Desde hace tres años, el Instituto para la Producción Popular (IPP) desarrolla el programa Más cerca es más justo (https://www.mascercaesmasjusto.org.ar/) que acerca a los consumidores productos que no llegan por las vías habituales y rompe la lógica de la intermediación y la comercialización concentrada. Ahora, el IPP lanza el programa Todos comen, que busca ampliar el alcance del consumo de productos de la economía popular mediante un sistema de compras comunitarias, y promover el acceso de los sectores más vulnerados a alimentos de calidad.

Charlamos con Eduardo Blanco, del IPP, sobre las particularidades de la producción popular de alimentos y las ideas que guían las acciones de estos programas: el alimento como derecho y la democracia económica.

¿Cuál es el diagnóstico que tienen desde el IPP sobre la cadena de producción de alimentos en nuestro país –producción, distribución, comercialización, consumo y qué alternativas proponen en los programas que ustedes llevan adelante?

Me parece conveniente, en principio, hacer un poco de historia para ver cómo llegamos a pensar el programa Todos comen, que es el último y que está en marcha desde noviembre de 2017 y en crecimiento. El IPP surge en 2013, es una idea de Enrique Martínez, que fue presidente del INTI durante el gobierno de Néstor Kirchner y el primer gobierno de Cristina, y que luego siguió desarrollando modos de generar trabajos en la base social y formas en las que asistir y ayudar a personas de los sectores más vulnerados. El IPP surgió primero como una idea de asesoría técnica a las organizaciones, a las cooperativas de Argentina trabaja, a grupos ya conformados que necesitaban algún tipo de ayuda para salir adelante. Ahí nos encontramos con una dificultad que fue creciendo a medida que íbamos avanzando: la dependencia de la voluntad política de quienes están en las distintas reparticiones. Nos hartamos un poco del franeleo, el “vamos a ver”, el “ya sale, ya sale”, porque se nos hacía muy difícil llevar adelante cualquier proyecto.

Teníamos cinco áreas de trabajo: vivienda, energías alternativas, medio ambiente, alimentos y vestimenta. En líneas generales, esas áreas cubrían lo que nosotros considerábamos las necesidades sociales y los espacios en los que podíamos lograr insertar nuestras ideas, para fomentar grupos de trabajo que se manejen dentro de lo autogestionado, con la facilitación de algunos factores por parte del Estado, pero con la gestión del trabajo en manos de los trabajadores.

Paralelamente, el IPP fue desarrollando toda una serie de conceptos teóricos. La problemática del alimento fue el primero que surgió, ya que es un elemento central dentro de estas cinco líneas y, además, Enrique tenía conocimiento de productores en todo el país. Se fue armando el programa Más cerca es más justo, que arrancó hace tres años en un garaje en la sede que teníamos en Liniers, con veinte bolsones de verdura de la UTT (Unión de Trabajadores de la Tierra). El programa fue creciendo hasta lo que es hoy: ochenta nodos de distribución entre Gran Buenos Aires y CABA y una cadena de productores de todo el país. La idea surgió a partir de analizar la cadena de producción de los alimentos. Siempre uno se encontraba el mismo problema –y la UTT de alguna manera se acercó a nosotros con esta inquietud–: a los productores les llegan los camiones del Mercado Central, lo ponen de culata, los llenan y les pagan lo que quieren y cuando quieren. El desafío era, entonces, lograr que el productor recibiera un precio justo por lo que produce y que el consumidor recibiera alimentos también con un precio justo, sin las desviaciones del mercado que le ponen todos los intermediarios. Nosotros sabíamos que la comercialización era el punto clave.

¿Y qué porcentaje, más o menos, se llevaba la comercialización, los intermediarios, del precio final?

En la práctica implica un nivel enorme de explotación de los productores. Por ejemplo, al productor de manzanas de Río Negro le daban $5 por kilo y el productor veía en el Carrefour de la misma ciudad de Rio Negro, la misma manzana a $50. Y esto sucede con todos los productos, todo el tiempo. En Zárate, por ejemplo, todo lo que es producción de hortalizas va al Mercado Central y de ahí vuelven a Zárate, con todo la carga del traslado en el precio. En Patagones pasa lo mismo, en la gran mayoría de las ciudades bonaerenses pasa lo mismo: o no hay producción local o la producción local viaja y vuelve mucho más cara.

