En 2014, Argentina se convirtió en uno de los diez países del mundo capaces de fabricar un satélite geoestacionario cuando lanzó y puso en órbita el ARSAT-1, operado por la empresa estatal ARSAT. La empresa había sido creada en 2006 con el objetivo de proteger las posiciones orbitales asignadas por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) con satélites fabricados en el país para impulsar la industria satelital, crear puestos de trabajo altamente calificados y producir y exportar tecnología de gran valor agregado. El 30 de septiembre de 2015, el desarrollo de la industria satelital como política de Estado se consolidó con el lanzamiento al espacio del segundo satélite geoestacionario argentino de comunicaciones, ARSAT-2. Finalmente, en noviembre de 2015, el Congreso de la Nación sancionó la Ley 27.208, que estableció el Plan Satelital Geoestacionario Argentino.

En esta entrevista, Guillermo Rus, ingeniero electrónico de la UBA, quien se desempeñó durante cuatro años en el área de Aplicaciones de la Información Satelital de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) y fue vicepresidente de ARSAT entre 2012 y 2015, habla sobre los principales elementos que componían ese proceso de desarrollo del sector aeroespacial en la Argentina y las modificaciones a las políticas durante los últimos años.

En tu libro ARSAT en la encrucijada hablás de tres etapas en relación con la industria aeroespacial en Argentina, con dos políticas de gestión diversas: dos períodos de apertura de cielos y un período de desarrollo tecnológico y mayor proteccionismo. ¿Qué características tuvo cada una en el desarrollo de la política satelital para el país?

En la primera etapa, si bien se desarrolló una regulación que tenía un espíritu proteccionista, en la práctica se autorizó un conjunto de satélites que tuvieron impacto incluso sobre Nahuelsat. Nahuelsat como empresa argentina de capitales extranjeros no pudo avanzar; habrá mil razones pero, en ese marco, fracasó y desembocó en la creación de ARSAT. En los doce años de kirchnerismo se pudo avanzar en algo muy complejo: posicionar al país y tener un fabricante de satélites nacional. Un proceso que no arrancó de cero, sino que incluyó la experiencia de la CONAE en materia de desarrollo tecnológico, de patrimonio satelital. Más allá de que las experiencias no hayan sido exitosas, permitieron retomar y aprovechar capacidades instaladas y profesionales experimentados. En el caso de la CONAE, además, contamos con experiencias bastantes exitosas en general. Se pudo avanzar, en este sentido, con una clara determinación política. Si tomamos los tres períodos que mencionabas recién, sin dudas avanzar en el desarrollo tecnológico, la fabricación de satélites, el desarrollo de un operador nacional (incluso, privado), tuvo que ver con una decisión política respecto a la autorización sobre satélites extranjeros, a la inversión en tecnología nacional. Eso queda en evidencia en los tres períodos: durante los doce años de kirchnerismo se protege ARSAT, no se permite que entren en forma indiscriminada satélites a dar servicios en nuestro país. En esta última etapa, con la vuelta del proyecto neoliberal, se frena la ampliación de la flota de ARSAT, por lo tanto, la ampliación de satélites geoestacionarios, se abren los cielos.

La idea de analizar de esta manera es marcar que el avance en el crecimiento de una flota satelital nacional, más aún en la fabricación de satélites nacionales, está totalmente ligado al proyecto político. Con el lanzamiento del último satélite (SAOCOM-1A), en algunas entrevistas se decía que la CONAE era transversal a la política. Como si corriera al margen de cualquier gestión, como los semáforos: cambian los proyectos políticos pero siguen funcionando. Obviamente esto no es así. El presupuesto de la CONAE cayó, en dólares, a un cuarto de lo que era el aprobado del último año del gobierno de Cristina en 2016. Ahora lanzaron un satélite, sí, un poco por la inercia del propio proceso. Había un contrato que cumplir, ¿por qué no lo cumplirían? Había una empresa que estaba fabricando un satélite, una red de proveedores, una fecha de lanzamiento pautada.

Entonces, es evidente –y eso es lo que tratamos de marcar en el libro a través de ese recorrido y con estadísticas simples (satélites autorizados, capacidad de oferta satelital sobre el país, inversión pública y privada)– que la decisión política impacta notablemente sobre el desarrollo de esta industria. En la primera etapa, por ejemplo, se puede ver cómo deja de invertir el privado (Nahuelsat), luego se invierte desde el sector público (ARSAT) y en los últimos tiempos, deja de invertir este sector y tampoco invierte el privado, a la vez que se autorizan muchos satélites extranjeros. Es un poco lo que queríamos mostrar a través del título del libro: ARSAT en la encrucijada. Si ARSAT es una empresa que busca crecer y que tiene como misión impulsar la industria de producción de satélites, ahora está en la encrucijada de no poder cumplir con su cometido.

