“Me gusta la publicación de ustedes. Tenemos en este momento una cosa muy interesante: hay que tratar de pensar la situación que vivimos que es totalmente diferente a las anteriores y a las que dan título al editorial de Sangrre –1973, 2003–, pero esas fechas de elecciones democráticas son un pretexto para pensar cómo ser peronistas hoy, en el 2023”. Con estas palabras nos recibe Eric Calcagno en el porteño barrio de Belgrano. Está de traje, fuma con boquilla y tiene casi más claro que nosotras el marco al que lo estamos invitando.

Eric Calcagno

2003 lo encontró votando a Néstor Kirchner sin imaginar que en las siguientes elecciones legislativas iría en la lista del peronismo como candidato a senador suplente. Después, embajador en Francia, y a su retorno otra vez la tarea parlamentaria. Acerca de cómo eran los procesos y las articulaciones al interior del kirchnerismo, sobre las decisiones nestorianas, las formas en que pueden repensarse políticamente y su visión ontológica del peronismo charlamos en esta tarde que, como tantas en nuestra historia, encuentra al movimiento popular desvelado, con deseo de concluir, mas no vencido.

¿Quién es Eric Calcagno?

Nací en la ciudad de La Plata en 1967, un día que Estudiantes le ganó 1-0 a Huracán con gol de Bilardo. Mi padre trabajaba para Naciones Unidas, no como representante de la Argentina, sino como funcionario internacional: de muy niño fuimos a vivir a Chile, retorné a Argentina del 73 al 76, y durante la dictadura nos fuimos a Ginebra en exilio voluntario para en el 82 volver al país.

Volver e ingresar en el Liceo Franco-Argentino era una situación particular. Agradezco haberme hecho amigo de Mariano Kon, que se encargó rápidamente de mi educación musical. Yo no pasaba de algunos tangos y cierto oído puesto en Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, que era lo que escuchaban mis hermanos mayores, hasta que apareció él: “Escucha esto, escucha lo otro, la vida viene por acá”. Creo que éramos los dos bastante distintos dentro de lo que era el ambiente del Liceo Francés; no me quejo de mis compañeros ni del profesorado, pero siempre hay dos o tres marginales.

De chico me había interesado profundamente la política, pero no era ni peronista ni radical ni nada. Volví acá el 3 de marzo, y el 2 de abril estamos en guerra con Inglaterra, lo cual era un problema porque, por un lado, el país al que volvía atravesaba una dictadura genocida –yo no necesitaba que me expliquen lo que era un desaparecido–, pero, por otro lado, era mi país y luchar por la soberanía argentina de las islas era una experiencia que me atravesaba como a todos. Recuerdo que para sublimar la cuestión leí las memorias del alemán Heinrich Böll, donde el tipo cuenta como él siendo comunista, católico –o sea, todo lo que se opusiera al fascismo–, siente la necesidad de ir al frente para vivir la experiencia de su generación. A mí lo que me pasó ese año, además, fue estar cruzado por las manifestaciones obreras y de derechos humanos. Había mucho movimiento. El 16 de diciembre del 82 fui a la marcha convocada por la Multipartidaria contra la dictadura. Se convocaba a Plaza de Mayo, y la marcha fue multitudinaria: terminó con represión y la muerte de Dalmiro Flores, compañero de la UOM. Recuerdo que estaba trepado a un farol y de repente veo entrar la columna del peronismo y para mí fue como ver un cuadro de Goya en marcha. Pensé: “Yo no sé qué es esto, pero tengo que ser parte de esto”. Me cruzó ese momento allí colgado de una manera tal que comprendí para siempre que mi vida carecería de sentido si no era parte de eso que es el peronismo. Fue una revelación: tipo San Pablo en el camino de Damasco. Pensé, sentí “esto es lo mío, yo de acá no me muevo”. Por eso, para mí la definición del peronismo es una definición ontológica: ser peronista es una manera de estar en el mundo.

Nada de eso que veía allí era conocido para mí. Yo vengo de una familia de La Plata, de intelectuales positivistas, generación del 80. Mi abuela investigaba la psicología experimental, se llevaba muy mal con la Iglesia. Mi abuelo prácticamente era anarquista. Una generación de intelectuales que no entendió al peronismo, que fueron gorilas, no cipayos. Pero tampoco el peronismo los entendió a ellos. No tuvo una contención para esos intelectuales que también eran brillantes: se recibían cinco diarios en la casa, se estaba a favor de la República en la guerra civil, mi padre –que tiene 98 años hoy– siempre estuvo muy politizado, pero el peronismo fue un fenómeno que pudieron entender. Una mutua detestación.

