A pocos días para el domingo de las elecciones nacionales en Argentina, nos acercamos a la ExESMA para conversar con Jésica Tritten. Jésica es la actual gerenta general de Contenidos Públicos S.E., la empresa pública que gestiona las tres señales educativas del Estado, la plataforma libre Contar y el estudio de animación ANIMAR. Nos recibe en estos estudios tan emblemáticos para la resignificación de los espacios de memoria como para la política de medios y producción audiovisual que inauguró el peronismo durante la gestión de Néstor y Cristina Kirchner. Está en su despacho, ceba unos mates y tiene una mirada dispuesta.
2003 la encontró en Aldo Bonzi, joven, trabajadora precaria y estudiante de periodismo. Después fue investigadora para el Ministerio de Educación, lo que la llevó a especializarse en gestión de medios educativos y participar de la fundación de los canales Encuentro, Pakapaka y DeporTV. No se cansa de decir que discutir medios de comunicación públicos es un síntoma de fortaleza ciudadana, así que aprovechamos el lema y nos proponemos analizar críticamente un proceso único como el que desplegaron las decisiones nestorianas en el ámbito de las políticas en comunicación, las formas en que ella repiensa y articula ese proceso con el presente.
¿Quién era Jésica Tritten en el año 2003?
En 2003 yo era una joven trabajadora y precarizada. Venía de tener una adolescencia con muchas privaciones, producto de las décadas del ochenta y del noventa, donde el liberalismo fue parte de nuestra vida política, cultural y social. Hija de padres trabajadores. Mi padre había sufrido, previo al 2001, el cierre de la empresa de colectivos donde trabajaba: se habían fugado con la guita dejando a los trabajadores en banda; así que mi hermana y yo, que recién habíamos terminado la secundaria, teníamos que ayudar un poco con esa situación. Yo soy de Aldo Bonzi, en el conurbano bonaerense, muy cerca del Mercado Central, así que laburaba ahí sirviendo café, mientras mi hermana trabajaba en un comercio de esos que les decíamos “Todo por 2 pesos”.
Respecto al nuevo gobierno, tenía expectativas, pero a la vez muchos reparos. Mi experiencia con el peronismo era la de los noventa, así que mi imaginación sobre el peronismo era el menemismo. El 2003 en ese sentido fue una posibilidad, sobre todo para los jóvenes que veníamos con mucha imposibilidad de proyectar futuro. Yo en 2003 estaba en esa situación, hasta que apareció Néstor y cambió mi vida, la vida de mi familia, la de mi gente en Aldo Bonzi, como la de millones de argentinos y argentinas.
Al año siguiente, finales de 2004, fuiste convocada para participar en el Programa de Medios Audiovisuales del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de Argentina, creado con el objetivo de sentar las bases de una nueva señal de televisión pública educativa. ¿Qué significó esa experiencia para vos y para el campo de la comunicación nacional?
En aquel momento yo había terminado periodismo en TEA, quería hacer periodismo gráfico –la televisión no me interesaba para nada–. Tenía una profesora que venía de la experiencia de redacción que daba taller de periodismo y me convocó, porque estaba trabajando en el Ministerio de Educación investigando para una posible señal educativa a cargo de la cartera, que en ese momento conducía Daniel Filmus. El Ministerio de Educación en ese momento estaba en un proceso muy interesante: se abocaba a cambiar la Ley Federal de Educación promulgada por el menemismo, discutiéndola provincia por provincia. Una tarea que terminó con una nueva promulgación en 2006, que llevó bastante tiempo de debate a nivel nacional, y que era el marco sobre el que el ministro proyectaba crear un canal educativo, porque entendía que había parte de la educación que estaba fuera del aula y que necesitaba ser incorporada dentro del sistema educativo. En ese mismo contexto es donde el ministerio recuperó la empresa Educar S.E. (Sociedad del Estado) de tecnología educativa, que había sido creada en el año 2000 y fundida por el propio gobierno de la Alianza.
Desde el área de Prensa de ese Ministerio esta docente –a quien le tengo mucho cariño– me convoca, porque estaba haciendo investigaciones de diferentes medios educativos en el mundo. Al mismo tiempo, se le encargó a la Universidad de San Martín (UNSAM) un posible proyecto-formato de señal. Tras un año de trabajo e investigación, esas dos vertientes confluyeron –en ese momento estaba Tristán Bauer en la UNSAM y nuestros equipos de investigaciones se articularon– y se plasmó en una primera letra, que fue el decreto del año 2005. Luego, de 2005 a 2007 estuvimos abocados a toda la puesta en marcha de esa señal.