Nuestra idea entonces, era analizar de qué manera podíamos romper con la cuestión de la comercialización. Había muchas organizaciones sociales, también universidades –como la de Quilmes por ejemplo– que ya estaban trabajando el tema. Pero las formas que encontraban de comercializar eran ferias o algún tipo de local en donde puntualmente la gente podía conseguir productos de la economía popular. Nosotros lo que intentamos fue ampliar esa red y hacerla mucho más periódica, porque las ferias eran cada quince días o una vez al mes, el local se abría y dependía de la demanda acotada al grupo que consumía ahí. La comercialización era el gran desafío, el gran reto.

Por otro lado, estaba la problemática del consumo. Recuerdo haber participado de encuentros de cooperativas, de productores populares y quien conducía en un momento preguntó “¿quiénes compramos productos de la economía popular?” y solo uno levantó la mano entre ciento y pico de personas. Ese era el segundo desafío, entonces: lograr que el consumidor cambie de hábito. Que todavía es un desafío y que en Todos comen es el punto central. Básicamente es conseguir que el consumidor tome conciencia de lo que significa ese cambio. Que no es solo conseguir verdura o azúcar o yerba más barata, sino conseguirla más barata y hacer que la compra haga, a su vez, que otro trabajador pueda comprar porque le llega el dinero de una forma más justa. Y recibe un pago digno por lo que produce. Este círculo virtuoso es el que nos interesaba difundir con todas las fuerzas posibles, porque creemos que ahí está la clave.

En ese proceso de los últimos tres años, ¿cuánto creció la red de productores populares no sólo en cantidad de productores, sino en cuanto a la diversificación de los productos? El hecho de haber diversificado la oferta hacia productos de mayor valor agregado ¿les genera diferencias en los mecanismos dentro de la red, o es lo mismo el que comercializa yerba que manzanas?

Lo que se fueron dando son oportunidades. En el caso del Más cerca más justo se creció en ese sentido. Y por eso también surgió la necesidad de crear un nuevo programa. Los productores empezaron a aparecer. De la UTT pasamos tener contacto con los compañeros del Movimiento Campesino de Mendoza; por otro lado, nos encontramos en Santiago del Estero con gente que producía dulces y de ahí hubo una conexión con una mujer que hace un queso de cabra que es riquísimo: a ella la ayudamos con un microcrédito para que pudiera envasar al vacío y darle valor agregado a su producción. También apareció fruta que no llegaba a Buenos Aires, porque cuando los productores de Misiones –que históricamente eran los que abastecían de bananas a la Ciudad y al conurbano– se toparon con la importación de bananas de Ecuador les desapareció el mercado y habían quedado restringidos a algunos pueblos de su provincia. Bueno, trajimos las bananas de Misiones, ahora también otras de Salta. Son grupos de trabajadores, cooperativas en general, que empiezan a ver un canal posible de comercialización dentro de la cadena que nosotros armamos.

Pero Más cerca es más justo tiene un límite, porque fue concebida con una logística que está incorporada al sistema. Los fletes los paga el programa: fue la forma que se encontramos en ese momento para poder desarrollar esta red, porque no había otra alternativa. Es una dificultad, porque los fletes de transporte representan un costo alto y, además, por el tipo de relación que se debe establecer con cada productor para que entienda la lógica desde la cual desarrollamos este sistema de comercialización. Porque, inevitablemente, todos pensamos en términos capitalistas. Así como se habla ahora de la deconstrucción del machismo, uno debería deconstruir esa forma de pensamiento que está basada en el lucro.

La utopía nuestra cuando arrancó el programa era que los productores ganaran lo que corresponde y, a la vez, que sus productos llegaran a la mayor cantidad de consumidores posibles. Este último punto quedó restringido a la clase media. Porque, además, viró hacia lo agroecológico, hacia un tipo de producción. Esto hizo que empezáramos a pensar en desarrollar otro programa y surgió el Todos comen, que, tal como lo expresa su nombre, busca que todos coman. Por lo tanto, partimos de que es central pensar el alimento como un derecho. Nos tenemos que manejar por fuera del lucro y tenemos que llegar a concientizar a los consumidores de que el cambio de hábitos de consumo es beneficioso para todos.