Frente a los desafíos que representa la industria satelital a nivel global, ¿por qué un país debería desarrollar un operador nacional?

Ahí podemos separar dos cosas. Por un lado, ¿por qué desarrollar la industria espacial, que está vinculada a la fabricación de satélites (más que al operador en sí, que tiene otras connotaciones)? Primero, porque cualquier industria de valor agregado en que se vaya a involucrar el país redunda en que aumente la calidad de vida de la gente, que pueda vivir mejor. Segundo, porque la gente estará atravesada por cosas interesantes, será una sociedad que pueda desarrollar estudios sobre ingenierías, ciencias; si un país se dedica solo a industrias primarias, probablemente sea una sociedad muy pobre en todo sentido. También será pobre económicamente, porque el trabajo que genera no produce suficientes ingresos para elevar la calidad de vida de la población.

Por otro lado, la espacial es una industria con mucha proyección. Si bien hay muchas cosas resueltas y mercados bastante maduros, el sector sigue creciendo, se abren nuevos segmentos. Antes, los servicios satelitales estaban para distribución de videos o llegar a lugares muy remotos; ahora los satélites son una tecnología no para utilizar solo cuando no hay otro recurso, sino que se invierten billones de dólares en constelaciones que pueden tener la misma velocidad que la fibra o ser incluso más veloces, sumado a la característica de ubicuidad que tienen los satélites: mientras que con una red de fibra no podés estar en todos lados, con un satélite o una constelación de satélites sí. Al correrse determinadas barreras que tenían los satélites en relación a otras tecnologías –como la capacidad de datos que podían trasmitir o el retraso que puede tener una comunicación–, se compite directamente con otras tecnologías. En un mundo, además, con la tendencia a comunicarse en cualquier lugar –en la calle, en un barco, en un avión, en tu casa, en el subte, en el auto–, tenés que tener acceso, estar conectado siempre. Esa conectividad no se alcanza solamente desde el cableado, la infraestructura terrestre es inviable en muchos casos.

Hay muchas posibilidades para la industria aeroespacial, y no son las mismas cuando estás en cero o con un satélite viejo que cuando tenés una flota de tres satélites. Además, podemos mirar una multiplicidad de ejemplos en el mundo donde hay empresas como ARSAT. Por ejemplo, Yahsat de Emiratos Árabes: empezó hace poco y ya tiene tres satélites geoestacionarios dando servicios avanzados de banda ancha, de conectividad en vuelo, gana mercados en todo el mundo. En Inglaterra, con capitales privados, Avanti, que brinda banda ancha en África y en Europa. Las posibilidades son muchas aún. La industria espacial es un sector de alto valor agregado que va a crecer notablemente.

Por otro lado, en materia de navegación satelital, cada bloque –China, Rusia, Europa, Estados Unidos– ya está teniendo su sistema de navegación, más allá de que exista el GPS. La India lanza el suyo, igual que Japón. Todos los países buscan soberanía sobre los servicios que permiten los satélites, en parte para tener capacidades propias, eliminar la dependencia y motorizar sus industrias. En el caso argentino, quizás no tendría sentido una constelación de navegación solo para su territorio, pero habría que pensarlo a nivel bloque regional, aunque en otro contexto político, seguramente.

En el área de comunicaciones, el mercado está creciendo hacia otro tipo de aplicaciones, distintos servicios en los que Argentina, con su capacidad de fabricación y al tener un operador nacional, puede meterse con una estrategia regional y eventualmente crecer a nivel internacional. ¿Cuál sería el objetivo de eso? Por un lado, si tenemos un país que solo compra en dólares sus productos primarios, vamos a tener una balanza comercial claramente negativa. Tanto en el caso de Argentina, como en Emiratos Arabes, en Rusia, en China, fueron los estados los que asumieron las primeras inversiones, porque el riesgo es muy elevado, se requiere consolidar capacidades y, eventualmente, en otra instancia, en otro momento de expansión comercial, puede haber lugar para los capitales privados.

