Los indicadores de la actividad económica argentina nos muestran una caída de la industria metalúrgica, textil, metalmecánica, automotriz y de la construcción. La desaceleración de la obra pública y el consumo, la destrucción y precarización del empleo, fueron la contracara del pretendido modelo de país “libertario”: un proyecto extractivista sustentado en la exportación de materias primas –agro, minerales, hidrocarburos, litio– como motor de la economía, que sin embargo tampoco fue exitoso en tanto tal.

Veamos. La implementación de estas transformaciones socioeconómicas en la estructura productiva y social argentina han sido ejecutadas por el gobierno de Javier Milei a través de un ajuste económico sobre los trabajadores –fundamentalmente los pasivos, o sea, jubilados; la eliminación de subsidios sobre los servicios públicos; la reducción de las transferencias a los estados provinciales y el recorte de recursos –humanos, materiales y simbólicos– sobre áreas que prestan servicios críticos para el bienestar de la sociedad. El resultado: en un año y tres meses hemos asistido –entre el asombro, la indignación y el espanto– a recortes de “motosierra” en salud, ciencia y tecnología; eliminación de prestaciones sociales y sanitarias; recortes en servicios y programas de prevención de la violencia por razones de género, de acceso a la justicia, de tratamiento y prevención de enfermedades, y eliminación de obras públicas en infraestructura y gestión de atención ciudadana. Con este modelo de Estado reducido a sus capacidades mínimas, bajo el supuesto teórico de que los mecanismos de mercado iban a proveer –a través la ley de la oferta y la demanda– de manera eficaz y eficiente las necesidades de todos los agentes económicos, el oficialismo no arribó siquiera a algunos resultados del neoliberalismo menemista, no solamente hablando de derrame de la distribución de riqueza, sino también en los procesos de modernización de algunos sectores primarios y productivos. Los meses van pasando y la economía no despega ni rebota.

Tal es así, que, con la economía real –la vinculada a la producción, el consumo y el empleo– en plena recesión y las variables macroeconómicas desencajadas en el medio de una crisis cambiaria de dimensiones globales, el plan libertario consistía en llegar a les elecciones de medio término con los magros logros que había conseguido hasta el momento: pax cambiaria y una desaceleración de los indicadores inflacionarios. No lo consiguió: el agotamiento de las reservas marcó el fin de la especulación financiera, presionando el precio de las divisas en una corrida sostenida durante más de dos semanas, en la que el Banco Central quedó desahuciado de reservas.

El índice de inflación de marzo de 3,7% desplomó las proyecciones de “domarla”. Al filo del abismo, el gobierno de Milei se entregó al Fondo Monetario Internacional (FMI). El hecho de que el Fondo acceda a conceder un nuevo préstamo para la Argentina –y al ministro Caputo con sus antecedentes en la misma gestión– solo puede explicarse como un intento de Trump de sostener a Milei en cuanto bastión de la extrema derecha en la región, así como consolidar su influencia e injerencia en la región frente a China. Una vez más, el FMI sale en apoyo de gobiernos de derecha en coyuntura electoral, dejando en evidencia que no funciona como un organismo multilateral de crédito para el desarrollo, sino una herramienta de dominación geopolítica de los Estados Unidos. Recordemos que el préstamo del FMI al gobierno del ingeniero Macri marcó el comienzo del fin de su gestión, también con el ministro Caputo a la cabeza. ¿Será que la historia se repite?

Para la Argentina, las consecuencias de un nuevo préstamo del Fondo probablemente impacten en un proceso de agudización del ajuste principalmente sobre el sistema previsional, la reducción de subsidios a los servicios públicos y una mayor reducción de la Coparticipación Federal. Resta aún saber cuál será el impacto en precios de una devaluación del orden del 30% del valor de la moneda.

La estrategia política de Milei para sostenerse en este escenario se sustentó hasta ahora en dos pilares. El primero de ellos, de corte instrumental y comúnmente conocido por “ganar las calles”, bajo un sistemático operativo de represión y criminalización de la protesta –ante todo, de la clase trabajadora activa, desocupada o jubilada– mediante fuerzas de seguridad de choque, equipadas y especializadas, tarea que ostenta la inefable ministra de Seguridad, a la sazón tercera en las elecciones presidenciales de 2023. El segundo pilar es ideológico-cultural y consiste en un intento de reescritura de la historia en el marco de lo que han dado en llamar “la batalla cultural”, al cual podríamos definir como el ataque comunicacional y provocador contra una serie de valores y sentidos culturales, políticos y sociales plurales y democráticos construidos y conquistados desde la recuperación de la democracia. Para ello, apelan a la mentira, la desinformación, la violencia y la descalificación, en espejo con lo que Donald Trump denomina woke y su dispositivo enunciativo.

Sin embargo, desde el escándalo cripto de $Libra, la imagen del presidente Milei cae en todas las encuestas. Si a esto sumamos la exposición que significó la nota editada con el periodista Jonatan Viale, las declaraciones en el Foro de Davos, la impotente forma de confrontación de Santiago Caputo en la Cámara de Diputados, la autorización del crédito con el FMI rodeada de sospechas de coimas en ambas cámaras, los fallidos decretos de designación de dos jueces de la Corte Suprema, el desgaste en las calles con las últimas manifestaciones en apoyo a la lucha de los jubilados y la marcha del 24 de marzo, los resultados del infructuoso viaje a Florida del cual el presidente volvió con las manos vacías, el deterioro de la imagen y la credibilidad presidencial aparece de manera notoria.

Es en este escenario que Milei debe encarar su estrategia electoral, que consiste principalmente en terminar de fagocitar al PRO de Mauricio Macri en las elecciones porteñas para consolidarse como la fuerza de derecha hegemónica en el país y utilizar el internismo de la oposición para crecer en los enclaves a fuerza de aparato. El PRO, por su parte, intentará conservar su bastión electoral en la Ciudad. Luego de la votación en Santa Fe de este domingo, que dejó muy mal parado a LLA, la elección en CABA puede ser determinante para una de las fuerzas de la derecha: además de Manuel Adorni por LLA y Silvia Lospenatto por el PRO, se presentarán Ramiro Marra por la UCEDE y el exalcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta. Una amplia gama que va del centro a la extrema derecha. Esta fragmentación puede favorecer a Leandro Santoro, que consiguió una relativa unidad de las fuerzas progresistas en el territorio porteño, exceptuando a Alejandro Kim, candidato a legislador porteño de Guillermo Moreno, y a Juan Manuel Abal Medina, por un sector de Movimiento Evita. El 18 de mayo aparece como una de las fechas importantes en el camino electoral de Milei en 2025.