Todos comen trabaja sobre una premisa central: el precio final no puede ser superior al veinte por ciento del precio que pone el productor. En ese margen del veinte por ciento –que es un margen muy chiquito– tienen que entrar todas las variables de la cadena. Eso hace que nosotros no podamos asumir el costo de los fletes, sino que las organizaciones deban encargarse ellas de conseguir el transporte. Por supuesto que, cuando surge una dificultad, sugerimos, planteamos posibilidades, ayudamos. Hubo varias organizaciones sociales que arrancaron entonces con lo que llamamos “almacenes populares”, que no tiene nada que ver con el almacén minorista que conocemos sino que son casas de familia, locales, centros culturales, clubes en los que se ofrece la mercadería que forma parte del listado de productores de este programa.

El otro eje central de Todos Comen es que todos son productos de calidad. Porque no estamos para nada de acuerdo con resolver el acceso de los alimentos a menor precio bajando la calidad, como, por ejemplo, la venta de las sobras del Mercado Central o alimentos a punto de tirarse, o como algunas empresas que hacen arvejas partidas o materiales claramente de segunda. Nosotros nos preocupamos porque en el programa haya alimentos de calidad, de productores populares y a un precio que sea justo para el productor y que realmente permita que lleguemos a las barriadas más populares.

¿En este caso los productores son los mismos que en Más cerca es más justo o pudieron absorber nuevos tipos de producciones?

Hay de todo. Hay varios productos que están en el Más cerca es más justo, otros son nuevos. Por ejemplo, no hay verdura fresca en Todos Comen porque hay que acotar lo máximo posible el desperdicio, ya que nos manejamos con márgenes muy chicos. Hay productos secos y verduras pesadas. O frutas como el melón, la manzana. Tanto con la fruta como con la verdura, tenemos un acuerdo con el Movimiento Campesino de Mendoza, la fruta con el sur mendocino. Y vamos incorporando cooperativas de todo el país y ampliando esa lista. El criterio que diferencia los programas es que el Más cerca es más justo tiene una amplia variedad de productos –hongos, alimentos más sofisticados en cuanto a la elaboración–, mientras que en el Todos comen nos ajustamos a la canasta básica.

Y del otro lado de la cadena, ¿también se modifica la relación? ¿Trabajan con organizaciones sociales para generar los nichos de consumo?

En este programa, hay seis líneas de distribución: organizaciones sociales en general  (políticas, barriales) y a través de ellas trabajamos la línea de los almacenes populares. Una segunda línea que se llama CPO (Consumo Popular Organizado) para la Ciudad de Buenos Aires, donde lo que buscamos es que se reúnan grupos de vecinos, familiares, amigos, y hagan un círculo cerrado de consumo. Tienen que juntar un pedido de $10.000, que a nosotros nos permite cubrir el flete. Después tenemos líneas para mutuales, para sindicatos. Otra línea para empresas que difunden entre sus trabajadores y en ese caso compran en la modalidad de bolsones. Una línea con municipios, con la que esperamos demostrar, por un lado, que es un ahorro muy grande para esa comuna y también brindar la posibilidad de que no solo la gente que recibe la asistencia mediante bolsones acceda a esa producción, sino que los propios trabajadores municipales puedan participar de este sistema. Otra línea es con universidades. Tratamos de cubrir la mayor cantidad de espacios posibles donde este sistema pueda llegar a funcionar. En todos los casos los precios son invariables y nos preocupamos de que eso sea así, es decir, de que nadie intente vender más caro, porque los precios son realmente populares.

Yendo más específicamente a estos últimos años, a la coyuntura económica que nos atravesó y atraviesa: ustedes están en contacto con los productores populares de todo el país ¿en qué situación están ellos? Y, al mismo tiempo, del otro lado de la cadena, para los consumidores se dio un enorme proceso inflacionario, en particular sobre los alimentos. ¿Creen que estos mecanismos de comercialización de la producción popular son una de las variables para desandar el actual proceso de formación de precios?