Cuando uno asume que quiere estar en este mundo, vivirlo, dejarse atravesar por la vida siendo peronista, no está diciendo que eso lo exima de la crítica. Nosotros tenemos a nuestro interior mismo una crítica severa al peronismo: nuestro movimiento es Evita y López Rega, es Milagro Sala y [Roberto] Dromi. Todo junto. Si no comprendemos que Carlos Menem es peronista no podemos entender que es lo que pasó en la Argentina de esos años. El peronismo es el cielo y el infierno, la Resistencia y la Triple A, y los peronistas debemos enfrentarnos todos los días a eso.

Luego de la revelación tuve una identidad, pero en el Liceo éramos solo tres peronistas. Cuando había huelga no íbamos al colegio. Nos pusimos tristes con el resultado de las elecciones del 83. Los otros festejaban, pero ellos ni sabían que el ALPI –frente al colegio– había sido creado por Perón, que había sufrido desapariciones a su interior, que había sabido tener una ciudad para los niños lisiados que la Libertadora destruyó.

El peronismo quería y quiere que los chicos jueguen. Como dice Daniel Santoro, el peronismo es la democratización del goce, y eso tiene una raíz profunda, porque los chicos se limpian jugando y los adultos se limpian con el amor. Limpiarse en el sentido de que todos estemos mejor, porque el peronismo es la modernidad argentina. El camino a la modernidad de nuestro país que encarnaron Yrigoyen, Perón y Frondizi –el primero con la clase media, el segundo con la clase obrera y el tercero con un sueño tecnocrático– dura hasta el 76, cuando se rompe lo que [Juan José] Hernández Arregui llamaba “la formación de la conciencia nacional”. Y en ese sentido, el 76 fue un éxito. Cuando uno chequea los datos de los compañeros desaparecidos, dos tercios eran dirigentes sindicales, jóvenes dirigentes y militantes obreros. Vinieron a quebrar la clase obrera y, con ella, la idea de desarrollo y modernidad.

Pensaba en esto que decís de Hernández Arregui, la formación de la conciencia nacional, la incorporación de las capas medias a través de jóvenes que venían de muchas familias no peronistas y se incorporaban a la militancia obrera, estudiantil o partidaria. Pensaba también en que ese 73 no existe sin una lectura ajustada del 55 y los años de resistencia peronista. Tanto como nuestro 2003 no es sin la perspectiva del 1973 que trae Néstor en el discurso de asunción, ni sin los años de reformulación y posterior resistencia al menemismo que van de la derrota del 83 a la resistencia al menemismo. ¿Cuáles, en ese sentido, creés que serían las cuestiones a iluminar por este peronismo del 2023 como para restablecer una discusión orgánica a cincuenta y veinte años de aquellos triunfos electorales nuestros?

Primero, la historia. Es criminal en el peronismo que nosotros no nos preocupemos por nuestra historia. Mientras pienso esto, la imagen que me viene es la de Néstor haciendo de extra en La Patagonia rebelde. Porque el tipo ya ligaba esa experiencia suya a otra de muchísimos años atrás. Nosotros no respetamos nuestra propia historicidad, no respetamos nuestra propia historia, nuestra propia trayectoria. Nos olvidamos. Hay centenares de miles de testimonios de compañeros y de compañeras que hablan de eso y nosotros no los rescatamos ni sistematizamos.

Segundo, establecer el sentido común del peronismo en la cotidianidad. Quiero decir, el sentido común en esta sociedad es que Nisman fue asesinado y lo que queda por saber es cómo lo asesinaron, pero que la causa de muerte de Nisman fue un asesinato no se puede discutir. El sentido común del intento de asesinato de Cristina: lo tenés grabado, lo vio todo el mundo, está probado; sin embargo, nosotros no establecemos un sentido común en la discusión social. Hay una desacralización de lo popular con convocación de poder y hay una sacralización del mercado y de la inversión extranjera. Fíjense que, con esto de la Corte interviniendo, el sentido común es “estamos en contra de las reelecciones provinciales”, pero no construimos sentido común sobre una deuda inconsulta.

