mostraron que, en su constitución y desarrollo, el peronismo se va articulando sobre la base de un entramado sindical previo a su aparición. Muchos de los dirigentes del laborismo y luego del partido justicialista vienen de la experiencia de los sindicatos socialistas y anarco-sindicalistas. Es decir, lo que están expresando no es una clase obrera nueva sin tradiciones, sino a la tradición sindical anterior, con sus discusiones ideológicas y sus historias de huelga. Hay un libro de un japonés, Hiroshi Matsushita, Movimiento obrero argentino 1930-1945, que es interesante en este sentido, porque muestra las trayectorias, la genealogía de estos dirigentes sindicales, y se puede ver allí perfectamente este entramado en términos subjetivos.

Traigo todas estas hipótesis porque se desarrollan en torno a las preguntas sobre qué es este movimiento social, qué está expresando, que no están alejadas de lo que planteaba Borges acerca de si el peronismo es una pura manipulación o si tiene una verdad y dónde se inscribe esa verdad.

María Rosa Oliver, escritora de la revista Sur y militante comunista, tiene varios libros de memorias; en uno de ellos (Mi fe en el hombre, de 1981), narra el 17 de octubre. Y dice:

“A las tres de la tarde, mientras esperaba un taxi frente al Plaza Hotel, vi llegar gente que formaba un largo pero raleado desfile. No sólo por los bombos, platillos, triángulos y otros improvisados instrumentos de percusión que, de trecho en trecho, los preceden, me recuerdan las murgas de carnaval, sino también por su indumentaria: parecen disfrazados de menesterosos. Me pregunto de qué suburbio alejado provienen esos hombres y mujeres casi harapientos, muchos de ellos con vinchas que, como a los indios de los malones, les ciñen la frente, y casi todos desgreñados. O será que el día gris y pesado, o una urgente convocatoria, les ha impedido a estos trabajadores tomarse el tiempo de salir a la calle bien entrazados y bien peinados, como es su costumbre. O habrán surgido de ámbitos cuya existencia yo desconozco.”

Los obreros que ella conocía debían ser los del PC, vestidos de traje para ir a los actos partidarios. Con esto, roza también la idea del simulacro o de la impostura que transitamos hace un rato y, por otro lado, el problema de las izquierdas para pensar el peronismo: los obreros o las clases populares que están allí no son las verdades clases populares porque no están con nosotros. Ahora, yo me encontré pensando lo mismo en relación a las clases populares que votan a Macri: sobre qué tipo de afectividad, qué tipo de sensibilidad se sostiene la creencia en el macrismo. Para no pensarlo como un puro simulacro o una puesta en escena, una manipulación sin más, hay que preguntarse qué núcleo de verdad hay en el modo de expresión política contemporánea de la subjetividad neoliberal. Como en “Emma Zunz”: qué hay de verdadero allí, más allá de todo lo no verdadero que tiene, para que puedan creer en algo que para nosotros es inverosímil. Porque si no logramos entender esto, no lo derrotamos. Es necesario preguntarnos si es el discurso nada más, o si el discurso es efectivo al momento en que logra interpelar algo real en la gente.

Hay un problema que no se termina de contemplar: toda política es una puesta en escena y una épica sobre la base de hechos más o menos ambivalentes. No habría política real, como no hay vida real, sin esa composición de elementos heterogéneos. Pero esa composición produce cosas distintas, no da lo mismo. George Sorel, teórico sindicalista francés, dice que, sin el mito, la revolución francesa sería un conjunto de hechos policiales, prontuariales. ¿Qué ves cuando ves una revolución de cerca? Tipos que denuncian a otros, un montón de hechos ominosos… Sin embargo, porque hay un relato, y un relato poderosísimo, eso es la Revolución Francesa, o la Revolución Rusa. Cuando se esgrime la tesis de la impostura, lo que se denuncia es la posibilidad de conversión de una serie de hechos en una experiencia política, en algo que trascienda esos hechos de la realidad cotidiana. Lo que hace el pensamiento liberal es tomar este aspecto –la narración épica o la disposición pública performática– y convertirlo en algo que está ajeno de lo real. Ahí lo llaman “simulacro” e “impostura”: el tipo que está sosteniendo ese relato sabe que no todo lo que dice es lo que ocurre, que le está agregando una tonalidad, un valor; a ese lo llaman “impostor”. Tratando de plantear que todo el proceso, entonces, no tendría un sustrato real. Desde el otro lado, se intenta demostrar que esa épica, ese relato, tiene un sustrato en un conjunto de hechos, que podrán ser mucho más grises pero que señalan una diferencia explícita con los modos de gobernabilidad de la Argentina. Cuando hablé de los textos de 1956, olvidé mencionar algo acerca de uno de ellos, El otro rostro del peronismo. Sabato era tan antiperonista como los otros, pero decide escribir ese libro cuando están brindando en su casa por el golpe del 56, va al a cocina y ve a la sirvienta llorando. Eso es preguntarse qué verdad tienen hechos que uno considera como una impostura.