Hacer el material Sangrre decembrina –una serie de conversaciones enfocada en los 20 años del 19 y 20 de diciembre de 2001– reavivó algunas de las discusiones y variables que, en el tiempo de conocernos y comenzar nuestra militancia juntos allá por fines de los 90 e inicios de los 2000, esgrimíamos como generación, con nuestra participación sindical y una pertenencia peronista destemplada por el menemismo. Participábamos en 2001 de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) y, al momento de la Consulta Popular del Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO) y del Congreso Nacional 2002 en Mar del Plata de la CTA, estábamos cruzados por una serie de debates políticos de la organización que nos articularon con el debate intelectual de aquel verano caliente.

En la elección que hicimos de compañerxs con quienes conversar y recuperar sus testimonios de aquellas jornadas, queda claro también el contrapunto entre la experiencia que veníamos militando –con un núcleo propositivo en el Seguro de Empleo y Formación para todos los desocupados– y el sujeto de acción generacional que emergía luego de una década de luchas sociales contra el menemismo. Si bien nuestra pertenencia a la CTA, así como a algunas de las organizaciones que la componen, culminó políticamente al momento de su ruptura en 2010, la posibilidad de poner en diálogo a algunos referentes de aquella propuesta política con algunas expresiones por entonces jóvenes de los centros de estudiantes y de organizaciones de trabajo precarizado, como los motoqueros, fue un disparador concreto para realizar los videos que englobamos bajo el nombre de Sangrre decembrina, pensados como un aporte más a la mirada social, colectiva y en perspectiva de aquellas jornadas de diciembre de 2001.

Retomar esas conversaciones a veinte años del 2001, además de pensarlas en el cruce y la lectura de algunas producciones que en estos días circularon por el aniversario, nos motivó a realizar esta coda conversacional con nuestro compañero Alejandro Kaufman, con quien mantuvimos en aquel momento un acercamiento y varias coincidencias sobre la lectura de aquellos acontecimientos, y con quien hoy decidimos cerrar este año editorial de Sangrre que dimos en llamar LA VERDAD. Reconociendo que siempre hay una serie de cuestiones veladas en la discusión al interior de las fuerzas políticas y sociales a las que pertenecemos, y que el intento de pasar por el tamiz algunas narrativas cristalizadas y ensayar la lectura a contrapelo como ejercicio de conocimiento político ayuda a mantenerlas con VIDA.

Karina Arellano: Alejandro, siempre sostuvimos que existía un hilo conductor que unía la resistencia al menemismo, lo que contenía la CTA –la visita de Lula al encuentro del Nuevo Pensamiento, la organización política del Frente Nacional contra la Pobreza y la articulación con la Consulta Popular por un Seguro de Empleo y Formación– durante los 90 con algunas intervenciones críticas realizadas inmediatamente después de los acontecimientos de diciembre de 2001 y el reflorecer del peronismo en 2003. En ese sentido, en nuestras charlas en Sangrre de estas últimas semanas nos acordábamos especialmente de aquellas entrevistas hechas en el verano de 2002 por María Moreno para Página/12, en las que tanto vos como Nicolás Casullo habían hecho una lectura política que ayudaba a visibilizar los intentos y esfuerzos de un abanico de fuerzas políticas –muchas de ellas peronistas o filoperonistas, de corte sindical, que habían resistido al menemismo– que, en aquel momento, al organizar la consulta popular que finalmente se realizó el 16, 17 y 18 de diciembre de 2001, daban la discusión sobre el hambre y la pobreza en Argentina bajo los cánones de la organización social y la recuperación popular de herramientas instituyentes, con el eje de lograr el Seguro de Empleo y Formación (es interesante recordar que los Kirchner habían apoyado e impulsado desde el gobierno de Santa Cruz la consulta popular del FRENAPO, así como el hecho de que la propuesta del Seguro de Empleo y Formación terminó teniendo sus resonancias y traducciones, durante el duhaldismo con el Plan Jefes y Jefas y, ya durante el kirchnerismo, con la Asignación Universal por Hijo). Siempre entendimos –de hecho, en 2006 fue precisamente uno de los ejes del primer número de nuestra revista Pampa, cuando intentamos articular el debate de 2001-2002 con la experiencia del FRENAPO– que había en aquellas intervenciones de ustedes un sistema de ideas próspero para un debate sobre una Argentina posible que, luego del 2001, también tomó forma e institucionalidad con el gobierno de Néstor Kirchner y las articulaciones que se promueven desde el punto de vista institucional a partir del 2003 para enfrentar a las fuerzas destituyentes de políticas emancipadoras en nuestro país.