Tercero, iluminar las estructuraciones que efectivamente funcionaron bien para nuestro pueblo. Durante los 90, la Argentina en manos del peronismo entregó todo. Creo que es la ley 23.696, que privatiza todo y profundiza el eje que había comenzado en 1976 de destruir la matriz productiva que propuso el primer peronismo. Ahora, eso falló: el 2001 es la culminación de esa fórmula de flexibilización laboral, extremas privatizaciones, consenso de Washington, que falló. Funcionar, no funciona, en el sentido de que no es sustentable en el tiempo. No importa que sea bueno o malo, sino que simplemente no funciona como matriz de desarrollo político social de un país.

Una vez que eso se cae, los dioses estuvieron de nuestro lado y Néstor y Cristina pudieron acceder de una provincia extrema a una centralidad. Pero no deja de ser interesante cómo la construcción ideológica de los 90 le hizo creer a todo el mundo que efectivamente un peso valía un dólar, cuando en realidad lo que decía la ley de Convertibilidad era que un peso en circulación valía un dólar, no así un peso en un plazo fijo. Por eso la convertibilidad cae cuando las personas empiezan cambiar sus plazos fijos en dólares. Por eso es importante la cuestión de la construcción de sentido: también lo digo en pequeña alusión a la dolarización de la que se habla ahora.

¿Cómo es tu lectura del 2003 a veinte años?

El 2003 era un momento de muchísima confusión, porque el peronismo era el de los 90 –o al menos lo más cercano que teníamos–; por otro lado, estaba [Eduardo] Duhalde, que decía que no había que pagar la deuda externa; estaban los sectores sindicales en ese momento encabezados por [Hugo] Moyano en el MTA y la CTA que venía de hacer un referéndum, una consulta popular para establecer un Seguro de Empleo y Formación para la población desocupada y empobrecida. Ahora, esa consulta había organizado tres millones y medio de votos, pero el 20 de diciembre no tomaron el poder.

¿Vos creés que la coyuntura daba para eso?

Si había un vacío de poder absoluto… Cuando eso pasa, se toca el timbre, se dice: “Permiso, vengo a asumir”. Diciembre 2001 fue como la noche de la derrota en Malvinas, que la Junta Militar estaba disuelta. ¿Qué pasaba si la Multipartidaria decía “bueno, muchachos, vuela el General hasta que se vayan”? Política-ficción, por supuesto, pero por qué no hacerla. Nos hubiéramos ahorrado un año y medio de Bignone y quizás hubiéramos conquistado realmente la democracia en lugar de recibirla en comodato como efectivamente lo hicimos. Porque esta democracia es limitada.

Estoy exagerando un poco, pero lo mismo pasó después de la Consulta popular del 17 de diciembre 2001: [Víctor] De Gennaro tenía más que galones con la mesa que constituía el Frente Nacional contra la Pobreza para avanzar sobre los restos de la Alianza. Hay momentos de vacío de poder; de hecho, Perón aprovechó el vacío de poder de la noche del 17 –claro que había una construcción de poder incipiente: los sindicatos, trabajadores que accedían por primera vez a condiciones laborales–, pero cuando pidió que primero se cantara el Himno en la Plaza era para hacer tiempo, para saber qué iba a decir. A lo que voy es que posiblemente la correlación de fuerzas era profundamente adversa para Perón, mucho más para lo que fue Néstor en ese 2003.

La correlación de fuerzas es un proceso dialéctico: la acción nunca puede esperar a que las condiciones todas estén dadas, a que todo esté bien. Ese fue uno de dilemas resueltos en el gobierno de Néstor: ¿qué hago, recreo un Estado perfecto para poder transformar la sociedad o voy recreando la sociedad un poco por acá, recreando el Estado otro poco por allá? El gobierno de Néstor pudo con el desafío de hacer un barco al mismo tiempo que tenía que navegar. Lo cual también le marcó muchos alcances y límites del ejercicio.

Lo que fue sensacional del gobierno de Néstor es que la política de Derechos Humanos era consistente con la política de deuda externa, que era consistente con la política de Defensa y que a la vez era consistente con la política económica. Esa era una consistencia estructural de sentido, no decía nada distinto en ninguno de esos cuatro ámbitos. Esa coherencia estructural fue su forma de, sin nada, lograr la renegociación de la deuda, pagar al Fondo Monetario, derrocar al ALCA… Cuando [George W.] Bush está invadiendo la mitad del mundo, este tipo se le planta en la Casa Rosada tocándole la rodilla y mirando al fotógrafo y le pone un freno al mayor poder continental. Néstor – contrariamente a lo que vivimos hoy con la clase dominante argentina– era jodido con los poderosos, nunca con los débiles.

