28 de abril 2020

Amigos queridos, cómo están,

Vuelvo a las palabras después de varios días, rodeada de reflexiones sobre las repuestas sensibles a los mercados administradores de la vida en todo orden. Lecturas sobre las consecuencias del engorde de lo privado, el agotamiento de lo público, pero, a la vez, donde la cuestión de la renovación recurrente de la vida política no deja de aparecer. Al menos eso. Y es un montón. Concretamente, escucho por un ahí que estamos ante una crisis donde políticas eficaces y progresistas que fueron útiles en otros contextos hoy son sumamente insuficientes. Mientras, continúan por allá las críticas de los que, desde la “autonomía” del orden político, vulcanizan la singularidad con la que la historia definió a sus sujetos sociales. Igual, la historia persiste, abierta y conflictiva.

Quizá es una sobrevaloración mía. Este tiempo de encierro hace difícil saber la veracidad de cualquier registro. Pero parece que los momentos donde los pisos tiemblan permiten que la sociedad intente una fuga hacia delante. La actualidad devuelve a la comunidad la pregunta sobre cómo regular sus fantasmas, sus mitos flotantes, despedazados. Y la escena que siempre sobrevive, que habla sobre la condición trágica de lo común, vuelve, tal vez habilitando discusiones sobre qué es el poder, qué es lo democrático, qué es lo popular, la política, lo nacional, el racismo. ¿Les suena? Claro, como en otros momentos de nuestro pensar juntos, cuando es el entramado mismo de la comunidad lo que se vuelve inquietud, comprensión, sensibilidad, hay un orden político que puede desplegarse y la discusión se hace permeable en el devenir concreto y material.

Retomamos preguntas de hace algunas décadas, cuando las nuevas condiciones de reproducción del capital nos plantearon interrogantes sobre la precariedad como condición de constitución subjetiva y las políticas posibles para las nuevas formas de desamparo. La renta universal, el cuidado, la reducción de las horas de trabajo… ahora todo con la carga diferencial del estado de urgencia que lo vuelve audible. A mí me tienta pensar que lo sustancial del peronismo está en la decisión política de acompañar esa fuga hacia adelante. Como experiencia que nació portadora de la pregunta sobre el piso ético de una comunidad, como disputa sobre esa comprensión y el desafío de construir una sensibilidad que pueda sostenerla. Como dijo Kari, cada uno entró a la pandemia con lo que traía puesto; las sociedades también. Estados Unidos ajusta su contracción económica mediante despidos masivos, mientras Argentina procura los modos de continuidad de la capacidad de reproducción de su sociedad sentando a la mesa a dirigentes políticos, sociales, empresariales, gremiales, y poniendo en marcha políticas públicas sobre salarios y asignaciones, condiciones sanitarias y políticas del cuidado. Gobernar es proveer a los pueblos de buenas condiciones materiales de vida, tener la capacidad de desarrollar en los hechos la escena del conflicto humano y de accionar sus proyectos, pero no solo en lo económico y lo político, también en lo cultural y lo intelectual.

Vuelvo el peronismo y a la decisión de acompañar esa fuga. Y pienso en las gramáticas políticas que se despliegan sobre capas acumuladas de figuraciones, voces, en fin, formas de hacer política nacional. Parece que la cuestión es qué democracia para modos de vida tan distintos frente al mercado paralizado. En ese juego, el peronismo se expande si recoge no solo las preguntas, sino también las regulaciones que están en la sociedad y que hacen a la cuestión nacional y a la representación de lo popular democrático. Sí, el piso para la justicia social. Eso me alivia.

La capilaridad del Estado que necesita hoy el gobierno de Alberto requiere de un armado institucional social que incluye a intendentes, organizaciones sociales, religiosos de base. En un mundo pospolítico, la experiencia particular de este Estado será su capacidad, en ese entramado, de redemocratizar intereses desde nuevos códigos. Se equivocan quienes hablan de las “formas” de Alberto como disruptivas de la genealogía peronista, creo que olvidan la contribución del peronismo a la pregunta por las formas de la democracia. ¿Bajo qué instancias se puede desarrollar lo público si no es ampliando las formas institucionales para albergar lo contingente?

Seguramente será la modulación opuesta a lo que hace la derecha cuando juega a la “construcción de consensos” y plasma de base una exclusión. Lo que acontece ahí, así de arcaico, así de anterior, tan basado en el odio hacia el otro, es lo ex pulsante, lo pre político. Serán necesarios en cambio los retazos, marcas nuevas y viejas donde no se disuelve la idea de comunidad que continúa en imaginarios y mentalidades. El mundo de expectativas que despierta una experiencia política popular se produce porque puede hacer pie y, a su vez, ser continuidad de apertura, sobre la historia de una conciencia popular que, en momentos de tanta zozobra, quizá pueda volverse innegociable.

La seguimos. Los extraño, siempre.

Lucía

 

1 de mayo

Amigos de Sangrre,

Me llega carta de Lucía. Subrayo esta frase: “Retomamos preguntas de hace algunas décadas, cuando las nuevas condiciones de reproducción del capital nos plantearon interrogantes sobre la precariedad como condición de constitución subjetiva y las políticas posibles para las nuevas formas de desamparo”.

