“Mi razonamiento quiere ser fiel a la evidencia que lo ha invitado. Esta evidencia es lo absurdo. Es el divorcio entre el espíritu que desea y el mundo que decepciona, mi nostalgia de unidad, el universo disperso y la contradicción que los ata.”
Albert Camus

Desde ese absurdo, con sus mil caras asomadas en nuestros siglos de patria y vida emergió el peronismo, encarnado la rebelión humana y metafísica, para saberse cuerpo encarnado por los sufrimientos de los más humildes, de los excluidos, de los invisibilizados. Y desde ahí devino en ese cuerpo social depositario de luchas individuales que, en un nuevo orden social, se plasmó en órgano e instrumento de lucha colectiva.

Es el asidero de una voluntad indeclinable frente a la estigmatización y la exclusión, es el desenfreno hacia una nueva humanidad que construye su identidad de mito y realidad, identidad de pueblo.

Es el sondeo de las razones últimas, y de las causas primeras, para de allí embanderarse en las raíces profundas del ser, donde fundamentar su rebelión imperecedera.

Es la individualización del absurdo que escatima el destino del hombre como sujeto transformador y constructor de su sino; es la ruptura de los paradigmas de una sociedad que aún hoy, en sectores minúsculos, se aferra a escalas sociales en las que siempre reserva los estratos inferiores para el que trabaja, para el que quiere estudiar, para el que desde aquel 17 conoce un solo concepto de dignidad.

Es la misma actitud de aquellas masas que eligieron su conductor, la que aún moviliza; es la misma actitud, que denostan los que viven del privilegio, que creen dormida, la que en este 17 les dirá que no a esos absurdos mediatizados que esconden el peor rostro de la condena.

Frente a los “terraplaneros”, un mundo más justo; frente a los “antipopulistas”, una patria de iguales; frente a los reivindicadores de dictaduras, el “nunca más”; frente a las corporaciones, nuestra impronta productiva; frente a los “odiadores seriales”, el amor por los más humildes; frente a los especuladores, el sincretismo de quienes queremos una patria sin grieta; frente a los que se esconden en la “meritocracia”, el trabajo como vértice de un país distinto; frente a los defensores de un orden mundial que se ha quebrado para siempre, el proyecto de la Patria Grande de nuestra Latinoamérica.

Ahí reside la diferencia, ahí la clave del por qué estamos en lugares distintos, no como observadores, sino como protagonistas. Y, desde ese lugar, la búsqueda de lo trascendente, el escudriñar este mundo que debe darnos respuestas, porque es en el que queremos criar a nuestros hijos, dejarles un legado, vivir junto a nuestros amigos, abrazarnos con nuestros compañeros, poner en juego nuestra convicción hasta obtener nuestros anhelos.

Lo demás es puro cuento, el resto son los residuos de quienes solo entienden de división, de aquellos con vocación de bastardear todo lo que huela a pueblo, son los desperdicios de personas ciegas por un rencor que ni ellas mismas saben de dónde lo traen: basta escucharlos y, en ese mismo acto, darse cuenta que ni en un esfuerzo superior sintetizan la fuerza de una consigna que tenga que ver con lo nuestro.

Seguramente no serán las calles de otros tiempos, en los que las inundábamos de pueblo, pero aun así lo saben, lo perciben, sus caras y sus gritos nos muestran los síntomas: habrá pueblo, si no en las calles, en el ambiente. Algo se está movilizando una vez más como aquel 17.