En 2003 yo había votado a Néstor, era del 22 por ciento que lo votó. En 2005 fui convocado por el peronismo para integrar la lista como senador suplente: íbamos Cristina, [José] Pampuro, [Graciela] Ocaña y yo. Poco después me mandan a Francia como embajador. Recuerdo de esos años que no sabíamos bien lo que queríamos, pero sabíamos muy bien lo que no queríamos. Yo creo que desde afuera eso se vería con más coherencia, pero desde dentro era un trabajo constante y quizás no dábamos cuenta de la total orquestación de los cambios. Un tipo como Julio De Vido, por ejemplo, excepcional en su trabajo, impulsa en 2006 un decreto de nacionalización de Aguas Argentinas, que estaba en manos de la empresa francesa Suez, una de las empresas más importantes del mundo en la industria del agua potable… Yo puedo asegurar que no esperamos la correlación de fuerzas para llevarlo a cabo, lo hicimos sin titubear.

Es que quizás la correlación de fuerzas se construye con acciones políticas de arribo más que de medida…

Sentido de la oportunidad, saber qué defendés. Tratar de vivir la vida evitando decir luego de veinte años “que lástima que no hicimos esto”. Podíamos fallar, pero al menos éramos un intento constante y tozudo por realizar nuestras convicciones. No sé si eso nos hizo mejores o peores, pero sí nos hizo distintos. Intentarlo, intentarlo, intentarlo: así recuperamos AySA y en 2008 Aerolíneas y más tarde YPF.

Cuando volví a Argentina en 2007 tras la victoria de Cristina, me convocaron desde la SePyME en Producción, donde estuve hasta 2008 que volví al Senado, donde debuté tratando la 125. Hasta las cinco de la tarde pensábamos que ganábamos, entre las cinco y las ocho no sabíamos, y a partir de las ocho sabíamos que perdíamos. La política parlamentaria tiene una dinámica feroz cuando realmente se orquestan las discusiones, porque hasta que no está el resultado en el tablero todo puede pasar. Quizás por eso me guste tanto, mi etapa del Senado, que fueron cuatro años, la disfruté mucho.

A contrapelo de la 125, que fue una gran derrota, tuvimos la ley de Medios, que fue una gran victoria. El Matrimonio igualitario, no sin debates internos en el bloque. También, la única ley de mi autoría que creó un organismo del Estado, el Instituto Nacional de la Música. Un trabajo con músicos, junto a Diego Boris, que me da mucho orgullo. Uno en la tarea de legislador tiene que acompañar; hoy, quizás, si estuviera en el ámbito legislativo sería distinto, pero en ese momento con Néstor y Cristina era muy vertical, muy orgánico el trabajo.

Ya que traés el tema de los liderazgos, ¿cuál es tu opinión sobre este momento que atraviesa el peronismo?

Yo creo que hay una conducción clara, que es la de Cristina. El tema es si esa conducción es ejercida o no.

También preguntarte sobre las mediaciones que eligen las conducciones. Porque entiendo que una cuestión es conducir para mediar proyectos, otra para mediar conflictos y otra diferente para mediar sujetos. Cada una de esas decisiones también lleva aparejado un medio concreto, o sea: una carta, una clase magistral, un encuentro en territorio. Pero a veces tememos que el sujeto de acción quede completamente velado por el político en sí.

Claro, es que para eso necesitas cuadros auxiliares de la conducción, y ese es un lugar de la dirigencia que falta. Y falta porque se burocratizó. Digámoslo: así como en los 60 se hablaba de los burócratas sindicales, que habían hecho del sindicato una organización que solo debía reproducirse en el tiempo, pareciera que muchos de nuestros dirigentes han tomado la política como una estructura que solo debe reproducirse en el tiempo y no como un instrumento de transformación. Eso es grave, porque además ni se dan cuenta de que no le están hablando a nadie. Hay una falta enorme de capilaridad de nuestra política actual. ¿Quién milita el conurbano profundo? ¿Quién sabe de los problemas concretos y de los conflictos de esos sujetos que ustedes hablan?

