Las formas de vida contemporáneas están marcadas por una impotencia
debido al exceso inarticulado de potencia,
causada por el abarrotamiento opresivo y avasallador
de capacidades,competencias, habilidades.

Paolo Virno

Los tiempos actuales y sus devenires impactan en el núcleo de la vida misma, y potencia e impotencia se conjugan en dicha fuerza impactante, barriendo con cualquier límite real o artificial con que queramos delimitar nuestro acontecer diario. El amor, el trabajo, el hogar, las relaciones interpersonales, los grupos de reflexión, las tribus urbanas, o simplemente el lugar de encuentro con nuestros afines, son campos de batalla silenciosos, inoculados por paralelismos y disociaciones.

La impotencia parece ser el signo preponderante de la convivencia potencia versus impotencia. Vale aclarar que al hablar de impotencia no nos referimos a la falta de, a la ausencia de esa facultad transformadora que “tiene” todo ser humano y que, aún en un estadio diferente, es la génesis de un acto, de un hecho o de un acontecimiento. Aquella impotencia tan mentada discursivamente es la posibilidad doble de una ética de la recepción o, en sus antípodas, la capacidad de aguantar.

No resulta lo mismo esa ética que aguantar: son dos perspectivas distintas, pero también dos formas distintas de posicionarse frente a tanta desmesura, agresión, información circulante, estigmatizaciones, exclusiones o mitificaciones trasnochadas. Del mismo modo, tampoco son las mismas consecuencias: no es lo mismo aceptar, evitar, adherir o resistir, características de una ética de la recepción, que la rebelión espasmódica y la resignación.

Pero les propongo ocuparnos en esta reflexión solo de la facultad de “potencia” y de lo que he definido como “poder transformador”, “mito popular” o “certeza a medias”. Es común encontrase con un latiguillo que no ha sufrido desgaste: “los argentinos tienen un diferencial”, en cualquier lugar del mundo y en cualquier circunstancia, frente a los demás. Obviamente, no adhiero a este tipo de caracterizaciones, que sin ser falaces resultan poco mensurables, salvo cuando apelamos a nuestros destacados en distintas disciplinas, deportivas, investigativas, técnicas o profesionales. Ahora bien, sí estoy seguro que, aún frente a los vaivenes históricos y políticos, nuestro país se ha caracterizado por una formación de excelencia que supimos concebir, por una fuerza laboral superlativa, integrada por profesionales capaces de desafíos tanto en nuestro país como en otras latitudes, que lo destacan; y, yendo un poco mas lejos de la razón, por un diferencial pasional, que no sé si exactamente nos diferencia, pero sí es un signo de identificación indubitable.

Lamentablemente, frente a tanta potencia contenida, nuestro devenir ha pendulado siempre entre la diáspora y el fatum (destino). Esta es una de las épocas mas significativas al respecto, y, quizás cuando hagamos una mirada retrospectiva, la recordemos como la más dañina, puesto que la diáspora es externa e interna: tanto la fuga de mujeres y hombres supracapacitados hacia el exterior como el desplazamiento a un accionar alejado de las responsabilidades que necesita nuestra patria son movimientos más que visibles de la planificación de un destino cruel, pergeñado por mediocres y serviles. He aquí algunos de los resultados más incipientes.

Ema es biólogo. Fue investigador del CONICET, en cooperación con la Universidad de Bonn, Alemania. Un cuco, puesto que además es peronista, y, aunque no lo fuera, comprometido, ergo, peligroso. Hoy desarrolla su experticia en Alemania, en el instituto Max Planck, uno de los más reconocidos a nivel mundial.

Mad es abogada. Profesional de excelencia, con una capacidad deslumbrante y una impronta envidiable, siempre con sus palabras justas, sus gestos significativos y sus silencios aleccionantes, hoy sobrevive en la marejada del “no hagamos ruido”, quizá una próxima migrante, ojalá no tenga tiempo.

Rodo fue técnico de un organismo del Estado especializado en el control del espectro radioeléctrico, después que por un acto soberano se nacionalizara la empresa que controla, administra y gestiona lo que solo países del tercer mundo y en cantidad minúscula han privatizado. Hoy es un “despedido”. Un recurso humano en el que el Estado hizo una inversión en capacitación superlativa se transforma en un subocupado, que realiza changas para sobrevivir.

El escenario no solo es catastrófico, sino que es claro y evidente. Tanto lo es, que una sociedad cooptada por el miedo, la desesperanza o la capacidad de soportar sin ética o bien lo justifica o bien lo silencia.

Con mi gran amiga y compañera Karina coincidimos en que la tarea por delante es apoteósica, pero también exige que quienes pretenden sintetizar futuras gestiones de gobierno no solo tengan una mirada profunda ante esta problemática, sino también la interpretación justa y la convicción indeclinable de que no sea permitida semejante hemorragia de materia gris ni la simple renuncia por falta de motivaciones e intereses. Quienes nos conducen tienen respecto de ello una responsabilidad excluyente.

Renunciar a renunciar no es un tándem enunciativo, es pararse en una dimensión que nos asegure un destino frente a cualquier diáspora. Dixi et salvavi animam meam.[*]


[*] “He hablado y salvado mi alma”, Carlos Marx, Critica del programa de Gotha.