Después de cinco meses tuve mi primer franco un sábado. Desde el miércoles venía pensando y pensando en hacer algo el viernes para poder boludear todo lo que se me antojara al otro día, pero enero es un mes raro. Hay menos gente en todos lados. Tampoco tengo mucha guita y Tamy no se prendía porque quería ir con Gonzalo a Lanús y me insistía para que los acompañe.
Cuando me levanté ya eran como las diez y tenía que ir a Monte Grande: me dijeron que hay un outlet de Kevingston cerca de la plaza. Hacía como 40 grados y le escribí a Tamy, “Che, me acompañás a comprar el regalo de mi viejo?”. “Vamos! Tipo seis nos espera Gonza en la estación”, me puso. El regalo de papá era un trámite: buscar una chomba. Nunca usa camisa ni remera. Del uniforme de trabajo a la chomba y de la chomba a las viejas camisetas de futbol para entrecasa. Caminamos de la parada del bondi hasta la plaza y todo eso me hizo acordar a ese tiempo que fui cadeta de la inmobiliaria y hacía bancos, fotocopias, compraba el café y papel higiénico. Cobraba poco pero del fin de semana trabajaba solo el sábado a la mañana y me quedaba cerca. Estaba todo igual menos el local de Grido. Pensé en cuántos locales debe haber abierto Grido en todo el país en los últimos años, cuánta gente debe trabajar, y que para el cumple, el otro domingo, voy a comprar un postre helado.
El plan de Tamy era raro pero barato: ir con los de la esquina de Gonza al Club Lanús a ver un partido amistoso que empezaba a las siete de la tarde y ahí ver qué onda después. Yo no tenía otra cosa… todo menos quedarme en casa. Lo que mi vieja llama mi “habitación” es un entrepiso de dos por dos que está a metro y medio del techo de chapa de la casa. En verano el calor ahí arriba es insufrible pero yo ni digo nada porque tanto ella como mi papá creen que hicieron algo por mi privacidad cuando cumplí los diecisiete y me separaron de la pieza de mis hermanitos. Me pasaron un ventilador marca Liliana que hace ruido y que el calor vaya y vuelva. Así que para estar despierta mirando el techo o abajo mirando la tele con los chicos, preferí seguir el plan de los del barrio que además hace un montón que ni los veo.
Me puse el short de jean. Ahora me queda flojo porque bajé casi dos kilos y es viejito, tiene onda. Con la remera negra sin mangas estaba bien. Las calles hasta la estación estaban vacías. Cada tanto veía a alguien tratando de ir por la sombra. Las chicharras cantaban a pleno. El único policía, de toda la estación, hablaba en la calle con el vendedor ambulante histórico de la escalinata. Ya estaban Matu y el Ruso. Al rato aparecieron Tamy con Gonza que traía una bandera abajo del brazo. Nos fuimos.
Lanús es parecido pero diferente a todos los barrios del ramal sur. De la estación hasta la cancha serán quince cuadras donde vas viendo cómo se mezclan el mármol marrón del Banco Provincia, los nuevos edificios entre la calle 9 de Julio y Arias y las viejas casas con jardincito. Pero es más barrial y menos impersonal que Lomas; más dura y más canchera que Avellaneda; tiene mucho cemento, varios boliches, muchos autos, mucha gente, muchísimos pibes. Entramos a la cancha con unas entradas que Plasma, un compañero de laburo del Ruso, nos regaló en la esquina antes del control policial. Nosotras subimos lo más arriba que pudimos en la popular mientras los chicos colgaban la bandera. Cuando me senté escuché a alguien cerca que decía: “Solo granate te faltaba ser a vos”. Era una voz conocida. Me di vuelta y era Ramiro. Sentí que todo el aire del cuerpo se había ido, que mi corazón se podía escuchar hasta las plateas. Bajé la mirada y sonreí mientras le acercaba la cara para darle un beso. Empezó el partido.