El 10 de diciembre termina el gobierno macrista pero los resultados de su modelo económico quedan. La recesión y la alta inflación, que hicieron caer el ingreso y bajar el consumo, dificultaron la cadena de pagos y aumentaron los niveles de pobreza e indigencia, bajo una matriz de primarización de la economía y un mercado jugado al carry trade consolidaron la concentración y la desigualdad, el cierre de PyMEs y los crecientes niveles de desempleo. Todo esto deberá atender el plan económico de Alberto Fernández para alcanzar su objetivo de “prender la economía” y sacar al país de la crisis social.

Horacio Rovelli
Horacio Rovelli

Conversamos en SANGRRE con Horacio Rovelli –licenciado en Economía, profesor de Política Económica y de Instituciones Monetarias e Integración Financiera Regional (UBA)– y le preguntamos por un diagnóstico del escenario actual y los ejes que debería contemplar un cambio de rumbo económico.

En una charla que compartimos con vos en el Seminario sobre peronismo que organizamos en 2016, marcabas que el modelo económico planteado y llevado adelante por el macrismo iba a terminar como la crisis de 1890. Hoy, efectivamente, ¿podemos decir que esto fue así? ¿Qué característica tiene esta crisis y por qué se dio este proceso?

Finalmente, no fue tan así porque jugó muy fuerte el FMI –y el gobierno EEUU detrás– y la crisis actual se dio de manera más ordenada. Primero se fueron los capitales que vinieron por el carry trade, encabezados por el JP Morgan el 25 de abril de 2018, comprando un dólar de fuga a $20,20. Tras esa salida de capitales, el dólar escaló a los $40 y se mantuvo así hasta la paliza de las elecciones de las PASO, donde el dólar subió a $60. Al final de este gobierno, compran acciones y/o títulos públicos en la Argentina y lo venden en los mercados internacionales –eso explica en gran parte, la diferencia abismal entre el valor nominal y el valor de mercado de esos títulos públicos y privados–, y el dólar de salida, que es el “contado con liqui” (CCL), es en torno a los $80. De hecho, el dólar futuro en el ROFEX (mercado de granos de Rosario) al día de hoy (30/10/2019) es de $70,50 para el último día hábil de diciembre de 2019, con lo cual la presión sobre el tipo de cambio la transfieren como problema al gobierno entrante.

Tras las PASO, desde el 12 de agosto hasta el 25 de octubre de 2019 el Banco Central de la República Argentina (BCRA) dilapidó unos 22.000 millones de dólares de las reservas internacionales (cifra incluso mayor de lo que se debería pagar el año que viene por vencimiento de capital e intereses de la deuda). Un tercio de ese total, unos 7.200 millones de dólares, se utilizó para frenar el alza de la paridad, apostando de ese modo a conseguir una mejor performance electoral del oficialismo. Otra tercera parte se debió a la salida de los depósitos en dólares de los ahorristas en esa moneda en los bancos. El otro tercio se canalizó al pago de los servicios de la deuda del período.

Los sectores más beneficiados de la sociedad argentina fugaron –es decir, sacaron del circuito financiero local– la suma de 84.100 millones de dólares desde el 1 de enero de 2016 al 30 de septiembre de 2019. En cambio, la crisis financiera de 1890 se produce también por fuerte endeudamiento, pero la República Argentina había tomado ese crédito principalmente para la construcción de ferrocarriles y para la modernización de la ciudad y el puerto de Buenos Aires. A fines de la década de 1880 ya no se podía pagar los servicios de esa deuda, más el hecho que el precio de nuestros productos de exportación (carne y trigo) lo fijaba el comprador (básicamente Inglaterra) En 1888 las acciones del “Banco Constructor de La Plata” cayeron de 235 puntos a 160, desencadenando el derrape del valor de las empresas locales y de los títulos de deuda nacional. La rotura de las cadenas de pago e incumplimientos de contratos de todo tipo –incluido la devolución de los créditos a los bancos interno y externos– ocasionó la quiebra del Banco Nacional que derivó en crisis política reflejada en la “Revolución del Parque”. Carlos Pellegrini crea el Banco de la Nación Argentina en base al quebrado Banco Nacional y logra financiar la deuda.

