Primer sábado de marzo, en el camino del 55 desde Acoyte a Mataderos. Jugamos al juego de los sinónimos; es divertido, concreto, metafórico. Un puente entre madre e hija donde ella propone con espontaneidad y yo me exijo buscando exactitud. Me trabo distraída con una voz desde la calle que se mete a través la ventana o de quienes suben. Pide que por favor le paguen el pasaje, no pudo cargar la SUBE. Nos quedamos mirando, y la dejan pasar, es una mama con su bebé. Sigue el juego: auto/vehículo; escuela/colegio; bondi/colectivo; cachorra/perra; árboles/bosque.

Miro las manos, ella nunca se comió las uñas hasta ahora. A su edad mis cutículas entraban en terapia intensiva cada dos por tres, sobre todo cuando tocaba jugar en familia. Mamá, ¿cómo se decía lo contrario de “plural”? “Singular”, hija. Y el sinónimo de “público”, ¿sería “popular”? Nunca lo había pensado, pero ahora que vos lo decís, voy a pensar como vos. Mamá, si se canta “Milei, basura, vos sos la dictadura”, ¿los de Milei qué cantan? Eh… ellos cantan “Viva la libertad carajo”. Igual no sé hija, no estoy siguiendo mucho esas hinchadas, viste que volví a ver a San Lorenzo y eso.

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Hay una película italiana de 2013, basada en el libro Il trono vuoto –El trono vacío–, de Roberto Andó, que está protagonizada por Tony Servillo. Cuenta la historia de dos hermanos gemelos, uno de los cuales debe sustituir en su rol político al otro. El político en cuestión es representante del principal partido de una oposición que entró en crisis por el rechazo que le devuelve la sociedad a la que pretende representar, y decide huir a Francia. El reemplazante durante la campaña electoral es su hermano gemelo, un filósofo con trastorno bipolar recién salido del psiquiátrico que, obviamente, se hace pasar por él y con un nuevo lenguaje, irónico y desafiante, vuelve a poner al “hermano político” en una inesperada cima de popularidad.

¿Cuál es el sinónimo de “política”?

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El viernes anterior a ese sábado del juego de los sinónimos, antes de la noche, Kari me pide que escriba para SANGRRE: “Falta una voz de la promesa incumplida, de la justicia social deshilachada, del rechazo, de la trama… Podría ser mensual, podría ser columna, fijate vos…”. Balanza: no es mucho lo que se tiene para decir, pero este lio –de emociones, broncas, dolores, humor, paralelismos, elipsis, metáforas, asociaciones libres y millones de preguntas– siempre merece ser narrado. Por intuición, con crudeza, –hay por acá más disposición que antes a pensar, a escuchar y hasta escribir sin rigidez ideológica–, imagino el horizonte del estado de las cosas, lo que está entre el hambre y los murmullos insuficientes para conjugar el sinónimo de “política”. Un pampero despejanubes que traiga nuevos modos de imaginar justicia. “Bueno. Dale”.

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La política como oficio del bien común, como utopía ética –y no ideologizante–, en definitiva, como sinónimo de espacio de libertad compartida, es la que se nos escurrió entre las manos. La libertad manoteada: ahí yacen los restos de la nación extraviada que se resiste a fenecer, que todavía puede, con sacrificio, renacer. Un principio de fe conjugado con la vida. Una fe que entienda a sus feligreses. Una fe en la vida.

Hubo hasta aquí tres encarnaciones de militancia política: las que militan sin incidir en la decisión política, las que hacen política sin trabajar, y las que trabajan lisa y llanamente. Quienes rozamos, habitamos y sufrimos –según la ocasión– al sistema político convivimos con el malestar que se produce hace décadas sin dar en la tecla de la integración. Sabíamos, intuíamos, que el rencor y el aborrecimiento de la sociedad a lo político –además de la ayuda incondicional y sistémica de la publicidad antipolítica– se amasaban mientras el oficio del bien común se disociaba del trabajo, de la producción, del servicio. Oficio aislado, reducido a selfies y a firmas de convenios en escritorios helados, también nos desconectamos de una transformación social que no se conjugaba en futuro, sino en presente, con respeto y humildad.

Si la política es una forma elegante de los rencores sociales y personales de cada cual, y nuestro pueblo carga a su manera, como la cruz del Nazareno, como las marcas vacunas de un país ganadero, con un síntoma inagotable del argentino médium con los muertos que predice el futuro de los vivos, ¿a quién se debe redimir primero? ¿A la sociedad rota de la política del privilegio o a la política del servicio público de una sociedad embrutecida e hiperfragmentada?

Nada que la política pueda responder sin volver a la sociedad.