Esta reflexión, en tiempos de coronavirus y a punto de llegar al primero de mayo, recobra una dimensión más perturbadora. Esa perturbación está en nuestras cartas. Entramos con lo puesto a la pandemia (Karina dixit) y pensamos (nos prometieron) que la interconexión planetaria, la presencia cotidiana de la tecnología, el uso de la Internet, nos harían la cosa más llevadera. Pero no. Ahora, resulta que el mundo interconectado es el terreno de la indiferencia absoluta, del sálvese quien pueda. Primero los poderosos y el resto al furgón.

Justo hoy. Primero de Mayo. Día Internacional de los Trabajadores. Sin marchas. Sin calles. Ni banderas. Ni abrazos. Bueno, eso que dice magistralmente Lucía: “las nuevas formas de desamparo” que trae una pandemia a escala global. En 2019 parecía que revueltas populares desestabilizaban a los poderes de turno en sitios tan disimiles como Chile, Líbano, Francia o Hong Kong. El 2020 el poder es el del virus que restringe las formas más elementales de expresión humana.

El desamparo está también en la perversidad de los que lucran. Ejemplo: el lucro, además sazonado con perversidad, del Grupo Clarín. Anuncia que pagará los sueldos de abril de sus empleados en dos cuotas a pesar de que, desde que empezó la cuarentena, la acción de una sola de sus empresas, Cablevisión, subió de 228,50 a 405 pesos. En el mismo momento, el Grupo inició una campaña infame de falsas noticias sobre la liberación de presos por el Covid-19. Como ese titular de TN: “Salió de la cárcel por el coronavirus, fue a su casa y mató a su hija de nueve años”. Siempre el problema de todo es la letra chica. El suceso policial ocurrió en Turquía. Ya vemos, el periodismo de guerra no fue una etapa, fue una elección empresarial. Una elección de clase.

Ya transcurrieron veinte años del siglo XXI y seguimos a oscuras. O, al menos, tanteando los objetos delante de nosotros.

El banco desahucia a una familia en Oklahoma. Desesperados, recorren dos mil quinientos kilómetros hasta California para trabajar en la cosecha. Son mal recibidos. Maltratados. Insultados. Los locales no quieren foráneos. Los locales no quieren que los extranjeros les saquen el trabajo. Las esperanzas se desvanecen. “Imagínate que tú ofreces un empleo y solo hay un tipo que quiera trabajar. Tienes que pagarle lo que pida. Pero imagina que haya cien hombres interesados en el empleo; que tengan hijos y estén hambrientos. Que por diez miserables centavos se pueda comprar una caja de avena para los niños. Imagínate que con cinco centavos, al menos, se pueda comprar algo para los críos. Y tienes cien hombres. Ofréceles cinco centavos y se matarán unos a otros por el trabajo”. Este pasaje es de Las uvas de la ira, de John Steinbeck, publicada en 1939, y retrata la desdicha de los peones de campo tras la Gran Depresión de 1929 en los Estados Unidos.

Me lo puedo imaginar a Paolo Rocca o a Héctor Magnetto diciendo eso. Seguramente no saldría de su boca públicamente, para eso tiene a sus periopautas y al cotolengo macrista haciendo el trabajo sucio.

En el mismo tono de miserabilidad, el neofranquismo –es decir, el Partido Popular y VOX más su periodismo monárquico– esparce sus falsas noticias (allá le llaman “bulos”) con más virulencia que el propio coronavirus. A tal nivel de indecencia que el vicepresidente de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias, les dijo en una sesión en el Congreso: “Los falsos patriotas de grandes apellidos que quieren socavar lo público para beneficiar a unos pocos son contrarios a España. No tienen más patria que su dinero. Ustedes ni siquiera son fascistas, son simplemente parásitos”. El presidente Pedro Sánchez dijo al siguiente en una conferencia de prensa que “habría que reformar la Constitución para blindar a la salud pública”. Pero la ultraderecha española quiere volver a la Edad Media y esto también pasa en lugares tan disímiles como Brasil, Estados Unidos, Polonia o España.

Parecía que en el mundo posterior a 1945 el acuerdo era fascismo nunca más. Pero a veces me parece que Hitler ganó la guerra, como en cierta manera lo cuenta Phillip Roth en su distópico pasado de La conjura contra Estados Unidos. Las derechas envalentonadas quieren volver a subir los retratos de Mussolini, Hitler y Franco.

Mientras escribo siempre recuerdo que es Primero de Mayo. Y fue en 1936 en España el último desfile de las masas obreras bajo el signo de la República. Luego, dictadura y democracia pactada. Fascismo y monarquía. La elocuencia del daño: la persistencia de la corona en pleno siglo XXI.

En mayo, también, los anarquistas españoles realizaron su congreso anual en Zaragoza. Ese Congreso de la CNT-FAI dejó un documento que hoy sigue siendo maravillosamente provocador: “El Comunismo Libertario proclama el amor libre, sin más regulación que la voluntad del hombre y la mujer”.

Hoy solo voy a pensar en un Primero de Mayo anarquista y en pisar las calles nuevamente.

Mariano