Entonces, el origen de la deuda es distinto: a fines del siglo XIX se endeudaron, pero básicamente hicieron obras de infraestructura. Ahora, la deuda externa que tomó el gobierno de Cambiemos hasta abril de 2018 fue para financiar el déficit fiscal, que es en pesos.  La deuda la contraía el Tesoro de la Nación y le daba esas divisas al BCRA, quién se la cambiaba por pesos al tipo de cambio oficial. Mientras el precio del dólar lo atrasaban sistemáticamente para permitir que el BCRA colocara Letras (Lebac) a una tasa mucho mayor que la depreciación de nuestra moneda, garantizando a esos dólares ingresados un interés que, sumado al capital inicial, conformara un monto no menor de un 25% anual mayor que el invertido.

Y el final también es distinto: Carlos Pellegrini logró colocar un “bono patriótico” para poder hacer frente a las obligaciones externas; el Gobierno de Cambiemos lo que hizo es un brutal ajuste fiscal y de la actividad económica, para tener superávit primario fiscal y superávit comercial (se caen las importaciones porque se cae la actividad).

Yendo a un balance más general de estos cuatro años de gestión macrista, ¿cuáles son los principales problemas económicos que nos deja en el país y cuáles los indicadores, los desequilibrios macroeconómicos centrales que hay que mirar, que hay que tener en cuenta para poder entender los desafíos que se le van a presentar a la gestión del Frente de Todos a partir de diciembre?

El principal problema es la pobreza y el empleo. Los datos dados a conocer por el INDEC para el primer semestre 2019 (antes del derrape cambiario tras las PASO) afirmaban que el 35,4% de la población que vive en los 31 aglomerados urbanos más poblados del país y el 36,1% del interior subsiste bajo la línea de pobreza. Sobre una población de 45 millones de habitantes, unos 16 millones carecen de recursos y medios que permitan satisfacer las necesidades físicas y psíquicas mínimas para un adecuado nivel de vida, tales como alimentación, vivienda, asistencia sanitaria, acceso a servicios básicos (electricidad, agua potable, línea telefónica) y educación formal. Dividido por franja etaria, el 52,6% de los niños son pobres y el 13% no accede a la canasta básica de alimentos. El 70% de los jubilados y pensionados del país percibe ingresos por debajo de la línea de subsistencia, por lo que deben optar por disminuir y/o dejar de tomar la medicación y/o reducir el consumo de alimentos y/o privarse de lo más elemental para llegar a fin de mes.

Por ende, primero se debe partir de un Plan Alimentario Nacional o de Emergencia Alimentaria para garantizar la comida a toda la población.

Segundo, los datos duros del INDEC señalan que mucha gente, aun trabajando, es pobre, a causa del acelerado aumento de los precios de los alimentos y enseres personales, mientras su remuneración, si es que crece, lo hace en forma mucho menor. Perón decía que gobernar es crear trabajo y Alberto Fernández sostiene que su trabajo es que todos tengamos trabajo, por lo que hay que controlar los precios de los productos de la canasta básica alimentaria y aumentar salarios, jubilaciones y pensiones en términos reales (de poder adquisitivo).

El 75% de lo que producimos se destina al mercado interno: por lo tanto, se debe impulsar y fortalecer el salario, las jubilaciones y pensiones y a la par desdolarizar las tarifas energéticas (incluida el combustible) y las comunicaciones, con esas medidas la Argentina crece rápida y sostenidamente.

El problema es la restricción externa. Por un lado, nuestra fuerte dependencia de insumos y de técnica y tecnología del exterior, que se debe sustituir importaciones a como dé lugar; y, por otra parte, la deuda, que por su magnitud y fechas de vencimiento obliga a suspender todos los pagos y auditarla, dado que es lesivo al sistema económico y a la democracia que se fugara casi un cuarto del Producto Interno Bruto (PIB) y que no se sepa quiénes fueron los beneficiados, de dónde extrajeron los recursos, de qué actividad y de la venta de qué bienes y servicios, y si dicha operación pagó los tributos correspondientes.

Uno de los ejes centrales de la campaña de Alberto Fernández fue que hay que “prender la economía” para salir de la crisis que sufre hoy el país. ¿Cuáles son las lógicas macroeconómicas centrales sobre las que se debe situar este proceso, los factores desde donde se motorizaría este cambio de modelo económico?

Fortalecer el mercado interno, con lo que se demanda más alimentos, más ropa, más enseres personales, más artículos del hogar, más muebles, más pintura, cemento, cal, combustible, bicicletas, motos, autos, etc. E Impulsar la construcción que demanda todos sus insumos y mano de obra nacional.

En un mundo de “guerra comercial” es iluso pensar que se puede crecer hacia afuera. Ese modelo murió con la crisis de 1930. Sí se puede y se debe utilizar nuestra capacidad de importar –unos 70.000 millones de dólares por año– para decirle a quienes nos venden que le seguimos comprando pero que ellos nos compren a nosotros (comprarle a quienes le vendemos) y que inviertan en el país. Esto es, la Argentina importa parte de las máquinas y equipos, pero la otra parte ellos la deben producir en la Argentina con trabajadores argentinos.

