En tiempo de nihilismo y comments, al rezo a veces se accede a duras penas por la vía de un vago recuerdo de infancia o, eventualmente, por algunos de los productos new age, pasteurizados.
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Ayer les decía a unos compañeros que, en una sociedad, en cualquiera, lo religioso es aquello que decide –define, dispone– lo que es matable o no. El capitalismo subordinaba o usaba las religiones: pero el neoliberalismo –llamémoslo como quieran– es esto, que es una religión. Elige y señala matables.
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Es la vieja discusión sobre el alma humana, por lo menos en estas tierras desde Bartolomé de Las Casas, que siendo un profeta estaba de todos modos más dispuesto a concedérsela a los indios que a los negros. Y, a su modo, la misma cuestión está hoy en día en las discusiones sobre el sufrimiento animal, el aborto, la pena de muerte y los planeros. Con las diferencias del caso, pero ahí está el tema. Qué es la dignidad (humana) y dónde está. En quiénes. Lo que hace diferencia entre algo y alguien: eso es lo que define la religión. Y todo lo que incide en esa diferencia es religioso, con aureolas o sin ellas.
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Cristina, como lo ha hecho muchas veces, tiene gestos humanos que desbordan su personaje/símbolo político (bordes difíciles de alcanzar, y que, quizás por eso mismo, solo ella desborda, alcanza).
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La finitud y la muerte son centrales en la redención y en la política. Podemos ser y somos eternos, pero no inmortales. Es más: el misterio de nuestra vida, nuestra gracia, nuestra eternidad… está íntimamente asociado a nuestro gran límite: morimos. Allí la gloria de nuestra vida. Su tesoro eterno.
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Cristina eligió reaparecer junto a gente de fe. De fe religiosa antes que política. Y también de “fe” política: disciplina, espiritualidad y, especialmente, integridad. Como la que simboliza como pocos el gran amigo y aún mayor ejemplo Padre Domingo Bresci.
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El gesto es mucho más verdadero que esos intercambios transaccionales e instrumentales que muchas veces hacen la iglesia y el Estado (o el peronismo también, cuando es mero poder instrumental y de círculos…). Algo de lo que, queriendo o no, quedó escenificado en Luján: una misa bienintencionada… con corralito VIP para funcionarios de quinta línea. Igual son búsquedas, hay que saber ver eso también. Dios no se cansa de perdonar, tal como lo dijo el Papa porteño en una de sus primeras apariciones.
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El odio también es un misterio: el misterio del mal. Tan ajeno al nihilismo festivo, irónico y achatado del progreso. No se soluciona con moralina ni con eticidades de bienpensantes.
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Solo el amor es más fuerte que la muerte.
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Estar a la altura del símbolo que es Cristina no es fácil. Pero más difícil es estar a la altura de lo que ella simboliza.
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Rezar es reconocernos ante algo que es más grande que nosotros. Lo decisivo, que en los momentos decisivos puede ser al mismo tiempo la vida del pueblo y/o Dios.
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La “espiritualidad” triunfalista, la mística de mero “aguante”, la ética de arribismo, identidad plena y transacción, el dispositivo cultural basado en un Nietzsche de divulgación banalizado, el olvido del dolor social en la representación política, los derechos de quinta generación desenganchados de la obligación primera de levantar al caído, la euforia de la escenografía de banqueta gramaticalizada por las redes sociales: todo eso está en su punto justo de saturación, ahora que vimos la historia y lo que amamos tal como relumbra en un momento de peligro. Todo eso está listo para dar el paso, para que demos el paso y evitar la pasada de rosca y disponernos a encontrarnos con la fuente vital de nuestra tradición política. Que no se agota y no pasa necesariamente por la religión “normal”, y solo eventualmente pasa por el clero, pero que siempre, siempre y cada vez, es un milagro de amor.