Sinceramente no tenía ningún tipo de rencor hacia Yolanda. Si bien me había hecho todo un poco más difícil, era una pobre mina. Una solterona, inútilmente “proactiva” que le estaba entregando su vida a una tercerizada del Estado y ni siquiera ganaba guita. Ese tipo de gente incapaz de cambiar, esos que son lo que son a rajatabla y sienten una especie de orgullo por empeñarse en seguir siéndolo.

Igual, aunque no sentía rencor, tampoco me daba piedad esa seguridad brutal que sentía por “lo que había sabido conseguir limpiando“. Así que esperé, esperé toda la tarde a que aflore una de esas idioteces que hace cuando “explica” el trabajo, su “granito de arena” a la institución –como si hubiera un registro de los que limpiamos, de los que trabajan, en este lugar, con esta gente–. Tipo siete, cuando vi que estaba por el piso, me retrasé en el baño dejando sin hacer un “mingitorio”, como ella les dice.

“¡A ver, esto ya lo expliqué mil veces! Cada mingitorio se repasa con trapo y agachándose. No es solo el chorrito de limpiador”, dio el gritito mientras revisaba el baño. “¿Cómo? ¡Yo lo hice!”, mentí. “Bueno, lo hiciste mal, dame el trapo”, se arrodilló y cuando estaba ahí dando su clase magistral de cómo limpiar mierda de OMC recién cagada dije despacito: “No creo que me salga nunca tan bien como a vos, Yoly”. Lo hice casi murmurando para que solo ella me escuche. Y antes de que pudiera darse vuelta para verme ya salía caminando. La puerta del baño se cerró. Sentí como un cosquilleo en las piernas mientras iba hasta el vestuario. Dejé el uniforme apoyado en un banco y fui a fichar por última vez.

Por suerte no hubo tiempo para organizar despedidas. Entre la llamada de Mirian, la dueña de la Posada, y subirme a este bondi no pasaron más de dos semanas. Tengo que llegar antes del 24 en Arraial do Cabo para “ponernos al día con todo” dijo, así que saqué un pasaje en Crucero del Norte que salió de Retiro ayer a las 20:30. También me aclaró que la única actividad parecida a limpiar es “ayudar a servir el desayuno a los huéspedes, lo demás tiene que ver con bancos, reservas, compras”: eso me quitó un peso de encima que solo yo entiendo. El sueldo en mano es “3000 reales para empezar, algo así como 18.000 pesos, más la habitación en la Posada y desayuno”, o sea que casi no tendría gastos –una sola comida al día– y podría ahorrar. Cada vez más argentinos van a Arraial y quería “tener alguien que los haga sentir cómodos”, el español era una ventaja, algo que buscaba.

Les prohibí a todos ir a la estación. Los fui convenciendo de que vayan a visitarme a Arraial –la doble con desayuno está 1100 pesos en Tanto mar– aunque sea unos días; Tamy y el Ruso compraron al toque la idea. Mis viejos me dieron la guita del pasaje y un poco más, casi diez lucas en total, así que no creo que tengan resto para venir y menos con los chicos; prometí volver para marzo, abril. Semana Santa es la fecha que me pongo para saber si este viaje es por unos meses o se extiende.

Cumplí con todos los consejos que me dio Tamy para viajar tranquila. Llevo la guita en una especie de riñonera que me regalaron los chicos, un bolso chico con poca ropa y una pastilla para dormir por si se hace muy eterno. Ya casi un día de viaje y voy siguiendo en el celular el trazado de Google Maps de Retiro hasta Rio de Janeiro. Salimos recién de Curitiba para São Paulo y en el mapa leo las ciudades de la costa: Cananeia, Ilha Comprada, Peruibe, Guarujá. Me imagino el mar, los pueblos, el verano. Hay argentinos y varios brasileros en el micro. Hablan maravillas de Rio, de la gente, del clima. Yo estoy dispuesta a este momento, es todo nuevo, tiene que salir bien. Está haciéndose de noche, miro por la ventana al horizonte, siento de a momentos que mi destino es solo libertad.