Si bien el lunes comenzaron a sonar fuerte los rumores de aceptación de la última oferta argentina en la negociación del pago de la deuda contraída por el gobierno macrista, todos nos fuimos a dormir sin mucha ansiedad sobre el asunto. A fuerza de postergación de fechas, debates eternos sobre las cifras y el incansable desgaste mediático que obturó hasta el último momento una visión real del alcance del acuerdo, las expectativas habían quedado en ese suspenso tedioso de los empates.

Pero el martes amaneció y, ciertamente, no fue poco. La República Argentina y los representantes del Grupo Ad Hoc de Bonistas Argentinos, el Comité de Acreedores de Argentina y el Grupo de Bonistas del canje y otros tenedores; habían llegado a un acuerdo –redactado durante la madrugada– que les permitía a los miembros de los tres grupos de acreedores apoyar la propuesta de reestructuración de deuda de Argentina y otorgarle al país un alivio económico de 37.800 millones de dólares.

A mi juicio el tweet más bello que corrió por nuestro grupo durante la mañana fue uno de Periodista de Perón de la noche anterior que decía: “El peronismo trajo a un investigador de la Universidad de Columbia para que arregle el quilombo de deuda que dejó un panelista de TN durante el macrismo”. La única verdad es la realidad, remataba el tweet: Martín Guzmán –hasta ayer un ministro cuestionado por su “falta de experiencia”– había logrado pasos definitivos en la misión eterna que vive nuestra comunidad. ¿Destruir el anillo de Morgoth? Algo parecido en estas tierras: sacarnos de encima la deuda.

La única libertad es determinada por la necesidad. “Sobre llovido, mojado”, diría el presidente en entrevista por la noche, para graficar cómo el mapa de situación que tiene ante sí Fernández desde diciembre se vio afectado, nublado, por tener que atravesar la pandemia del Covid-19. ¿Qué mayor libertad que escoger lo que por naturaleza no se deja escoger, es decir, lo que se necesita?

Si algo necesitaba Argentina era hacer pie en una situación global de crisis económica sin precedentes. Que en el mundo sea por un tiempito considerable lo que incluye el movimiento de las necesidades de los argentinos. Que esa constelación nueva que se pudo observar ayer –la ayuda silenciosa de Francisco, de López Obrador, Merkel, Macron o el aval de los catedráticos y premios Nobel en economía, el trabajo diplomático de los hombres del gobierno en el exterior, los consejos de Lavagna y Cristina tierra adentro– haga brillar su luz o función simbólica en el ámbito de la acción política. Recordar una relación con el mundo distinta de la puramente natural o desnuda vida.

Si algo necesitaba el peronismo en términos políticos era un gol. El gol que desempate la situación atravesada por las dos crisis más importantes que lo acechan desde que es gobierno: la económica y la sanitaria. En ese sentido, sabemos, este gol rompe el marcador de un partido muy largo. Pero al interior de nuestra fuerza demuestra capacidad de jugada colectiva, potencia operativa, intuición del desgaste del otro y, cierta picardía para hacer valer la ley del offside. Por eso se grita. Porque es un gol.

Se saluda la acción del ministro de Transporte junto a la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad cuando presentan la campaña de Difusión Ferroviaria de la línea 144. Se grita el lanzamiento del Plan PROCREAR, se corea la oratoria de Raverta y el trabajo de Bielsa; se aplaude cada vez que salen a la cancha a los presidentes de las Cámaras Alta y Baja del parlamento, soportando la desidia opositora (“¡es para vos, es para vos!”); nos ponemos de pie y coreamos el nombre del ministro después de la conferencia de prensa (sale del campo llevándose una mano al pecho y nos señala). La tribuna no es amarga y sabe ver el juego. Deberá analizarse todo: si hubo goles que no se gritaron, si los remates fueron efectivamente televisados, si el goleador salió gritando a festejar o si el referí efectivamente marcó el centro del campo. Una vez escuché por ahí: la culpa nunca es del que no entiende sino del que no sabe explicar.

Estoy segura de que nadie tiene más ganas de gritar goles que esta hinchada de millones de criollos que atraviesan este proceso de desrealización de lo existente al que nos sometió la pandemia. Atendemos también lo que dice Alberto: “en nuestra fuerza política se debe entender también que no tuvimos ningún doblez interno en la discusión sobre la deuda, que es importante que entendamos el sentido de unidad que construimos”. Todavía hace esa especie de calor que se da en agosto, anocheció y se ven las tenues luces en el cielo que no cesan de parpadear; por unas horas habrá que descansar.