Alejandro Kaufman: En ese enero, o sea, inmediatamente después de los días de diciembre, yo tuve un par de charlas con María Moreno. Una más informal, donde tomamos un café, luego otra donde ella grabó que fue lo que luego se publicó el 28 de enero de 2002. Quiero decir que fue una intervención simultanea con lo que estaba pasando. Hace unos días yo veía un documental que hizo Pino Solanas donde documenta una marcha que hubo el 29 de enero de 2002, justo el día después en que sale publicada esa entrevista. Una gran marcha de desocupados, donde se cantaba lo de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Digo esto porque lo difícil es recuperar la secuencia de los eventos; y, en ese sentido, el tema del FRENAPO para mi era una cuestión muy importante. Esos días de la consulta, 16, 17 y 18, recuerdo haber estado en Jujuy, asistir a la Consulta Popular: me quedó muy marcado, por ejemplo, que allá en Jujuy una militante sindical-universitaria puso una mesa en la puerta de la Facultad de Humanidades en Jujuy para que nadie pudiera entrar ni salir sin votar. Esa mesa estuvo los tres días sostenida por esfuerzos militantes para instituir políticas contra la pobreza. Esa consulta popular tuvo una gran intensidad de solidaridad, de preocupación y de compromiso. No era una mera recolección de firmas o de votos: la acción del FRENAPO fue un testimonio de masas. Una gran movilización, que obtuvo una adhesión de 3 millones y medio de argentinos. Pero que queda omitida en las propias jornadas de 19 y 20. Porque la paradoja de las jornadas del 19 y 20 también fue, entre otras cosas, su grado de despolitización. El “que se vayan todos” era despolitizador.

Yo creo que en aquel momento la idea no era polemizar, y que hoy tampoco lo sería. Porque lo que está ocurriendo estos días, a veinte años después, es una suerte de resonancia polémica como la que hubo en esa serie de entrevistas de Pagina/12 donde la confrontación de las diferencias inducía a polemizar. María Moreno lo armó así y esa suerte de contrastaciones entre distintas posiciones, esa producción coral, formó parte de la lógica de la conversación política. Pero no siempre la polémica esclarece, porque lo que podemos ver, veinte años después, es una suerte de estacionamiento en distintas posiciones, como si hubiera quienes valoraran positivamente la reacción popular llamada “crisis del 2001” y quienes supuestamente tuvieron una mirada desentendida, abstracta o estética. Cosa que, a mí me parece, no es lo que sucedió. Lo que tuvo lugar de nuestro lado –y específicamente hablo de las intervenciones mías y de Nicolás– fue una crítica política y social de lo que estaba ocurriendo. Una crítica es corrosiva contra los propios intereses, contra las propias miradas. La gran dificultad histórica de las posturas emancipatorias es cuánto pensar en contra de sí, pensar incluso lo que no te conviene. Porque cuando se está en un impulso entusiasta de lo emancipatorio siempre ocurren cosas que no van en esa dirección, cosas que van en una dirección contraria; y ver esas cosas, discutirlas, suele ser muy dificultoso. Ese es el verdadero tema de la discusión, el problema no es cuánto afectivamente nos sentimos con el pueblo o no con el pueblo. Ese es un error, que ahora se repite, se reitera en forma de enunciados del tipo “estos o aquellos que estaban en contra de la clase media”. Para empezar, respondo: bueno, sí, un movimiento emancipatorio tiene que tener la capacidad de discutir con la clase media. Puede haber alianzas políticas, debe haberlas –el Frente de Todos es una de ellas–, y no solo con la clase media, incluso se puede tener alianzas con sectores poseedores de riqueza, sectores empresariales; pero el vector emancipatorio es un vector mucho más exigente, que no es solo principista, sino que es testimonial también, tiene incluso sus propias demandas. Y eso fue lo interesante del FRENAPO, la capacidad de entender que el problema del 2001 y 2002 era la gente en la calle comiendo basura. Porque eso no puede atenuarse o disimularse con reflexiones políticas: es un hecho de tal gravedad que arrasa con cualquier idea limpia de rever aquellas jornadas. El sufrimiento de multitudes, su paso por la indignidad, es un problema en sí mismo. Nosotros lo vivimos ese año, y lo continuamos viviendo luego también.