Absolutamente. Es algo que nosotros acompañamos tratando que se identifique y se reconozca, que se vea cuál es la realidad en los dos sentidos. Los pequeños productores en general están absolutamente desamparados. Dentro de nuestro ideario está la democracia económica. Nosotros planteamos que se han logrado muchos avances en cuanto a derechos civiles y se está peleando por ellos, pero hay una orfandad muy grande en cuanto a la pelea por los derechos económicos. Esto es, exigir que los trabajadores tengan las mismas posibilidades que cualquiera de poder desarrollar su trabajo y su producción. Eso es algo que ha quedado muy en segundo plano y para nosotros es fundamental. Por eso, entre tantas otras cosas que hace, el IPP presentó en el Congreso un proyecto de ley para la asistencia tecnológica a la producción popular. Ya que el acceso a la tecnología es una de las patas de la posibilidad de producir. También el acceso al capital, el acceso a la tierra que es fundamental.

Todo el tiempo nos encontramos con situaciones que son absolutamente injustas. Por ejemplo, la leche, que es un tema tan debatido en estos días. San Antonio de Areco tiene once tambos y los once trabajan para La Serenísima. Y en gran parte del país sucede esto. Entonces, las cuatro empresas que dominan el mercado deciden cómo es la comercialización de la leche. Y a eso se suma que las cuatro o cinco empresas que dominan la comercialización de los alimentos –los grandes supermercados– deciden arbitrariamente cuál es el precio final de ese producto. El precio original que se le paga al productor lo manejan cuatro empresas; y el precio final al que se le vende al consumidor lo manejan otras cuatro o cinco empresas. Esa concentración es tremenda. En el medio, hay mucha trampa. Porque la legislación argentina no permite o considera una cartelización que se le exija al productor tambero que le venda solo a una empresa. Cuando se firma el contrato, entonces, no se firma eso; pero le dicen al tambero que si le vende a otro se corta la lealtad con quien te paga y atenete a las consecuencias. Frente a esto hay soluciones posibles: por ejemplo, las posibilidades de desarrollos locales.

¿Existen empresas locales, o de municipios o con algún grado de institucionalidad que permita al menos desarmar algo de esto?

No, o muy poco. San Luis hizo una experiencia el año pasado. No lo seguí hasta hoy, no sé cómo está en este momento, pero es interesante porque lo que hizo fue que una empresa privada hiciera un convenio con cooperativas tamberas de San Luis, asistidas por los municipios o el gobierno provincial, y habían conseguido en ese momento –marzo, abril de 2018– bajar el precio de la leche en un veinte por ciento. Esa es la experiencia que conozco.

No solo le baja el precio de la leche para el consumidor sino que le aumenta el capital al productor…

Exacto. Para nosotros esa es la cuestión. Porque lo de la leche genera después que la cooperativa El Séptimo Varón que produce muzzarella no consiga el elemento que necesita para producir, porque este queda concentrado en las grandes empresas. O no lo consigue o lo tiene que pagar más caro y tiene que aumentar, a su vez, los precios de sus productos, de tal manera que la deja fuera de competencia. Entonces, la situación del pequeño productor es, en algunos casos como la verdura, por ejemplo, de esclavitud. Es tremendo. Nosotros conocemos historias, por ejemplo, en Santiago del Estero, donde compradores se llevaron hacia Mendoza dos camiones cargados de zapallo y nunca más vieron un centavo por eso. Se lo llevaron en consignación y desaparecieron. Cada vez hay menos productores de fruta porque lo que se paga no llega a cubrir el costo de lo que cuesta producirlo. En el caso de los cerdos, por ejemplo, el pequeño productor con suerte logra criar el chancho unos meses pero después tiene que venderlo, porque el maíz, que es el alimento de estos animales, es carísimo. Aparece otro productor que los compra ya criados porque los puede mantener. Pero en esa cadena de intermediarios e intermediarios es donde el precio se va a las nubes y se dificulta el acceso al alimento.