Una de las cosas repetidas estos años es que Argentina llegó a ser “el país más rico del mundo” en 1895 y que se mantuvo cerca de la elite mundial hasta 1945, cuando empezó el “problema” para la Argentina. Por el contrario, parecería que los problemas económicos argentinos no fueron en las décadas posteriores a 1945 sino a partir del quiebre de mediados de los años setenta. Entonces, ¿qué variables leen los que afirman lo contrario, que el problema central es el modelo económico que se instaló en la Argentina peronista?

Eso es exacto, tienen una visión elitista para un país de un tercio o menos de la población que se tiene. Es verdad que en aquel entonces había una minoría que vivía muy bien –como han repetido ahora–, pero con desocupados y miseria, como dice el tango: “con la rebeldía del que es fuerte y tiene que cruzar los brazos cuando el hambre viene”.

Ese país de 60 millones de cabezas de ganado y que producía 12 millones de toneladas de granos, donde la mitad de ello se exportaba y significaba un excelente negocio para los propietarios, no existe más; y no puede existir, porque en aquellas décadas se exportaba productos de escaso valor agregado –a excepción de la carne enfriada–, mientras las importaciones eran cada vez de mayor valor para el consumo y para infraestructura. Por eso ese país fenece con la crisis de 1930.

El modelo agroexportador no genera puestos de trabajo: ¿cuánta mano de obra tiene la exportación de una tonelada de soja? Ya en aquel entonces, ataba al país a Gran Bretaña, se dependía del ingreso de divisas de los que nos compraban, incluso de las importaciones y del financiamiento, y fijaban el precio de lo que le vendíamos, y no permitían desarrollar otras actividades, ni otra integración comercial y financiera.

La Argentina debe por todo eso impulsar su mercado interno y acordar espacios comunes como el Mercosur, el Unasur y la CELAC, crecer hacia adentro y priorizar la creación de fuentes de trabajo.

Hay hoy una lectura regional que plantea cierto agotamiento del modelo económico del neoliberalismo a partir de las manifestaciones populares de Chile, Ecuador y las elecciones de Bolivia y Argentina. En términos económicos, ¿se pueden leer esas realidades diferentes como procesos similares que desembocan en crisis parecidas?

Es la demostración palpable de que el liberalismo, que es el capitalismo en su máxima expresión, no da respuesta a la sociedad; que siempre ha sido depredador de recursos y de trabajo en esa inmensa maquinaria armada para acumular capital sin medir las consecuencias sobre la vida de la población, su impacto en el medio ambiente y sobre el futuro.

La prevalencia del capital financiero sobre la producción y sobre la sociedad es lo que se va a denominar financierización, que no es otra cosa que la de imponer la lógica del interés compuesto a todo el sistema de producción y distribución donde el mercado capitalista exista. El problema es que el interés compuesto, el dinero, etc., son representaciones de valor, pero no son valor. El valor son los bienes y servicios que conforman el PIB de un país; el dinero es un medio de cambio de esos bienes y servicios. Con lo que la financierización es el sistema y la lógica de dominación generados por los grandes capitales para fijar nuevas reglas de juego en las sociedades que se le someten. Esto es, ante la deuda, aceptar las condiciones impuestas por los acreedores, quienes, de esa manera, regulan por encima de los Estados la actividad económica, social y política de la sociedad.

Dado el surgimiento de China y otros países del Este asiático como grandes productores de bienes, los otrora países centrales se encuentran con que necesitan nuevos mercados para colocar sus productos y, a la vez, asegurar esto por la política de deuda. Entonces, se torna necesario para ellos imponer en sus áreas de influencia esa caterva de mentiras, mitos y falacias del neoliberalismo de la “eficiencia” y de la “productividad” que conllevan los mercados, de crear las condiciones para que el capital se reproduzca (lo que ellos denominan “buen clima de negocios”) y hasta lo que llamaron contra la “represión financiera”, que no es otra cosa que los grandes bancos operen a nivel internacional sin ningún tipo de trabas ni problemas –libre ingreso y salida de capitales, libertad para fijar las tasas de interés, regular los mercados de cambio a nivel mundial, etc.– y, es más, que se prioricen sus compromisos antes que los de la sociedad. Por eso es imprescindible fortalecer el mercado interno y suspender el pago de los servicios de la deuda hasta que el país se ponga de pie.