KA: Hay algo muy interesante en el planteo de Nicolás Casullo durante aquellos debates, que también aparece en tu posición, que es la pregunta sobre si “ese mundo de las asambleas formaba parte de una Argentina terminal o inaugural”. Siempre en nuestra conversación político-editorial de Pampa flotó esta cuestión sobre si 2001 era un fleje inaugural –como pensaba la mayoría en aquel momento e incluso hoy se sostiene en muchos casos como lectura– o algo así como un estertor de otro tiempo argentino que reclamaba una coda existencial. Claramente nosotros nos inclinábamos por esta segunda posición y el primer número de la revista en 2006 articuló toda la lectura sobre la llamada crisis del 2001 con afirmaciones políticas de corte emancipatorio, para atrevernos a repensar ese momento terminal de algunas ideas sociales o imaginarios que habían constituido Argentina hasta (vos lo ubicas claramente en) 1955 o (quizás nosotros en) 1976. Esa pregunta parece no estar presente en los debates actuales a veinte años del 19 y 20 del 2001; más bien parece estar afirmado el supuesto de que lo inaugural de 2001 es el kirchnerismo, a lo cual nosotros volvemos a leer de otra manera. Lo inaugural de las cacerolas, de lo que vos llamabas “movimientos de damnificados”, es el advenimiento posterior del macrismo y lo peligrosamente terminal es el imaginario de la resistencia popular de los motoqueros de SIMECA e HIJOS o del FRENAPO con la consulta popular.

AK: Ese es el punto. Porque cada vez que releí lo que habíamos dicho en esos días tanto de mi parte como de Nicolás, refiere a una crítica al apoyo popular democrático hacia la derecha. Lo que hoy llamamos macrismo tiene una genealogía muy prologada en la derecha argentina, pero su última aparición antes del triunfo de Cambiemos había tenido lugar en la segunda elección de Menem. Desde un punto de vista, nosotros seguíamos ese hilo de la crítica y leíamos que la crisis del 2001 fue instituyente de la derecha. Insisto, las expresiones políticas populares pueden hacer alianzas con los ahorristas, con otras clases; pero si habiendo pasado 2001 la pobreza continuaba y la gente seguía comiendo basura en la calle, si ese dato continúa como consecuencia imposible de corregir luego de una demanda por los ahorros, lo que sucedió no fue un frente popular. Fue una afirmación de una política que favoreció a ciertos sectores de la clase media que ya habían reelegido a Menem y que la coyuntura de la Alianza no le servía para continuar. En esa segunda elección de Menem se apoyó lo que después devino en la crisis. Se apoyaron las causas de la crisis, como fue una distribución regresiva de la riqueza en detrimento de mayorías o multitudes populares. Sobre esa base se constituye el macrismo, primero en la ciudad de Buenos Aires, y ahí hay que volver a observar Cromañón, el tema de Blumberg, una cantidad de fenómenos populares. Cambiemos es una derecha populista. Es una derecha con apoyo popular, no cae de Marte, no se constituye por los errores de la izquierda o de los sectores populares.

Hay un impulso creador del capitalismo que tiene capacidad de captación de masas. Ese era el tema que sosteníamos en nuestro debate. No fue un vaticinio, eso ya estaba ocurriendo. Lo que molesta, lo que crispa de esos debates, o del artículo de Nicolás sobre la clase media, es una gestualidad que se lee como “antipopular” –por eso el mote de “aristocrática”–, pero que, por el contrario, para nosotros era congruente con el interés por la resistencia popular que hubo durante todo el menemismo. Fueron múltiples las formas de creación popular antimenemistas, los movimientos sociales, piqueteros, sindicales, lo que sucedió en todo el país durante el menemismo coronaba también en 2001.

