El zapping por canales o portadas de diarios hegemónicos en España nos muestra a Juan Carlos I como perseguido en un país donde millones han sido fusilados, encarcelados y exiliados sin recibir ni un gramo de justicia. El ciudadano borbón transita otra vereda, la de los impunes, forma parte de la camarilla de los advenedizos.

La protección que los grandes medios brindan al rey emérito los convierte en simples voceros de la Casa Real. Lejos de brindar información certera sobre los graves delitos en los que habría incurrido el exsoberano, titulan victimizándolo: “Don Juan Carlos se marcha de España”, “deja España para no dañar el reinado de su hijo”. Incluso se han atrevido a hablar de exilio, en un intento insultante de refundar una palabra que el pueblo español conoce bien.

Exilio es el que padeció el poeta Antonio Machado, quien murió el 22 de febrero de 1939, enfermo y pobre, en la cama de un hotelito de Colliure, Francia. Juan Carlos no parte al destierro, se fuga acorralado por escándalos de corrupción de todo pelaje y color: cohecho, fraude fiscal, blanqueo de capitales, dinero sucio en paraísos fiscales y sigue la lista. No se marcha a un campo de refugiados, sino a algún palacio en un destino afrodisíaco.

Esto de escapar es algo que parece genético en los borbones. No importa el siglo. Puede ser en el XVIII, en el XIX o en el XX.

En septiembre de 1868, Isabel II huyó de España tras el triunfo de la Revolución Gloriosa, que marcó el inicio del sexenio democrático y la posterior proclamación por las Cortes de la efímera Primera República Española en 1873. A fines de 1874, un levantamiento militar restauró a la monarquía borbónica en el poder.

En abril de 1931, Alfonso XIII se evadió de España tras haber perdido las elecciones que permitieron el advenimiento de la Segunda República. Cinco años después, las fuerzas armadas con Francisco Franco a la cabeza, en alianza con la Alemania nazi, la Italia fascista y el Portugal corporativo, atacaron al gobierno legítimo español, que fue derrocado el 1 de abril de 1939. A ocho años del golpe, Franco restauró la monarquía y en 1969 eligió a Juan Carlos como su sucesor a título de Rey.

El protegido del dictador, algo más de 50 años después de ese nombramiento, se escapó del país sin que la justicia interpusiera prohibición alguna para evitarlo. Abandonó España hace una semana y aún no se sabe su paradero. La Casa Real se niega a informar.

En diálogo con SANGRRE, Laura Puga, integrante de la Agrupación Federico García Lorca, que agrupa a descendientes de españoles represaliados por el franquismo, afirma que “la fuga de Juan Carlos I está causando un escándalo que los partidarios de la monarquía pueden aprovechar para legitimarla. Ellos banalizan la corrupción y en contraposición legitiman la corona en manos de Felipe VI. Esto es peligroso, a mi entender hay que desarticularlo rápidamente”. Y amplia: “Si vamos a hablar de corrupción, hablemos de ella profundamente, pero tenemos que entender que una monarquía es por sus condiciones de existencia un campo propicio para la corrupción”.

Puga califica a la monarquía como una “pequeña elite de nobleza” que existe “merced a la asignación de dietas obscenas, el perdón de los pecados antes de cometerlos y a privilegios que solo pueden heredarse, es definitivamente la máxima expresión europea de una burocracia antidemocrática, excluyente y medieval”. Y enfatiza: “¿A quién le extraña que sea corrupta? ¿Acaso no disponen de todas las herramientas necesarias para corromper a quien ocupa esos cargos tan arbitrarios y desiguales? Lo que hay que discutir es de qué manera y cuando terminar con la monarquía”.

Laura Puga es nieta de Manuel Vázquez Moro, del Partido Izquierda Republicana. Se desempeñó como Gobernador Civil de Santa Cruz de Tenerife entre el 14 de marzo de 1936 y su destitución el 18 de julio. Los golpistas le “armaron” dos consejos de guerra. Como en el primero no obtuvieron la pena máxima, hicieron una segunda parodia, en la que fue condenado a la pena de muerte. Lo ejecutaron el 13 de octubre de 1936.

Borbón franquista

El problema no es solo el monumental escándalo de corrupción que envuelve a la Corona. La monarquía siempre fue impuesta por la fuerza. Por eso, la biografía tóxica de la Casa Real (al igual que el vergonzoso comunicado sobre la fuga) encubre los espesos vínculos entre Franco y Juan Carlos I, es decir, entre la dictadura y la monarquía.