El Movimiento Nacional es el partido de la esperanza. La derecha insurreccional es el partido de la desesperanza. Si nosotros creamos desesperados, pues no esperen que nos voten. En el caso actual, nosotros podemos tener la visión de que se hacen las cosas mal, porque no se hizo Vicentín, porque no se recuperó el Paraná, porque no se negoció bien la deuda o no se distribuyó el crecimiento del país durante nuestro propio gobierno. Pero también podemos tomar la perspectiva de que sí, las cosas se hicieron bien, pero a nosotros no nos gustan: porque se siguen renovando las concesiones de los 90, se atacan las consecuencias en vez de las causas, si hacemos algo con el litio no vienen más inversiones extranjeras, no podemos hacer nada con la hidrovía porque no podemos dragar. Entonces, es como decía Mitre, el progreso es el capital inglés, y ahora es cualquier tipo de capital. Esa es la discusión.

El peronismo tiene que autointerpelarse para poder ofrecerle algo a la sociedad. Nosotros no somos reductibles al Estado, ni somos reductibles a la sociedad. Por eso somos un movimiento, cuya militancia consiste en saber todos los recursos que tiene el Estado para que medie ante las necesidades: por eso es que cuando hay una necesidad hay un derecho.

Cristina fue muy clara en ese sentido: subsidiar la pobreza nos cuesta dos puntos del producto y subsidiar a los ricos nos cuesta cinco puntos. Los ricos nos cuestan caros en Argentina. Desde ese punto de vista, nuestros dirigentes nos cuestan caros. Claro, a quién te va a dar ganas de salir a militar si no es a Cristina.

En ese sentido, es entendible “la letanía” de la militancia pidiendo su candidatura.

¿Dónde está la mística, dónde está la épica? No tiene que ser todo místico o épico, pero algo tenés que tener. No podemos seguir con eso de “Vótennos a nosotros porque los de enfrente son peores”. No hay que gastar mucho en marketing en ese caso.

También los liderazgos están atados a la experiencia del 2003. Nuestra propuesta estaba acompañada de una política internacional: estaba Chávez en Venezuela, estaba Lula en Brasil, pronto iba a estar Evo en Bolivia. Había una especie de primavera de los pueblos que daba como para imaginar la UNASUR. Hoy los liderazgos están en un mundo distinto. Hoy China tiene una importancia muchísimo más grande que antes, la Federación de Rusia está en guerra contra los OTAN, la India aparece como un lugar interesante. Es decir, lo que antes se llamaba “tercer mundo”, que después se llamó “países emergentes” y ahora se llama “Sur global”, empuja hacia un mundo multilateral.

En ese contexto, vos planteabas hace poco en tu columna de Tiempo que las visitas de la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, de Wendy Sherman, subsecretaria de Estado de los Estados Unidos, y de Christopher Hanson, jefe de la Comisión Reguladora Nuclear de Estados Unidos, constituyen acontecimientos que nos vuelven a poner como nación ante la disyuntiva de “liberación o dependencia”.

Estoy escribiendo algo sobre el chantaje. El chantaje es una relación donde alguien viene y amenaza a otro: “me decís o me das tal cosa o te mato o lastimo a alguien a quien querés”. El chantaje es una relación donde desaparece el signo, porque el chantaje está ahí, está personificado, está escenificado. Y yo creo que la Argentina está bajo un doble chantaje. Una parte es externa, está ejercida por Estados Unidos o el Occidente colectivo o como quieran llamarlo. Es el chantaje ejercido por la Secretaría del Tesoro y su brazo armado que es el Fondo Monetario Internacional. Ellos ¿cómo amenazan? Nos dicen: “O haces la política económica que yo te digo o vuela todo por los aires”. Y, sumado a eso, el Comando Sur de los Estados Unidos, que tiene su brazo político en la Secretaría de Estado que hoy maneja la señora Richardson. Ahí te amenazan de otra forma: “No compres armas a los chinos, no te vayas con los BRICS, apoyame en la guerra de Ucrania o todo va a volar por los aires”.

Y luego está el chantaje interno, que lo encarnan las 74 empresas que mencionó Cristina el otro día y que son las formadoras de precios en nuestro país. Ellos nos dicen: “O vos me dejas subir los precios o todo va a volar por los aires”. También, como parte del chantaje interno, tenemos una apariencia, que son los partidos de la oposición, la derecha insurreccional, el PRO, y tenemos una realidad, que son las empresas, que son las multinacionales, que son los que se dan en llamar “el campo”. Y también con ellos es del mismo modo: o hacemos lo que ellos dicen o todo vuela por los aires.