Hay una cosa que estaba latente en la entrevista de enero, que ahora se puede decir más claramente, y que no se está diciendo. Hablo sobre el significado del piquete. El piquete obrero no se hace contra la patronal –contra la patronal se hace la huelga–, el piquete obrero se hace contra los obreros que son cómplices de la patronal y que son carneros. Los esquiroles. El piquete es una medida de baja intensidad violenta, más bien disuasoria, frente a los compañeros y compañeras que no solo no adhieren a la huelga, sino que la sabotean con su presencia y son funcionales al patrón. Ese es el sentido del piquete obrero, y la aparición de los piquetes en los 90 en Argentina implica leer con rigor el fenómeno. Cuando los desocupados toman esa palabra, esa significación, hay que pensar con qué sentido. Y el sentido del piquete es contra los mas cercanos, no contra el poder. Porque mientras hay gente excluida, cancelada, hambreada, empujada a las situaciones más abyectas, hay otra parte de la sociedad que fluye por las calles sin ningún problema, hace su vida normal sin que les importe demasiado esos otros excluidos. Entonces, ¿qué hace el piquete? El piquete desocupado detiene ese flujo de quienes no se solidarizan porque siguen con su vida normal –lo puedo decir en primera persona, también: a los que seguimos con la vida normal nos detienen los piquetes de quienes no están haciendo una vida normal, están fuera de la vida. Eso es el piquete, y eso hizo el movimiento piquetero. Por eso es tan denostado, tan despreciado y tan maltratado. Entonces, pudo haber habido una alianza en teoría entre piqueteros y caceroleros, pero eso no ocurrió, no fue así; porque no se hizo lo que debería haberse hecho si hubiese habido tal alianza, que es comer en comunión. O sea, si los que pueden comer no comparten la comida con los que no pueden comer, ¿de qué tipo de alianza solidaria estamos hablando? Eso fue lo que logró el capitalismo en la Argentina, romper esa solidaridad. Entonces, cuando se decía “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, eso no era cierto. Puedo haber sido un deseo genuino, pudo haber ocurrido; pero efectivamente no sucedió.

KA: De la no existencia o de una verdadera alianza entre esos sectores hablan tanto Edgardo Depetri, que en ese momento era secretario de organización de la CTA, como Sebastián Giannetti, motoquero de SIMECA e integrante de HIJOS en aquel momento, con quien conversamos sobre las jornadas decembrinas. A los pocos meses, nadie articulaba sus acciones reivindicativas ni con los caídos en la plaza del 20 de diciembre ni con los sectores piqueteros y sus reclamos. Otro dato que también marcan tanto el compañero motoquero como Juan Grabois durante las entrevistas es que ninguno de los caídos el 20 de diciembre es un ahorrista: son en su mayoría compañeros de organizaciones, de partidos, agrupaciones, de células antipoder que deciden avanzar y enfrentar al estado de sitio. También hay esa superposición de intereses e imaginarios más complejos que la reducción a la categoría de pueblo, de clase, como bien marcaba Horacio González durante aquella polémica.

AK: Yo creo que ahora la reacción a nuestra posición crítica sobre los sectores medios urbanos en aquel momento es la reacción contra lo que afecta a una narrativa. Y, justamente, la crítica social es crítica de las narrativas, no complacencia con las narrativas. Esa formulación crítica que compartíamos con Nicolás era hacia las narrativas que contenían omisiones. Por ejemplo, uno puede respetar a un ahorrista a quien le sustrajeron su dinero. De hecho, la palabra damnificado, que yo usaba para diferenciarlos de los oprimidos –término que dejaba exclusivamente para las personas que no llegaban a comer, a pagar su pieza, a tomar un transporte sin mendigar– no los deslegitimaba: su reclamo era completamente legítimo como en cualquier país que se digne de un estado de derecho. Pero lo que queríamos marcar es que esa legitimidad era en un sentido distinto al del oprimido. El damnificado es aquel que puede manifestar su daño y ser indemnizado o reparado, porque se mantienen los términos dentro de una condición contractual. Tiene la posibilidad de litigar, de reclamar por el daño. Eso pasaba con los ahorros, pero la multitud con hambre no era damnificada. Es decir, ahorrar y permanecer dentro del circuito de la legalidad relativa que produjo el menemismo –lo cual implicaba consumos, viajes, convertibilidad, cuotas, etc.– fue todo a costa del hambre de otros sectores más populares. Esa diferencia para la crítica es un problema, no es algo que podíamos pasar por alto; pasarlo por alto es gravoso y está dentro de las condiciones de posibilidad de que el macrismo siga teniendo un 40% de votos en la Argentina. Porque ese es el voto que acompaña a Cambiemos en las elecciones, no es otra gente. En términos de figuras, el voto del macrismo tiene su origen en ese colectivo ahorrista. No estoy haciendo un análisis empírico, pero las cuentas no dan para no suponer que parte de esos sectores activos en el 19 y 20 terminaron votando a la derecha. Si no, ¿quién constituye ese cuarenta por ciento?