Una de las críticas de la gestión actual era el supuestamente bajo o nulo porcentaje de comercialización del ARSAT-2

Lo que pasó en ese caso fue una simple y llana campaña de desprestigio. Cuando asume Rodrigo de Loredo como presidente de ARSAT, se entregan los dos satélites: ARSAT-1 operativo y lleno completamente; ARSAT-2 aún no operativo, porque una cosa es lanzar el satélite y otra que esté listo para brindar servicios comerciales. Entre una cosa y otra pasan algunos meses, porque hay que hacer pruebas, ajustes, etc. El satélite tenía el treinta por ciento de su capacidad comercializada, había tres clientes –Claro, Telefónica, INTV–, teníamos un plan de crecimiento de la red para escuelas rurales y teníamos muy avanzadas las gestiones para la venta en EE.UU. de capacidad satelital. El problema de la venta en EE.UU. es que el precio del Megahertz allá es un tercio del que puede salir en Argentina. Haber lanzado el satélite con una capacidad del treinta por ciento es conveniente, no fue un error, estaba por encima de la media de los riesgos comerciales que se asumen cuando se lanza en un satélite.

Además se dijo que estaba vacío al primero de enero del 2016, cuando aún no estaba operativo. Cuando empezó a estar operativo ya habían migrado Claro e INTV de satélites que alquilaba ARSAT a través de los cuales después vendía servicios. Cuando entra en operación ARSAT-2, se dejó de arrendar capacidad en otros satélites extranjeros.

Con eso, además, frenaron la construcción del ARSAT-3.

Esa fue la primera excusa para frenar el ARSAT-3. Siguieron con que había problemas en el diseño del satélite. Después, directamente empezaron a hablar de la participación de privados.

¿Creés que es viable hoy un proceso de privatización de ARSAT, de todos estos servicios?

Desde el punto de vista del negocio, la sola intención de Hughes [Hughes Network Systems, empresa estadounidense] de constituir junto con ARSAT una nueva empresa para desarrollar el ARSAT-3, te demuestra la viabilidad de nuestra empresa nacional estatal. Porque hay un privado extranjero con intención de invertir, por lo tanto, claramente le conviene, ve un potencial. Ahora, si uno lo mira desde el punto de vista de Argentina, ¿qué necesidad hay de darle el crecimiento de la flota de tu operador nacional a un extranjero? Si no tuviéramos ARSAT, bienvenido: porque, si no, no podrías contar con servicios como tener Internet de banda ancha y los beneficios asociados a este servicio. Ahora, existiendo ARSAT, existiendo la posibilidad de comenzar el mercado de banda ancha satelital en el país, ¿para qué se lo entregás a otro? ARSAT comercialmente es viable.

Ese acuerdo lo criticó hasta [José Antonio] Sánchez Elía, referente de la fundación Pensar, dueño de una empresa que agrega valor a la capacidad satelital. Entonces veía la entrada de Hughes a través de ARSAT como una competencia desleal. Por dos cosas: primero (y esto lo digo yo, no él) porque estás dejando entrar un extranjero cuando tenés la posibilidad de desarrollar esos servicios con capacidades nacionales, públicas o privadas. Segundo, porque Hughes cumple el rol del operador satelital y llega al consumidor final. Hugues les compite directamente pero aliado con el Estado en una sociedad mixta, lo que está conceptualmente mal incluso si se busca optimizar la lógica de competencia del sector privado. Rompe, además, el concepto planteado desde la creación de ARSAT: que la empresa llegue como operador satelital y la comercialización final la haga un conjunto de empresas pymes, algunas extranjeras y muchas nacionales. Donde el Estado no busca competir con el entramado de pymes nacional, sino que compite con los operadores internacionales.

Nosotros, como Estado, nos colocamos en una parte de esa cadena de valor. El Estado tenía el operador satelital y además tenía sus Fuerzas Armadas, de Seguridad, YPF, Aerolíneas, que consumen capacidad satelital; y las empresas como Telecom y Telefónica le compraban a ARSAT y se las vendían a las empresas y a áreas del Estado pero a un valor mucho mayor. Entonces, nosotros nos metimos en ese intercambio. Quizás se podría haber armado incluyendo a este entramado pyme como integradores de las soluciones de conectividad sobre la capacidad de ARSAT. Por dos cosas. Primero, porque aunque sea solo en una serie de instituciones del sector público, eso le saca una serie de posibilidades comerciales al entramado pyme. Segundo, porque esas pymes existen porque tienen una experticia puntual que quizás es necesario evaluar si es conveniente desarrollarla desde una estructura tan grande del Estado. Se podría haber buscado que sean otras las empresas integradoras de soluciones. Son cuestiones que pueden variar obviamente según cada etapa.