Juan de Borbón, conde de Barcelona, hijo de Alfonso XIII y padre de Juan Carlos I, ingresó el 1 de agosto de 1936 a España para unirse al golpe contra la Segunda República. Sin embargo, Franco ordenó su salida del país ya que necesitaba al heredero a salvo. A fines de ese año le escribió una carta a Franco en la que afirmaba: “Comprendo y respeto las razones que entonces movieron a las autoridades a impedir mi incorporación a las tropas. (…) Con mis votos más fervientes por que Dios le ayude en la noble empresa de salvar a España”. Con la caída de Madrid en 1939, le envió una nueva misiva: “Uno mi voz nuevamente a la de tantos españoles para felicitar entusiasta y emocionadamente a V. E. por la liberación de la capital de España. La sangre generosa derramada por su mejor juventud será prenda segura del glorioso porvenir de España, Una, Grande y Libre. ¡Arriba España!”.

Se volvieron a ver las caras el 25 de agosto de 1948 en el golfo de Vizcaya a bordo del buque Azor. Parlamentaron durante tres horas. Sin testigos. El conde de Barcelona acordó con el Generalísimo que su hijo, que entonces tenía nueve años, estudiaría en España bajo la supervisión del propio Franco. Quien relató en su diario ese encuentro fue José María Gil-Robles, líder de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que recibió del propio Juan de Borbón los pormenores del encuentro que se desarrolló sobre aguas vascas. El 8 de noviembre de 1948 el niño Juan Carlos arribó a España.

Tras finalizar el bachillerato, y por consejo de Franco, Juan Carlos estudiaría en la Academia General Militar de Zaragoza, en la Escuela Naval Militar de Marín y en la Academia General del Ejército del Aire de San Javier, entre 1955 y 1959. Diez años después Franco lo designaría oficialmente como su sucesor y Príncipe de España. El delfín juraría fidelidad a los principios y leyes fundamentales del Movimiento Nacional. Ese mismo 1969, en declaraciones a la televisión suiza y en perfecto francés declararía: “El general Franco es verdaderamente una figura decisiva, histórica y políticamente, para España. Supo resolver nuestra crisis de 1936. Para mí, es un ejemplo vivo, por su dedicación patriótica diaria al servicio de España. Le tengo un gran afecto y una gran admiración”.

El 18 de julio de 1974, Juan Carlos sustituye al dictador en la celebración del aniversario del golpe de 1936. Al día siguiente es designado por primera vez Jefe del Estado interino por los problemas de salud del dictador.

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El entonces Príncipe Juan Carlos y el dictador Francisco Franco

Las últimas ejecuciones del franquismo se produjeron el 27 de septiembre de 1975, con el dictador ya en su lecho de muerte. Una ola de condena mundial azuzó al régimen. La respuesta fue un acto oficial para mostrar músculo. El 1 de octubre de 1975, Juan Carlos I apareció codo a codo con Franco para reivindicar el fusilamiento de los cinco militantes antifascistas. “Os pido que preservéis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado”, dijo el dictador.

Tras la muerte de Franco, en noviembre de ese año, Juan Carlos I reafirma su corpus franquista: “Juro por Dios y los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las leyes fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios del Movimiento Nacional. Una figura excepcional entra en la historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea”.

Tercera República  

La Agrupación Federico García Lorca difundió un editorial en el que exige un referéndum vinculante para que la ciudadanía española pueda votar por el sistema de gobierno en el que quiere vivir: Monarquía o República.

La Lorca, con un fuerte basamento en la Argentina, es un movimiento político que marca su territorio de militancia de acuerdo a parámetros identitarios, referenciado por las raíces, por el legado cultural que padres, madres, abuelas y abuelos españoles republicanos transfirieron como vínculo y factor congregante.

El editorial denuncia que “en la España que no juzga los crímenes del franquismo, la fuga del ciudadano borbón es un mojón más de impunidad en la que está sumido el país desde el 17 de julio de 1936”. Asevera que “el comportamiento corrupto de la corona, con la complicidad de Felipe VI, muestra que la monarquía es una entidad vetusta que debe ser desterrada”.

La Lorca cuestiona a los grupos de poder: “¿No les avergüenza proteger a quien cobró un soborno de 100 millones de dólares procedentes del rey de Arabia Saudí para la construcción de un tren de Medina a La Meca? ¿No les ofende que ese dinero no se haya declarado al fisco y que esas operaciones se hayan realizado con un testaferro desde el propio palacio de la Zarzuela? ¿No les hierve la sangre que Felipe VI, actual rey de España, y sus hermanas figuren como beneficiarios de esos dineros sucios? ¿Y qué el Reino de Omán le haya regalado a Juan Carlos una vivienda en Londres, valuada en 62 millones de euros?”.

Estos acontecimientos desenmascararon las complicidades entre las elites judiciales, políticas y mediáticas para blindar a la monarquía. La impunidad reinante en el sistema político es consecuencia de un pacto espurio para no condenar los crímenes de lesa humanidad del golpe y la dictadura franquista. El régimen del 78 parió una democracia mutilada, funcional a la continuidad monárquica.

Este último suceso confirma la necesidad de refundar el sistema político en España. Como concluye el editorial de La Lorca: “Vamos por la Tercera República”.