“Desconfiad de todos aquellos cuyo instinto de castigar es poderoso”.
Friedrich Nietzsche
Todo pensamiento, objetivo, fin o movimiento que sintetice el sentir del pueblo, e incluso de la multitud –como bien la define Paolo Virno–, es más poderoso que cualquier persona, referente o líder circunstancial. Ergo, el peronismo, aún convaleciente, es mucho pero mucho más que cualquier dirigente y, por lo tanto, obviamente mucho más que el expresidente Alberto Fernández. La investidura, que se sustenta cuando se es elegido en el ámbito que sea –municipal, provincial o nacional, ejecutivo o legislativo–, no solo se defiende; se debe dignificar. Y el único sino para tal motivación indiscutible es la voluntad de quienes han elegido.
Cualquier conducta, accionar o lesión a lo ético o a lo moral tiene una condena social ineludible y una condena judicial irrebatible. Estas verdades no solo deben orientar el acceso a un cargo público, sino el primer peldaño para evolucionar hacia un “ser moral”, y ya no solo desde lo metafísico, sino desde lo humano, lo personal y lo político. En ello radica el aura que inviste a quienes más tarde serán reconocidos por los hechos, aún frente a ideas discordantes, puesto que lo transitorio de un mandato es también un mandato, la finitud suficiente y necesaria para trascender o para precipitarse. Y, en tal sentido, la dimensión humana tiene distintos flancos y diversas perspectivas, sin escapar de lo teleológico, de un fin, de un norte.
Vivimos un devenir que nos sorprende. Quizás nos angustie o nos descorazone, pero ya ha habido ríos de palabras, conceptos y teorías sobre esto. Pensemos, por ejemplo, en Kierkegaard: la angustia existe desde que nos encontramos con el otro, pero, aun así, es el umbral desde donde siempre se partirá, y también el umbral que limita a quienes serán y quienes quedarán en el camino. La política no escapa a tal dictamen, y por eso en este campo de vida encontramos lo adimensional –el general, Evita– y lo dimensional –quienes de ellos han tomado la posta.
Compañeros como Quintela, Kicillof y muchos más lo han entendido: el millón de pibes que no cenan cada día; la primarización de la economía; el “asalto” a lo energético impulsado por el presidente Milei; la pérdida indiscriminada de puestos de trabajo, tanto en el ámbito público como en el privado; el “industricidio” de pymes; un alineamiento geopolítico de aislamiento mundial y resultados aún no cuantificables; todos estos son elementos que exigen una altura que ha puesto en crisis al sistema político en general. Encontrar un camino virtuoso, alternativo y que retome lo ya recorrido en términos de integración y de inclusión en un ámbito geopolítico complejo como el actual es la clave. Solo que el “poncho” es para pocos: contados con los dedos de ambas manos.
El encuentro del gobernador de la provincia de Buenos Aires con el presidente de la República Federativa del Brasil tiene dos lecturas rápidas. Lula demuestra en cada gesto, accionar o concepto que es ser un líder mundial; sus acuerdos comerciales y políticos con las grandes potencias del mundo son indubitables; la mediación poselecciones en Venezuela, avalado por EE.UU., China y la Comunidad Europea, lo dejarán en la historia como un hombre de Estado. La presencia de Axel se da en el contexto de la respuesta contundente frente a la repulsa colectiva al expresidente Fernández, de la coyuntura direccional de los medios de comunicación, del “reparto” de todo lo que se puede por los grandes grupos económicos y de la política recesiva, sectaria y de entrega del gobierno de Milei.
Pero, además, es un acto soberano, ya que es el salto por arriba respecto del discurso que baja desde el gobierno nacional y no deja de contradecirse. Porque se provincializa la pobreza, pero no así los recursos naturales: la provincia de Neuquén es un claro ejemplo de ello, con la renovación de los contratos de las empresas que lucran con los recursos energéticos: decisiones que están en las antípodas de una política capaz de redireccionar dinero hacia los bolsillos de quienes se ven asfixiados por la suba trágica de las tarifas.
El voto y la voluntad popular no solo son el reflejo de una plataforma, son el decálogo subyacente en una propuesta que sintetiza expectativas. Y el trabajo, la producción, la educación, la salud, no son bienes a negociar: las elecciones últimas dejaron en claro –como siempre– qué es lo que la gente quiere, aun cuando este sentimiento pareciera estar en “clave”. Pero la Llave de Mandala excluye a los miopes, los dogmas, las estructuras mentales o los atajos, fundamentalmente de voto. Para gobernar en virtud de quienes se expresaron, es necesario poner la inteligencia a disposición de la política.
La búsqueda de acuerdos comerciales amplios –por ejemplo, con Brasil, China o con mercados emergentes– es un imperativo, pero no discursivo, sino profundamente práctico. La provincia de Buenos Aires genera un 40 por ciento del PBI nacional. Y si bien es una de las provincias más favorecidas desde el punto de vista agroexportador, es la sede de la microproducción, la región con mayor valor agregado nacional y, además, la de mayor índice demográfico. En ese sentido, constituye un mapa de necesidades y urgencias que no saben de coyunturas. Las políticas de mediano y largo plazo son el reaseguro no ya de un acto electoral, sino el instrumento para plasmar una identidad geográfica, económica y social. Y, en definitiva, un posible “mascarón de proa” para que otras provincias devastadas por políticas que promueven “libertades” en el encierro se transformen en signos y ejemplos posibles de un país de todos y para todos.