Otra vez, el capitalismo ha logrado una fuerte adhesión de sectores populares. Y no lo ha logrado porque es mejor o más persuasivo, ni por el uso de las redes sociales. Las verdaderas razones radican en que ha logrado responder a ciertos deseos, demandas, inquietudes e intereses que ya no tiene que ver con horizontes emancipatorios o de justicia social, como los que en ciertas etapas vertebró el peronismo.

Emilio Sadier: Y porque hay también un sistema de segmentación social en constante despliegue, donde existen capas que efectivamente se sienten beneficiadas –digo “se sienten” porque algunas veces son beneficiadas y otras no–, donde efectivamente hay un grado de interés puesto en juego. 2001 también mostró esa segmentación, incluso en la clase media: eso fue también lo que se expresó en algún vector organizado en algunas asambleas, en algún grado de solidaridad efectiva con las organizaciones de desocupados, aun con lo poco que duró. Pero ese es un tema a tener en cuenta, las crecientes segmentaciones al interior de los espacios sociales.

AK: Yo creo que la sociología política a veces puede ser encubridora si no se tienen varias precauciones. Lo diría de esta otra manera –y para parafrasear a Perón–: “populistas somos todos”. Porque el capitalismo es populista desde el momento en que busca la prosperidad de todo el mundo. La caución del capitalismo son los tiempos, porque, al ser meritocrático, entonces primero serán beneficiados tales o cuales sectores de la clase media y algún día el resto. Y ahí es donde está la trampa sacrificial del populismo capitalista. Vos ahora estas siendo beneficiado porque sos mejor y los perdedores lo serán algún día. Es una promesa que puede no verificarse nunca, pero que siempre está latente culturalmente. No es como en la edad media, que los pobres van a ser siempre pobres porque están predestinados por Dios, sino que ahora todos a la larga tendrán la gracia de recibir los frutos de la prosperidad, pero eso se organiza bajo la premisa de que los primeros que recibirán serán los mejores.

Contra el populismo capitalista, ¿el populismo peronista qué plantea? Que lo que se reciba debe ser para todos al mismo tiempo en la mayor medida posible. Es una pequeña diferencia, el peronismo no es revolucionario, pero su inmediatismo es justicialista. Para el peronismo no se puede esperar. En el peronismo no hay espera, es todo ahora, lo que se pueda pero ahora. El menemismo usó ese saber en un sentido liberal, cuya trampa era que su condición de posibilidad de recibir los frutos estaba basada en la exclusión de una mayoría de otros argentinos. Lo que llaman “la crisis del 2001” es una protesta por el fracaso relativo que había tenido ese plan para un determinado sector de la población al que le expropiaron los ahorros. Entonces hay un sentido que tiene la llamada crisis del 2001, que es haber instalado la sensibilidad colectiva que puede legitimar que una parte de la población esté excluida. Que eso se lo naturalizara, que se lo aceptara.

