Vuelve el público a las canchas, y atrás quedarán los días de una performance involuntaria: la del potrero. Durante todo el tiempo en que los partidos debieron verse por televisión, accedimos a un territorio invadido por sonidos de una infancia barrial.
Hace algunas semanas veía un partido por la tele. Nada del otro mundo: jugadas fallidas, pases erróneos, alguna gambeta, pelotazos largos, fouls de diverso calibre y ciertos momentos felices, no muchos, cuando a tu equipo le sale algo bien.
Fijé mi atención, sin embargo, en algo que se me venía escapando: los gritos de jugadores y técnicos tenían un eco inusual. Parecido, pensé después, al modo en que suenan las voces en un departamento vacío o próximo a desocuparse. La ausencia de muebles y objetos modifica la acústica, y todo resuena diferente.
En el caso del fútbol, todo se oye como si estuviesen jugando en el campito de la esquina. El potrero, en fin, el mitificado y mil veces citado potrero, el manoseado potrero, el retórico potrero. El lugar donde se juega al fútbol por placer, por amor al juego, porque sí. El lugar donde se juega a la pelota.
De modo que el fútbol pandémico que vimos por TV, al carecer de un público masivo que grita, exhorta, insulta y etcétera, se acerca bastante a lo que era este deporte antes de ser absorbido por la industria del entretenimiento –ya que no “deportiva”.
¿Necesita público el fútbol profesional? La pregunta puede sonar boba o desubicada. Digamos que sí, que la práctica profesional se edifica a partir de un público masivo que mueve una enorme red de resortes económicos y genera fortunas. Pero el fútbol real, verdadero, es el que estuvimos viendo por la tele con las tribunas vacías, los gritos del número 2, el ruido de las fricciones entre los cuerpos y los reclamos al árbitro, cuyos pitazos oír se dejan a respetable distancia.
La ausencia de público, local o visitante, pienso, sustrae un actor imaginario en la contienda entre dos equipos. Por mucho que el hincha quiera sentirse protagonista del partido, el asunto se dirime once contra once en el césped y no en las tribunas, donde se juega solo una batalla simbólica.
Fue la acústica derivada de las tribunas vacías lo que nos permitió escuchar las cosas que dijo el arquero argentino Emiliano Martínez a los ejecutores de penales brasileros en la Copa América. ¿Quiénes son los pavotes que lo trataron de “psicópata”? No lo es, o al menos no interesa como caso clínico, no viene al caso. Es un tipo que entendió que, en semifinales, un penal se ataja hablando. Fair play, la chota. Y esto vale para la política.
Digamos, de paso –o no tanto–, que por lo mismo que ahora se elogia al Dibu, el Estudiantes de Zubeldía fue denostado y demonizado. “Antifútbol”, dijo el periodismo porteño y miles de imbéciles lo repitieron y lo siguen repitiendo.
Pero lo que el periodismo soretesco llamaba “antifútbol” era fútbol revolucionario con vocación de poder. Y el poder no se disputa con buenos modales, o con aquello que es “bueno” para, por ejemplo, Mirtha Legrand.
La saraza que aun domina ciertos análisis suele evocar con un lirismo digno de mejor causa a la Naranja Mecánica de Holanda 74. Ponen como ejemplo de fútbol brillante al equipo comandado por Johan Cruyff. Y están en lo cierto, pero omiten una parte. Quienes recordamos ese 0-4 con que los naranjas nos empomaron en el mundial de Alemania, tenemos muy presente la sucesión de fouls tácticos con que los holandeses cortaron todo el tiempo el juego y la forma en que talaron los pies rivales cuando hizo falta. La pelota nunca duró más de diez segundos en los pies argentinos, ya que todo el equipo naranja peleaba por la recuperación del balón, se multiplicaba en defensa y en ataque. Y nosotros, que fuimos con “la nuestra”, nos comimos cuatro.
“Fútbol total” llamó la prensa a Holanda del 74. Pero he aquí lo que dijo Rinus Michels, DT de los naranjas: “Lo que ustedes llaman ‘fútbol total’ lo inventó Osvaldo Zubeldía en Estudiantes de La Plata”.
Bien: me fui al carajo. Este texto comenzó como una reflexión estético-filosófica sobre el auténtico potrero que se percibió desde la tele durante la pandemia futbolera, y termina en el área chica del fútbol y la política.
17 de octubre, Día de la lealtad. 16 de octubre, Día de la Pinchedad. Y que los eunucos bufen.