Si hay algo que pude observar en esos dos años –referido al campo comunicacional argentino– fue la realidad de los poderes concentrados en materia de comunicación argentina: desde que no quisieran incluir la señal en la grilla de los prestadores de televisión por suscripción hasta el bloqueo corporativo, sus resistencias. Afortunadamente, por la voluntad política de Néstor, canal Encuentro y el trabajo de casi tres años salió al aire y pudo verse en las pantallas de todo el país.
Esa experiencia tiene una articulación con varios procedimientos, como bien decías: desde el plan técnico del canal hasta protocolos de producción e instancias procedimentales administrativas. ¿Cómo evaluás a hoy, a casi veinte años, las instancias de aquel esquema que imaginó el kirchnerismo en 2004, las gestiones que lo atravesaron, los desgastes, los nuevos desafíos políticos?
En aquel momento, cuando estábamos imaginando una señal educativa, teníamos muchos modelos de comunicación extranjeros sobre la mesa, no solo con normas foráneas, sino también con formatos y narrativas que no eran propias –las referencias eran la BBC o Channel 4 del Reino Unido, DW de Alemania, o la PBS de Estados Unidos–, y además estábamos reactivando un andamiaje estatal que había quedado completamente desvencijado luego del 2001. Así que, para empezar un balance, lo primero que hay que señalar es que hoy Argentina tiene una de las plataformas de señales educativas más grandes del mundo con sus tres señales Encuentro, Pakapaka y DeporTV; y que esa iniciativa nace del proceso de renovación estatal y de discusión puntual con la Ley Federal de Educación del menemismo. Quiero decir, la existencia a hoy 2023 ya es un dato, porque mientras pensábamos nuevas formas del futuro –me acuerdo que en aquel momento pensábamos la tecnología educativa como TIC, “Tecnologías de la Información y la Comunicación”, término que hoy quedó obsoleto–, también teníamos que recuperar el Estado. Y es algo muy similar a lo que nos pasó en diciembre de 2019 cuando volvimos a recuperar la gestión. Repensar estrategias nuevas y actuales cuando asumimos nuevamente se sumó al desafío de tener que recuperar otra vez un Estado que había sido desarmado.
En el caso de los medios públicos, lo digo siempre, el desguace fue muy violento. No solamente despidieron al 60% de los y las trabajadoras de los medios, de la agencia nacional de noticias, un proceso quizás menos violento en el caso de la TV Pública, sino que en el otro pilar de nuestro proyecto, que es la Educación, el sistema educativo también fue vaciado: lo vimos mejor en la pandemia, cuando tuvimos que articularnos con urgencias a meses de que asumimos el gobierno. Hoy eso parece lejano, pero es parte de ese proceso que comenzó en 2003 también.
Se puede hacer un paralelo entre esos dos estados de cosas que teníamos en 2003 y en 2019, sin con ello evitar asumir las complejidades de este período o pretender endilgarlos a una mera cuestión hereditaria. Porque el proceso del que nace Educ.ar y sus señales es un momento de vanguardia educativa, comunicacional, tecnológica, audiovisual, y política, que se robustece por doce años sin cesar. Todos los que trabajamos en esos años podemos dar cuenta de lo que digo: el trabajo era muy grande pero la conducción también. Destruir es algo más rápido y fácil: 2015 fue el inicio de la desactivación de todo ese proceso. Y creo que aún no volvimos a llegar a la potencia que logramos durante el modelo de Estado kirchnerista.
Tampoco se tuvo en esta instancia la misma fuerza en las decisiones políticas para campo comunicacional o educativo, ¿no?
Creo que las decisiones que se tomaron en términos de comunicación y de educación durante el kirchnerismo fueron revolucionarias. La educación es un proceso. Y así como la Ley 1420 –que establece la gratuidad y obligatoriedad de la educación primaria, común– tardó sesenta años en aplicarse en Argentina, las decisiones de los doce años de kirchnerismo, como la secundaria obligatoria, la creación de nuevas universidades, el acceso universal a la tecnología mediante el Plan Conectar Igualdad, o la misma AUH, con su impacto en el aumento de la matrícula escolar en varias localidades de la provincia de Buenos Aires, aún están en proceso, en disputa. También hay que sumarle los dos años de pandemia, la recuperación de accesos a la conectividad: recordemos que el plan Conectar Igualdad no era solamente la entrega de la computadora, sino que implicaba un trabajo pedagógico y de contenidos para los usos de docentes y alumnos.
