“…como el agua, entramos y
no entramos en los mismos ríos:
somos y no somos.”
Diógenes Laercio, que profesaba Heráclito
Desde luego no contó Heráclito con las mieles del conocimiento popular y secular de Sócrates, de Platón y de otros griegos, tal vez porque fue el destructor de aquel “edificio” que había servido a sus contemporáneos para explicar los primeros atisbos filosóficos y transformarlo en flujo material y espiritual de aquellos (y estos) tiempos.
Muchos relativizaron el descubrimiento consciente de nuestra inestabilidad, entre ellos Karl Popper, que dijo: “Difícilmente pueda sobreestimarse la grandeza de este descubrimiento, que ha sido calificado de aterrador y cuyo efecto se ha comparado con el de un terremoto en el cual… todo parece oscilar”. Ni aún en el peor de los sueños, ni en el paroxismo de su “razón”, Popper se representó la dimensión fáctica de esta tragedia que nos interpela y nos desafía.
Mito, profecía, determinismo, accidente, destino o razón, en cualquiera de estos escenarios asistimos a la misma obra trágica, “la pandemia”. No es un mero anuncio; se está representando en acto, en este mismo instante –aún a estas horas de la noche, mientras escribo, me indigno, angustio; mientras intento entender algo de esto–, y en el “clímax” de directores aturdidos, que buscan encontrar lo que a sabiendas transigieron con lo superfluo, lo banal, con lo certero de lo incierto de vacíos paradigmas, se arrincona tras el telón que ha caído, como esos mismos paradigmas vacíos.
Se escucha repetir como un latiguillo: “hay que seguir”. ¿Hacia dónde? ¿Hacia un nuevo abismo? O, como lo afirmó Popper… si queremos seguir siendo humanos, entonces habrá un camino, el de la sociedad abierta.
Debemos proseguir hacia lo desconocido, lo incierto y lo inestable sirviéndonos de la razón de que podemos disponer, para procurarnos la seguridad y la libertad que aspiramos. Somos observadores: desde un historicismo, desde una visión crítica o un positivismo, cada quien puede elegir o proponer otros motivos, lo cierto es que todos asistimos a lo mismo. Estados estigmatizados, inexistentes, vaciados o inexistentes en pos de sociedades abiertas y nosotros con la “ñata” frente al vidrio.
Nada será lo mismo; tampoco nosotros seremos y deberemos ser los mismos, tampoco el mundo será este mundo que deviene y resulta imprescindible pararlo, o hacerle una zancadilla y hacerlo más nuestro, con más sueños, menos material, menos científico, más “platónico”, definitivamente inclusivo.
Recrear una nueva “República”, investirnos de Salieri, del viejo maestro que quiso detenerlo a través de “su idea”, con otros dioses, más humanos, alejados del carácter hereditario, de la razón de los iluminados, de positivismos clásicos o alterados, buscar fuera de este fluir indiscriminado, sondear en ideas y apropiárnoslas para que se embeban de nuestra impronta.
Desafiar las reglas de sociedades perimidas, que se enrojecen frente a tanta desidia, que les costará asumir lo que es parte de nuestra esencia; ningún nuevo padre, ningún nuevo guía, solo un “Estado” que se está alumbrando desde este lejano vértice de un mundo en cuarentena.