Pensando en políticas públicas de escala más general –como, por ejemplo, lo que fue Precios Cuidados para regular el consumo–, ¿cuáles serían algunas líneas de trabajo posibles para revertir los problemas de la estructura productiva actual, bajo el concepto que ustedes tienen de la producción de alimentos como un bien social y no un bien para el lucro?

Precios Cuidados para nosotros no sirve, porque es un acuerdo con los concentradores del mercado de alimentos. Ellos, porque les conviene, dejan algunos alimentos a un precio más bajo, pero eso se lo hacen pagar al consumidor con los otros productos. En tanto no se toque esa concentración empresarial, de mercado, cualquier medida que contemple que sean ellos los que manejan los precios no tiene efecto. Es un paliativo que en momentos de mayor calma económica puede parecer mejor pero que no modifica nada. Al contrario, de alguna manera, legitima esa estructura productiva concentrada.

Lo que debería hacerse es que en los municipios, en las provincias y en la nación –cuando haya un gobierno nacional que no sea neoliberal y deje todo librado al mercado– existan políticas estatales de fomento y de apoyo como hay en muchísimos países, incluso en los países capitalistas que algunos llaman “países serios”. En Estados Unidos hay una cantidad enorme de políticas de fomento para pequeños productores: programas de ferias de productores directo al consumidor, programas de adelanto de dinero para que los productores puedan cosechar y lo producido se reparta luego entre quienes pusieron el dinero, etc. Hay un abanico muy grande de políticas posibles.

Es muy loco, por ejemplo, que haya municipios que no tengan como mínimo el desarrollo de un cordón hortícola y tengan que comprar sus mercaderías a cien, doscientos kilómetros, con el costo de transporte que eso significa. Que los municipios puedan implementar este tipo de programas de desarrollo local de alimentos sería una gran medida. Debería ser política de cada municipio. Se puede. Hay un capital humano muy fuerte, muy grande, mucha gente que podría trabajar en la tierra. Nuestra idea es que los trabajadores puedan agruparse en cooperativas, en grupos y que tengan una línea, un canal o varios de comercialización. Eso hay que abrirlo. Nuestros intentos, que son muy modestos –por eso decimos que lo nuestro es como un “laboratorio social”–, podrían ser muchos más amplios, mejorarse, perfeccionarse. Eso sería un impulso fuerte al consumo, al trabajo y al desarrollo productivo que es fundamental.

Y este planteo vale para todas las áreas. Estamos hablando en este caso de alimentos, pero podemos plantearle a la sociedad, por ejemplo, que en el desarrollo de energías alternativas que ya se hicieron, en vez de favorecer solo a los capitales concentrados como pasa hoy, haya un veinte por ciento de la operatoria que quede en manos de la comunidad. Dinamarca, por ejemplo, hace eso: desde el comienzo de las energías alternativas –fines de los años sesenta, principios de los setenta– dispusieron que el veinte por ciento de la operatoria quede en manos de grupos organizados por la comunidad; y no solo eso, en algunas comunidades manejan todo, el cien por ciento.

Hay muchas falacias sobre cómo se deben resolver los problemas. Escocia convirtió la mitad de su territorio que era un desierto de piedra en uno de los puntos exportadores más importantes de Europa. Tuvo una planificación: entregó a la población tierras, facilitó la posibilidad de que la gente vaya, viva, desarrolle su producción, invirtió en ciencia y tecnología para aprovechar el mar, el viento, hasta las desventajas propias del lugar. Por supuesto, demoró cincuenta años en hacerlo, pero hoy es un polo desarrollado. Son programas interesantes no para copiar, porque tienen sus particularidades, sino para analizar de qué manera se pueden resolver estos temas. Y cosas similares se pueden hacer también en Argentina. Las formas las vamos a encontrar viendo las particularidades, las especificidades de nuestro territorio, y siempre con una planificación. Si no hay una planificación y una consecuencia en esas ideas, vamos a seguir tratando de tener proyectos aislados.

Página web: Más cerca es más justo.

Página web: Instituto para la Producción Popular.

Contacto de los grupos de Consumo Popular Organizados del Todos Comen: cporganizado@gmail.com / whatsapp: 11-2179-0644