KA: Creo que parte de la discusión y de las complejidades de ese debate se centra en este fleje o clave de bóveda de una Argentina inaugural o terminal –que planteaban Nicolás y vos en términos más críticos, terminales, urgentes y fantasmales, y al cual Horacio González también hacía referencia como una invitación más flexible sobre las lecturas de la porosidad del acontecimiento multitudinario–, como también creo que tanto para los unos como para los otros esa convivencia superpuesta de ambas visiones era una operación teórico-política de la cual compartían objetivos políticos de base y sociales concretos. Al fin y al cabo, se estaba hablando del peronismo, lo hacían dos de las inteligencias más representativas del movimiento que habían sobrevivido a los 70, dos mentes y dos plumas que retomarían algunos de esos debates en lo que luego construyó Carta Abierta durante el kirchnerismo. Y si hay alguna duda sobre esa sociedad en el juego intelectual es cuando aparece en el debate o en el campo esa acusación de “aristocracia” por parte de González a la cual Nicolás responde recogiendo el guante y sosteniendo sin ninguna vergüenza una posición de elite peronista que jamás negó y en la cual también incluye a Horacio. Un gesto de amor digno del más puro compañerismo peronista. Dejando eso de lado, lo que sí quería marcar –porque fue y es uno de tus temas, y también lo fue para Nicolás– es que en la lectura de las clases medias de los pro-asambleístas de aquel momento y de esta crítica actual que los retoma perezosamente después de veinte años, no aparecen ni los medios de comunicación ni la publicidad como ejes de análisis, que tanto para vos como para Nicolás eran el pan de cada día en Confines. Ustedes dos, quizás más que otros incluso, en términos editoriales, manejaban esas variables como hacedoras de subjetividad massmedia y creo que era una distancia en la discusión que incluso hoy no queda ni dicha ni saldada.

ES: Es verdad, después de veinte años todo lo que dijeron en su momento respecto de lo mediático no solo se verifica, sino que se amplifica. Por ejemplo, los términos críticos en los que Nicolás hablaba del periodismo, que en ese momento referían quizás a algo tendencial y hoy remiten a una dinámica absolutamente dominante. Sin embargo, cuesta mucho que en la relectura de lo ocurrido alrededor de 2001 ese tipo de elementos acerca de lo mediático, de lo espectacular, aparezcan como herramientas conceptuales.

AK: Efectivamente, eso tiene que ver con la enorme dificultad que plantea el actual régimen de dominación para el cual los medios son un recurso fundamental de seducción. Porque cuenta con los medios como un productor de relevancia personal, lo cual es una cuestión decisiva cuando hablamos del campo intelectual o del pensamiento. Y efectivamente era un tema muy importante para nosotros en Confines. Lo más irritante en ese sentido, un tema que trabajábamos con Nicolás –y que lo hemos sostenido en el tiempo, con los matices propios de cada uno– era que las jornadas de 19 y 20 de diciembre a los medios de comunicación argentinos les resultaban totalmente funcionales. Los medios participaron de esas jornadas. TN orientaba las movilizaciones callejeras, las alentaba. Las trasmitía, las informaba, y en esa acción las formateaba. De eso dábamos cuenta nosotros. Las noticias diarias servían de mapa, porque no había en ese momento internet ni celulares como ahora. Por algo después compraron Waze Argentina, porque tienen un gran interés en el control de las calles. Ya aparecía un control mediático de las calles que hoy se comprueba a través de distinto recursos como las redes sociales, la televisión, el uso de las pantallas. Si bien yo no tengo el registro de todas las ciudades del mundo, en las ciudades que he conocido no he visto la cantidad de pantallas que verificamos acá: las pantallas en los bares, en las clínicas, en las estaciones continuamente encendidas en un mismo canal y criticando un gobierno. Claro que es un dato; un dato que ya existía en 2001, que ocurría. A TN le resultaba funcional lo destituyente de esas jornadas, que cambien los presidentes, ya que a ellos no les pasaba nada.

Y lamentablemente, es cierto, ese dato es muy difícil de procesar en las lecturas de muchos sectores compañeros. Es difícil de pensar, porque no siempre era así: en otras épocas, la prensa encubría u ocultaba una insurrección popular, en cambio ahora, en determinadas circunstancias, lo que parece ser una insurrección popular, o en parte lo es, resulta muy funcional a los medios. Ese un problema nuevo en la historia de las ideas que tiene que ser pensado. Hay un conflicto ahí, donde los que deberían estar perjudicados por una “insurrección popular”, porque son el poder más real del país, la alienten y la conduzcan saliendo completamente impunes de cualquier crítica (para que no se confunda: digo “la conduzcan” en el sentido cartográfico, no el sentido de un liderazgo político). Ese giro de poder “mostrar por donde van las cosas” es una cuestión bien compleja y que demandaría realmente un debate. Porque si los medios te llaman para que digas algo o podés poner lo que pensás en las redes, parece que no hubiera nada más que discutir. Estamos ante un problema importante, porque lo que determina es que las iniciativas emancipadoras o populares forman parte de un mensaje mediático más, una mercancía más, un objeto más de intercambio, y a partir de ahí se neutralizan. Eso en el fenómeno 2001 ocurrió todo el tiempo.

