“Si es verdad que lo decisivo reside en lo más pequeño, la simplificación es lo NO verdadero”.
Bertold Brecht
La simplificación que ha hecho la ministra de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es, justamente, la muestra cabal de la debacle moral de un sector, aunque minúsculo, de nuestra sociedad.
Del desarrollo de sus expresiones se transforma en el ejemplo individual, pero representativo, de ese sector de la sociedad, que ha generado un canon moral donde los seres, sus acciones y las cosas se mensuran desde el éxito o el fracaso como principio absoluto y abstracto, partiendo de una “tabla rasa” sin tintes de humanización alguna.
La ministra susodicha no solo explaya su pensamiento sectario, excluyente y erróneo, sino que devela una temática social que el resto –mayoritario– de la sociedad no puede soslayar.
Lo falaz de sus expresiones perfora la superficialidad, elevando una convicción y acción de clase que subyace, y que apunta al corazón de lo que es público, en este caso la enseñanza. En tal sentido, la estigmatización de la docencia es uno de los cabos de una cadena que culmina en la impugnación de la educación pública.
Ahora bien, para no dejar dudas, la ministra ahonda en sus prejuicios y ya no solo apela a lo falaz y abyecto, sino que evidencia su ceguera intelectual y moral cuando recurre a la estigmatización de lo viejo, lo “falto de cultura” o el “fracaso”: basta mirar muy por arriba el universo docente para desmitificar sus afirmaciones. Es ridículo pensar que solo los sectores humildes e ideologizados eligen ser docentes; y, si así lo fuera, ¡cuánto de enseñanza de vida se transmitiría, tomada la ideología como forma de vida y, además, valorando la inteligencia probada de nuestros chicos!
Seguramente se ha avanzado mucho en ciencias que ayudan a orientar a quienes tienen la voluntad de estudiar en general, pero ¿quién tiene asegurada su vocación en las postrimerías del secundario? Es más, ¿quién tiene la llave para detectarla aun habiendo culminado estudios terciarios? Por ello, supone monumento absurdo tildar de “fracasados” a quienes dejan una o más carreras y se deciden por otras, una de las cuales puede ser la docencia.
A tal efecto, permítanme ser autorreferencial, solo para ejemplificar el disparate de la ministra Acuña. En el transcurso de mi carrera de ingeniería, muchos de quienes comenzaron conmigo abandonaron la cursada; muchos de ellos, por ende, deberían definirse como “fracasados” en virtud del patrón de medida de la ministra Acuña, ¡y nada más lejano! Muchos de los que “fracasaron” en ingeniería hoy son jueces, arquitectos, economistas, contadores, docentes, profesores de Educación Física, y otros son dignos trabajadores de talleres, o de industrias, mucho más exitosos que quien suscribe, ingeniero en telecomunicaciones, puesto que han logrado hacer cosas que hubiera querido hacer. ¿Me frustra? No. ¿Me considero un fracasado? Tampoco. Solo es que tengo otra perspectiva y, por suerte, desde esa visión, los “fracasados” de ingeniería son mis referentes, mis guías, mis espejos, mis fuentes de inspiración , desde donde intento sacar incansablemente lo esencial, lo que me lleve a ser más virtuoso; para lograrlo, basta con sacarse los fantasmas, los viejos paradigmas, los éxitos, los fracasos y, entonces, “romper el concepto con el concepto”, perforarlo para llegar a entender la clave de esta vida, buscar lo que lo convencional deja afuera, lo aconceptual, aquello que se revela para afirmar que existe, que está, y solo nos invitó a tomarlo, a hacerlo propio; en síntesis, la búsqueda de lo diminuto, de lo insignificante, donde reside la punta del ovillo de la verdadera verdad.
Hurgar en esos residuos humanos que deja el capitalismo, para poder ver los primeros atisbos de sabiduría ancestral que late en la lucha de esos pobres en pos de conjurar su pobreza, en los sueños de aquellos que estudian y “paran la olla” para seguir haciéndolo, en los esfuerzos de la familia trabajadora para que sus hijos sean los primeros diplomados en las universidades públicas, en la dignidad de los esfuerzos solidarios para que otros como ellos lleguen, en la convicción de aquellos que quieren ser laburantes. Es ahí donde se encuentra la plataforma desde donde crecen las sociedades.
Desde donde se venga, desde el lugar que se eligió o no; para trascender, eso es secundario, es lo que menos importa. El lugar en el mundo que hemos decidido construir “solo” prescinde de tabúes, de mitos, de estigmas y de convencionalismos; para construir se necesitan sueños, vocación, diversidad, integridad, equidad, trabajo.
Y los sueños, evidentemente no son los mismos que los de la Sra. ministra, sino los peldaños para llegar a aquello que Freud llamó “la escoria del mundo de los fenómenos”; en definitiva, el peldaño que nos haga alcanzar lo inmanente, el verdadero sentido de lo que esconde la definición de vivir.