También, en todo el proceso que ustedes desarrollan en el libro entre fines de los noventa y hoy, varió notablemente la realidad de las telecomunicaciones, de los servicios, de las empresas y de los recursos técnicos y tecnológicos.

Pasó mucho. Por ejemplo, con la instalación del Plan de Acceso Satelital de la TDA [Televisión Digital Abierta] donde teníamos que instalar cien mil antenas. Generás con eso un pico de actividad sobre un sector que no estaba preparado para eso, ni tampoco es algo que después se vaya a sostener en el tiempo. Eso es malo, no tiene buen resultado. Son cosas que hay que hacer más gradualmente. En el caso de ARSAT, armar un montón de capacidades, tener determinada demanda de instalaciones y de servicios, si después eso no va a tener el mismo nivel de crecimiento, hay que estudiarlo con detalle y ver cómo llevarlo adelante.

Ya que mencionaste a la TDA, ¿cuál es tu evaluación sobre la continuidad de ese proyecto durante la gestión actual?

Es simple: se frenó totalmente la inversión y la gestión. Nosotros, a fin de 2015, desde el lugar de ARSAT, notábamos que, para llegar al apagón analógico en 2019, tal como estaba definido –es decir, que todas las señales de televisión estuvieran digitalizadas, cubriendo lo que le correspondía a cada una, y que toda la población tuviera un sistema de recepción digital–, nos faltaba una serie de elementos: la transmisión de los radiodifusores, la recepción terrestre (los decodificadores y el recambio de televisores) y la recepción satelital. Habíamos abierto, para eso, una serie de líneas de trabajo: habíamos cambiado la comercialización de los servicios a ARSAT vinculado a la infraestructura, habíamos armado con INVAP una solución para instalar transmisores de radiodifusores locales. Entonces, tratamos de acoplar, acompañar el servicio comercial a la infraestructura que teníamos que instalar. Armamos la transmisión satelital abierta para ayudar a que un canal provincial pudiera cubrir todo el territorio de su provincia, más allá de las ciudades donde hubiera una estación terrestre. Además, con esto ampliábamos la grilla de la TDA, la volvíamos más atractiva. Avanzamos con la comercialización de los kits satelitales, a través de la página de ARSAT: en muy poco tiempo se habían vendido casi dos mil kits. Algo realmente importante, porque era una forma en que todo el territorio esté realmente cubierto por la TDA; porque, si no, la presencia de la señal está pero no hay forma de recibirla. A eso se sumaba también el Plan de Acceso que impulsaba el Ministerio de Planificación para llegar a la población más vulnerable.

Todas estas líneas, que requerían un trabajo importante y sostenido –porque no se pueden hacer rápidamente, más allá de los fondos y las capacidades que tengas para hacerlas: necesitás tiempo, se requiere articulación con terceros, armar redes–, todo eso se frenó completamente. Los kits salieron de la venta, los planes de acceso se frenaron (más allá de que algunos decodificadores se entregaron en algunas acciones del programa El Estado en tu barrio), incluso los kits salieron de la órbita de ARSAT, lo cual es un problema porque son propiedad de la empresa.

Desde la definición que el macrismo en el gobierno nacional hizo sobre la TDA a principios de 2016 como “la mochila de plomo”, se frenaron todas las líneas de trabajo, sin mayor justificación. Una cosa es no tener fondos para inversión, por lo cual el despliegue terrestre podría verse comprometido, pero vender el kit de recepción no requiere inversión, requiere un mínimo de preocupación por sobre las tareas que tenías que desempeñar. En cuanto a la infraestructura para radiodifusores, al cortarse el despliegue y tampoco poder ampliar las estaciones a partir del cuarto transmisor para subir medios locales, de cara al apagón analógico dejaron sin opción a los radiodifusores más allá de invertir en sus propios trasmisores. Con todos los inconvenientes que eso tiene: porque tenés múltiples focos trasmisores de televisión cuando podés tener una sola antena centralizada con el mismo tipo de servicio. Y así le cargás la inversión al radiodifusor –privado o público– en la etapa de transición, con lo cual no les genera ingresos adicionales. El esquema hasta el cambio de gestión estaba bien pensado, con muchos desafíos para ARSAT; pero hoy, con todas estas líneas frenadas, estamos al borde del apagón analógico y estamos en el mismo lugar que en diciembre de 2015.