De hecho, fíjense que lo que no les convenía no está en nuestras mentes de un modo predominante. Hay dos imágenes que no las recuperamos, a veinte años, en la relectura del acontecimiento, y eso nos tiene que llamar profundamente la atención. La primera es la de las familias comiendo de la basura todas las noches durante meses en las calles de Buenos Aires: esa imagen no está. Y la otra imagen que tampoco está es la de los ahorristas durante semanas y semanas haciendo orfebrería sobre las empalizadas metálicas de los bancos. Fueron paredes de chapa que habían puesto y que resonaban todo el tiempo en el microcentro, de alguna manera era como que ofrecieran una interfaz de conversación de bajo nivel de violencia entre los bancos y la multitud que iban todos los días durante horas a golpear. ¿Dónde están esas imágenes? ¿Por qué esas imágenes no reaparecen ni en la narrativa ni en la iconografía? Yo creo que esas imágenes son la verdad de “piquete y cacerola”: por un lado, la clase media reclamando sus ahorros; por otro, la gente hambreada. Se entiende que ambas imágenes son ingratas, porque no son congruentes con la narrativa. Tendríamos que poder linkear esto que estoy diciendo con la reciente visita a Buenos Aires de uno de los creadores de la criptomoneda Ethereum –invitado por el macrismo– explicándonos como hay una reciente revolución popular capitalista a través de las cripto que promoverán una descentralización anárquica de la vida social y se va a poder invertir sin ningún control del Estado y todos nos vamos a volver ricos. Ese personaje que nos visitó, Vitálik Buterin, que es un genio de las matemáticas y, al mismo tiempo, un representante de la idiocia social absoluta, debería hacernos pensar en que, tanto como el anarquismo emancipatorio del siglo XIX confiaba en la bondad humana, el anarquismo capitalista del siglo XXI no necesita confiar en la bondad humana porque no necesita directamente lo humano.

Lo que la emancipación anarquista ponía en el alma, este anarcocapitalismo lo pone en el cálculo. Cosa que no es nueva, lo que sí es nuevo es las tecnologías con que lo hace. Quiero decir, ya pasaba en el siglo XIX creer en el positivismo, en la máquina en el cálculo; el tema es que ahora el cálculo lo hacen unos dispositivos sin intervención humana, y esos dispositivos son los que validan las operaciones que producen valor. Valorizan porque validan. Esa es una situación grave. Entonces, pensar las jornadas aquellas de 2001 en este diciembre de 2021 debería poder dejarse atravesar por el momento del presente. Es decir, cómo podemos leer estos veinte años hoy.

Hay otra cosa que decir decisiva en esta conversación. Claro que el kirchnerismo no es hijo del 2001. El kirchnerismo es haber sobrevivido a los 70. Por eso La Cámpora se llama La Cámpora. Porque remite al gran momento del año 73 donde hubo un gobierno democrático popular revolucionario que había sido parido por una resistencia peronista sin precedentes. Tenemos que decir también que, aparte de que hubo una enorme derrota, una tremenda derrota genocida de por medio, la derecha tuvo éxito porque instaló el neoliberalismo y no lo tuvo porque políticamente no logró exterminar por completo al peronismo. En ese sentido digo que el kirchnerismo es la intervención en la historia argentina de los que sobrevivimos a ese genocidio. Por eso es muy penoso que nuevas generaciones hayan borrado la marca de ese genocidio en la lectura hacia el interior y hacia afuera del movimiento popular. Tan penoso como comprensible también, porque forma parte de lo traumático: no hay algo que reprochar a la clase media, ni al que decide olvidar, ni a las veces que somos funcionales a esas catástrofes. El exterminio produce ese tipo de efectos, donde el que sobrevivió, aparte de lo culposo que es haber sobrevivido, tampoco obtiene ningún otro reconocimiento al intentar recuperar aquellos valores emancipatorios. Eso es lo triste de algunas discusiones del presente.