La intervención del macrismo en los medios también confluye a este diagnóstico. El otro día hubo una serie de cruces con Ramiro Marra sobre los contenidos de Pakapaka, y cuando a mí me preguntaban sobre las barbaridades que había dicho sobre nuestra señal, aclaraba que sin un Hernán Lombardi destruyendo los muñecos de Zamba o diciendo que “estaban podridos por dentro” no habría un Marra. Me parece que hay que encadenar una cosa con la otra y tratar de explicar lo que pareciera hoy no tiene explicación.
Más allá de comprender el proceso, quizás apelaba a esta capacidad de autocrítica que floreció en la campaña presidencial. Más allá del lugar que ocupás hoy en la gerencia de Contar, si tuvieras que estructurar el debate público sobre los medios, o diseñar una política de nuevo orden, con una nueva imaginación, ¿por dónde empezarías esa “nueva canción”?
El primer eje que yo propondría para debatir la política de medios en Argentina es retomar la cuestión de la concentración privada. Creo que esa discusión no estuvo presente. Nuestro país tiene la concentración mediática más grande todo el continente americano. Logramos ese lugar en 2017 cuando se produjo la fusión de Clarín con Telecom, y a hoy no tenemos estructurada una estrategia en ese orden. Por otro lado, la política audiovisual argentina no recuperó su punto máximo de producción y exportación de contenidos. Parte por la crisis, y parte por las desarticulaciones que se hicieron para otorgar al mercado –vía fusiones, contrataciones, o falta de regulación– lo que habíamos logrado devolver en acceso comunitario. Hablo tanto de políticas como el Futbol Para Todos como del vigor que supo tener en su momento el Consejo Federal de Comunicación.
En segundo lugar, hay que ver este contexto que acabo de decir en una nueva realidad, que es la del capitalismo de plataformas. O sea, ver las deudas con la comunidad en términos de desarrollo de lo público y gratuito en las que el Estado no intervino; establecer el verdadero mapa de concentración en lo que implica el sistema de convergencia tecnológica para el campo de las comunicaciones; pero, además, poder ver esta nueva situación estructural de las plataformas como instancia hegemónica del presente para la producción audiovisual y los consumos y las articulaciones narrativas que ha inaugurado.
Hoy, un desafío de diseñar una política de Estado para el campo de la comunicación es que no se puede observar con los ojos de 2009, ni como en 2014, ni siquiera como en 2017. No estamos en la misma situación de la realidad comunicacional ni en Argentina ni en el mundo. La pandemia dejó al descubierto también que la generación de contenidos, el surgimiento de las plataformas, el streaming con su distribución digital de contenidos multimedia en vivo apelaban a otra imaginación política.
No digo que el Estado no haya tomado partido en esa discusión de las plataformas. Me gusta poner el ejemplo de que este año se hizo en el CCK una presentación de Netflix: a través de una submarca llamada Hecho en Argentina, en un evento se presentaban las producciones de Netflix en Argentina. Sin ánimo de ofender a nadie, considero que la intervención del Estado presentando las producciones de esta plataforma global solo porque generan trabajo en Argentina vela en cierto sentido una suerte de extractivismo de nuestra productividad y, por lo tanto, de la propia soberanía sobre ese mercado. Porque ciertamente generan empleo para los argentinos, usan locaciones argentinas, pero las ganancias de esas producciones no tributan en Argentina, ni en los productores argentinos, ni en los actores de todo el proceso. Ni hablar en términos cuantitativos: se presentaron diez o doce series. Por otro lado, nosotros tuvimos el programa Renacer, con el que impulsamos y financiamos ochenta y dos proyectos audiovisuales. Lo hicimos en conjunto con el Ministerio de Cultura y en diferentes formatos: en coproducciones con el sector privado, producciones con plataformas, financiación integral para los sectores de animación y documental. Ahí el Estado leyó una situación.
¿Por qué pongo estos ejemplos? Porque vos me preguntas qué falta para complejizar una discusión sobre las políticas de comunicación, y creo que hay que mirar más allá de la creación de puestos de trabajo. Cuando se trata de la situación audiovisual en general, hay que ver en detalle toda la cadena de valor que se genera para los argentinos productores y consumidores. Así como en 2009 nos propusimos establecer una actualización reglamentaria, creo que ahora nos debemos esa discusión. Hoy se ha modificado la forma de producir, en donde no hablamos más de monopolios nacionales, sino de empresas trasnacionales; si en ese contexto nosotros nos quedamos solamente con la variable de generación de empleo, tendremos una mirada pequeña.