En ambos casos el signo, el significante y el significado desaparecen. No hay una representación, o sea: el chantaje es lo que efectivamente está sucediendo. La palabra “perro” ladra. Pero ¿cómo hacen los mafiosos las amenazas? No te amenazan a vos directamente; por lo general, secuestran a tu familia. O sea: “si vos no haces lo que yo te digo, tu familia la va a pasar mal”. De esa manera, recuperan la representación: porque a vos te dejan libre, la terceridad de tu familiar es lo que te coloca en una prisión simbólica donde pueden dominarte, ya que el peligro se cierne sobre alguien a quien vos querés.

La Argentina, a mi parecer, atraviesa un chantaje más del tipo de la primera situación. Argentina vuelve a vivir el mismo chantaje con el que se encontró Néstor en 2003. Hay que recordar bien eso, porque Néstor Kirchner también estuvo chantajeado, pero dio la mejor respuesta que un chantajeado puede dar en ese esquema: “Haga lo que usted quiera”. Cuando hizo esa operación, pasaron dos cosas: primero, dejó la pelota en el campo del chantajista, se la devolvió; segundo, le comunicó al chantajista que no iba a poder con él, que estaba dispuesto a duplicarle la apuesta. Al recuperar la representación, el chantajeado deja automáticamente de estar tan débil, es como si se relativizara quién de los dos tiene en verdad el problema, quien está dominando la situación. Cada vez que uno puede acceder al chantajista, como en este caso con el FMI, el Comando Sur y las empresas, tiene la posibilidad de zafar del dominio. Al fin y al cabo, si no pagamos la deuda o si nos alineamos con los BRICS, verdaderamente ¿quién tiene el problema?

Es una buena idea, porque si uno solo obedece al chantajista el círculo no termina más. Como pasa con el dólar agro.

La Argentina bajo chantaje, eso estoy pensando. Estamos bajo dos circunstancias en las cuales, por cuestiones de lingüística, el chantaje no admite ni significado ni significante: solo es. Ahora, una vez que el chantajeado recupera la representación, tiene una vía de escape. Néstor en Francia, cuando le decían: “Amamos a la Argentina”, respondía: “Hay amores que matan”. Así logro que la primera reestructuración de la deuda fuera un éxito y que la segunda de Cristina también. Ojo que cuando huís de su chantaje también te van a buscar, como a Amado Boudou, para encarcelarte por tu falta de cobardía. No pueden dejar libres a los valientes.

No hay peor cosa que el sufrimiento sin sentido. Y nosotros, o muchos de nosotros, estamos autoinfligiendo al pueblo argentino sufrimiento sin sentido. Si nos están chantajeando y sabemos que respondiendo “hagan lo que quieran, yo voy a cuidar a mi pueblo” lo evitamos, hay que hacerlo. Néstor, ante el chantaje, recuperó la representación y pudo huir hacia delante; pero solo pudo hacerlo a través del peronismo. Néstor no tenía el BRICS y sin embargo se les animó igual. No tenía nada que perder. Siempre duplicaba la apuesta: el método de Néstor era que, si hay un problema, se reconoce el problema, se amplían los márgenes de maniobra tanto como es posible para todos los problemas y se actúa. Hoy parece que muchos de nuestros dirigentes son comentadores. “Uy, hay un problema”, dicen cual si fueran panelistas de televisión.

¿Por qué Julio De Vido o Milagro Sala o Ricardo Jaime fueron presos? En el peronismo no puede haber presos políticos. Eso lo supimos todo el tiempo todos, y que vengan a contarnos desde la función de Justicia cuáles son las trabas legales para proceder a su liberación: significa que nosotros dejamos que eso pase. No tenemos la hegemonía ideológica que podíamos tener en el 73 o si quieren en el 83 con el pacto civil que duró hasta el día en que quisieron asesinar a Cristina. La intentaron asesinar, la proscriben, ponen los precios por las nubes, domina nuestra política económica el FMI y ¿no pasa nada? ¿Qué nos pasa, muchachos, qué se hicieron ustedes mismos para tener tal sangre de pato y discutir aún la liberación de Milagro Sala? Esa mujer logró que miles de personas tengan casa, educación, salud y hasta una pileta enorme para que pasen los chicos el verano. ¿Nosotros vamos a estar como si fuéramos socialdemócratas fijándonos si el indulto se ajusta a la letra constitucional o si técnicamente al ministerio de Justicia le compete una cuestión federal como es su condena? Lo que nos pasa entonces es por falta de peronismo, no por exceso de peronismo.