Ilustración: Cima / Texto: Sreo
Hasta su aparición fulgurante de las últimas décadas, el B´rá Ñaú era considerado un animal mitológico guaraní, leyenda rural persistente en coplas y décimas entonadas desde el siglo XIX en fortines de campaña y, con el tiempo, en fogones suburbanos e incluso salones de gente bien. Su fama popular y ciertos hallazgos fósiles a comienzos del siglo XX lo convirtieron en objeto de hipótesis paleontológicas, llegando a ser tomado por numerosos naturalistas del continente como un eslabón perdido entre los grandes reptiles prehistóricos y las aves. Al pasar de mito a realidad efectiva, sin embargo, se encontró que tenía un parentesco bastante directo con el choique cuyano o ñandú petiso, aunque su mapa genético apuntaba también al lado humano del mostrador de la creación.
El arribo de los B’rá Naú a la civilización posmoderna –en principio a cuentagotas, luego de a bandadas entusiastas, siempre pacíficas y bien dispuestas– y su rápida inserción en la vida urbana contemporánea hicieron evidente que la especie, con altos niveles de organización social, había ejercitado por siglos un conjunto de artes camuflatorias en espacios fuera de la vista de los hombres –generalmente bajo tierra y en ámbitos desérticos– y esperado con paciencia la ocasión propicia para mostrarse y no ser perseguida y diezmada. La Gran Crisis de la Basura fue, por supuesto, una oportunidad inmejorable. La habilidad para la sobrevivencia en condiciones extremas había hecho del B’rá Ñaú un ultra-omnívoro, capaz de comer y procesar desde confituras y delicatessen refinadas a carroña pasada de toda fecha de vencimiento imaginable. Demostrar en acto esta portentosa facultad digestiva y ganarse un lugar definitivo y agradecido en nuestra sociedad fueron prácticamente una y la misma cosa. Muy pronto florecieron en todas las periferias barriadas en las que, conocida la predilección de los B’rá Ñaú por el vidrio y la porcelana, coexisten lo traslúcido con lo subterráneo y lo plumífero con el reciclaje y compostaje a gran escala.
En el plano cívico, su estómago a prueba de balas le permite al B’rá Ñaú, a partir de la Enmienda Democrática Global que garantizó la ciudadanía efectiva a especies no humanas, ocupar un sitio de privilegio en la política profesional, al margen de cualquier bandería partidaria e ideológica. El desarrollo exacerbado de su lóbulo parietal lo vuelve hábil en el manejo simbólico y numérico, ideal para tareas de asesoría técnica y lo convierte en un niño mimado de empresarios, políticos y funcionarios de gobierno. Sin embargo, no todas son rosas: la facilidad superlativa de la especie para manejar el razonamiento abstracto se traduce con frecuencia en miopías y rigideces de pensamiento (“¡Salí del tubo de ensayo, ñaú!” es una frase que, a esta altura, todos hemos pronunciado alguna vez). En la actualidad, los B’rá Ñaú tienden a ser moneda corriente en funciones políticas ejecutivas y de gabinete, especialmente como figurones dispuestos a sostener cambios bruscos de gestión; no obstante, sus limitaciones gestuales y afectivas muchas veces hacen de freno de sus ambiciones políticas.