La problemática de reterritorialización de saberes debe ser múltiple: estamos hablando de discutir los formatos que producimos en esas plataformas, de establecer una mirada sobre la pasteurización de nuestros relatos, de nuestra historia. Porque podrán decirnos que sí, que en esas mega plataformas se producen nuestras historias, y estamos de acuerdo; la pregunta es cómo es narrada Eva Perón por Disney, cómo es narrado Maradona por Amazon. Creo que eso es importante que lo podamos discutir en una nueva etapa, porque en estos años que dejamos atrás nos concentramos en la generación de empleo, en reconstruir las pymes audiovisuales. Nosotros tenemos un relevamiento que hicimos entre 2005 y 2015 que nos daba como resultado que las tres señales educativas habían producido, en su conjunto, más de 25.000 puestos de trabajo genuino con más de 120 casas productoras asociadas. Cuando yo volví a asumir en este lugar, el 80% de esas productoras no existían. Entonces, la generación de empleo era y sigue siendo un tema urgente, pero no por eso el árbol debe ocultarnos el bosque.
Hay una potencial discusión, en ese sentido, con los focos que se han puesto en la llamada “economía del conocimiento”, ¿no?
Estamos en un momento bisagra: ya recuperamos los canales y los puestos de trabajo; comienza, como decías vos, un proceso con la ponderación de valor en las economías del conocimiento. Ahora tenemos las herramientas del Estado y un diagnóstico más cabal de las situaciones productivas: todas estas expresiones en potencia se podrán desarrollar para el bien común o se las apropiará ya no el mercado local, sino el trasnacional. La concentración no es solo en las plataformas audiovisuales: el desarrollo de videojuegos y software, todo lo que refiere al valor agregado en términos de creatividad e inteligencia, tiende a ser presa de extractivismo. Nosotros tenemos el MoCap ANIMAR, un sistema de tecnología en movimiento que fue una apuesta del Estado durante 2014 para ahorrar costo y tiempo en la producción de animaciones. Somos el país que tiene el más grande de estos sistemas en Latinoamérica y es del Estado. El macrismo lo dejó en las cajas tal como lo habíamos adquirido y subsistió gracias a los trabajadores de Tecnópolis, que durante cuatro años lo protegieron. Hoy están siendo usados en el marco del desarrollo de la industria de videojuegos, de animación argentina, de la producción audiovisual. A esto me refiero con un momento bisagra: es un momento de plena disputa, entre ofrecer la fuerza de trabajo o la manufactura argentina obteniendo divisas para el país y los argentinos. Tenemos las herramientas y el diagnóstico, hay que discutir y tener decisiones políticas acertadas. Bueno, esta charla la estamos teniendo a tres días de una elección…
Claro, en ese sentido ¿cómo ves la disputa que enfrenta el peronismo, a veinte años del 2003?
Te decía, en términos de disputa nos falta hacer un análisis más afinado sobre el nuevo contexto para construir herramientas potentes. Para eso, hay que volver a discutir cosas, incluso dentro de nuestro proyecto político. Porque claro que no estamos todos de acuerdo en los caminos a seguir para el campo de la comunicación y la cultura: no tenemos la misma mirada sobre el rol del Estado ante el capitalismo de plataformas, ni sobre la producción audiovisual, ni sobre la concentración mediática. A algunos les alcanza con la generación de empleo y algún goteo de financiamiento; otros queremos discutir más regulaciones. Creo que un proyecto político como el peronismo es el único garante de ampliar esa mirada y poner a disposición el espacio para esas discusiones, administrarlas.
A favor del mercado ya sabemos quiénes están: el macrismo lo demostró los cuatro años que estuvo en el gobierno y Milei ya lo plantea más descarnadamente aún. Por lo tanto, el peronismo es la única fuerza política con capacidad de gobernar que puede administrar esas discusiones, esas tensiones, y ponerlas a disposición del bien común. Es por eso que quiero que el peronismo siga gobernando este país. Creo que es la única fuerza política que va a pensar en el bien común, en todos. Creo que somos la única posibilidad de despliegue de un proyecto nacional, y no de cualquier proyecto nacional: el peronismo está cargado de historia, de soberanía.
También creo que el peronismo debe recuperar la palabra “libertad”, porque es muy importante para nuestra historia y la memoria de los que cayeron por liberar a la patria. No somos libres si no somos todos iguales. Ahora, para que eso suceda, el Estado tiene que volver a ser el gran reparador de esas desigualdades, hay que recuperar ese relato. A veinte años del 2003, quiero que recuperemos la palabra “libertad” cargándola de nuestra historia, de los ideales de mayo, de la disputa independentista. Y para la recuperación de ese relato, los medios tienen que ser parte del proyecto de Estado. Y eso solo lo puede hacer el peronismo.